El gobierno actual ha traído indudablemente cambios y beneficios al país que nos hacen pensar que la derecha encabezada por el Frente Amplio por México no debería ganar por representar ese viejo régimen de corrupción y privilegio –que en mucho han contribuido a criticar y desmontar los movimientos sociales– y lo que necesitamos es la continuidad de un proyecto más cercano al progresismo. Sin embargo, es necesario destacar un hecho inobjetable: Andrés Manuel López Obrador no acepta la crítica desde la izquierda social y movimientista, pero se la pasa criticando a estos actores tachándolos de conservadores y de hacerle el juego a la derecha. Sin duda el presidente se equivoca.
Contrario a lo que piensa un sector de la izquierda mexicana afín a la 4T, la izquierda social y movimientista está más viva que nunca. Así lo demuestran, por ejemplo, las recientes movilizaciones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y los comunicados y la reorganización de la autonomía zapatista. Dos luchas históricas que han contribuido al proceso democratizador de nuestro país y cuyas demandas y casusas son por demás justas y legítimas. La CNTE se ha movilizado en estados como Chiapas, Oaxaca y Guerrero para exigir al gobierno el restablecimiento de la mesa de negociación con el gobierno federal y echar atrás los elementos neoliberales que consideran sigue teniendo la actual reforma educativa, sus movilizaciones han incluido cierres que han impedido a AMLO atender asuntos de su agenda. Los zapatistas –tanto el EZLN como las autoridades autónomas– han criticado el clima de violencia en Chiapas que, además de alterar el orden social del estado, ha recrudecido los ataques contra las comunidades autónomas zapatistas.
En ambos casos la crítica al presidente de la República ha sido abierta y frontal y, en ambos casos también la respuesta de AMLO ha sido no aceptar la crítica y usar su tribuna mañanera para lanzar ataques contra estos actores sociales. En el caso de la CNTE –y particularmente la CETEG de Guerrero– el presidente cuestionó sus protestas y los llamó “provocadores” –como en su momento llamó a la sección VII de Chiapas “conservadores”–, acusándolos de querer generar un conflicto inexistente. En el caso de los zapatistas, AMLO declaró que “no son graves ni extendidos los ataques a las comunidades zapatistas en Chiapas”. Esa actitud negacionista no es digna de un mandatario, sobre todo cuando ese clima de violencia se suma al despojo, exclusión, explotación y marginación social que caracteriza a esa zona del sureste mexicano.
Las luchas contra el despojo y en defensa de la vida y del territorio son la clara muestra de tres cosas: uno, que las luchas y movimientos sociales son fundamentales para defender las causas populares y para mantener una cultura política de la resistencia, la emancipación y la construcción de alternativas; dos, que este gobierno minimizó y criticó fuertemente a los movimientos y activistas que enarbolaron estas causas cuestionándolas desde su mañanera y abriendo la puerta a su deslegitimación, estigmatización y, en algunos casos represión; y tres, que con los megaproyectos AMLO dio continuidad al neoliberalismo que tanto crítica y dice combatir y erradicar. El asesinato en 2019 de Samir Flores –campesino y activista del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos, Puebla y Tlaxcala– por oponerse a la construcción de la termoeléctrica en Huexca, Morelos y, particularmente a la consulta que pretendía legitimar esa obra (que implicaba un proyecto de muerte y destrucción ambiental que hoy deja sin agua a numerosas poblaciones) es una clara muestra de que aún predominan los intereses de los grupos de poder político y económico y que la fuerte crítica a esas luchas –tachándolas de conservadoras– por parte del presidente contribuye al clima de hostigamiento y persecución contra los movimientos, organizaciones y activistas que puede llegar, en casos extremos, a la represión y a asesinatos como el del compañero Samir (crimen que, por cierto, sigue sin justicia).
Hoy la continuidad del proyecto de la 4T parece estar segura con la candidatura de una mujer cuya trayectoria política incluye el activismo social y la participación en movimientos estudiantiles y populares, además de su militancia política en el PRD y Morena. Esperemos que Claudia Sheinbaum sepa reconocer que la crítica desde la izquierda no sólo es sana y legítima sino necesaria. Que es fundamental para un gobierno progresista, que dice representar los intereses del pueblo y dentro de éste primero los pobres, escuchar las voces de los actores sociales y político que se colocan “abajo y a la izquierda” y que han dedicado años, lustros e incluso décadas a la organización popular, a la lucha por derechos, a la construcción de instituciones democráticas y a la crítica y contención de la derecha contribuyendo, con ello, a la construcción de un México con igualdad, democracia y justicia social. El conjunto de esas luchas y su condensación en determinadas coyunturas contribuyó –sin proponérselo necesariamente– al triunfo de AMLO en 2018 y lo hará en las elecciones de 2024 porque, además (y es algo que no considera López Obrador), estas organizaciones sociales y movimientos son los verdaderos diques para el eventual avance de la verdadera derecha que no sólo es conservadora –como afirma el presidente– sino que es ultraconservadora en un sector, así como abiertamente pro empresarial y neoliberal como el grupo de apoya a Xóchitl Gálvez.
Miguel Ángel Ramírez Zaragoza*
*Investigador del Programa Universitarios de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad