Se encienden las alarmas en la ONU: integrantes de la corporación Cascos Azules han sido agredidos en África y aumentan las posibilidades de más ataques en su contra.
Hasta ahora, el saldo ha sido de cuatro elementos muertos y varios heridos tanto en Mali como en República Centroafricana
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) mantiene una especial atención sobre África, tras recientes ataques contra sus bases en Mali y en República Centroafricana (RCA), este último país donde el organismo alertó sobre el recrudecimiento del conflicto.
Los asaltos por fuerzas irregulares en abril último a respectivos enclaves del organismo mundial en ambos Estados, con saldo total de cuatro cascos azules muertos y varios heridos, despertaron aún más la alarma con los nuevos combates iniciados a principios de mes.
La Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de la ONU en la RCA (Minusca) llamó a la tranquilidad mediante un comunicado de prensa, luego de cruentos brotes de violencia el pasado 1 de mayo en Bangui, la capital del país, que causaron entre la población 22 muertos y más de 100 heridos.
Ese martes ocurrieron intensos intercambios de fuego en el barrio de Fátima, entre fuerzas locales de seguridad y elementos armados de un nuevo grupo criminal conocido como “La Fuerza”, de acuerdo con el texto.
Los irregulares de esa suerte de banda delictiva “supuestamente abrieron fuego tras el arresto de uno de sus miembros por parte de las fuerzas de seguridad centroafricana”, según la declaración de Minusca.
El aspecto más grave de la situación actual en la RCA es que las hostilidades por parte de las milicias incluyen entre sus blancos a civiles y a emplazamientos y efectivos de la propia Minusca, en una especie de continuidad del sentimiento bélico que animó el ataque de abril a la base de la ONU.
Otros hechos que por su gravedad pueden obligar a los cascos azules a tomar partido en los actos de violencia son los ataques contra edificios religiosos, como fue el caso de la capitalina iglesia de Nuestra Señora de Fátima, y contra el personal y los vehículos de la ONU en las barriadas de Bangui.
“Después de los tiroteos, observamos algunas protestas en la ciudad cuyo objetivo eran civiles inocentes y también personal de la Minusca. La Misión desplegó patrullas a las zonas conflictivas para asegurar que las bandas criminales no cometieran nuevos ataques contra vecindarios”, señala el comunicado.
Por su parte, el portavoz local de la ONU, Farhan Haq, informó que pese a que la situación de Bangui en los últimos días “es tranquila en relación con los sucesos del primero de enero”; en un ataque posterior, dos oficiales del Estado Mayor de Minusca resultaron heridos por piedras que partieron desde una multitud.
Al respecto, el secretario general del organismo mundial, Antonio Guterres, condenó la violencia en la RCA, criticó “el discurso incendiario que prevalece en aquel país” y llamó a las autoridades locales a investigar los hechos y enjuiciar a los responsables.
Ataques de distinto signo
Los ataques en abril contra bases y tropas de la ONU en Mali y la RCA, en una suerte de escalada de ese tipo de reacciones en la región contra el organismo mundial en lo que va de año, develan distinta filiación entre los atacantes en cada uno de los dos países.
Las acciones en ambos estados coinciden en la violencia extrema y en el empleo de armas modernas, pese a la diferencia de nombres y propósitos de los atacantes en cada lugar y a la distancia entre uno y otro país dentro de África, en el caso de la RCA en el centro del continente, y en el de Mali, casi en el extremo occidental.
Pero saltan a la vista las tendencias variopintas involucradas en el contencioso centroafricano, al contrario de la más definida filiación de los grupos islamistas del Norte maliense, de más clara posición extremista y un modus operandi que clasifica en la definición de “terroristas” de la comunidad internacional.
Aunque algunos líderes internacionales, entre ellos el propio Guterres, declararon que esos actos pueden considerarse crímenes contra la humanidad, las acciones en territorio centroafricano ocurrieron en medio del peor estallido de violencia de ese país desde el inicio de aquel conflicto interno en 2013.
El asalto el 14 de abril contra la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de la ONU en Mali (Minusma) en la norteña Tombuctú, ejecutado por individuos disfrazados de cascos azules, causó tres pacificadores muertos (uno de ellos ruandés) y 10 heridos (siete de ellos franceses), y fue calificado como el mayor en mucho tiempo contra esa representación.
Los ataques contra los efectivos de paz en la RCA ocurren en medio de choques durante varios días de las fuerzas de paz y el ejército contra grupos armados en el vecindario musulmán PK5 de Bangui, ciudad donde la población cristiana es mayoritaria, y causaron la muerte de un casco azul y de 21 milicianos, junto a 135 heridos.
Choques entre musulmanes y cristianos
El presente conflicto centroafricano en el que ahora se involucran esas fuerzas de la ONU, tiene también un ingrediente religioso, al enfrentar al grupo de rebeldes musulmanes llamados Seleka, que tomaron en 2013 el control de la capital, contra milicias cristianas denominadas anti-Balaka, cuyos combates causan la muerte de civiles.
Las fuerzas de la ONU asumen así en esa última nación un ambiguo y confuso papel, al coexistir con tropas oficiales en un conflicto de origen étnico y religioso surgido ese año cuando los citados insurgentes derrocaron al gobierno del entonces presidente Francois Bozizé.
Los autores de la defenestración enfrentaron entonces a milicias rivales e intercambiaron con ellas respectivos actos de represalia, cuyos heridos llenan aún hoy las salas de traumatología y urgencias del Hospital Comunitario de Bangui.
Horas después de los citados combates en la RCA, cientos de manifestantes enfurecidos colocaron los cadáveres de al menos 16 fallecidos frente a la sede de la Minusca, a cuyo personal acusaron de disparar contra civiles durante su operación en la comunidad de PK5.
Otras fuentes del organismo mundial informaron que los civiles caídos en esos choques en la nación centroafricana, considerada la sexta más pobre del mundo, eran jóvenes manipulados y armados por pandillas locales para enfrentar al personal de mantenimiento de la paz y a las fuerzas castrenses.
En Mali, por otro lado, la fuerza de los ataques fue tal que París envió de emergencia al mando francés, desde su base en Níger dentro de la Minusma, cuatro aviones Mirage 2000, dos helicópteros Tigre y tres Caimán “para recuperar el control total del campo y su pista de aeropuerto y evacuar heridos”, según un vocero militar galo.
La representación de la ONU en Bamako figura entre las misiones de paz más peligrosas del organismo global, con alrededor de 120 muertos desde su activación en 2013.
De acuerdo con estadísticas del propio organismo, de unos tres mil 500 cascos azules muertos desde 1948 en el planeta, 943 fueron durante actos violentos, mientras 195 cayeron desde 2013.
A partir de esa fecha, fue notable el aumento de los ataques contra el personal y las instalaciones de la ONU, cuyo presupuesto dedicado a la paz representa el 0.5 por ciento de todos los gastos militares del planeta.
Antonio Paneque Brizuela/Prensa Latina
[ANÁLISIS INTERNACIONAL]