Mientras la prensa occidental presenta al Ejército Sirio Libre como una organización revolucionaria armada, en realidad se trata de un ente contrarrevolucionario que poco a poco fue pasando, de manos de las monarquías reaccionarias del Golfo Pérsico, al control de Turquía, que a su vez actúa por cuenta de la OTAN
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Desde hace 18 meses este país se ha visto inmerso en una serie de desórdenes que han ido en aumento hasta convertirse en un conflicto que ya ha causado la muerte de unas 20 mil personas. Si bien existe un consenso sobre estos hechos, también es cierto que existen importantes divergencias en las narraciones e interpretaciones sobre éstos.
Según los Estados occidentales y sus medios de prensa, los sirios aspiran a vivir en democracias de mercado al estilo occidental. Así que, siguiendo los escenarios de Túnez, Egipto y Libia correspondientes a la “primavera árabe”, los sirios se habrían levantado para derrocar al dictador Bachar al-Assad, quien a su vez no tardó en reprimir las manifestaciones de forma sangrienta. Los occidentales quisieran poner fin a la masacre, pero los rusos y los chinos se oponen a ello, ya sea por interés o por desprecio a la vida humana.
Mientras tanto, los Estados que no aceptan la dominación estadunidense y sus medios de prensa estiman, por el contrario, que Estados Unidos ha desatado contra Siria una acción ya preparada desde hace mucho tiempo. También estiman que, procediendo al principio a través de sus aliados regionales y, ya más tarde, de forma directa, Estados Unidos ha infiltrado en Siria bandas armadas que han desestabilizado el país, siguiendo el modelo de los Contras ya utilizados anteriormente en Nicaragua. Pero estos elementos han logrado muy poco apoyo en el plano interno y se han visto derrotados mientras Rusia y China impiden que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) liquide al ejército sirio, lo cual invertiría la ecuación regional.
¿Quién dice la verdad? ¿Quién se equivoca?
En Siria, los grupos armados no defienden la democracia sino que luchan contra ella.
En primer lugar, la interpretación de los acontecimientos registrados en Siria como un episodio de la “primavera árabe” es una ilusión, en la medida en que la llamada “primavera” está lejos de ser una realidad. No es más que un eslogan publicitario tendente a dar una imagen positiva a toda una serie de hechos heteróclitos. Si bien es cierto que en Túnez, Yemen y Bahréin sí se produjeron revueltas populares, tal cosa no sucedió ni en Egipto ni en Libia. En Egipto, las manifestaciones en las calles se limitaron a la capital y a la participación de un sector de la burguesía. El pueblo egipcio nunca se sintió, absolutamente en ningún momento, implicado en el espectáculo televisivo de la plaza Tahrir. En Libia tampoco se produjo una revuelta política sino un movimiento separatista surgido en la región de Cirenaica en contra del poder de Trípoli y que sirvió de pretexto a la intervención militar de la OTAN, intervención militar que costó la vida a unas 160 mil personas.
La estación libanesa Nour Tv se anotó un resonante éxito con la transmisión de una serie de programas de Hassan Hamade y Georges Rahme titulada “La primavera árabe. De Lawrence de Arabia a Bernard-Henri Levy”. Los autores de la serie desarrollan la idea de que la “primavera árabe” es un remake de la “revuelta árabe” de 1916-1918, orquestada por los británicos en contra de los otomanos. Esta vez los occidentales han manipulado las situaciones para derrocar a una generación de líderes e imponer a la Hermandad Musulmana. De hecho, la “primavera árabe” cae en la categoría de publicidad engañosa. En estos momentos, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto y Gaza están siendo gobernados por una hermandad que, por un lado, impone un orden moral mientras que, por el otro, apoya el sionismo y el capitalismo seudoliberal, es decir los intereses de Israel y de los anglosajones. Desaparece así la ilusión. Varios autores, como el sirio Said Hilal Alcharifi, hablan ahora, en tono de burla, de la “primavera otánica”.
