La coalición de países del BRICS se dispone a oponerse pacíficamente, o incluso militarmente si es necesario, al dominio de Estados Unidos y las metrópolis europeas. Por primera vez un grupo de países hará frente a un poder de varios siglos
Pepe Escobar/Red Voltaire
Goldman Sachs inventó –por medio del economista Jim O’Neill– el concepto de un ascendente nuevo bloque en el planeta: el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Suráfrica).
Goldman espera ahora que los países del BRICS representen casi un 40 por ciento del producto interno bruto (PIB) global en 2050, y que incluyan a cuatro de las cinco principales economías del mundo.
Dentro de poco es posible que haya que expandir esa sigla para incluir a Turquía, Indonesia, Corea del Sur y, sí, Irán nuclear. A pesar de sus bien conocidos problemas como nación bajo bloqueo económico, Irán también avanza como parte de los N-11, otro concepto embriagador: simboliza las próximas 11 economías emergentes.
La pregunta multibillonaria global sigue siendo: ¿es la emergencia de los BRICS una señal de que hemos entrado verdaderamente a un nuevo mundo multipolar?
El sagaz historiador de Yale, Paul Kennedy (famoso por la expresión “sobreestrés imperial”) está convencido de que estamos a punto de cruzar o de que ya hemos cruzado un “punto clave histórico” que nos lleva lejos, más allá del mundo unipolar posguerra fría de “la única superpotencia”.
Existen –argumenta Kennedy– cuatro razones principales para eso: la lenta erosión del dólar estadunidense (antes representaba un 85 por ciento de las reservas globales, ahora representa menos de un 60 por ciento), la “parálisis del proyecto europeo”, el ascenso de Asia (el fin de 500 años de hegemonía occidental) y la decrepitud de la Organización de las Naciones Unidas.
El Grupo de los Ocho (G8) es cada vez más irrelevante. El G20, que incluye al BRICS, podría ser lo que se necesita. Pero hay mucho que hacer para cruzar ese punto clave en lugar de ser simplemente arrastrado de grado o por fuerza: la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y sobre todo la reforma del sistema de Bretton Woods, especialmente esas dos instituciones cruciales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Por otra parte, puede que éste sea, de grado o por fuerza, el rumbo del mundo. Después de todo, como celebridades emergentes, el BRICS tiene una tonelada de problemas. Es verdad, en sólo siete años Brasil ha agregado 40 millones de personas como consumidores de clase media; en 2016, habrá invertido otros 900 mil millones de dólares –más de un tercio de su PIB– en energía e infraestructura, y no está tan expuesto como algunos miembros del BRICS a los imponderables del comercio mundial, ya que sus exportaciones representan sólo un 11 por ciento del PIB, incluso menos que Estados Unidos.
A pesar de todo, el problema clave sigue siendo el mismo: falta de buena administración por no mencionar un cenagal de corrupción. La descarada nueva clase adinerada resulta que no es menos corrupta que las antiguas y arrogantes elites compradoras que solían dirigir aquel país.
En India, la alternativa parece estar entre un caos manejable y otro inmanejable. La corrupción de la elite política del país podría enorgullecer a Shiva. El abuso del poder estatal, el control nepotista de contratos relacionados con la infraestructura, el saqueo de recursos minerales, los escándalos con la propiedad de bienes raíces. Lo tiene todo, incluso si India no es un Pakistán hindú. En todo caso, no todavía. Desde 1991, la palabra “reforma” en India ha significado sólo una cosa: comercio desenfrenado y sacar al Estado de la economía. No es sorprendente, por lo tanto, que no se haga nada por reformar las instituciones públicas, que son un escándalo por sí solas. ¿Administración pública eficiente? Más vale olvidarlo. En resumen, India es una dínamo económica caótica y, sin embargo, en cierto sentido, no es ni siquiera una potencia emergente, y ni hablar de una superpotencia.
