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“Entregarse a Jesús”… y el Estado ausente

Era muy común encontrar –a partir de la década de 1950 en determinadas colonias, sobre todo en la que nací, la Guerrero– en las ventanas de algunas casas un letrerito que decía: “Este hogar es católico. No aceptamos propaganda comunista o de otras religiones”. Junto a la frase había una estampa de la virgen María o de Jesucristo.

¿También modernizar al Estado laico?

Debe quedar muy claro que la reunión en la Plaza de San Pedro –y su monumental iglesia– de Enrique Peña Nieto con el nuevo papa Francisco (por Francisco de Asís, quien auténticamente se empobreció para luchar por los pobres) no fue con el jefe de la Ciudad del Estado del Vaticano, lo cual ha puesto en riesgo al Estado laico, cuyo fundamento es la separación del Estado y las iglesias, principalmente con la católica, que desde siempre y hasta hoy ha pretendido (y a veces logrado), quitarle al César lo que es del César y someterlo al imperio religioso. El laicismo así entendido y practicado se origina desde el siglo V, incluso por decisión del papa Gelasio I, quien postuló aquello de que las “dos espadas” no pueden ni deben empuñarse por una sola persona. Esta imagen inició, pues, la separación del Estado y la entonces naciente iglesia cristiana que se envolvió en el catolicismo hasta nuestros días.

Al maestro con cariño

La brutal represión ejercida por la militarizada Policía Federal en contra de los maestros de Guerrero, el 5 de abril pasado, no es más que otra expresión extrema de la proclividad de un Poder Ejecutivo que se siente iluminado, elegido para llevar a cabo misiones elevadas que considera unilateralmente como sus “razones de Estado” y utilizar los aparatos represivos para tratar de alcanzar sus fines; que por encima de la responsabilidad constitucional del político democrático, del estado de derecho, está dispuesto a emplear insensiblemente la fuerza del poder por encima de las necesidades y el bienestar de la población; que está inclinado a sofocar por medio de la violencia a los que no aceptan sumisamente alinearse a sus dictados y el orden que pretende remodelar, según su exclusiva perspectiva principesca; que antes de servirse de la razón, de analizar y valorar las heterogéneas posturas de la sociedad, de negociar, de alcanzar consensos, prefiere descalificar, intimidar, aislar, reprimir, encarcelar y derrotar, en el momento que considere oportuno, a los descontentos de sus medidas, sin darles la oportunidad a los afectados de defender sus intereses; éstos, impotentes, al carecer de los mecanismos jurídicos e institucionales que les permitan hacerse escuchar y resolver los conflictos pacíficamente, se ven obligados a recurrir legítimamente a cualquier método.

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