En segundo lugar, los dirigentes del Consejo Nacional Sirio (CNS) y los comandantes del Ejército Sirio Libre (ESL) no son precisamente demócratas en el sentido de que estén dispuestos a favorecer “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, según la fórmula de Abraham Lincoln recogida en la Constitución Política francesa. Por ejemplo, el primer presidente del CNS fue Burhan Galioun, profesor en una universidad francesa, y quien no era para nada “un opositor sirio perseguido por el régimen”, ya que entraba y salía libremente de Siria. Tampoco era, como ahora pretende serlo, un “intelectual laico”: era el consejero político del argelino Abbassi Madani, presidente del Frente Islámico de Salvación, actualmente refugiado en Catar. Su sucesor, Abdel Basset Syda, sólo hizo su aparición en el mundo de la política en estos últimos meses y rápidamente resultó ser un simple ejecutor de los deseos estadunidenses. Desde el momento mismo de su elección a la cabeza del CNS, el señor Syda se comprometió no a defender la voluntad de su pueblo, sino a aplicar la “hoja de ruta” que Washington redactó para Siria, titulada “The day after”. Los combatientes del Ejército Sirio Libre también están lejos de ser militantes de la democracia. Reconocen la autoridad espiritual del jeque Adnan al-Arour, predicador takfirista que llama a derrocar y matar a Bachar al-Assad, no por motivos políticos sino únicamente porque el presidente sirio es alauita, lo cual lo convierte en un hereje a los ojos del jeque.
Todos los oficiales del ESL que han podido ser identificados son sunnitas, y todas las brigadas del Ejército Sirio Libre llevan nombres de figuras históricas sunnitas. Los “tribunales revolucionarios” del ESL condenan a muerte a sus opositores políticos (no sólo a los partidarios de Bachar al-Assad) y a los infieles, que son degollados en público. El programa del ESL consiste en acabar con el régimen laico instaurado por el Baas, el Partido Socialista Nacional Sirio y los comunistas y prevé la instauración de un régimen confesional estrictamente sunnita.
Conflicto sirio, planeado por occidentales
Es de conocimiento público el deseo occidental de acabar con Siria, y ese elemento es más que suficiente para explicar los actuales acontecimientos. Recordemos algunos hechos que no dejan lugar a dudas sobre la premeditación que caracteriza los acontecimientos.
La decisión de imponer la guerra a Siria fue adoptada en una reunión en Campo David, por el presidente George W Bush el 15 de diciembre de 2001, justo después de los espectaculares atentados en Nueva York y Washington. En aquel momento, lo previsto era intervenir simultáneamente en Siria y en Libia para demostrar que Estados Unidos podía intervenir en dos teatros de operaciones al mismo tiempo. El testimonio del general Wesley Clark, excomandante supremo de la OTAN, demuestra la existencia de esa decisión, que encontró la oposición del propio Clark.
En 2003, en el momento de la caída de Bagdad, el Congreso estadunidense adoptó dos leyes que instruían al presidente de Estados Unidos para que preparara una guerra contra Libia y otra contra Siria (Syria Accountability Act).
En 2004 Washington acusó a Siria de esconder en su territorio las armas de destrucción masiva que no lograba encontrar en Irak. Aquella acusación naufragó cuando se admitió que nunca existieron las famosas armas de destrucción masiva y que sólo fueron un pretexto para invadir Irak.
En 2005, después del asesinato de Rafik Hariri, Washington trató de entrar en guerra contra Siria, pero no pudo hacerlo porque el país árabe retiró su ejército del Líbano. Estados Unidos montó entonces una serie de testimonios falsos para acusar al presidente Al-Assad de haber ordenado el atentado y creó un tribunal internacional de excepción para juzgarlo. A la larga, Estados Unidos se vio obligado a retirar sus acusaciones falsas al ser reveladas sus propias manipulaciones.
En 2006, Estados Unidos comenzó a preparar la “revolución siria” mediante la creación del Syria Democracy Program. Se trataba de crear y financiar grupos prooccidentales de oposición, como el Movimiento por la Justicia y el Desarrollo. Al financiamiento oficial del Departamento de Estado se agregó un financiamiento secreto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) a través de una asociación californiana llamada Democracy Council.
También en 2006, Estados Unidos puso en manos de Israel el desencadenamiento de una guerra contra el Líbano, con la esperanza de implicar a Siria para poder intervenir. Pero la rápida victoria del Hezbollah hizo fracasar aquel plan.
En 2007, Israel atacó a Siria al bombardear una instalación militar en la llamada Operación Orchard. Una vez más Siria mantuvo su sangre fría y no se dejó arrastrar a la guerra. Posteriores verificaciones del Organismo Internacional de Energía Atómica demostraron que el blanco del ataque no era una instalación nuclear, desmintiendo así las afirmaciones de los israelíes.
