En las semanas recientes, la combinación de algunos lamentables sucesos y errores le han ganado a la presidencia de Felipe Calderón la condena de la mayor parte de los mexicanos.
Cuando aún no terminaban de editarse las imágenes del programa de la televisión norteamericana The Royal Tour, donde puede verse al mandatario mexicano reducirse a un simple guía de turistas –eso sí, con todo el poder y recursos del Estado-, los mexicanos nos sorprendimos con los hechos sucedidos afuera del estadio Territorio Santos Modelo, en Torreón, Coahuila, donde un partido de fútbol profesional tuvo que suspenderse debido a una balacera.
Los televidentes presenciaron en vivo el terror de jugadores, árbitros y miles de aficionados, quienes corrían a buscar refugio de las balas que se disparaban a unos metros de donde estaban.
Ese día, coincidentemente, el presidente Calderón celebraba su cumpleaños y todo México se quedó esperando por lo menos un mensaje por Twitter donde condenara los hechos y ofreciera al pueblo de Torreón el apoyo de su gobierno.
Sin embargo, el mandatario no “tuiteó” nada y quien salió al paso fue un subsecretario de Gobernación, quien dijo que los hechos se debieron a un ataque de grupos criminales a la policía municipal lagunera.
Obviamente, las redes sociales -esos entes que se han convertido en el mejor foro para la expresión ciudadana-, se inundaron de críticas contra Calderón, a quien reprocharon que estuviera lanzándose en tirolesa o buceando en un cenote maya mientras miles de personas morían en la guerra que inició contra el crimen organizado.
No faltó quien cuestionara la cantidad de aulas que pudieron haberse edificado con la cuenta de turbosina que se pagó para movilizar los dos helicópteros Puma de la Fuerza Aérea Mexicana que transportaron al presidente y el equipo de grabación del programa norteamericano.
Días después los delincuentes nos demostraron que no todo está dicho en las historias del horror que se van a escuchar en nuestro país. En Monterrey, un comando roció gasolina dentro del Casino Royale, una popular casa de juegos en la capital de Nuevo León, con un saldo de 52 personas muertas.
Lo indignante es que las víctimas son mujeres y personas de la tercera edad, que sólo buscaban un momento de esparcimiento y escape a la realidad tan sufrida que de por sí ya existe en Monterrey.
En esta ocasión la respuesta de la presidencia fue más inmediata y la condena no se hizo esperar. Calderón, acompañado por su gabinete de seguridad, decretó tres días de luto nacional y ofreció 30 millones de pesos para quien diera pistas que ayudaran a atrapar a los tripulantes de las dos camionetas y el Mini-Cooper que atacaron al centro de apuestas.
No faltaron quienes –como si quisieran levantar columna de humo para distraer la atención de los muertos–, le dieron más importancia al hecho de que éste y otros casinos en Monterrey operan sin permisos oficiales, gracias a los amparos otorgados por jueces federales.
Como si esta discusión fuera a devolverle la tranquilidad a la tercera ciudad más importante de México, los políticos, jueces y empresarios comenzaron a “aventarse la pelota” respecto a la responsabilidad de que este lugar estuviera operando.
Así pasaron los días, con la clase política encontrando la manera de evadir su responsabilidad de los hechos y los deudos de los fallecidos cuestionando porqué ya ni siquiera se puede acudir a un lugar público para intentar divertirse.
Sin embargo, no todo fueron yerros en la administración calderonista. En su mensaje ofrecido a la sociedad mexicana la mañana del 26 de agosto, el presidente de la República finalmente se atrevió a decir lo que ninguno de sus predecesores han señalado: Uno de los culpables de la guerra que vivimos es Estados Unidos de Norteamérica.
Con un discurso inédito para un presidente mexicano (ya no decir uno de extracción panista), Calderón precisó que parte de la tragedia que vivimos los mexicanos tiene que ver con el hecho de que estamos al lado del mayor consumidor de drogas del mundo y, a la vez, del mayor vendedor de armas en el mundo, que paga miles y miles de millones de dólares cada año a los criminales por proveerlos de estupefacientes.
Abrumado quizás por los miles de muertos que ha generado esta lucha que parece no tener fin, el mandatario mexicano “le puso el cascabel al gato” y le hizo un llamado a la sociedad, Congreso, y Gobierno de los Estados Unidos para que encuentren una solución para arrebatarles a las bandas criminales las exorbitantes rentas económicas que les genera el mercado negro de las drogas.
“Si están decididos y resignados a consumir drogas, busquen entonces alternativas de mercado que cancelen las estratosféricas ganancias de los criminales o establezcan puntos de acceso claros, distintos a la frontera con México. Pero esa situación ya no puede seguir igual”, dijo.
Y no paró ahí, también exigió que detengan lo que llamó la “criminal” venta de armas de alto poder y fusiles de asalto a los delincuentes que operan en México y que sólo obedece al lucro.
En su momento, esta parte del discurso presidencial no encontró demasiado eco en los mexicanos nacionales e internacionales, pero conforme pasen los días y el estupor de paso a la reflexión, seguramente muchas personas tendrán algo qué decir al respeto… y seguramente le darán la razón al presidente de la República quien, en el último tramo de su mandato, finalmente se comportó como un estadista.3