Rusia, también, trata de hallar la mezcla mágica, incluida una política estatal competente para explotar los abundantes recursos naturales del país, su extraordinario espacio e impresionante talento social. Tiene que modernizarse rápido ya que, fuera de Moscú y San Petersburgo, sigue prevaleciendo un relativo atraso social. Sus dirigentes siguen intranquilos ante la vecina China (conscientes de que cualquier alianza dejaría a Rusia como un evidente socio menor). No confían en Washington, están inquietos por la despoblación de sus territorios orientales, y preocupados por la alienación cultural y religiosa de su población musulmana.
Y luego Vladimir Putin vuelve como presidente con su fórmula mágica para la modernización: una cooperación estratégica alemana-rusa que beneficiará a la elite del poder y a la oligarquía empresarial, pero no necesariamente a la mayoría de los rusos.
Muerte de Bretton Woods
El sistema de Bretton Woods, posterior a la Segunda Guerra Mundial, está ahora legítimamente muerto, es totalmente ilegítimo, ¿pero qué planea BRICS al respecto?
En su cumbre en Nueva Delhi a fines de marzo presionaron por la creación de un banco de desarrollo del BRICS que pueda invertir en infraestructura y suministrarles crédito de respaldo para cualquier crisis financiera que se encuentren por el camino. El BRICS sabe perfectamente que Washington y la Unión Europea jamás renunciarán al control del FMI y del Banco Mundial. No obstante, el comercio entre esos países llegará a la impresionante cantidad de 500 mil millones de dólares en 2015, sobre todo en sus propias monedas.
Sin embargo, la cohesión del BRICS, en la medida en que exista, se concentra en frustraciones compartidas con la especulación financiera al estilo de los amos del universo que casi precipitó la economía global por un despeñadero en 2008. Es verdad, la gente del BRICS también muestra una notable convergencia de política y opinión cuando se trata del acosado Irán, un Oriente Medio de la Primavera Árabe y el Norte de África. A pesar de todo, el problema que enfrentan por el momento es el siguiente: no tienen una alternativa ideológica o institucional al neoliberalismo y al dominio de la finanza global.
Como ha señalado Vijay Prashad, el Norte global ha hecho todo lo posible por impedir toda discusión seria de cómo reformar el casino financiero mundial. No es sorprendente que el jefe del grupo G77 de naciones en desarrollo (ahora G132 en los hechos), el embajador tailandés Pisnau Chanvitan, haya advertido contra la “conducta que indica el deseo de un nuevo amanecer de otro neocolonialismo”.
Mientras tanto, las cosas se desarrollan, en todo caso, desordenadamente. China, por ejemplo, sigue promoviendo informalmente el yuan como moneda globalizadora, si no global. Ya está comerciando en yuan con Rusia y Australia, para no mencionar toda Latinoamérica y Oriente Medio. El BRICS apuesta cada vez más por el yuan como su alternativa monetaria a un desvalorizado dólar estadunidense.
Japón utiliza tanto el yen como el yuan en su comercio bilateral con su inmenso vecino asiático. En realidad ya se está formando una zona de libre comercio asiática no reconocida, en la que participan China, Japón y Corea del Sur.
El futuro, aun si incluye un panorama brillante del BRICS, indudablemente será muy complicado. Casi todo es posible (rayando en probable) desde otra gran recesión en Estados Unidos hasta un estancamiento europeo o incluso el colapso de la Eurozona, una ralentización en los países del BRICS, una tempestad en los mercados de divisas, el colapso de instituciones financieras, y un crash global.
Y hablando de complicaciones, quién podría olvidar lo que dijo Dick Cheney en el Instituto del Petróleo en Londres en 1999, cuando todavía era director ejecutivo de Halliburton: “Oriente Medio, con dos tercios del petróleo del mundo y el menor coste, es donde se encuentra en última instancia la recompensa”. No es sorprendente que, cuando llegó al poder en 2001, su asunto de primer orden fuera “liberar” el petróleo de Irak. Evidentemente, ¿quién no recuerda cómo terminó el asunto?
