Para la policía, no fue un día soleado

Para la policía, no fue un día soleado

Grupos organizados de anarquistas e inconformes se enfrentaron a la policía capitalina en la 45 conmemoración de la masacre de Tlatelolco. En algunos puntos, los ácratas lograron contener el avance policial e hicieron retroceder a los granaderos. Los policías, al no poder alcanzarlos, golpearon a quién se cruzó en su camino, incluso a personas que no participaban en la manifestación y a representantes de los medios de comunicación

  
Son la 5 de la tarde y los manifestantes deciden no ingresar al Zócalo debido al ostentoso operativo coordinado entre la policía capitalina y la Policía Federal.
 
Policías y contingentes avanzan sobre Avenida Hidalgo. Inicia el primer enfrentamiento contra la autoridad. Cohetones son arrojados a los policías. Los uniformados responden con toletes y gas lacrimógeno.
 
La multitud corre: una nube de gas marrón impide la visibilidad a pocos metros. El gas penetra en los pulmones. Decenas de personas corren con los ojos cerrados. Van desesperados por no poder respirar. Algunos caen. Otros se habían prevenido con vinagre y lo comparten para inhibir los efectos tóxicos.
 
La esquina de Hidalgo y Paseo de la Reforma es un campo de batalla. Aparecen los primeros heridos y detenidos: adolescentes con el rostro cubierto de sangre son golpeados con brutalidad por las fuerzas policiacas. Patadas y toletazos en todo su cuerpo. Otros son arrastrados a las patrullas. La policía cierra el paso a los medios de comunicación y trata de impedir a toda costa que se documenten las detenciones.
 
“¡Ya se chingaron, puercos!” gritan los jóvenes a escasos metros. No cesan de aventar piedras. De pronto estalla una bomba molotov. Un policía arde completamente, grita, intenta correr, lo detienen, pide auxilio, está desesperado. Uno de sus compañeros lo apaga con un extintor. Hay órdenes y contraórdenes. El avance policiaco es un caos.
 
Caen los primeros uniformados. Uno de ellos, desmayado, es auxiliado por otros policías, los cuales descuidan el frente y los anarquistas aprovechan para atacarlos. Los policías abren paso a la prensa para que salgan a la luz las heridas de sus compañeros. A 10 metros, la autoridad golpea con sus escudos a los reporteros que intentan averiguar el nombre de los detenidos.
 
Mientras algunos tratan de huir del enfrentamiento, otros se suman a él. Se observa un ataque conjunto y organizado de los anarquistas y jóvenes que se adhieren. Cubren sus rostros para no respirar el gas, incluso llevan máscaras que los protegen. Además de piedras, arrojan cohetones y petardos con clavos. Los uniformados intentan protegerse con sus escudos. No todos tienen éxito.
 
La gente comienza a dispersarse. Policías lloran por los efectos del gas que aventaron y que les fue devuelto por los anarquistas. Un reportero del diario Excélsior es cuestionado por los manifestantes sobre su labor informativa. “¿No te cansas de mentirle a la gente? Deja de decir mentiras o te rompemos tu madre”, le dicen.
 
Parece que todo ha terminado…
 

Retiro “táctico”

 
No obstante, surge el rumor de un nuevo enfrentamiento en la Torre del Caballito. Todos corren hacia allá: policías, reporteros y manifestantes apresuran el paso.
 
En la unión de las avenidas Juárez, Paseo de la Reforma, Eje 1 Poniente y De la República, justo a las afueras del edifico de la Lotería Nacional, se registra uno de los enfrentamientos más fuertes, no sólo en esta marcha, sino en los últimos años.
 
Decenas de jóvenes se enfrentan a la policía local con lo que encuentran a su paso. Los policías intentan protegerse y avanzar, pero son demasiados objetos –entre piedras, cohetones, y bombas molotov– que no dejan de caer en sus escudos y cascos.
 
