Lourdes Uranga, destacada integrante del FUZ, participó en el primer secuestro político del México contemporáneo. Luego de unos años como ama de casa, y con el permiso de su marido, regresó a la escuela a terminar su carrera. En cuatro años, la academia ya había pasado a segundo término: las clases de judo, karate y manejo de armas eran lo más importante. Se había enrolado a una guerrilla urbana. Fue aprehendida, torturada y expulsada del país. Al reflexionar sobre la situación del México actual, señala: “Se necesita un programa revolucionario más radical”
Julio Hirschfeld Almada nunca imaginó que sería secuestrado. Ante su sorpresa, llegó el eficaz ataque del Frente Urbano Zapatista (FUZ) que, con movimientos cronometrados, capturó en las Lomas de Chapultepec al director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares. Lourdes Uranga, quien años atrás era ama de casa con dos hijos, formó parte del comando que ese 21 de septiembre de 1971 realizó el primer secuestro político en México. ¿Qué llevó a esta mujer a entrenarse militarmente y realizar esa acción que le costó tortura, prisión y exilio?
Un nuevo presidente del Partido Revolucionario Institucional gobernaba el país: Luis Echeverría Álvarez. Para la organización a la que pertenecía Lourdes, él y su gobierno eran el enemigo. En el ánimo de la sociedad, estaba presente la contención militar al movimiento estudiantil del 2 de octubre de 1968 en Tlaltelolco.
Cuatro años antes, Lourdes anhelaba obtener su licenciatura en servicio social y pidió autorización a su esposo para estudiar de nuevo. Bajo la sentencia de que no le daría dinero, él le concedió el permiso, “siempre que en la casa no se sienta tu ausencia”. Eso significó que, diariamente, antes de que ella y sus compañeras formaran la plantilla de profesores y estudiaran en lo que entonces era el Instituto Mexicano de Protección a la Infancia, ya había atendido su labor doméstica y a sus hijos.
“El dinero no fue problema: mi escuela era pública, los camiones eran baratos entonces; leía libros de la biblioteca”, recuerda Lourdes, quien se fue formando académica e ideológicamente hasta que llegó la efervescencia del movimiento estudiantil de 1968. Entonces, los brigadistas retomaron las apremiantes demandas sociales y políticas de la sociedad mexicana. “Era una fiesta, no sólo en México, sino en el mundo”, recuerda esta mujer de baja estatura, quien agrega que aquél fue un hecho inédito en la vida nacional.
Un día después
Sin embargo, el 3 de octubre de ese año fue aciago para miles de familias mexicanas. Consternada porque había conocido los hechos de la víspera, Lourdes Uranga decidió acercarse a la Plaza de las Tres Culturas esa mañana. En ese tramo de la narración, ella calla, el silencio pesa sobre la habitación y éste es el único momento durante la evocación de su azarosa vida en que los ojos de esta mujer se cuajan de lágrimas.
Lourdes se sobrepone y continúa, no se pierde en el dolor y la voz vuelve. Describe los cientos de zapatos deshermanados que sus propietarios perdieron en su huida tras la anarquía que siguió a la irrupción militar en Tlaltelolco. También refiere la desolación que sintió tras encontrarse con el saldo de la mano dura del gobierno y la determinación que asumió para buscar una forma diferente que cambiara el estado de cosas imperante hasta entonces.
“Fue un acto colectivo, muchos lo compartieron. Fue una forma de concientización y al mismo tiempo fue la catarsis o terapia ante todos los problemas que había y de los que no se atisbaba alguna salida. No fue Lourdes la que toma la decisión heroica, ya había un fermento social en ese sentido, como el brigadismo, que en los barrios estaba a punto de pasar a la guerrilla y la gente estaba muy sensible a lo que ellos y los revolucionarios decían en ese momento”, expresa.
El relato de esta mujer, ahora profesora en la Universidad de Chapingo, continúa: “Lo único que recuerdo es que pensé que esa decisión ya no tenía marcha atrás. Que esa decisión iba a dirigir mi vida en adelante, no sólo la de tomar las armas, sino todo lo que conllevaba: pertenecer a la izquierda y plantearme incluso cómo iba a vivir ahora mi maternidad. En ese sentido fue difícil, pero sí pude con ello”.
Esa resolución la llevó a sumarse al FUZ, creado en 1969 y a entrenarse en guerrilla urbana durante casi dos años. Hizo un estricto acondicionamiento físico que implicaba larguísimas caminatas; tomó clases en judo y karate, así como de uso de armas. “Se podía pasar a la acción sin concluir el entrenamiento, pues nuestra agrupación no era tan rígida como otras: el aprendizaje incluía el saber conducir un coche, pues no concebíamos la guerrilla urbana sin eso o sin conocer la ciudad y saber escabullirte por ella; saberle los trucos a la ciudad”, relata.