Ahora (otro gobierno pero en la misma línea) tiene lugar un embargo del petróleo junto con una guerra económica contra Irán. Los dirigentes de Pekín ven todo el sicodrama iraní de Washington como un complot de cambio de régimen, lisa y llanamente, que no tiene nada que ver con armas nucleares.
Una vez más, el ganador hasta ahora en el embrollo iraní es China. Con el sistema bancario de Irán en crisis y el embargo de Estados Unidos causando estragos en la economía de ese país, Pekín puede esencialmente dictar sus condiciones para la compra de petróleo iraní.
Los chinos están expandiendo la flota de buques tanque petroleros de Irán, un acuerdo con un valor de más de 1 mil millones de dólares, y ese otro gigante del BRICS, India, compra ahora más petróleo iraní que China. Sin embargo, Washington no aplicará sus sanciones al BRICS porque estos días, desde el punto de vista económico, Estados Unidos los necesita más de lo que ellos necesitan a Estados Unidos.
El mundo a través de ojos chinos
Este contexto obliga a observar al dragón en el asunto: China. ¿Cuál es la máxima obsesión china? Estabilidad.
La habitual autodescripción del sistema de ese país como “socialismo con características chinas” es, claro está, tan mítica como una Gorgona. En realidad, hay que pensar en un liberalismo de la línea dura con características chinas, dirigido por hombres que tienen la firme intención de salvar el capitalismo global.
Por el momento, China está de lleno en medio de un cambio tectónico, estructural, de un modelo de exportación-inversión a un modelo dirigido por los servicios y el consumo. En términos de su explosivo crecimiento económico, las últimas décadas han sido casi inimaginables para la mayoría de los chinos (y el resto del mundo), pero según el diario Financial Times también han llevado al 1 por ciento más rico del país a controlar entre el 40 y 60 por ciento de toda la riqueza. ¿Cómo encontrar un camino para superar un daño colateral tan impresionante? ¿Cómo hacer que un sistema con tan tremendos problemas internos funcione para 1 mil 300 millones de personas?
Es la hora de la “manía de la estabilidad”. En 2007, el primer ministro Wen Jiabao advirtió que la economía china devendría inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible).
En la actualidad los dirigentes, incluido el próximo primer ministro Li Leqiang, han dado un nervioso paso adelante, purgando “inestable” del léxico del Partido. Para todos los propósitos prácticos, ya ha llegado la próxima fase del desarrollo del país. Será interesante observarlo en el futuro.
¿Cómo conducirán a China más allá de las “cuatro modernizaciones” los principitos, nominalmente “comunistas”, los hijos e hijas de altos dirigentes del Partido Revolucionario, todos inmensamente ricos gracias, en parte, a sus cómodos arreglos con corporaciones occidentales, más los sobornos, las alianzas con gángsteres, todas esas “concesiones” al mejor postor y toda la oligarquía de compinches ligada a Occidente? Especialmente con toda esa fabulosa riqueza para saquear.
El gobierno de Barack Obama, expresando su propia ansiedad, ha reaccionado ante la evidente aparición de China como potencia con la que hay que contar a través de un “pivote estratégico” de sus desastrosas guerras en Oriente Medio y Asia. Al Pentágono le gusta llamarlo “reajuste” (aunque las cosas están lejos de estar reajustadas o terminadas para Estados Unidos en el Oriente Medio).
Antes del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Bush se había concentrado en China como su futuro enemigo global número uno. Los hechos de ese día lo reorientaron a lo que el Pentágono llamó “el arco de inestabilidad”, las principales zonas petroleras del planeta desde Oriente Medio hasta Asia Central. En vista de la distracción de Washington, Pekín calculó que podría gozar de una ventaja de unas dos décadas en la cual la presión habría desaparecido en gran parte. En esos años podría concentrarse en una versión precipitada de desarrollo interior, mientras Estados Unidos desperdiciaba montañas de dinero en su insensata “guerra global contra el terror”.
