Miles de niños mexicanos se incorporan al mercado laboral –muchas veces, en condiciones de riesgo y explotación– pese a que la ley prohíbe el trabajo infantil. La ausencia de cifras confiables del gobierno federal invisibiliza la magnitud del fenómeno, generalmente provocado por la pobreza, el desempleo y la exclusión social
Elva Mendoza / Flor Goche / Isabel Argüello
Recolectar basura, a eso se reducen los fines de semana de Miguel. Para el niño de 11 años no existen los sábados ni domingos de esparcimiento. A las ocho de la mañana comienza su jornada que consistirá, hasta las cinco de la tarde, en tocar la campana de la carreta de un vecino. De los 70 pesos que recibe por día, dice, “se los doy a mi mamá”.
A la escuela primaria Licenciado Benito Juárez, ubicada en Villa de las Flores, Coacalco, Estado de México, asisten 169 niños. Uno de ellos es Miguel. Como él, en su mayoría son pobres y casi todos viven en San Pablo de las Salinas, Tultitlán. Ése, su barrio, serpentea terracerías en las que se alzan los tabiques sobrepuestos con sus techos de lámina. Para ese tipo de casas nomás alcanza.
La recolección de basura es la principal actividad de sus habitantes. Montados en carretas y jalados por una mula, burro o yegua, los jóvenes padres, muchas veces acompañados por sus niños, llaman con una campana a la gente que, eventualmente, sale con algunas bolsas en la mano.
Para ganar unas monedas más, los pobladores de San Pablo someten la basura a un riguroso proceso: la separan y, toda aquella que es susceptible de reciclar, la venden por kilogramo.
Aunque el trabajo infantil vulnera los lineamientos de la Convención sobre los Derechos del Niño –ratificada por México en 1990–, en el país 3 millones 90 mil 954 niños y adolescentes de entre 12 y 19 años trabajan, según datos del Censo 2010 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Es de destacarse que el Censo no incluye a niños que, como Miguel, son menores de 12 años.
Ni la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), ni el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) ni la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ofrecen cifras certeras del fenómeno.
“No hay una institución que haga un estudio estadístico serio y sin maquillar. La política social ha sido sesgada y mal dirigida; no se cumplen los propósitos de los programas de bienestar. Al no existir una política clara, se sigue facilitando la explotación de la niñez mexicana”, señala Víctor Inzua Canales, investigador de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El más reciente documento editado por la STPS y el Inegi, Módulo de trabajo infantil 2009, contabiliza 3.6 millones de niños trabajadores de entre cinco y 17 años. Sus datos son anteriores a 2008.
Marisela Medina Tapia, encargada del Programa de Adultos Mayores, Discapacidad y Menores Trabajadores de la CNDH, reconoce que la Comisión no cuenta con mayor información de la emitida en su boletín CGCP/066/11 del pasado 21 de marzo, en el que señalan la urgencia de abatir el trabajo de 3 millones 14 mil 800 niños. Dubitativa, agrega que la cifra surgió de un informe de 2007 y que probablemente fue “arreglada”.
Medina Tapia justifica las inconsistencias. Argumenta que es difícil consensuar la información entre dependencias; además, hay una cifra negra que no es posible cuantificar. “Cuando la autoridad llega a los campos, los mismos padres esconden a los niños”, arguye.
Trabajo infantil, en la ilegalidad
El artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; los artículos 22, 23, 173 a 180, 362, 372 y 995 de la Ley Federal del Trabajo; y la Ley para la Protección de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes prohíben el trabajo a menores de 14 años. “La realidad nos dice algo distinto”, señala Jennifer Haza Gutiérrez, coordinadora Ejecutiva de Melel Xojobal, organización chiapaneca de ayuda a los menores.
Miguel va en quinto año de primaria. En su salón de clase, 14 de sus 36 compañeros trabajan. Los niños de entre 10 y 11 años se emplean en negocios familiares o ayudan a sus papás en la albañilería, como Andrés o Luis. El primero gana 30 pesos como ayudante de albañil; el dinero se lo da a guardar a su mamá. Luis le pasa el material a su papá en la construcción; se levanta a las cinco de la mañana y recibe por su trabajo 50 pesos.
Inzua Canales y Jennifer Haza diferencian el trabajo que ayuda al desarrollo integral del niño de aquél que es una forma de explotación. A decir de los expertos, la explotación atenta contra la vida, la salud y la integridad física de los infantes.
Tal es el caso de los niños “diableros” en los mercados públicos que con apenas 10 años cargan hasta 300 kilogramos. “Se rompen la cadera, tienen lesiones y fracturas”, lamenta Inzua.