Usan nuevamente gas lacrimógeno, pero la estrategia anarquista resulta más efectiva: retroceden cuando llega el gas, se agrupan y contraatacan.
Ante la lluvia de proyectiles la policía retrocede y se repliega sobre Paseo de la Reforma. Los muchachos avanzan contra ellos sin dejar de lanzar lo que tienen en sus manos. Jubilosos celebran, alzan los brazos en señal de victoria. “¡No que no!”, gritan.
 
Son minutos de fiesta anarquista, han recuperado terreno. Los granaderos buscan en el piso piedras para lanzarlas a los inconformes. Los anarquistas continúan la marcha hacia el Monumento a la Independencia (el Ángel).
 
Sobre el Eje 1 Poniente llegan refuerzos policiales y se encuentran a un grupo de profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Los profesores –que durante la marcha se han mantenido lejos de los hechos de violencia– no agreden, los policías sí.
 
Una piedra de aproximadamente 3 kilogramos es arrojada desde las filas de los uniformados contra los profesores. “¡Calma a tu gente, nosotros no los estamos agrediendo!”, dice un profesor de Oaxaca a un agente policial. El comandante concuerda con él; pero de pronto sus muchachos lanzan gas contra los maestros que se repliegan en su campamento. Refrescos de naranja son usados para aliviar los efectos del gas. Se amontonan para lavarse la cara con el líquido.
 
Mientras, al otro lado de la calle, jóvenes arrojan piedras, pintura y cohetes a las oficinas del periódico Excélsior. Lanzan consignas contra la prensa, que consideran un arma más del gobierno. Las instalaciones son resguardadas por la Policía Bancaria e Industrial. A los bancarios también les toca la rabia de la gente.
 
Son bañados con pintura roja y blanca. Les avientan bombas molotov: los clavos que salen de los cohetes se incrustan en sus botas.
 
Los anarquistas continúan la marcha. Pero en la esquina de la famosa calle La Fragua, se enfrentan nuevamente a los policías que el Gobierno del Distrito Federal ha desplegado en la zona. Las fuerzas de seguridad nuevamente golpean a la prensa que reportea los hechos.
 
Los manifestantes llegan al Monumento a la Revolución, donde se encuentra el plantón de los profesores de la CNTE, quienes les piden que dejen de arrojar cosas para “no darle un pretexto a la policía para que ingrese al plantón”.
 
Finalmente, los anarquistas se disuelven en los alrededores.
 
Un último enfrentamiento se registra afuera del Senado de la República: Un camión de la policía lleno de manifestantes detenidos pasa junto a la marcha. Los inconformes lo consideran una provocación y comienzan agredir a la policía que, en este punto, se encuentra coordinada con la Policía Federal que cuida las instalaciones del Senado.
 
Un agente de seguridad invita, con un megáfono, a marchar sin violencia y a retirarse inmediatamente. “Sigan con su marcha libre y pacífica. No ataquen a la autoridad”. Ni sus compañeros ni los manifestantes le hacen caso, parece que ni siquiera quieren escucharlo.
 
A 2 metros, un joven de aproximadamente 20 años, con la camisa rota y con lágrimas en los ojos arremete verbalmente contra el contingente policiaco. “Esto no se va a quedar así hijos de la chingada, no se va a aquedar así”, se nota exaltado.
 
—¿Te golpearon? –se le pregunta.
 
—Sí, pero me vale, lo que más me encabrona es que se llevaron a mi novia. Es de la FES [Facultad de Estudios Superiores] Iztacala. No quiero imaginar lo que le va a pasar, quiero entrar por ella, señala con la respiración agitada y con un nudo en la garganta.
 
Sobre el pavimento quedan las huellas de la batalla. El saldo, de acuerdo con el Gobierno del Distrito Federal: 102 detenidos y 32 policías heridos. La organización Artículo 19 confirma la cifra de al menos 25 policías agredidos.
 
A 45 años, el 2 de octubre no se ha olvidado.
 
 
 

 

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