Diez años después, esa ventaja se borró de un golpe ya que desde India, Australia y Filipinas hasta Corea del Sur y Japón, Estados Unidos declara que ha vuelto al negocio de la hegemonía en Asia. Cualquier duda de que ése era el nuevo camino estadunidense fue disipada en noviembre de 2011 por el manifiesto de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en la revista Foreign Policy, titulado de un modo no demasiado sutil: “El siglo del Pacífico de Estados Unidos”.
El mantra estadunidense es siempre el mismo: “seguridad de Estados Unidos”, cuya definición es cualquier cosa que pase en el planeta. Sea en el Golfo Pérsico rico en petróleo donde Washington “ayuda” a sus aliados Israel y Arabia Saudita porque se sienten amenazados por Irán, o Asia, donde una ayuda semejante se ofrece a un grupo creciente de países de los que se dice se sienten amenazados por China, y que siempre es en nombre de la seguridad de Estados Unidos. En ambos casos, en casi cualquier caso, es lo que supera todo lo demás.
Como resultado, si hay una muralla de desconfianza de 33 años entre Estados Unidos e Irán, hay una nueva, creciente, gran muralla de desconfianza entre Estados Unidos y China. Recientemente, Wang Jisi, decano de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Pekín y un importante analista estratégico chino, presentaron la perspectiva de los dirigentes de Pekín sobre ese “Siglo del Pacífico” en un ensayo influyente del que fue coautor.
China, escribe con su coautor, espera ser tratada actualmente como potencia de primera clase. Después de todo “superó exitosamente […] la crisis financiera global de 1997-1998” causada, desde el punto de vista de Pekín, por “profundas deficiencias en la economía y política de Estados Unidos. China ha sobrepasado a Japón, la segunda economía del mundo, y también parece ser número dos en la política mundial […]. Los dirigentes chinos no acreditan esos éxitos a Estados Unidos o al orden mundial dirigido por Estados Unidos”.
Esa última nación, agrega Wang, “es vista generalmente por China como una potencia decadente a largo plazo […]. Ahora es cuestión de cuántos años, en vez de cuántas décadas, tardará antes que China reemplace a Estados Unidos como la mayor economía del mundo […], parte de una nueva estructura emergente” (Pensad en el BRICS).
En resumen (y a diferencia de lo que ocurre con Estados Unidos), Wang y su coautor evalúan, como los chinos influyentes, que el modelo de desarrollo de su país provee “una alternativa a la democracia occidental y experiencias para que aprendan de ellas otros países en desarrollo, mientras que muchos países en desarrollo que han introducido valores y sistemas políticos occidentales padecen desorden y caos”.
En resumidas cuentas se tiene una visión china de un mundo en el cual Estados Unidos, aunque pierde efectividad, sigue sediento de hegemonía global y sigue siendo suficientemente poderoso para bloquear a las potencias emergentes – entre éstas se encuentran tanto China como los otros BRICS– de su destino en el siglo XXI.
El sueño húmedo del doctor Zbig
Ahora bien, ¿cómo ve el mundo la elite política estadunidense? Prácticamente nadie está mejor cualificado para tratar el tema que el exconsejero nacional de seguridad, promotor del oleoducto BTC, y brevemente consejero fantasma de Barack Obama, el doctor Zbigniew (Zbig) Brzezinski. Y no duda en hacerlo en su último de libro Strategic vision: America and the crisis of global power (cuyo título traducido al español es Visión estratégica: Estados Unidos y la crisis del poder global).
Si los chinos tienen sus ojos estratégicos fijos en el BRICS, el doctor Zbig sigue aferrado al viejo mundo, nuevamente configurado. Ahora argumenta que Estados Unidos, para mantener alguna forma de hegemonía global, debe apostar a un “Occidente expandido”. Eso significaría fortalecer a los europeos (especialmente en términos energéticos), mientras acoge a Turquía, que imagina como un modelo de nuevas democracias árabes, e involucra a Rusia, en términos políticos y económicos, de una “manera estratégicamente sobria y prudente”.
