Se cumplen en este octubre de 2017 cincuenta años del asesinado del Che en Bolivia. Ha corrido agua bajo el puente y hay cosas que han cambiado mucho y otras que, o no han cambiado nada, o apenas lo han hecho.
Que se conmemore oficialmente la fecha con un acto multitudinario en Bolivia muestra lo mucho que se ha cambiado. Que sea el presidente de la República quien tenga a su cargo las palabras centrales era impensable en aquellos lejanos años de la década del 60, plagados de dictaduras, en los que la Revolución Cubana brillaba como una estrella solitaria en el negro firmamento de la noche latinoamericana.
En estos 50 años, el Che se ha convertido en un mito mundial, en un referente de la necesidad de cambios revolucionarios en el mundo. No hay necesidad que las ideas de revolución a las que remite el mito no sean iguales a las que él planteaba y por las que luchaba. El contenido concreto de la idea de revolución cambia con el tiempo y las necesidades humanas. Hoy, cuando la supervivencia de la especie está en riesgo por la acción humana sobre el medio ambiente, por ejemplo, quienes adscriben al mito del Che piensan en la necesidad de un cambio radical en el modo de vida que nos ha llevado hasta el borde del abismo.
No hay necesidad, ni siquiera, de ser radicalmente anticapitalista como él lo era –que, como buen marxista, abogaba por ir a la raíz de las cosas-. El mito a lo que orienta es la necesidad del cambio; a la rebeldía contra el status quo al que no le importan las consecuencias de sus acciones con tal de obtener ganancia personal; contra la falta de visión social, solidaria, comprometida.
En este sentido, el mito ha sobrepasado al Che hombre, al Che real. Lo ha elevado sobre sí mismo y lo ha encarnado en las infinitas posibilidades de las necesidades humanas. Seguramente lo ha llevado más allá de lo que el mismo Che, enmarcado en un momento determinado de la historia, podía haber imaginado.
Todo esto también es nuevo, aunque hubiera empezado a perfilarse ya cuando el Che vivía. Es lo que el Che ya no vio, lo que él tal vez no pensó, a lo que en su modestia de revolucionario íntegro nunca aspiró.
Eso y muchas otras cosas han cambiado desde su asesinato. Otras no han cambiado nada. No han cambiado las necesidades urgentes de las grandes masas latinoamericanas que siguen sumidas en la pobreza. No ha cambiado la prepotencia del imperialismo cada vez más descarnada y soez. No ha cambiado esa necesidad de unión de nosotros, los latinoamericanos, por las que tantas veces clamó.
No ha cambiado tampoco esa inquina constante de quienes no quieren a la Revolución Cubana y siguen buscando las diferencias entre Fidel y el Che; los que siguen buscando las disidencias, las marginaciones del Che del proceso cubano. Los que siguen especulando sobre traiciones y celos. Esos son los mismos de siempre, repitiendo como loritos las mismas ideas cien veces resobadas.
Dos gigantes el Che y Fidel. Ambos, junto al pueblo cubano, marcaron nuestro tiempo; nos marcaron a todos. No hay quien no los conozca, no los nombre, no se refiera a ellos en una dirección u otra. Dos seres humanos entregados, ambos, a la causa de la revolución hasta el último día de su vida. Son los mitos que ayudan a construir nuestras utopías del presente. Vienen desde atrás iluminando y perfilando el horizonte. Dos hombres del siglo XX iluminando el siglo XXI.
Rafael Cuevas Molina*/Prensa Latina
*Historiador, novelista, presidente de la Asociación para la Unidad de Nuestra América en Costa Rica.
Contralínea 562 / del 23 al 29 de Octubre de 2017