Para comprender las victorias electorales de Daniel Noboa y Javier Milei es necesario tener en cuenta el contexto global y particular de Ecuador y Argentina, especialmente marcado por crisis económicas y un alza en el crimen organizado
Quito, Ecuador. En el contexto general de la historia contemporánea de América Latina, se destacaron los siguientes puntos para comparar la situación coyuntural entre Argentina y Ecuador.
Uno. Con el avance del siglo XXI, existe un proceso mundial de reordenamiento de los poderes centrales: mientras declina la hegemonía de Estados Unidos, ascienden China, Rusia, junto con Brasil, India y Sudáfrica (los BRICS), entre otros países que se van anexando.
En consecuencia, América Latina es una región en disputa. Al mismo tiempo, se proyecta como otro espacio del Sur Global con definiciones y estrategias propias, de la mano de los gobiernos progresistas, pero no de los empresariales- neoliberales.
En los procesos electorales, ya no sólo obran las fuerzas políticas internas, sino también las internacionales. La doctrina Monroe no ha dejado de actuar para “influir” sobre ellos. Los gobiernos –que respondan positivamente a sus geoestrategias mundiales y a su seguridad nacional– convienen a Estados Unidos. Se suma una internacional derechista consolidada –tanto en áreas académicas como políticas– e integrada en fundaciones y organizaciones bien financiadas, las cuales trabajan para el éxito electoral de sus preferidos.
Desde luego, el triunfo de gobiernos de la derecha política pasa a ser una garantía para los intereses monroístas. Lenín Moreno y Guillermo Lasso calzaron con esos intereses.
Es muy claro que Daniel Noboa y Javier Milei no son antimperialistas. Donald Trump y Jair Bolsonaro fueron los primeros en encantarse con el triunfo presidencial de Milei. Tampoco hay que dejar a un lado la felicitación que recibió por parte del presidente chino Xi Jinping (https://tinyurl.com/5fdd3s6d).
Además, en el contexto de las geoestrategias centrales están claros los enfoques unificados del secretario de Estado de Estados Unidos (https://bit.ly/3tbVDGE) y de la general comandante del Comando Sur (https://bit.ly/3PWMrzA) sobre la “amenaza” que representan Rusia y China, junto con el señalamiento del rol de las alianzas militares para contrarrestarlas, al viejo estilo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y del macartismo.
En todo caso, esos propósitos no conjugan con Estados y empresarios que han creado relaciones económicas con esos países. También, chocan con los gobiernos progresistas que cuestionan el caduco monroísmo.
Sin embargo, el candidato Milei fue un “negacionista” de lo ocurrido durante la dictadura militar (https://tinyurl.com/y5t6ukw7) que implantó el Estado terrorista-anticomunista entre 1976-1883. Coincide con la visión del expresidente Bolsonaro sobre el largo período dictatorial civil-militar en Brasil.
Pero Ecuador no tuvo dictaduras como las que caracterizaron al Cono Sur. Desde el retorno a la democracia –en 1979 en Ecuador y en 1983 en Argentina–, no se han producido golpes de Estado militares, aunque hubo protestas violentas encabezadas por figuras militares en 1987 y 2000, y por la policía en 2010 en territorio ecuatoriano. Además de que debemos contar el “derrocamiento constitucional” de presidentes en 1997, 2000 y 2005 con el “arbitraje” de las fuerzas armadas.
La pregunta que se impone es si habrá un límite o un tope directo de la institución militar frente a las transformaciones que quieran impulsar los gobiernos neoliberales y más aún los libertarios anarco-capitalistas, pero también los progresistas de izquierda.
Lo que está claro es que se requerirá de reformas urgentes en las fuerzas armadas y policías para enfrentar, con efectividad, la delincuencia y el crimen organizado. Están afectando la seguridad ciudadana en América Latina y responden a la internacionalización de mafias con capacidades para penetrar en los aparatos de los Estados. En Ecuador, el embajador estadunidense llegó a referirse a la existencia de “narco-generales” (https://tinyurl.com/mrtp68r4). Es un asunto que sigue en el vacío.