En 2008, en la reunión que la OTAN organizó bajo la denominación de Grupo de Bilderberg, la directora del Arab Reform Initiative, Bassma Kodmani, y el director de la Stiftung Wissenschaft und Politik, Volker Perthes, expusieron brevemente ante la crema y nata de Estados Unidos y Europa las ventajas económicas, políticas y militares de una posible intervención de la OTAN en Siria.
En 2009, la CIA creó varios instrumentos de propaganda dirigidos hacia Siria, como los canales Barada Tv, con sede en Londres, y Orient Tv, en Dubai.
Agreguemos a esos elementos históricos la realización en El Cairo, durante la segunda semana de febrero de 2011, de una reunión a la que asistieron los políticos estadunidenses John McCain y Joe Lieberman; Bernard-Henri Lévy;?personalidades libias, como Mahmud Jibril –el entonces segundo personaje en importancia de la Yamahiria–; y personalidades sirias, como Malik al-Abdeh y Ammar Qurabi. Aquella reunión dio la señal para las operaciones secretas que comenzaron simultáneamente en Libia y Siria, el 15 de febrero en Bengazi y el 17 en Damasco.
En enero de 2012, los departamentos estadunidenses de Estado y de Defensa crearon el grupo de trabajo The Day After. Supporting a Democratic Transition in Syria, que redactó simultáneamente una nueva constitución para Siria y un programa de gobierno.
En mayo de 2012, la OTAN y el Consejo de Cooperación del Golfo crearon el Working Group on Economic Recovery and Development of the Friends of the Syrian People, bajo la copresidencia de Alemania y de los Emiratos Árabes Unidos. En el marco de ese grupo, el economista sirio-británico Ossam el-Kadi elaboró una repartición de las riquezas sirias entre los países miembros de la coalición, repartición que se aplicaría a partir del “día siguiente”, es decir, después del derrocamiento del régimen sirio por parte de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo.
¿Revolucionarios?
Los grupos armados no surgieron de las manifestaciones pacíficas de febrero de 2011. Aquellas manifestaciones denunciaban, efectivamente, la corrupción y reclamaban más libertades, mientras que los grupos armados –como acabamos de ver– provienen del islamismo.
Una terrible crisis económica afectó las regiones rurales durante los últimos años, debido a las malas cosechas erróneamente interpretadas como desgracias pasajeras, cuando en realidad eran consecuencia de cambios climáticos duraderos. A lo anterior se agregaron errores cometidos en la aplicación de reformas económicas que desorganizaron el sector primario. Ello provocó un importante éxodo rural que el gobierno ha sabido enfrentar y una deriva sectaria de campesinos que el gobierno no tuvo en cuenta. En numerosas regiones, el hábitat rural no estaba concentrado en aldeas sino disperso en forma de granjas aisladas. Nadie se dio cuenta de la verdadera envergadura de ese fenómeno, hasta que se reagruparon sus adeptos.
En definitiva, en el seno de la sociedad siria, que representa el paradigma de la tolerancia religiosa, se desarrolló una corriente takfirista. Esa corriente sirvió de base a los grupos armados, que a su vez han sido abundantemente financiados por las monarquías wahabitas (Arabia Saudita, Catar, Sharjah). Ese dinero proveniente del exterior atrajo nuevos combatientes, entre los que se hallan parientes de víctimas de la represión masiva del sangriento y fracasado golpe de Estado de la Hermandad Musulmana, en 1982. El móvil de esas personas es a menudo más personal que ideológico. Se trata sobre todo de una búsqueda de venganza. Atraídos por el dinero fácil, numerosos delincuentes e individuos que ya tenían problemas con la justicia se unieron a esos elementos: cada “revolucionario” recibe una suma que representa siete veces el salario medio sirio. Y finalmente, también comenzaron a llegar profesionales que ya han combatido en Afganistán, Bosnia, Chechenia o Irak. En primera fila de estos se encuentran los hombres de al-Qaeda en Libia, liderados por el propio Abdelhakim Belhaj. Los medios de prensa los presentan como yihadistas, lo cual es totalmente inapropiado, ya que en el Islam no se concibe la guerra santa contra correligionarios. Se trata, ante todo, de mercenarios.
