Quisiera el Partido Revolucionario Institucional (PRI) deshacer los agravios que en el sexenio de Enrique Peña Nieto nos han propinado. Quisiera el PRI que bastara la palabrería de José Antonio Meade Kuribreña, el “no corrupto”, el “no priísta”, ese deslucido candidato que no sabe lo que es la justicia, y menos aplicada a los desposeídos; los más damnificados de las políticas priístas y del Partido Acción Nacional (PAN). Quisiera el PRI que la gente se olvidara de lo que los llevó en el año 2000 a “romper” la perpetuidad que el tricolor parecía tener en la Presidencia. Quisiera el PRI que se olvidara el hartazgo hacia el revolucionario institucional que llevó a parte de la sociedad a respaldar en 2006 el fraude a favor de Felipe Calderón. Quisieran los tricolores que el electorado olvidara que en 2012, con dádiva o sin ella, los regresó al gobierno federal, sólo para sufrir más agravios que los recibidos antes de que Vicente Fox fuera presidente. Quisiera el PRI que nos olvidáramos de que ese fue un error más trágico que el “haiga sido como haiga sido” que la sociedad le aceptó a Calderón.
Digo “quisiera”, porque la mayoría de los mexicanos no va a olvidar los agravios que el PRI nos ha infligido; y la lista de canalladas es amplia, así como la de aquellos perpetradores priístas que las han cometido. La encabeza el “honorable” presidente Enrique Peña Nieto con la insultante pero blanquísima casa de Las Lomas, turbio asunto del que lo exoneró su amigo Virgilio Andrade, el mismo que está involucrado en el fraude que en el Banco de Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi) se cometió contra los damnificados de los sismos del año pasado. Y le siguen muchos exgobernadores priístas, relacionados con desfalcos, desvíos y estafas, entre otros actos de corrupción, todos millonarios. Investigados y/o sujetos a procesos judiciales y algunos de ellos encarcelados, los más conocidos son: Fidel Herrera y Javier Duarte (Veracruz), Roberto Borge (Quintana Roo), César Duarte (Chihuahua), Jorge Herrera (Durango), Miguel A Reyes (Zacatecas), Rodrigo Medina (Nuevo León), Rubén Moreira y Humberto Moreira (Coahuila), Andrés Granier (Tabasco), Arturo Montiel (Estado de México), Tomás Yarrington, Eugenio Hernández y Egidio Torre (Tamaulipas), José Murat y Ulises Ruiz (Oaxaca), entre otros. Y no he mencionado a los servidores públicos priístas acusados de corrupción, baste mencionar a Rosario Robles quien dirigió la Secretaría de Desarrollo Social y fue vinculada con la Estafa Maestra y a Cuauhtémoc Gutiérrez, exlíder del PRI en la Ciudad de México, acusado de manejar una red de prostitución.
Los anteriores son quienes representan al viejo y al nuevo PRI, quienes significan lo que es el priísmo y lo arraigada que en ese partido está la corrupción y la impunidad, pues ellos cometen los crímenes y ellos se perdonan. Algunos son acusados y enjuiciados cuando a los priístas en el gobierno les conviene, ahí está la maestra Elba Esther Gordillo, encarcelada como venganza por haber apoyado al PAN en 2006 y para darle popularidad al gobierno de Peña Nieto. Gordillo fue sacada de la cárcel y llevada a resguardo domiciliario a su residencia en Polanco. Tal vez en un intento de que ella pueda influir entre los caciques magisteriales para que sigan apoyando al PRI, ante el impulso y la simpatía que en este sector tiene Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que parece serán invencibles en las elecciones del próximo julio. Aunque también puede ser que la hayan liberado para intentar enlodar a López Obrador, debido a la preferencia magisterial que ha ganado.
La lista de los priístas que encabezan la corrupción y la impunidad sólo es la punta del iceberg que se va a profundidades insospechadas, mismas a las que se ha propuesto llegar José Antonio Meade, para encontrar corruptos y castigarlos e incautarles los bienes mal habidos. Es una buena propuesta de campaña. Tan buena que todos los candidatos la hacen, de hecho es una de las principales propuestas de López Obrador; es el intento del PRI de enarbolar la bandera que el tabasqueño ha esgrimido por años. Sólo que hay un pequeño problema para el candidato priísta Meade Kuribreña y es que para cumplir su promesa tendría que lanzarse contra muchos, sino es que todos, de los que lo han impulsado para ser presidenciable, empezando por su jefe Peña Nieto; y para que fuera creíble su gesta anticorrupción tendría que ordenar y llevar a cabo una investigación exhaustiva a los últimos titulares de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), incluido él, al menos por no haber detectado durante sus dos gestiones algún pequeño desvío, algún faltante, cualquier cosa rara o atípica en la administración de los bienes económicos de la nación. Esa reciclada propuesta anti-corrupción significaría, de ser cierta, que Meade debería bucear en las profundas aguas negras de la corrupción priísta, algo que no va a hacer, pero es en su alicaída campaña una más de las esperanzadoras estrategias de los priístas para posicionarlo en las encuestas; en las que sigue en un lejano tercer lugar del puntero López Obrador y bastante distanciado del segundo lugar que ocupa Ricardo Anaya, quien parece haber olvidado que apoyó férreamente con el PRI todo lo que hoy critica, desde las reformas estructurales hasta los gasolinazos; panista al que en plena contienda electoral le han destapado algunas triangulaciones de dinero millonarias.
La encrucijada electoral de 2018 no es de Meade, es del PRI, pues aunque lo escogieron por supuestamente no representarlos a ellos, al viejo, al nuevo y al rancio PRI de siempre, resulta que el “impoluto” ciudadano Meade ha estado donde se ha practicado la mayor corrupción del país, junto a todos aquellos que la han ejercido y que nos han robado a los mexicanos, e inexplicablemente Meade no ha sabido nada o no ha denunciado nada, lo que pone de relevancia dos cosas: ineptitud o complicidad. Y eso no es problema de Meade, pues lo que no haya visto o haya omitido en su paso por la SHCP y otras dependencias como la Secretaría de Desarrollo Social –famosa ya por otros fraudes–, sólo se volvió un asunto de escrutinio público, cuando esos priístas lo pusieron en la carrera presidencial. Pero como dice el dicho: dime con quién andas y te diré quién eres.
Roberto E Galindo*
*Maestro en apreciación y creación literaria, M. en C., literato, arqueólogo, diseñador gráfico. Cursa el doctorado de novela en Casa Lamm. Miembro del taller literario La Serpiente.
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