Dos. Los medios de comunicación e información son múltiples y variados con el desarrollo del internet y la inteligencia artificial. Sin embargo, la televisión sigue jugando un papel político decisivo. Aquí, predominan las compañías privadas de grandes recursos, junto con los periódicos y revistas impresos que requieren fuertes inversiones.
Esos medios defienden intereses privados. Al mismo tiempo, mantienen estrechos vínculos con la clase empresarial en general, además de una mayor cercanía con los grupos y personalidades políticas de las derechas. En consecuencia, promueven candidatos de esas filas y protegen a gobernantes que los representan. En Ecuador, promovieron a Lasso y a Noboa, al igual que lo hicieron con Milei en Argentina, quien era un “outsider” político, pero no mediático, como lo ha subrayado Atilio Borón (https://shorturl.at/vCJ47).
Según los estudios existentes, el papel de los medios alternativos y de las redes sociales es dividido. Actúan en función de las candidaturas y acciones de gobierno, aunque adquieren significación diaria que pasa a ser contundente. Esto ha resultado decisivo, por ejemplo, en el apoyo que se difunde a las causas de los movimientos sociales.
De todos modos, la convergencia de las élites se ha transformado en bloques de poder que –con el acceso gubernamental al Estado– lo subordinan a su servicio. En Ecuador, ese bloque logró unificarse con el gobierno de Moreno y dominó con el de Lasso.
El férreo vínculo entre medios de comunicación y políticos empresariales ha extendido una “cultura”. La misma generaliza las ideas neoliberales y adquiere peso incluso entre clases medias y sectores populares. Ha favorecido el voto por figuras como Lasso, Noboa o Milei.
Las reacciones ante la ineptitud gubernamental de Lasso han dividido al bloque de poder que lo sostuvo: tiene reducidos partidarios, una parte se alejó y hoy lo critica, así como otra parte ha decidido cuestionar o atacar al presidente Noboa por el acuerdo parlamentario con el “correísmo”.
Sin embargo, es posible que ocurra la reunificación de fuerzas si Noboa mantiene el modelo empresarial-neoliberal y oligárquico, o si se prioriza la convergencia derechista para impedir el retorno del “correísmo”. Este último es considerado como el enemigo principal.
En esas filas tampoco se ha ocultado la satisfacción por el triunfo de Milei. De hecho, Verónica Abad –vicepresidenta de Noboa– difundió sus convicciones libertarias en plena campaña electoral y en forma independiente. Cuestionó la existencia de “derechos” como la educación o la salud (https://shorturl.at/EGLOP) y abogó por la privatización de la seguridad social (https://shorturl.at/dyLXY).
Apenas posesionado, el presidente Noboa dispuso el decreto número 27. De acuerdo con la Constitución, la vicepresidenta es “colaboradora para la paz y precautelar el escalamiento de la conflictividad entre Israel y Palestina”. Aclaró que “para el cumplimiento de estas funciones, la vicepresidenta estará en la oficina de la Embajada del Ecuador, en Tel Aviv” (https://shorturl.at/buNUY). Esto ha motivado especulaciones sobre un “divorcio político” ya visible antes de las elecciones.
Tres. Los fundadores del neoliberalismo presentaron ideas aplicables y seguidas en los mismos países de origen. Sin embargo, tuvieron reconocimiento –Friedrich von Hayek y Milton Friedman recibieron el premio en honor a Nobel– por estar dirigidas contra el “comunismo”. Hayek –en debate con Keynes– privilegió la “libertad” ante el supuesto “estatismo” de su detractor.
Aunque el neoliberalismo no penetró en América Latina hasta que los “Chicago Boys” lo introdujeron con la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile. Se impuso sobre la sangre de miles de “comunistas”. En la década de 1980, se implantó con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus “cartas de intención”, las cuales condicionaron el pago de las deudas externas de la región. El neoliberalismo fue acogido por las burguesías latinoamericanas como el ideario que fundamentaba sus tradicionales intereses económicos.