La prensa occidental y la prensa de los países del Golfo insisten en la presencia de desertores entre los miembros del ESL, lo cual no deja de ser cierto. Lo que sí es falso es que hayan desertado luego de haberse negado a reprimir manifestaciones políticas. El perfil de los mencionados desertores corresponde casi siempre a los casos ya descritos anteriormente. En todo caso, en un ejército de 300 mil hombres siempre será posible encontrar fanáticos religiosos y delincuentes.
Los grupos armados utilizan una bandera que sustituye la franja roja de la actual bandera siria por una franja verde y que presenta tres estrellas en vez de dos. La prensa occidental califica esa bandera de la franja verde y las tres estrellas como “la bandera de la independencia”, ya que estuvo en vigor al proclamarse la independencia de Siria, en 1946. Ésa es, en realidad, la bandera del mandato francés que se mantuvo en vigor durante la época de la independencia formal del país (de 1932 a 1958). Las tres estrellas representan los tres distritos confesionales de la época del colonialismo (alauita, druso y cristiano). Así que esa bandera no es ciertamente un símbolo revolucionario. En realidad es todo lo contrario, ya que equivale a proclamar el deseo de prolongar el proyecto colonial, el proyecto del Acuerdo Sykes-Picot de 1916 y del rediseño del “Oriente Medio ampliado”.
Durante los 18 meses de acciones armadas, estos grupos se han estructurado y, más o menos, han ido coordinándose. La gran mayoría se encuentra actualmente bajo las órdenes de Turquía, con la etiqueta del Ejército Sirio Libre. Pero la realidad es que se han convertido en milicias de la OTAN, ya que el cuartel general del ESL se encuentra incluso en la base aérea de la OTAN de Incirlik, en Turquía. Los islamistas más duros han formado sus propias organizaciones o se han unido a Al-Qaeda. Se hallan bajo control de Catar o de la rama sudairi de la familia real saudita. De hecho, dependen de la CIA.
Esta conformación progresiva, que comienza entre campesinos pobres para terminar con un flujo de mercenarios, es idéntica a la que tuvo que enfrentar Nicaragua cuando la CIA organizó a los Contras para derrocar a los sandinistas, o a lo que enfrentó Cuba cuando la CIA organizó el desembarco de Bahía de Cochinos para derrocar a los castristas. Y ése es, precisamente, el modelo que hoy siguen los grupos armados sirios: en mayo de 2012, los contrarrevolucionarios cubanos organizaron en Miami una serie de seminarios para entrenar a sus homólogos sirios en la realización de acciones de guerrilla urbana.
La CIA aplica los mismos métodos en todas partes. Fue por eso que los Contras sirios concentraron su accionar militar en la creación de bases fijas (aunque ninguna de ellas logró sobrevivir, ni siquiera el emirato islámico de Baba Amro), en la realización de sabotajes contra la economía (destrucción de la infraestructura e incendios intencionales en las grandes fábricas) y, finalmente, en el terrorismo (descarrilamiento de trenes de pasajeros, atentados con autos-bomba en lugares céntricos y asesinatos contra líderes religiosos, políticos y militares).
Como consecuencia de esas acciones, el sector de la población siria que, al principio de estos acontecimientos, podía albergar alguna simpatía hacia los grupos armados creyendo que estos representaban una alternativa al régimen actual, poco a poco ha ido alejándose de ellos.
De manera para nada sorprendente, la batalla de Damasco consistió en hacer converger hacia la capital los 7 mil combatientes que se hallaban dispersos en el país y ejércitos de mercenarios que estaban a la espera en los países limítrofes. Decenas de miles de Contras trataron de penetrar en Siria desplazándose simultáneamente en numerosas columnas de camionetas (pick-up) y prefiriendo atravesar el desierto en vez de circular por las autopistas. Los bombardeos aéreos frenaron a una parte de esos invasores, que se vieron obligados a regresar por donde habían llegado. Otros, luego de apoderarse de varios puestos fronterizos, lograron llegar hasta la capital, pero no encontraron allí el apoyo popular que esperaban. Por el contrario, la propia población guió a los soldados del ejército nacional en la tarea de identificarlos y sacarlos de sus posiciones. Al final, los Contras tuvieron que batirse en retirada y anunciaron que, a falta de tomar Damasco, tomarían Alepo. Eso demuestra que los participantes en las revueltas no son los habitantes de Damasco ni los de Alepo sino combatientes provenientes del exterior.
