La identidad, como todo en la vida, siempre está en proceso de construcción y cambio. Es por esto que la identidad mexicana en el Siglo XXI es una identidad en construcción. Hay quienes piensan que la identidad nacional va a desaparecer en la globalización o en el actual reparto del mundo por “regiones”.
En realidad, las naciones cuando se ven sujetas a la opresión, reaccionan defendiendo su identidad y defendiendo su soberanía, porque si no, desaparecen. Vemos que, en las últimas décadas, a nivel mundial hay un renacimiento de las naciones y una reafirmación de su identidad. Se habla de pasar de un mundo “unipolar” a uno “multipolar”. Con varios polos en los que aunque no se dice abiertamente cada nación estará sujeta a su “polo” o a su región –cuando en realidad lo que está al orden del día es la reafirmación de la soberanía de cada nación y su apertura a relacionarse con las todas las demás sin estar “enjaulados” en una región enfrentando y peleando con otras–.
La identidad mexicana tiene profundas raíces y no se va a asimilar o a integrar a la de una “región norteamericana”. Tenemos vecinos, sí; pero contamos con raíz propia. El neocolonialismo trata de destruir nuestra identidad. ¡No lo va a lograr!
Las identidades en nuestro territorio se han ido construyendo desde hace más de 35 mil años, cuando llegaron los primeros habitantes, a través de varias y sucesivas migraciones desde Asia y África.
A lo largo de miles de años, se fueron desarrollando distintas culturas en todo el territorio, e identidades distintas, pero con rasgos comunes. Se hablaban más de 186 lenguas (según Manuel Orozco y Berro) y se construyeron diversos pueblos o naciones originarias. La invasión española trató de destruir las diversas identidades, tras el mote de “indios”. Pero aquí no había ningún indio, y hay gran diferencia entre un maya, pame, pima, totonaca, mexica, zapoteco, mixteco, huasteco, purépecha, ñañu u otomí, como la hay entre un francés, español, finlandés, belga o italiano.
Las identidades indígenas en nuestro territorio predominaron miles de años, pero el colonialismo trató de eliminarlas. Se cometió un genocidio tal, que de los millones de habitantes indígenas, sólo quedaba un millón 200 mil para 1650. Se arrasaron los pueblos y se satanizó a nuestra gran civilización y cultura. A través de la Inquisición se reprimió a quien osara seguir costumbres y tradiciones milenarias.
Se cambiaron los nombres a los lugares, ríos, personas, para europeizarlos. Se prestó atención sólo a una de las identidades: la mexica, y la maya de una manera vertical y unilateral. Y, en el mejor de los casos, se vio a los demás pueblos originarios con la óptica mexica y se les llamó como los llamaban en náhuatl, despreciando su cultura específica. Pero la identidad es persistente, el daño fue muy grave y el trauma profundo, muchos pueblos desaparecieron, pero no pudieron acabar con los más fuertes.
La colonización se logró, además de otras causas, porque los distintos pueblos originarios no estaban unidos, y no lo estaban porque no eran una sola nación y tenían sus rivalidades.
Durante la Colonia las rebeliones indígenas fueron una constante, registrándose más de 100 en todo el territorio. De las luchas aisladas y dispersas se llegó a una lucha general que conquistó la Independencia. La nación mexicana surgió a lo largo de la Colonia en nuestro territorio, surgiendo una población, economía, cultura, psicología social específicamente mexicana. México nació a partir de y junto con las naciones indígenas originarias y es un país multinacional.
En términos étnicos, en 1810, cuando comienza la lucha por la Independencia, había en México una cifra aproximada de 3 millones 700 mil indígenas; los indomésticos (predominantemente indígenas) 700 mil; los mestizos, alrededor de 900 mil; los criollos unos 200 mil; los negros y afromestizos, alrededor de 650 mil, y los españoles, apenas unos 60 mil.
En nuestro país subsisten tanto la nación mexicana como las naciones originarias que sobrevivieron al genocidio y la destrucción. La nación mexicana tiene como raíz las culturas indígenas, alimentada de injertos de población negra, europea-árabe y asiática. La población mayoritaria en 1810 era indígena, y en los mestizos predominaba la sangre indígena, también en la mayoría de los mulatos y aún en los criollos había sangre indígena.
Los mexicanos no somos “mestizos”, según la idea tan difundida de que somos mitad indígenas, mitad españoles e incluso se dice que España es “Nuestra Madre Patria”. La identidad mexicana surgió de la unión de indígenas, mestizos, mulatos, negros y blancos en contra del colonialismo, de los invasores españoles y de su dominio sobre nuestro territorio. Hoy quieren negar nuestra identidad al meternos al costal de los “hispanos”.
La primera arma del dominio extranjero en un territorio ajeno es la división de la población y el enfrentamiento entre sí de los habitantes. La invasión española fomentó todo tipo de divisiones, trajo el racismo y la distinción en castas, que no existía antes.
También el patriarcado europeo colocó a las mujeres en la más completa subordinación hacia los hombres. La división en clases separó antagónicamente a la población; los indígenas quedaron sujetos al encomendero primero y al hacendado después. Otra arma fue el eurocentrismo, que consideraba a los habitantes de nuestro territorio como inferiores y salvajes y a la cultura y la religión europea como la única y la mejor. Se fomentó la visión de nuestros pueblos desde la óptica europea y el autodesprecio de los mexicanos.
Luego de la Independencia, tras el colonialismo, se ha ido desarrollando el neocolonialismo y se ha mantenido el predominio de la visión eurocéntrica de nosotros mismos. Los mexicanos tenemos un problema profundo de identidad, pues el sistema político, económico, social y la vida cultural siguen los patrones establecidos hace 500 años y la explotación de los pueblos indígenas originarios y de toda la nación mexicana continúa.