Hoy, las derechas políticas de la región –por sobre sus diferencias y matices– coinciden en un puñado de consignas económicas: no al Estado interventor, no a los impuestos, no al trabajo regulado, privatización de bienes y servicios públicos, mercados libres y apertura indiscriminada al capital extranjero. Sin embargo, la experiencia histórica del neoliberalismo es diferenciada: en Estados Unidos, provocó desindustrialización, mayor concentración de la riqueza y repotenciación de las corporaciones, como lo destacó Joseph Stiglitz en Capitalismo progresista: La respuesta a la era del malestar.
En Europa, no se desmontó del todo el Estado de bienestar. Hoy siguen vigentes los servicios públicos universales en educación, salud y seguridad social. En América Latina, se asimiló un neoliberalismo tergiversado, a través del cual se interpretó el modelo económico de Estados Unidos, el ídolo de un supuesto mercado “libre”. Pero tanto Europa como Estados Unidos tienen enormes capacidades económicas. Además, en Europa hay altos impuestos para sostener los servicios públicos.
De modo que, en América Latina, la experiencia “neoliberal” fue desastrosa durante las décadas finales del siglo XX. Esto incluye a Chile, el país “ejemplar” en el modelo. Múltiples estudios –como los de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)– lo demuestran. En todas partes, las condiciones de vida y trabajo no fueron solucionadas y el “cuadro del subdesarrollo” persiste en cualquier país.
Esas condiciones determinaron el surgimiento del primer ciclo de gobiernos progresistas a inicios del siglo XXI, tras el cual sobrevino un período de gobernantes conservadores y neoliberales y después sólo pocos gobiernos del segundo ciclo progresista.
En Ecuador, el desastre neoliberal no sólo fue económico, sino también se reflejó en la crisis institucional y gubernamental. Entre 1996 y 2006, hubo siete gobiernos, una dictadura nocturna y los tres presidentes surgidos de elecciones populares derrocados.
El gobierno de Rafael Correa (2007-2017) enrumbó al país hacia una economía social del Buen Vivir. Los resultados positivos en el avance constan en informes nacionales e internacionales. Por eso triunfó Lenín Moreno en 2017, entonces promovido por el correísmo. Sin embargo, lo traicionó de inmediato y revivió el modelo empresarial-neoliberal.
Lasso –banquero y millonario– presidía el “Ecuador Libre”, un tanque de pensamiento libertario anarco-capitalista. De éste, también provinieron varios de sus ministros y altos funcionarios, de manera que consolidó el camino restaurado por Moreno.
Los resultados sociales de este gobierno son desastrosos, incluso por el incremento de la delincuencia y el crimen organizado, inédito en la historia nacional. Es consecuencia del “achicamiento” de las capacidades estatales que arrastró a las de seguridad interna.
Llegó a tal punto “Lasso es un fracaso” –frase generalizada en las redes– que tuvo que acudir al mecanismo constitucional de la muerte cruzada para evitar el juicio político en la Asamblea y su destitución. Dejó el poder como el peor presidente evaluado en el país –un 15 por ciento de aprobación– y en América Latina –CID-Gallup–. Se despidió afirmando: “yo entré como un liberal en materia económica y me retiro como un socialdemócrata que respeta la democracia” (https://shorturl.at/ahsJX). ¿Podría suceder lo mismo con el presidente Milei?
Como contraste, el nuevo presidente Noboa –al menos en su programa– admite ciertos servicios públicos. Pero Milei no sólo habló en campaña de privatizarlo todo, sino que anunció que la salud y la educación deben pasar a manos privadas y que los argentinos deben pagarlas. Si Milei tiene el éxito que sus votantes suponen, Latinoamérica se inundará de la experiencia argentina y lucirá incontenible.
