Desde hace varios meses, Enrique Peña Nieto ha expresado su intención de impulsar una reforma electoral que afectará profundamente la composición del Congreso de la Unión. Su intención es, abiertamente, concentrar mayor poder en la fuerza política mayoritaria (que él espera será el Partido Revolucionario Institucional apoyado por Televisa) al eliminar o reducir las curules que se reparten en el Congreso bajo el principio de representación proporcional.
El argumento más fuerte detrás de su proyecto es casi tan burdo como falaz. Se dice que hay muchos diputados y que al eliminarlos existirán ahorros para el erario. Si éste fuera el fin, lo único que se necesita hacer es bajar los salarios y (especialmente) las prestaciones de los legisladores, tales como sus seguros médicos privados. Se argumenta también que tenemos un Poder Legislativo muy grande. Este argumento también cae por su propio peso: el Bundestag Alemán es bastante más grande que la Cámara de Diputados mexicana, pero la población de toda Alemania es mucho más pequeña que la población de nuestro país. Es evidente que el tamaño de nuestro Congreso no es desproporcionado.
La comentocracia, en una reflexión “profunda”, argumentará en las pantallas de televisión (para respaldar y acicalar al presidente) que los legisladores electos por la vía de la representación proporcional no hacen campaña y están lejos de sus electores. Sin embargo, la propuesta de Peña no resuelve tal problema: seguirían existiendo algunos legisladores electos bajo el principio de representación proporcional. Lo único que está detrás de la contrarreforma de Peña es una ambición desmesurada por concentrar el poder en manos de la mayoría. Es necesario presentar alternativas reales a esta contrarreforma. No es necesario descubrir el agua tibia. Ya existen sistemas electorales probados y funcionales que combinan las ventajas del sistema mayoritario (la cercanía y conocimiento entre el representante y los electores) así como las del sistema de representación proporcional (mayor democracia y respeto a la verdadera voluntad popular expresada en las urnas). El sistema alemán, para la conformación del Bundestag, puede ser un ejemplo a seguir. Además de tener las ventajas de los dos sistemas, evita igualmente los problemas de ambos, pues no existen las mayorías artificiales del sistema de mayoría relativa ni la partidocracia o lejanía entre los legisladores y los ciudadanos que supuestamente deriva de la representación proporcional. En el sistema alemán se define la cantidad de diputados de cada partido mediante la representación proporcional expresada en una papeleta o boleta conocida como “voto de partido”. De esta forma un partido que obtiene el 42 por ciento de los votos, tiene el 42 por ciento de los diputados (a diferencia de México, en donde un partido con el 42 por ciento de los votos obtiene el 50 por ciento de los diputados). Sin embargo, el nombre de los diputados que ingresan al Parlamento se define en circunscripciones pequeñas mediante un “voto directo”, es decir, con una papeleta diferente. Es posible que un partido gane más distritos que la cantidad de diputados que le corresponderían mediante una asignación proporcional (probablemente debido a la popularidad o carisma de algún o algunos candidatos específicos de una región del país). En esos casos se crean escaños suplementarios o adicionales, para que el candidato ganador –electo por los ciudadanos– ingrese efectivamente al parlamento, aunque la votación nacional del partido no fuera suficiente (en principio) para asignar a ese diputado por la vía proporcional.
Existen pues, alternativas. Lo que realmente se discutirá será, por supuesto, si México necesita concentrar más poder en manos del partido autoritario que gobernó 70 años o si debe caminar hacia una democracia con verdaderas alternativas políticas. Por otro lado, la contrarreforma electoral será la oportunidad ideal para volver a convertir la comunicación social de los partidos políticos en un jugoso negocio para Televisa y Tv Azteca, que siguen indignados porque, en 2008, mediante una reforma constitucional histórica, se les impidió seguir favoreciendo a algunos partidos y perjudicando a otros. También se les impidió obtener al mismo tiempo una renta millonaria proveniente del erario a cambio de spots de televisión. Peña Nieto, como un personero de las televisoras, trabajará para que se alcance este retroceso histórico.
Durante el fascismo, Mussolini creó la cláusula de gobernabilidad para crear mayorías artificiales y lograr “estabilidad” y “gobernabilidad”. Eso intenta Peña Nieto hoy, y sus consecuencias son previsibles: el abuso, el autoritarismo y la represión contra quienes piensan diferente.
Hace unos años el magnate italiano de los medios de comunicación, Silvio Berlusconi, decidió tomar por asalto el poder político y jugar con su país como si fuera un prostíbulo. Televisa aspira hoy a hacerse del poder político con su telebancada y con su telepresidente, para representar la gran telenovela de la vida nacional como un reality show en prime time (horario estelar) del canal 2. Entonces ¿asistimos a la “italianización” de la política mexicana?
*Abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México; posgraduado en administración de justicia
Fuente: Contralínea 314 / Diciembre 2012