Así, la mañana del 21 de septiembre de 1971, Lourdes usaba una peluca y vestía un suéter de angora y una falda, “para verme como la gente de Las Lomas, igual que Margarita Muñoz, mi compañera. Ambas esperamos en un auto que yo conducía. Cuando llegaron mis compañeros con Hirschfeld, lo subimos y transportamos al lugar en el que acordamos. Nos deshicimos de las pelucas y de todo rastro y nos dirigimos a un sitio seguro. Todo salió como habíamos planeado”.
Después le correspondió a ella contactar al hijo de Hirschfeld y acordar el sitio para la entrega del rescate. El 29 de septiembre, el funcionario fue liberado sano y salvo. “Yo sólo vi un montón de dinero –relata, sonriente–. El monto osciló entre 3 y 4 millones, aunque la policía siempre habló de 3 millones”. Por eso, deja la risa y enfatiza: “No tomamos un solo centavo; si faltó algo no fue por nosotros”.
La referencia a esa acción del FUZ se consigna en el informe del 31 de diciembre de 1971 que custodió el Archivo General de la Nación bajo el registro 71/922 bis. Ahí se indica que el primer secuestro político del México contemporáneo fue el de Julio Hirschfeld Almada, ocurrido en Las Lomas, el 27 de septiembre de 1971.
Por un azar, en “una cacería de brujas”, asegura Lourdes, ella y su grupo fueron detenidos en la ciudad de México. La policía política hizo un seguimiento a algunos miembros del FUZ y su hermano fue capturado ante su impotencia; luego “dieron con Paquita Calvo, otra compañera quien fue capturada; más tarde dieron con mi refugio, un lugar que nadie conocía, ni mi madre”.
Enseguida, todos fueron trasladados a un lugar “que no sé qué era, lo relaciono con El Vergel que estaba antes en Iztapalapa porque olía a caballo”. Enseguida vino la tortura a cargo de oficiales bajo el mando de Miguel Nassar Haro, extitular de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad y creador del grupo paramilitar Brigada Blanca.
Ella recuerda que hacía frío y por eso llevaba un pantalón café grueso. En la primera fase del interrogatorio, respondió que estaba embarazada para prevenir la tortura, pero fracasó, pues fue golpeada y obligada a escuchar los gritos de dolor de su hermano Francisco y de otros compañeros. “Éramos muchos, tal vez más de 50, y nadie sabía de mí”, apunta.
Como no respondía a sus preguntas, los agentes para intimidarla le decían que conocían el paradero de sus hijos. “Quisieron lastimar mi orgullo diciendo que yo no sabía nada porque era la gata de los demás. Me la pasé amarrada y botada, vendada y martirizada, independientemente de que hayan sido muchos o pocos los golpes y muchos o pocos días”, evoca.
Aunque Hirschfeld fue trasladado al lugar del interrogatorio de los miembros del FUZ para que identificara a sus captores: no reconoció a Lourdes, porque durante el plagio no la vio. “Pero mi declaración ya estaba arreglada. Después, salí de ahí y me dije: ¡caramba, qué hallazgo, qué fuerte soy! ¡Sobreviví!”
El 2 de febrero de 1972, fue conducida a la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla. En el traslado a Tlaxcoaque, los flanquearon cientos de militares con gran despliegue de fuerza. “Cuando nos presentaron a la prensa en Tlaxcoaque, pensamos que ya nos habíamos salvado porque en el centro clandestino de detención y tortura pudimos haber sido desaparecidos o liquidados”, recuerda.
Ya en prisión, las detenidas políticas lo compartían todo. “Discutíamos con las trotskistas y las maoístas, pero tomábamos eclécticamente algunas ideas. Ahora que volvemos a vernos no existen ya esas diferencias, nos vemos como mujeres revolucionarias y son mis compañeras de la vida”. Jovial, a sus 68 años, Lourdes reflexiona sobre su pasado: “Yo digo que no soy una exguerrillera, sino que estoy en stand by, aunque las condiciones de las armas son siempre adversas”.
El exilio
Ante la presión social, Luis Echeverría Álvarez determinó dos años después (en 1974) que los presos sobrevivientes del FUZ viajaran al exilio. Con otros, Lourdes y su hermano llegaron a La Habana; de ese momento ella recuerda: “Salí de México con optimismo y cierta alegría, pues de cierto modo se acaban ciertas contradicciones sobre los hijos y la familia; era la ruptura total”.
Alojada en el Hotel Nacional, participó con otros exiliados –como los famosos fugados de la prisión argentina de Rawson–, algunos bolivianos y otros más que radicaban en el Valle de Picadura, en foros de estudio y en la edición de la revista Debate Internacional. Sin embargo, esta mujer no encontró en Cuba el clima propicio para su desarrollo político por dos razones: “Yo estaba muy joven y no estaba dispuesta a ocupar mi rabia en la lucha cotidiana por cuidar el físico –alude al acoso sexual de los cubanos– y porque cuando visitaba la isla algún personaje político, como el ministro soviético Leonid Breznev, ella y sus compañeros eran recluidos varias veces en sitios apartados en Cuba”.