El problema es que no existe en el mundo capitalista un sólo Estado que haya aplicado los principios anarco-capitalistas. Ninguna potencia central ha estrangulado el Estado como creen los neoliberales latinoamericanos. Además, las nefastas experiencias históricas de esas ideas están a la orden del día en cualquier país de la región que se escoja para estudiarlo.
Cuatro. Entre los movimientos sociales de Ecuador, el de los indígenas es el más fuerte y organizado, incluso en Sudamérica –junto a Bolivia–, mientras que el de los trabajadores es débil y muy dividido.
Ambos tuvieron líderes que –guiados por su fanático anticorreísmo– respaldaron a Moreno. Después, los votos de esos sectores contribuyeron al triunfo de Lasso en 2021 –particularmente en la Sierra y la Amazonía– para evitar la victoria del “correísta” Andrés Aráuz. No ha ocurrido lo mismo con Noboa, pues amplios sectores indígenas votaron por Luisa González (https://shorturl.at/xAP59).
De todos modos, el movimiento indígena ha tenido jornadas de lucha fundamentales. Las movilizaciones de 2019 y 2022 contaron con amplio apoyo popular. Moreno y Lasso acudieron a la represión, los líderes fueron judicializados y también se criminalizó la protesta social. Sin embargo, Pachakutik –el partido indígena– no tiene fuerza electoral.
El país tampoco tiene partidos sólidos y grandes, exceptuando la Revoución Ciudadana –el correísmo– y medianamente el derechista Social Cristiano, hoy en decaída. Según un reciente estudio de Cantú-Carreras sobre las preferencias electorales en América Latina, ante la falta de partidos institucionalizados, los electores no votan por razones ideológicas, sino por los candidatos que les cautivan (https://shorturl.at/eDPY2). Es lo que sucedió con Noboa, quien captó votos incluso por ser “nuevo” y “joven”.
Sin duda, hay una reacción nacional contra los viejos políticos y la vieja política, sobre todo entre las nuevas generaciones, que no vivieron el progresismo de la década presidencial de Rafael Correa.
Pero en Argentina no hay un movimiento indígena que se parezca al ecuatoriano. En cambio, los sindicatos tienen tradición y fortaleza, además de que el peronismo, el radicalismo y otros partidos cuentan con presencia histórica.
Sin embargo, tampoco se votó por Milei por razones ideológicas, sino como reacción a los “malos” resultados del gobierno de Alberto Fernández, según coinciden varios analistas, y también contra la “casta” política vieja, atacada por el verbalismo discursivo del polémico nuevo presidente.
Esto fue lo que movilizó el voto joven. Además, en Ecuador y Argentina hay un sector social que el partidismo y el movimientismo han descuidado: la población desempleada y subempleada –el primero representa 65 por ciento de la población económicamente activa (PEA)–. En ésta, tanto Noboa como Milei captaron votos. Representan la desesperación por un “cambio” que parece posible sólo con personalidades “nuevas”.
De los puntos señalados, podrán derivarse múltiples conclusiones. Lo que deseo resaltar es que el neoliberalismo –y mucho menos el libertarianismo– no podrá solucionar los problemas históricos de América Latina.
No veo cómo Noboa –perteneciente al grupo económico más rico del país– pueda tener éxito en año y medio de gestión sin cambiar la matriz empresarial-neoliberal afirmada por los dos gobiernos antecesores en los últimos seis años. Y si todo va bien en Argentina, y se conquista –¡Por fin!– el soñado paraíso de la empresa privada sin Estado, también el país estará rodeado del infierno de quienes no podrán comprar educación, salud, seguridad social o bienes clave para una vida digna y el bienestar.
En América Latina, el capitalismo nunca ha funcionado como en los países centrales. En esta región durante el siglo XXI, se ha agudizado lo que Karl Marx denominó como “lucha de clases”. En el mediano tiempo histórico, se expresa en la confrontación entre economía empresarial-neoliberal y economía social del bienestar. Lo que cada vez se observa con mayor agudeza es que para reimponer el neoliberalismo toma fuerza el fascismo.