Ahora ya no nos domina España, sino la sucursal de Europa en América: Estados Unidos. En el neocolonialismo se nos busca integrar a la “región norteamericana” como “hispanos”, cuando los mexicanos tenemos nuestra identidad específica. Y si hablamos de una región, la nuestra es América de norte a sur; y dentro de esa región somos latinoamericanos.
En este siglo XXI que comienza, frente a la globalización y los planes de anexión-subordinada, integración económica, política, cultural, militar a los Estados Unidos de las Corporaciones Norteamericanas, hoy se plantea de manera aguda el problema de nuestra identidad.
Junto con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, estalla la rebelión indígena en Chiapas, y en todo el país se reactivan los movimientos de los pueblos originarios. Los movimientos sociales, regionales y el movimiento democrático se reactiva en todo México. En esos movimientos se gesta la nueva identidad del Siglo XXI.
Nuestra nueva identidad reconoce que nuestra raíz originaria, nuestros cimientos profundos, nuestra identidad persistente está basada en los pueblos o naciones milenarias. También encarna los aportes de los trabajadores afroamericanos, europeos, asiáticos, que vivieron, laboraron y transmitieron su cultura a lo largo de los últimos 5 siglos y se integraron a la cultura mexicana.
Los pueblos indígenas que viven y luchan en México, en sus territorios ancestrales han de ver plenamente reconocidos sus derechos colectivos, para que México pueda desarrollarse y vivir en armonía, eliminando el colonialismo interno que existe desde el Siglo XIX. El avance de México, como nación, pasa por el reconocimiento a los diversos pueblos o naciones indígenas originarias y el establecimiento de relaciones de respeto y ayuda mutua.
El pueblo mexicano, reconociendo su raíz, va a desarrollar plenamente su identidad, que se desarrolla en la unión de todos los mexicanos que viven en nuestro territorio sin distinción de raza, origen nacional, género, edades, formas de trabajo, nivel económico, preferencias sexuales, en la lucha contra el neocolonialismo y el neoliberalismo de Estados Unidos que busca la integración económica a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte de Salinas, la anexión en materia de energía y seguridad con la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN) también conocida como “TLC plus” que firmó Fox y con la sujeción militar de México al Comando Norte bajo el mando del Pentágono que impulsó Calderón al dar pasos para la integración militar de México a su vecino del norte.
Felipe Calderón, tras el fraude de 2006, desató la guerra en México por órdenes de Karen Tandy, administradora general de la agencia antidrogas de aquél país, la DEA, quien se reunió en octubre de 2006 con Medina Mora y García Luna, causando cientos de miles de muertos y decenas de miles de desaparecidos: en 2011 se contaban 200 mil muertos. Genaro García Luna, coludido con el Cártel de Sinaloa, hoy es juzgado en Estados Unidos. Calderón prosiguió la integración militar con Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida, la injerencia del Ejército vecino, el sobrevuelo de drones, la acción de agentes armados en México e integró a la Armada a ejercicios navales de Estados Unidos y al Comando Norte.
Este proceso fue continuado por Enrique Peña Nieto, quien usó recursos ilícitos en su campaña presidencial y compró millones de votos, con la complicidad del IFE hoy INE (Instituto Nacional Electoral). Solapó fraudes como la compra chatarra de Agro nitrogenados. Entregó nuestro petróleo con la Reforma Energética, usando 164 millones pesos para sobornar a legisladores para su aprobación, nos endeudó más y Peña fue cómplice de los responsables de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, de la masacre de Nochixtlán y la de Tlatlaya. Además, impulsó la firma del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá que es un paso más hacia la integración de México a Estados Unidos de las Corporaciones Norteamericanas. En ese contexto es de vital importancia construir la nueva identidad de los mexicanos de cara al Siglo XXI.
La nueva identidad se construye en la lucha por la plena Soberanía de nuestro país.
La unión del pueblo empieza por la unión de los pueblos originarios y la de los mexicanos por conquistar plenamente sus derechos, que tiene como base la unión de los trabajadores: indígenas y no indígenas.
La nueva identidad deberá además de reconocer plenamente los derechos de los pueblos originarios y la raíz de la nación en la conquista de la soberanía, recibir con los brazos abiertos a los hermanos migrantes del sur, y se desarrolla en esta época de la globalización en la que crece la solidaridad entre los trabajadores de todos los países, y la unión internacional por la conquista de un mundo alternativo, de otro mundo en el que se reconozcan los derechos de todos, y la soberanía de cada pueblo.
Los trabajadores mexicanos que migran y son criminalizados en Estados Unidos, se funden con los trabajadores de ese país que los apoyan con la consigna de: “Nadie es Ilegal” y condenan la criminalización, violencia y abusos en México contra los migrantes de centro, Sudamérica y el Caribe.
Al mismo tiempo se da un profundo movimiento en toda América Latina para reafirmar los intereses de los pueblos frente a los planes imperialistas. En ese sentido, la nueva identidad tiene también una connotación internacionalista. Cada pueblo tiene como tarea conservar y profundizar su propia cultura y a la par ha de aportar su propia cultura al tesoro de la cultura universal. Porque a fin de cuentas somos una sola humanidad, con una sola lucha por reconocer los derechos de todos.
Hoy por hoy una forma de atacar nuestra raíz y nuestra identidad mexicana al dar por sentado que ya estamos integrados y supeditados a una “región norteamericana”, y que debemos someternos a su lógica. Pero cada país debe ser soberano y no dejar que ningún vecino lo someta. Ser buenos vecinos está muy bien, pero en su casa cada quien: independientes y soberanos cada pueblo y nación, buscando la armonía con todos los pueblos del mundo, lejos de las guerras que promueven los belicistas que no nos competen, porque queremos la paz.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social