Insatisfecha con esas condiciones, logró trasladarse en mayo de 1976 a Turín, Italia, donde fue acogida por la organización Cristianos por el Socialismo, inclinada a la teología de la liberación. Esa etapa del exilio fue difícil, recuerda: “No era como el de Cuba donde teníamos todo, pese a las limitaciones que allá teníamos; pero después en Italia estuve rodeada de militantes feministas muy solidarias”.
Pese a esa fraternidad, Lourdes se ganó la vida lavando al día 300 platos –luego de servir la comida que seguía a las ponencias que organizaba esa agrupación– y cosiendo ropa para sus anfitriones. En un foro, Lourdes explicó su trabajo en el FUZ. “Alcancé a escuchar cómo una mujer que estaba al frente decía a otra que, pese a nuestra experiencia como guerrilleras mexicanas, obedecíamos a los hombres y que estábamos colonizadas”.
Esa expresión, muy dolorosa para ella en un principio, habría de identificarla más tarde con el feminismo europeo cuando reconoció que su lucha revolucionaria en México reprodujo el machismo local. Meses después, enferma por el frío de esa zona alpina, decidió salir de ahí, “aunque me explotara el capitalismo”, comenta sonriente.
Un asiduo conferencista y amigo la ayudó a conseguir un matrimonio de conveniencia para obtener la ciudadanía italiana y así obtener un trabajo asalariado como asistente sanitaria. Habían transcurrido dos años, cuando en 1979 recibió la noticia de su amnistía por el gobierno mexicano.
Lourdes retornó a sus hijos y a su país con el dominio de tres idiomas y más madura políticamente. Se presentó a un concurso abierto contra 34 postulantes en la Universidad de Chapingo y obtuvo el trabajo “sin favoritismos, sin cochupos, honorable y limpio”, del que ahora disfruta, donde monta obras de teatro –con la influencia de la novelesca italiana y europea que adquirió en el exilio.
Aquí y ahora
Del actual escenario político en México, Lourdes Uranga López admite que “es muy difícil, requiere de un programa revolucionario muy radical”. Rechaza la insistencia de algunos dirigentes para que no se considere a sus partidos como beligerantes o violentos. “Violenta nada más la policía, el Ejército y las organizaciones de derecha, que a veces son criminales, fascistas y nos endilgan adjetivos que no son”.
Esta mujer, que sobrevivió a dos ataques cerebrales, aboga por la ciudadanización de la política. Una expresión, señala, es la presión ciudadana por la defensa del petróleo, aunque insiste en que se debe ir “más a la izquierda, a formar núcleos ciudadanos fuertes, con programas propios de barrio, programas para la mujer y de alcance nacional. Tenemos derechos constitucionales; antes de que nos desbaraten lo poco que nos queda, el artículo 39 constitucional es muy claro, autoriza a la ciudadanía a decir: así no y así sí”.
De los movimientos armados actuales, Lourdes sentencia: “Lo que me causa pena y me da mucho dolor es que, en México, por reivindicaciones tan elementales tenga uno que tomar las armas. Porque ¿cuáles son las reivindicaciones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional? Casa, reparto agrario, trabajo, libertad y supongo que es lo mismo en todos los grupos. En un país verdaderamente democrático y revolucionario, nadie debería tomar las armas, sino ir a la agencia adonde el empleo esté disponible. No hay por qué sacrificar la vida; el problema es de un gobierno sin coherencia con las necesidades del pueblo y con los principios fundacionales de este país”.
*¿No te arrepientes?
*¡No! Mi vida es mía, la he construido como he podido. ¿Por qué me voy a arrepentir de mi propia arquitectura? He pagado y sigo pagando todavía.
Los que no han pagado
Lourdes Uranga decidió presentar una denuncia ante la hoy desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado (Femospp) por la tortura que sufrió a manos de los agentes bajo el mando de Miguel Nassar Haro. “Esa medida, pensó, debo tomarla porque es un tema que casi no se ha tratado: el castigo a los culpables de la represión de aquellos años y el luchar contra la impunidad. Me parece que es continuar con un proyecto revolucionario y porque no es posible olvidar”.
Señala que no teme a que le atribuyan de nuevo el delito que cometió. “De cualquier manera, por mi parte no hay problema: en primera, ya es cosa juzgada, yo ya recibí una amnistía, sufrí tortura, cárcel, exilio. A mí que no me vengan con que me van a abrir la página no sé cuántos porque yo sí que tengo todo pagado. Quien no ha pagado y ha cometido infinidad de crímenes es el Estado, sus testaferros y sicarios, que mataron a gente inocente sin juicio alguno y en ejecuciones extrajudiciales y desapariciones. Ésos son crímenes de lesa humanidad, y en otros países se ha avanzado porque han abierto periodos de lo que se llama justicia transicional, pero no en México.
“Mi denuncia es individual. Al desaparecer la Femospp, pasaron los archivos y sus pendientes a una subprocuraduría que trabaja silenciosamente en Insurgentes, sin el escándalo de los reflectores y sin tanto dinero, aunque creo que tampoco va a hacer justicia”.