Según el informe Trabajo infantil en México 2009, disponible en la página electrónica de la STPS, los menores se emplean principalmente en el sector informal: agropecuario (893 mil 599 niños, niñas y adolescentes); comercio (803 mil 515); servicios (718 mil 588); industria manufacturera, extractiva, electricidad, agua y gas (391 mil 483); construcción (151 mil 787); y el resto no especificó su actividad (55 mil 828).
Este hecho y la falta de un marco legal que regule el trabajo de los menores de 14 años agravan sus condiciones laborales. “No hay órganos que supervisen el cumplimiento de la ley en materia laboral infantil; no les interesa. No es rentable remediar el problema”, puntualiza Inzua Canales.
Pobreza y deserción escolar
La mamá de Miguel no sabe leer ni escribir. “Nunca fui a la escuela”, dice la ama de casa y desempleada mujer en medio del cuarto de tabiques por el que paga 350 pesos al mes para vivir con Miguel y tres hijos más: Jonathan de 14 años, Carlos de siete y Ema de 10.
Jonathan, el mayor, dejó la secundaria en segundo año. Por las mañanas se dedica a trabajar en la carreta, y por las tardes sale a vender elotes y esquites en una bicicleta. El dinero del negocio familiar es para pagar la renta y comprar comida.
Datos de la Secretaría del Trabajo de 2009 revelan que de los 3 millones 14 mil 800 niños que trabajan, el 40 por ciento (1 millón 995 mil 744) no asiste a la escuela.
“El Estado tendría que garantizar condiciones mínimas en términos de derechos económicos, sociales y culturales para mejorar la calidad de vida de las familias”, explica Jennifer Haza.
El investigador y experto en trabajo infantil, Víctor Inzua, señala que el Estado, en primera instancia, y la familia, en segunda, son los responsables de que este fenómeno continúe.
“Mientras no les demos la oportunidad a nuestros niños de prepararse e ir a la escuela, van a seguir siempre en la desigualdad, en la discriminación, en la falta de oportunidades”, considera María Joann Novoa Mossberger, presidenta de la Comisión Especial para la Niñez de la Cámara de Diputados.
Fenómeno agudizado en provincia
De acuerdo con los resultados del último censo del Inegi, el índice de trabajo de infantes que tienen entre 12 y 14 años es mayor en Chiapas, Michoacán, Guerrero, Puebla, Colima, Oaxaca, Jalisco y Veracruz. Destacan Chiapas y Michoacán, donde siete de cada 100 niños trabajan.
Respecto de los niños y adolescentes de 15 a 19 años, el censo reporta que el fenómeno se acentúa en Jalisco, donde 33 de cada 100 trabajan. Le siguen Michoacán, Guanajuato, Colima, Puebla, Chiapas, Querétaro, Morelos y Quintana Roo.
Martha, de 10 años y quien cursa el quinto año de primaria, se levanta todos los días antes de las siete de la mañana. Ella, su papá y su hermano menor viajan media hora en bicicleta. Venden tacos de cabeza y consomé sobre el Eje 3, una avenida que divide Coacalco de Tultitlán.
“Limpio los platos, barro, cobro, sirvo el consomé; me dan lo de mi gasto: 5, 10, 15 pesos”. A veces, Martha le presta a su mamá para las tortillas. Tiene cuatro hermanos. Cuando se le pregunta si puede faltar al trabajo responde, con resignación: “Soy la única que no puede; a fuerza tengo que ir”.
Sólo la educación alejará a los niños de la explotación laboral: DIF
En México, 94 mil 795 niñas, niños y adolescentes trabajan en el sector urbano-marginal, señala Jazmín Mártir Alegría, subdirectora de Vinculación Interinstitucional del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).
“La cifra es únicamente de aquellos niños que trabajan en el sector informal de la economía y realizan actividades en calles, avenidas y parques; niños que no tienen una protección social y no se encuentran en edad permisible para trabajar. Los más de 3 millones a los que hace referencia el Módulo de trabajo infantil 2009 son de agricultura, pesca, prestación de servicios, minería…”
Aunque Mártir Alegría enfatiza la situación multifactorial de los más de 94 mil niños que trabajan, considera que la pobreza en la que viven y la creencia de los padres de que el trabajo es formativo son las razones que los obligan.
“Que el niño tenga acceso a la educación rompe el círculo de la pobreza que puede mantenerlo trabajando en el sector informal de la economía toda su vida.”
El Programa para la Protección y el Desarrollo Integral de la Infancia del DIF se ha desarrollado en los estados y municipios de todo el país. Busca reinsertar a los niños a la escuela, como pilar de desarrollo para ellos y su familia. “Se han obtenido buenos resultados. El 77 por ciento de los niños becados aprobaron el ciclo escolar 2009-2010 de manera satisfactoria, a pesar de las adversidades que puedan tener. Quisiéramos que no hubiera niños trabajando, por lo que se está haciendo un esfuerzo interinstitucional”.
