Según las definiciones, las guerras civiles son enfrentamientos armados entre dos o más ejes políticos contrarios; sin embargo, este concepto comenzó a sufrir alteraciones a raíz del uso de la guerra civil como instrumento de agresión de terceros implicados. En los antecedentes clásicos se mantenía el perfil de enfrentamiento interno entre dos bandos en un país, aunque siempre aparecía la sombra de una o varias potencias extranjeras.
La versión moderna se acoge al modo de fomentar desde el exterior de nuestros países conflictos potenciales, direccionándolos a la agresión armada de grupos terroristas o segmentos de fuerzas armadas en la pretensión de desmantelar estados, gobiernos o tendencias opuestas a los designios imperialistas, para crear protectorados con estados fantoches.
De tal suerte que la fórmula de guerra civil hoy día es un asunto de geopolítica imperial. Esta es una política particularmente emprendida por el imperialismo europeo y en especial del hegemón yanqui para avanzar ofensivas que encubran su asedio general e intervención militar contra nuestros pueblos, en su doctrina de guerras de cuarta generación por los recursos y el corrimiento a la ultraderecha de los estados. Se trata de intervenciones con el refuerzo instrumentado de guerra civil.
En Venezuela primero se creó artificialmente un malestar económico y social a fin de que la derecha hiciera sostenible su viejo embuste del “ya viene la ayuda”. Porque el hecho es que las transnacionales, la burguesía, sus políticos y adeptos hacía tiempo hablaban de situaciones inexistentes (¡masacres!, ¡ésta situación!, “nos tienen pasando hambre”, “no podemos llevar los hijos a Mc Donald”) porque ese era su modo tradicional de operar, así que también con esta finalidad sus amos yanquis se empeñaron en fomentar una regresión económica que, entre otras cosas, hiciese creíble y sostenible el viejo modo de pensar burgués duramente vapuleado por las batallas políticas, sociales y culturales del pueblo chavista en su visibilización histórica.
Por otro lado, ¿cómo puede venir una ayuda imperialista de un agresor que ha quebrantado una economía nacional?, ¿qué ayuda es esa que te promete 20 millones de dólares cuando te saqueó más de 20 mil millones? ¿Humanitaria? ¿Y por eso amenazan con la intervención y aplauden la guerra civil? Para luego hablar de liquidar poblaciones o pretender llevar a Guantánamo al chavismo, una cárcel ilegal del imperialismo, centro comprobado de violación de derechos humanos, un territorio ocupado y arrebatado al pueblo cubano.
Es sólo un cuento malo, una cuestión de empoderamiento de posiciones pitiyanquis, maniobras políticas, chantajes para la rendición y, ciertamente, amenaza seria de pasar al terreno si no se les entrega lo que los yanquis creen es de su propiedad exclusiva, la llave energética y el referente político de lucha de la patria grande.
Como se sabe, las guerras modernas han cambiado de fisonomía, atravesamos momentos de tensión global. En estos momentos ocurren guerras de distinto plano, una guerra por la hegemonía global que acusa procesos industriales, económicos, diplomáticos, de carrera armamentística, reediciones de bolsillo de la guerra fría, y de enfrentamientos calientes en escalas “controladas” entre las distintas potencias.
Una gran guerra psicológica se despliega contra nuestros pueblos en la cobertura de tentativa de guerra civil e intervención. Esta guerra atiende cada frente por donde la conciencia tenga posibilidades de avanzar, a lo que los imperialistas yanquis reconocen como “conquista de las mentes” o guerra de quinta generación. Dicha batalla se centra no sólo en dividir, sino en adherir a las posiciones del capitalismo y anular nuestras capacidades de acción. Lo que se busca es colocar nuevas palancas del colonialismo en el plano del adoctrinamiento para rehacer el pensamiento popular a las voluntades del imperialismo.
Estas guerras se sostienen asimilando a las clases burguesas y clases medias acomodadas, para inmediatamente canalizar sus esfuerzos al control mental de los pueblos en la anulación de toda resistencia de criterio, la obtención de obediencia por terror o coacción dentro de relaciones de dominación y la acción opuesta a sus intereses. Para aceptar entonces toda la carga de la necropolítica demencial imperialista y mediática sin parar en consecuencias, practicando por otros medios y a gran escala el experimento de 1963 con electroshock de Milgram para la obediencia a la autoridad imperial.
Es la ideología burguesa en acción por la urgente necesidad del capital de corroer y corromper toda conciencia posible. Los desastres del neoliberalismo son aberrantes de acuerdo con la razón de los pueblos, aunque ahora ésta resulta que la razón de los pueblos es considerada una patología digna de atender “humanitariamente a fuerzas” con la intención de hacer buenos ciudadanos serviles.
La voz del imperialismo consiste en callar a los pueblos, todo cuanto dicen Trump y comparsa es un discurso de supresión de los otros. Cada una de sus palabras están cargadas de odio y agresión a los pueblos, sea cual sea el país a que se dirija, en su arrogancia suelta sus malas vibras azuzando a guerras civiles y confrontaciones de todo tipo para hacerse con territorios, recursos, estados y mercados. De acuerdo con la norma popular, siempre hay que dudar de sus palabras o de sus gobiernos satélites. La confrontación históricamente necesaria es contra el capitalismo e imperialismo.
Los imperialistas buscan comprar adeptos, y seguro seguirán consiguiéndolos, nunca faltan los traidores a los pueblos, sean cuales sean sus motivos. Más la resistencia de un pueblo dispuesto a defenderse va con todo, desde estos terrenos de conciencia hasta la máxima extensión de su capacidad de acción y su voluntad de poder popular frente al compromiso ante esta amenaza. Los pueblos del mundo serán afectados de una u otra forma porque el imperialismo intenta reescribir en Venezuela un nuevo código de política internacional injerencista.
Felipe Cuevas Méndez/Telesur
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