En contraste con la impopularidad de los grupos armados, hay que señalar la popularidad del ejército nacional sirio y de las milicias de autodefensa. El Ejército Árabe Sirio es un ejército de reclutas, es decir, uno popular. Resulta impensable que ese ejército pueda ser utilizado como instrumento de represión política. Desde hace poco, el gobierno autorizó la formación de milicias por barrios y distribuyó armas a los ciudadanos que se comprometieron a dedicar dos horas de su tiempo a la defensa de su barrio bajo las órdenes de miembros del ejército.
Pasan gato por liebre
En su época, al presidente estadunidense Ronald Reagan le costó mucho trabajo presentar a sus Contras como “revolucionarios”. Creó para ello una estructura de propaganda: el Buró de Diplomacia Pública, cuya dirección puso en manos de Otto Reich. Este último sobornó a periodistas en la mayoría de los grandes medios de la prensa estadunidense y de Europa occidental para que “intoxicaran” al público. Entre otras cosas, echó a rodar el rumor de que los sandinistas disponían de armas químicas y que existía el riesgo de que las utilizaran contra su propio pueblo. Hoy en día, la propaganda se dirige desde la Casa Blanca, y lo hace el consejero adjunto para la seguridad nacional a cargo de las comunicaciones estratégicas, Ben Rhodes, quien está aplicando los mismos viejos métodos y nuevamente ha recurrido, contra Al Assad, al rumor de las armas químicas.
En colaboración con el MI6 (Servicio de Inteligencia Secreto británico), Rhodes ha logrado imponer una estructura “fantasma” como principal fuente de información de las agencias de prensa occidentales: el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos. Los medios no han cuestionado nunca la credibilidad de esta firma, a pesar de que sus afirmaciones han sido desmentidas por los observadores de la Liga Árabe y de la Organización de las Naciones Unidas. Esa estructura “fantasma”, sin locales, personal ni conocimientos, se ha convertido incluso en la fuente de información de las cancillerías europeas desde que la Casa Blanca convenció a estas últimas de retirar de Siria a su personal diplomático.
Ben Rhodes organizó también una serie de espectáculos para periodistas en busca de emociones fuertes. Para ello se crearon dos touroperadores, uno en el gabinete del primer ministro turco Edogan y el segundo en el gabinete del exprimer ministro libanes Fouad Siniora. Se invitó a los periodistas a entrar ilegalmente en Siria con la ayuda de guías contratados para ello. Durante meses, se estuvo ofreciendo la posibilidad de viajar, desde la frontera turca, para visitar una aldea en la montaña donde era posible hacer sesiones fotográficas con los “revolucionarios” y “compartir la vida diaria de los combatientes”. Posteriormente, a los más deportivos se les proponía un viaje desde la frontera libanesa para ir a visitar el emirato islámico de Baba Amro.
Lo más extraño es que numerosos periodistas descubrieron falsificaciones enormes, sin que ello los llevara a sacar conclusión alguna. Por ejemplo, un célebre reportero fotográfico filmó a los “revolucionarios” de Baba Amro quemando neumáticos para producir un humo negro, que daría la impresión de que el barrio estaba siendo bombardeado. Ese reportero transmitió las imágenes a través de Channel4, pero siguió afirmando que había sido testigo del bombardeo contra Baba Amro que reportaba el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos.
Por su parte, el New York Times reveló que las fotografías e imágenes de video transmitidas por el servicio de prensa del Ejército Sirio Libre en las que aparecen sus valerosos combatientes fueron montadas como una obra de teatro. Las armas que aparecen en esas imágenes son en realidad juguetes que reproducen armas reales. A pesar de ello, el New York Times no pone en duda la existencia de un ejército de desertores que contaría con unos 100 mil hombres.
Siguiendo un esquema clásico, los periodistas prefieren mentir antes que reconocer que han sido manipulados. Después de ser engañados una vez, siguen participando, ya conscientemente, en el desarrollo de la mentira a pesar de haberla descubierto. Queda por saber si ustedes, lectores de este artículo, también prefieren mirar para otro lado o apoyar al pueblo sirio frente a la agresión de los Contras.
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Fuente: Contralínea 296