Turquía, a propósito, no es un modelo semejante porque para el futuro previsible, a pesar de la Primavera Árabe, no existen nuevas democracias árabes. A pesar de todo, Zbig cree que Turquía puede ayudar a Europa, y por lo tanto a Estados Unidos, de maneras mucho más prácticas, a resolver ciertos problemas energéticos globales facilitando su “acceso sin impedimentos al petróleo y el gas de Asia central a través del Mar Caspio”.
En las actuales circunstancias, sin embargo, esto también sigue siendo una especie de fantasía. Después de todo, Turquía sólo puede convertirse en un país de tránsito crucial en el gran juego energético que se disputa en el tablero de ajedrez eurasiático que he llamado Oleoductistán si los europeos actúan conjuntamente. Y ess que tendrían que convencer a la “república” autocrática de Turkmenistán, rica en energía, para que ignore a su poderoso vecino ruso y les venda todo el gas que necesitan. Y luego existe otro asunto energético que parece poco probable por el momento: Washington y Bruselas tendrían que abandonar las sanciones y embargos contraproducentes contra Irán (y los juegos de guerra que los acompañan) y comenzar a trabajar seriamente con ese país.
El doctor Zbig propone, a pesar de todo, la noción de una Europa a dos velocidades como clave para el futuro poder estadunidense en el planeta. Hay que verlo como una versión optimista de un escenario en el cual la actual Eurozona semicolapsada mantendría el papel dirigente de los ineptos peces gordos burocráticos en Bruselas que dirigen actualmente la Unión Europea, y apoyaría “otra Europa” (sobre todo los países meridionales del Club Med) fuera del euro, con un movimiento nominalmente libre de personas y bienes entre las dos. Su apuesta –y ésta refleja una línea clave de pensamiento en Washington– es que una Europa a dos velocidades, un Big Mac eurasiático, todavía estrechamente vinculado a Estados Unidos podría ser un protagonista clave para el resto del siglo XXI.
Y luego, claro está, el doctor Zbig muestra todos sus colores de la Guerra Fría, ensalzando una futura “estabilidad en Lejano Oriente” estadunidense inspirada por “el papel que Gran Bretaña jugó en el siglo XIX como estabilizador y balanceador de Europa”. Estamos hablando, en otras palabras, del diplomático de la cañonera número uno de este siglo. Concede gentilmente que una “exhaustiva cooperación global estadounidense-china” todavía podría ser posible, pero sólo si Washington retiene una presencia geopolítica significativa en lo que sigue llamando “Lejano Oriente” (con o sin la aprobación de China).
La respuesta será: “no”
En cierto modo, todo esto es algo familiar, como es gran parte de la verdadera política actual de Washington. En su caso, es realmente un remix de su magnum opus de 1997.
The grand chessboard (El gran tablero mundial) en el cual vuelve una vez más a certificar que “el inmenso continente transeurasiático es la arena central de los asuntos mundiales”. Sólo que ahora la realidad le ha enseñado que Eurasia no se puede conquistar y que la mejor opción para Estados Unidos es tratar de admitir a Turquía y Rusia en el grupo.
Robocop manda
Sin embargo, Brzezinski parece positivamente benigno si se comparan sus ideas con los recientes pronunciamientos de Hillary Clinton, como en su discurso en la Conferencia de Asuntos Mundiales del Consejo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) 2012. Allí, como hace regularmente el gobierno de Obama, destacó “la perdurable relación de la OTAN con Afganistán” y elogió las negociaciones entre Estados Unidos y Kabul sobre “una cooperación estratégica a largo plazo entre nuestras dos naciones”.
Traducción: a pesar de haber perdido durante años la partida frente a una insurgencia minoritaria pastuna, ni el Pentágono ni la OTAN tienen la menor intención de reajustarse para salir de sus posesiones en Gran Oriente Medio. Mientras ya negocia con el gobierno del presidente Hamid Karzai en Kabul los derechos de quedarse después de 2024, Estados Unidos tiene toda la intención de conservar tres importantes bases estratégicas afganas: Bagram, Shindand (cerca de la frontera iraní) y Kandahar (colindante con la frontera con Pakistán). Sólo los ingenuos terminales podrían creer que el Pentágono es capaz de abandonar voluntariamente semejantes puestos avanzados para el monitoreo de Asia central y de los competidores estratégicos Rusia y China.
