En una inaceptable regresión, debemos asumir que la historia de la lucha de clases, sucedida en nuestro país y el mundo a principios del siglo pasado, vuelve a su punto de partida: millones de mexicanos trabajan más de ocho diarias, carecen de seguridad social y se han quedado sin el acceso a una pensión digna y a la contratación colectiva. Se repiten las condiciones de marginación laboral, superadas en el contenido del Artículo 123 de la Constitución de 1917.
La desatada ambición de la oligarquía nacional e internacional y sus gobiernos neoliberales han retornado las condiciones de la clase trabajadora al mismo nivel de precariedad que regía en los albores del siglo XX; cuando, bregando contra gobiernos represores como el del dictador Victoriano Huerta, más de 20 mil obreros decidieron unificarse para celebrar, por primera vez en México, el Día del Trabajo, el primero de mayo de 1913.
El fenómeno de la brutal explotación en aras de la barbarie capitalista se está replicando por el planeta. Genera la movilización de millones de personas en ciudades de países europeos como Inglaterra, Portugal, España, Alemania y Francia en la exigencia de mejores salarios; entre otras apremiantes demandas.
En la nación Gala, las multitudinarias protestas van encaminadas, además, a rechazar la imposición del gobierno de Emmanuel Macron al cambio en el régimen de pensiones que extiende la edad para alcanzar este beneficio. Esto eleva las aportaciones de los trabajadores para aligerar tal responsabilidad a los patrones.
Ni la brutal represión policial ha podido amainar la serie de intermitentes huelgas y la creciente ira social que ya exige la renuncia del presidente de ultraderecha por su negativa a escuchar la voz de millones de franceses. La creciente ola de protestas comienza a palparse, incluso en naciones como Israel; demostrando que la ambición capitalista no conoce de credos ni fronteras.
En nuestro país, los gobiernos neoliberales se encargaron de desmantelar el espíritu de justicia social, alcanzado en las conquistas plasmadas en la Constitución de 1917, decantadas tras el movimiento revolucionario estallado en 1910, cuyo proceso embrionario se tiñó y escrituró con la sangre de los mineros de Cananea, Sonora en 1906 y los trabajadores textiles de Río Blanco, Veracruz en 1907; brutalmente asesinados por el gobierno de Porfirio Díaz.
Las terribles condiciones de injusticia en que se debatía la clase trabajadora influyeron para que, en el espíritu del Constituyente del 17, se plasmarán importantes beneficios a favor de sus derechos como la jornada de ocho horas, la seguridad social, el acceso a la vivienda y condiciones laborales más dignas; incluyendo el derecho a la huelga a modo de defensa ante el capital. Temas que impulsaron, 31 años antes, la lucha de los obreros norteamericanos y por la que ofrendaron su vida los Mártires de Chicago en 1886.
En nuestro país, el neoliberalismo se encargó de resquebrajar, paulatinamente, el poder adquisitivo de millones de trabajadores bajo la excusa tecnocrática de que elevar los salarios disparaba la inflación. Poco a poco, y excusando el ingreso de México a los acuerdos comerciales, como el Tratado de Libre Comercio de América Latina durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se permitió ofertar a las empresas extranjeras la mano de obra barata y alejada de una negociación colectiva de verdad representativa a los intereses de los trabajadores.
Los sindicatos charros o corporativos se sumaron a esta traición a la clase trabajadora. Permitieron toda serie de atropellos que terminaron por desintegrar el sistema solidario de pensiones en el gobierno de Ernesto Zedillo y entregaron los millonarios ahorros de los asalariados a los banqueros; vía las Afores. Años más tarde, los gobiernos panistas abrieron las puertas al outsourcing o tercerización. Modelo que ahora busca ser combatido con la Reforma Laboral; ordenamiento que, hasta el momento, se ha mostrado selectiva en determinados casos.
La huelga de Notimex es emblemática por su irregular aplicación. Pues, a pesar de que la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje declaró legítima la manifestación de sus trabajadores, todo apunta a que la actual directora, Sanjuana Martínez, convenció al presidente que es mejor liquidar a la entidad y a los trabajadores que buscar una solución al conflicto, en la cual se respetarían su contrato colectivo y sus derechos laborales a estos periodistas, hombres y mujeres, que han dado una lucha ejemplar.
En gremios, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación muestra la falta de diálogo de las autoridades con los maestros democráticos para buscar una solución a sus demandas como los despidos injustificados, el descongelamiento de sus cuentas y verdadera democratización del sindicato para estar realmente en sintonía con la Reforma Laboral.
Otras dos infamias neoliberales todavía no subsanadas son el caso de los 44 mil trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas, quienes, el próximo mes de octubre, cumplirán 14 años que fueron echados a la calle por el gobierno del autoritario narcopresidente Felipe Calderón Hinojosa.
Jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte de la mano del PAN y el PRI se cruzaron de brazos cuando, con un despliegue de miles de elementos policiales y castrenses al mando del hoy procesado, Genaro García Luna, se pisoteó al Estado de Derecho y se permitió el inicio del desmantelamiento de la industria eléctrica nacional con la desaparición de la empresa pública Luz y Fuerza del Centro.
Y pendientes a los que no podemos dejar de mencionar: la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, episodio sucedido en el sexenio de Enrique Peña Nieto, cuyos padres aún demandan justicia.
Por eso y otras muchas razones, este primero de mayo, el SME y la Marcha Independiente de la Nueva Central de Trabajadores convocaron a todo el pueblo a unirse a la ruta del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución para levantar la voz y tomar las calles, como un acto de solidaridad a la lucha que están librando, en Europa y otras partes del mundo, millones de trabajadores que, como en México, perciben que sus condiciones de vida y la pérdida de derechos y conquistas ya ganadas se asemejan, cada vez más, a las de las primeras dos décadas del pasado siglo. Una vergonzosa involución que no debe permitirse y contra la que hay que luchar.
Martín Esparza*
*Secretario General del Sindicato Mexicano de Electricistas