El protagonismo de Kenia en la ocupación durante las últimas semanas de ciudades sureñas de Somalia, como Kismayo, hasta entonces en poder del grupo islámico Al-Shabab, actualiza un viejo debate sobre las intenciones de Nairobi en el vecino Estado
Antonio Paneque Brizuela/Prensa Latina
Uno de los primeros motivos para reactivar el análisis de lo que hace Kenia en Somalia fue el inusitado énfasis que aquel país concedió a la operación con tropas anfibias de desembarco, helicópteros, preparación artillera y una moderna estrategia militar.
La exitosa avanzada contrainsurgente del ejército keniano, al cumplirse 1 año de la entrada de sus tropas en la guerra en Somalia (el 16 de octubre de 2011), despertó algunas suspicacias.
Los somalíes reaccionaron contra las intenciones del país vecino sobre la región de Jubalandia, cuya ciudad principal es Kismayo, en la donde operan escasas tropas somalíes, entrenadas, además, por oficiales de Nairobi.
La operación para ocupar Kismayo, bajo el nombre en swahili de Linda Nchi (proteger al país) fue estudiada de manera cuidadosa durante por lo menos 1 año, aunque analistas precisan que el proceso comenzó en 2010.
Militares kenianos niegan que esa presencia en Somalia tenga intenciones de ocupación de ningún tipo, pero los argumentos de funcionarios, parlamentarios e investigadores del país vecino parecen cada vez más irrebatibles.
Criterios de políticos y estudiosos somalíes
Pese al estado de caos que ha reinado en Somalia en los últimos 20 años –una de cuyas muestras es precisamente los intentos de escisión de regiones autónomas, como Jubalandia, Mogadiscio (ciudad capital somalí)– ha denunciado su rechazo a cualquier proyecto keniano de secesión.
El parlamentario somalí, Ahmed Kama, fue una de las primeras voces opuestas a lo que calificó de “proceso político encabezado por Kenia en el Sur de Somalia y que ahora se desarrolla a través de negociaciones en Nairobi”.
Kama resultó quizás algo irónico al agradecer la ayuda de Kenia para liberar a Somalia de insurgentes, pero fue también preciso al afirmar que “las cuestiones políticas de Kismayo son competencia del gobierno somalí y no es eso lo que está pasando”.
Las negociaciones del gobierno keniano con la cooperación de aliados internos en la región escogida por Nairobi hacen pronosticar al politólogo somalí, Yasin Elmi, las posibles consecuencias de un Estado autónomo en Jubalandia. “Al ser imposible para un sólo clan ejercer allí su autoridad –reflexiona– a algunos se les ocurrió aliarse con extranjeros, pero el acuerdo entre otro país y un clan local empeorará la situación y prolongará el sufrimiento de la población local”.
Hassan Mudei, subdirector del Centro Al-Shahid de Investigación y Estudios de Medios de Mogadiscio, opina que el plan de Nairobi dependerá de cómo traten y respeten las sensibilidades y diferencias entre los clanes de la región.
“Si los efectivos kenianos son considerados como una fuerza ocupante –argumenta– creo que nunca se ganarán la confianza de la población y el proyecto estará condenado al fracaso.”
El gobierno de Kenia organizó desde octubre último conversaciones en su capital con grupos étnicos de esos territorios somalíes allegados a Nairobi y simpatizantes del mencionado proyecto de Jubalandia.
La agenda de esos encuentros –a los cuales no sin cierto cinismo fue invitado Mogadiscio con el consiguiente rechazo de su gobierno– consigna la formación de una administración sobre esos territorios, a la que Kenia no estará ajena.
Jubalandia o pescar en río revuelto
Funcionarios somalíes alegan que la estrategia keniana se basa en aprovechar los nexos entre etnias de su población norteña con las del Sur somalí para crear el mencionado Estado de Jubalandia, nombre tomado del río Juba, que recorre esa región.
Gobernantes, legisladores y estudiosos somalíes habían expresado su alerta respecto a las pretensiones de Nairobi, ya antes de la toma de Kismayo, ciudad de fuerte producción agropecuaria, con puerto y aeropuerto, que son los mayores del Sur.
Según esas fuentes, Kenia pretende convertir Jubalandia –región también conocida como Hazaña, la cual abarca los distritos de Gedo, Baja Juba y Media Juba– en un Estado autónomo que funcione como una especie de zona de contención respecto a Somalia.
El proyecto para concebir ese Estado prevé una suerte de administración títere liderada por un clan minoritario pero afín a Nairobi en esa región, ubicada entre las provincias del Sur somalí y la frontera nororiental de Kenia.
Esa definición de la iniciativa conduce a un posible conflicto de representatividad, pues las atribuciones conferidas a ese clan establecen una menor participación administrativa para otros grupos étnicos que sí son mayoritarios en la región.
Es obvio, además, que las actuales gestiones anexionistas de Kenia aprovechan las divisiones somalíes y las secuelas de desgobierno surgidas tras el derrocamiento en 1991 del presidente Mohamed Siad Barre, aún no superadas por el actual Ejecutivo.
Ese mismo escenario de caos político fue aprovechado por Nairobi desde el momento mismo en que decidió intervenir en Somalia, sin contar entonces con Mogadiscio ni con la Misión de la Unión Africana para el empobrecido país.
La decisión keniana de combatir contra Al-Shabab en territorio somalí fue seguida, además, por operaciones no siempre consultadas con Mogadiscio o con la Misión de la Unidad Africana para Somalia (Amisom, por su sigla en inglés).
Las tropas kenianas fueron oficialmente reconocidas sólo en julio del presente año como parte de esa fuerza multinacional, en cuyo nombre actuaron cuando tomaron Kismayo y otras ciudades del Sur.
El territorio de Jubalandia fue cedido por Reino Unido en 1924 a Italia, que le llamó Oltre Giuba, y sólo a partir de 1960 se integró a la Somalia ya independiente. En 2006 pasó a las denominadas Cortes Islámicas y luego fue heredado por Al-Shabab.
Nairobi insiste, por otro lado, en su negativa respecto a cualquier objetivo expansionista, aunque es un hecho la presencia en aquella región de un contingente keniano, estimado en unos 2 mil soldados.
El portavoz de las Fuerzas de Defensa de Kenia, el mayor Emanuel Chirchir, califica de infundadas las acusaciones y explica que la intención de Nairobi es la estabilidad de la región “sin propósitos políticos o de ocupación”.
El mandato keniano dentro de las fuerzas de Amisom –subraya el vocero– es claro y se limita a “contribuir a la paz y a la normalidad en Somalia, y no a dividir al pueblo somalí según la pertenencia a los clanes”.
En cualquier caso –para Somalia o cualquier país– resulta siempre riesgoso tener que admitir en su territorio tropas extranjeras, como las que allí integran junto a Kenia esa fuerza regional, aunque ésta opere también bajo consenso de la Organización de las Naciones Unidas.
Fuente: Contralínea 312 / noviembre de 2012