La representante del DIF dice que hay una estrategia nacional entre las diferentes secretarías –de Desarrollo Social, del Trabajo y Previsión Social, de Educación Pública y de Salud– para abordar la problemática de los niños que laboran y sus familias.
Una torta de tamal, 25 pesos, 11 horas de trabajo…
Visto a través de la sombra que se desprende de su cuerpo canela, Alejandro parecería simplemente un niño. Cuando se le mira de frente, aun en la opacidad de la noche, la visión es distinta. Sus desgastadas ropas y su menudo cuerpo, indudablemente menor al de alguien de su edad, lo delatan: no trabaja por gusto, como él afirma.
Una sudadera gris con gorra, que un vecino le regaló y que Alejandro porta como un verdadero caparazón, se convierte en el principal obstáculo del encuentro. Por lo demás, el menor se limita a responder con frases cortas, interrumpidas por un constante resollar.
Alejandro, quien el 30 de abril cumplirá 11 años, es el mayor de cinco hermanos: Uriel, Ilse, Arturo y Julio. A pesar de que las leyes mexicanas prohíben que los niños menores de 14 años trabajen, Alejandro ha conseguido, al menos, dos empleos.
Hasta hace algunos días, ayudaba a una señora a poner y atender un puesto de verduras; además, a pelar chícharos, papas y cebollas. Antes trabajaba “con el señor que vende clarasol”.
Su jornada laboral iniciaba a las siete de la mañana y concluía casi 11 horas después. Con 25 pesos en el bolsillo y una torta de tamal en el estómago, Alejandro volvía a casa, un pequeño cuarto de lámina agujerada. Ahí compartía el dinero con sus hermanos; con lo suyo, se compraba cheetos, sus frituras preferidas.
A petición de su madre, quien consiguió que la emplearan para limpiar una casa y lavar ropa ajena, Alejandro ha dejado de trabajar; no así Uriel, su hermano de nueve años. “Él a fuerzas quiere ir, pero mi mamá le dice que ya no”.
A pesar de no saber leer ni escribir, Mariana, una mujer morena que desde hace 16 años reside en la ciudad de México –en San Bartolo, el pueblo michoacano en el que nació, “no hay trabajo”–, está consciente de los riesgos a los que se exponen sus pequeños trabajadores; también, de las malas condiciones en que laboran y la explotación que padecen.
Mientras su papá descarga costales de comida en la Central de Abastos, Uriel aprovecha su carisma para hacerse de dinero o para que alguien le invite el desayuno. De las cuatro de la mañana hasta el medio día, el pequeño negocia con los dueños de las grandes bodegas o con los compradores que requieren de un ayudante o cargador.
Un día –recuerda, orgullosa, su mamá– “mi Uriel me trajo la mitad de un pollo que le regalaron. Luego, fue a la tienda y me compró un refresco”.
Rentar un cuarto de 1 mil 200 pesos a unas cuadras de la Central de Abastos ha beneficiado a esta familia. Ahí está la escuela del albergue a la que, ocasionalmente, asisten Alejandro y Uriel; también, el desperdicio de comida que Mariana recolecta cuando el ingreso familiar es insuficiente.
La marca de un cuchillo en su ojo izquierdo y los huecos en su dentadura no son motivo para que Mariana cancele la boda con su verdugo, el padre de sus cinco hijos. Pronto, la familia retornará a Michoacán a festejar tan anhelado evento. Todo está listo; Alejandro, no.
Una mujer con residencia en Polanco quiere quedarse con él y brindarle educación. Alejandro ha dicho que sí. El pequeño está cansado de la miseria, pero, sobre todo, de la violencia que por varias generaciones ha acompañado a su familia. Un día, su padre lo golpeó hasta desmayarlo.
—Ya se cansó de su papá, porque cuando no quieren hacer algo, les pega, les da patadas como le pega a un caballo o a los perros –se resigna Mariana.
Niños jornaleros
El 12 de junio se celebra el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Los niños jornaleros indígenas son el sector más vulnerable, pues se enfrentan a distintas formas de discriminación, como la desvalorización de su lengua materna y su identidad racial.
“En el caso de los jornaleros agrícolas, se estima que debe haber entre 300 y 400 mil menores en las piscas, dada la habilidad del menor. Es ahí donde producen igual o más que el papá, por lo que la presión que éste ejerce sobre el niño aumenta con el fin de llenar más cubetas o botes de estos productos para ganar un poco más”, comenta Guillermo Enrique Tamborrel Suárez, presidente de la Comisión Atención a Grupos Vulnerables en el Senado de la República.