La OTAN, agregó ominosamente Clinton, “expandirá sus capacidades de defensa para el siglo XXI”, lo que incluye el sistema de defensa de misiles que la Alianza aprobó en su última reunión en Lisboa en 2010.
Será fascinante ver lo que podría significar la posible elección del socialista François Hollande como presidente francés. Interesado en una cooperación estratégica más profunda con el BRICS, está comprometido con el fin del dólar como moneda de reserva del mundo. La pregunta es: ¿estropeará su victoria los planes de la OTAN, después de estos años bajo el gran liberador de Libia, el neonapoleónico creador de imagen, Nicolas Sarkozy (para quien Francia no es más que mostaza en el steak tartar de Washington)?
No importa lo que piensen el doctor Zbig o Hillary Clinton, la mayoría de los países europeos, hartos de sus aventuras de agujero negro en Afganistán y Libia, y con el modo en que la OTAN sirve ahora los intereses globales de Estados Unidos, apoya a Hollande al respecto. Pero, a pesar de todo, será una batalla difícil.
La destrucción y derrocamiento del régimen libio de Muamar Gadafi fue el clímax de la reciente agenda de cambio de régimen de la OTAN en MENA (Medio Oriente-Norte de África). Y la OTAN sigue siendo el plan B de Washington para el futuro, por si la red usual de think tanks, fondos de donación, fondos, fundaciones e incluso la ONU no logran provocar lo que podría ser descrito como “cambio de régimen YouTube”.
En pocas palabras: después de ir a la guerra en tres continentes (en Yugoslavia, Afganistán y Libia), de convertir prácticamente el Mediterráneo en un lago de la OTAN, y de patrullar ininterrumpidamente el Mar Arábigo, la OTAN se basará, según Hillary, en “una apuesta al liderazgo y a la fuerza de Estados Unidos, como hicimos en el siglo XX, durante este siglo y más allá”. Por lo tanto, 21 años después del fin de la Unión Soviética –la razón de ser original de la OTAN– podría ser la forma en que termina el mundo; no con un estruendo, sino con la OTAN, gimoteando, pero cumpliendo todavía su papel de perpetuo Robocop global.
Y volvamos al doctor Zbig y la idea de Estados Unidos como “promotor y garantía de la unidad” en Occidente, y como “equilibrio y conciliador” en Oriente (para lo cual necesita bases desde el Golfo Pérsico hasta Japón, incluyendo las afganas). Y no olvidemos que el Pentágono nunca ha renunciado a la idea de lograr la full spectrum dominance (dominación de espectro completo).
A pesar de toda esa fuerza militar, sin embargo, vale la pena recordar que estamos claramente ante un nuevo mundo (y tampoco será en Norteamérica). Contra los cañones y las cañoneras, los misiles y los drones, está la potencia económica. Ahora se libran guerras monetarias. El BRICS (sobre todo China y Rusia) tiene montañas de dinero. Suramérica se une rápidamente. Putin ha ofrecido a Corea del Sur un oleoducto. Irán planifica vender todo su petróleo y gas en un canasto de monedas, ninguna de ellas dólares. China está pagando para expandir su armada y su armamento de misiles contra barcos. Puede llegar el día en que Tokio llegue a comprender que mientras siga ocupado por Wall Street y el Pentágono vivirá en eterna recesión. Incluso Australia puede llegar a negarse a ser forzada a una guerra comercial contraproducente con China.
Por lo tanto el siglo XXI se está conformando ahora mismo como una confrontación entre Estados Unidos/OTAN y el BRICS, con todos los defectos de cada lado. El peligro: que en algún momento se convierta en una Confrontación de Espectro Completo. Porque no hay que equivocarse: a diferencia de Sadam Hussein o Muamar Gadafi, el BRICS será realmente capaz de defenderse.
Contralínea 287