Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
¿Cómo calificar que una gran empresa con buenos beneficios despida o deje en la cuerda floja a casi un tercio de sus trabajadores? Es el caso de la multinacional Coca-Cola en España, que va a perjudicar a 1 mil 250 asalariados: 750 despidos y 500 presuntamente recolocados en otros centros de la marca. Pero esa recolocación puede perpetrarse a 75 kilómetros de su domicilio, cuando los empleos estén disponibles y aún entonces el trabajador deberá superar una oposición para ser contratado de nuevo.
Sorprende porque todas las empresas que forman Coca-Cola en España ganan dinero. Facturan 3 mil millones de euros anuales y tienen 900 millones en beneficios. No es de extrañar esas ganancias, porque Madrid, por ejemplo, consume el líquido de 2 millones 600 mil botellas al año.
O quizá no sorprenda tanto. Coca-Cola mundial quiere doblar sus beneficios según su proyecto 20+20. ¿Y qué camino elige? Lo que los maestros del eufemismo del capitalismo neoliberal llaman “devaluación interna”. En dinero es rebajar salarios hasta donde puedan. ¿Y qué mayor rebaja que despedir y dejar de pagar?
El caso de Panrico, empresa de productos alimenticios, es más sangrante porque la empresa, además de despedir y rebajar salarios, reclama a los trabajadores 5 millones de euros como indemnización por daños y perjuicios causados por la prolongada huelga. La empresa, además, pide que la huelga sea declarada ilegal. Una huelga contra 234 despidos (de 351 trabajadores) y rebajas salariales del 15 por ciento al 40 por ciento, cuando los trabajadores ya aceptaron recortes salariales en 2012.
Ha habido numerosas huelgas, más cargas policiales y detenciones de trabajadores en varias empresas. Sobre todo desde que entró en vigor la contrarreforma laboral del gobierno del Partido Popular hace menos de 2 años. Desde entonces ya son más de 48 mil empresas en España las que han iniciado expedientes de regulación de empleo: medidas de reducción de plantilla (que incluyen despidos masivos) y notable reducción de salarios. Y es que las facilidades para despedir a menor costo, sin necesidad de llegar a un acuerdo con los sindicatos, son aprovechadas a fondo por las empresas.
Pero no sólo se cuecen habas en el Reino de España. En Reino Unido, la banca Barclays anunció que en 2013 multiplicó beneficios. Pero, casi al mismo tiempo, decidió cerrar muchas oficinas y despedir a 12 mil empleados (casi un 9 por ciento del total). Por lo visto también optan por la “devaluación interna” para aumentar beneficios y no que éstos procedan de la actividad productiva.
Y en ese contexto de rebajas salariales y despidos en aumento, el presidente del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, Francisco González, se sube el sueldo hasta más de 5 millones de euros por el ejercicio de 2013; 3 millones y medio en metálico y 1 millón 600 mil euros en acciones. Pero no es el único ni una excepción. ¿Es una devaluación interna?
Y ahora hay que recordar lo obvio. Este conflicto, que ha tomado la forma de saqueo masivo de la ciudadanía en los últimos años, es sencillamente lucha de clases. No sólo entre empresarios de la economía real productiva y trabajadores, sino conflicto entre clases trabajadoras y capital, la forma más genuina de lucha de clases. No en vano el poder financiero y la ciudadanía tienen intereses diferentes e irreconciliables como el devenir histórico lo ha demostrado aún más desde el siglo pasado.
¿Qué es de otro modo la crisis financiera, la austeridad empobrecedora e incluso homicida sino lucha de clases? Lucha de clases entre la minoría capitalista financiera y la ciudadanía cuando aquella fuerza obliga a que ésta pague los excesos, incompetencias y codicias de la muy minoritaria clase financiera.
Como escribió Marx, el conflicto de clases se ha dado a través de la historia entre pobres y ricos, hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, aristócratas y siervos, capital y proletariado. Y hoy, además, entre ciudadanía y poder financiero. Un análisis lúcido de los problemas que sufren las clases trabajadoras y, por extensión, la ciudadanía ha de afrontarse con la clara conciencia de que el conflicto, la crisis, la imposición de la austeridad, etcétera, son lucha de clases. Y, desde esa perspectiva, se concluye necesariamente que no cabe reformar este sistema, el capitalismo. No sirven los arreglos. Hay que cambiarlo de raíz. Acabar con el capitalismo o no hay salida. Se tarde lo que se tarde.
*Periodista y escritor