Desde hace 30 años, la Fundación Nacional por la Democracia se encarga de la parte legal de las operaciones ilegales de la CIA. Sin despertar sospechas, ha venido creando una extensa red mundial de corrupción, comprando sindicatos –tanto obreros como patronales–, así como partidos políticos de izquierda y de derecha para que defiendan los intereses de Estados Unidos en vez de los intereses de sus propios miembros
Thierry Meyssan / Red Voltaire
En 2006, el Kremlin denunciaba la proliferación en Rusia de asociaciones extranjeras; algunas parecían estar participando en un plan tendiente a desestabilizar el país, orquestado por la estadunidense Fundación Nacional por la Democracia (NED, por sus siglas en inglés). En previsión de una “revolución de color”, Vladislav Surkov elaboraba entonces una estricta reglamentación para esas organizaciones no gubernamentales (ONG). En Occidente, aquella reglamentación de orden administrativo fue descrita como un nuevo ataque del “dictador” Putin y de su consejero en contra de la libertad de asociación.
Otros Estados que también siguieron una política similar han sido igualmente calificados por la prensa internacional como “dictaduras”.
El gobierno de Estados Unidos dice trabajar a favor de “la promoción de la democracia a través del mundo”. Su posición es que el Congreso estadunidense puede subvencionar la NED y que ésta puede, a su vez, de manera independiente, ayudar directa o indirectamente a asociaciones, partidos políticos o sindicatos en cualquier país del mundo. Al ser, como su nombre lo indica, “no gubernamentales”, las ONG pueden emprender iniciativas políticas que las embajadas no pueden asumir sin violar la soberanía de los Estados que las acogen. Ésa es precisamente la cuestión.
¿La NED y la red de ONG financiadas a través de ese órgano son acaso iniciativas de la sociedad civil injustamente reprimidas por el Kremlin o son en realidad pantallas de los servicios de inteligencia estadunidenses, sorprendidos en flagrante delito de injerencia?
¿Qué tipo de democracia?
Como pueblo, los estadunidenses asumen la ideología de sus padres fundadores. Se ven a sí mismos como una colonia llegada de Europa para fundar una ciudad que obedece a dios. Ven a su propio país como “una luz encima de la montaña”, según la expresión de San Mateo que la mayoría de los presidentes estadunidenses han retomado en sus discursos políticos a lo largo de dos siglos. Por lo tanto, Estados Unidos sería una nación modelo, que brilla en lo alto de una colina, iluminando el mundo. Y todos los demás pueblos de la tierra deberían abrigar la esperanza de poder copiar ese modelo para alcanzar su propia salvación.
Para los estadunidenses, esa ingenua creencia implica –como una verdad que no necesita demostración– que su país es una democracia ejemplar y que ellos tienen el deber mesiánico de extenderla al resto del mundo. San Mateo predicaba que la propagación de la fe debía lograrse sólo mediante el ejemplo de una vida honesta, pero los padres fundadores de Estados Unidos veían el acto de encender su fuego y de propagarlo como un cambio de régimen. Los puritanos ingleses decapitaron a Carlos I de Inglaterra antes de huir a Holanda y América. Posteriormente, los patriotas del Nuevo Mundo rechazaron la autoridad del rey Jorge III de Inglaterra y proclamaron la independencia de Estados Unidos.
Imbuidos de esa mitología nacional, los estadunidense no ven la política exterior de su propio gobierno como un imperialismo. Consideran que derrocar un gobierno es perfectamente válido si ese gobierno ambiciona encarnar un modelo diferente del estadunidense, lo cual lo convierte en un gobierno maléfico. Al mismo tiempo, están convencidos de que, debido a la misión mesiánica de la que están investidos, han logrado imponer la democracia por la fuerza en los países que han ocupado.
En las escuelas de Estados Unidos se enseña que los soldados estadunidenses llevaron la democracia a Alemania. Ignoran que los hechos históricos demuestran exactamente lo contrario: el gobierno estadunidense ayudó a Hitler a derrocar la República de Weimar y a instaurar un régimen militar para acabar con la Unión Soviética.
Esa ideología irracional les impide cuestionar la naturaleza de sus propias instituciones y lo absurdo del concepto mismo de “democracia forzosa”. Sin embargo, según la fórmula del presidente Abraham Lincoln, “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Visto desde ese punto de vista, Estados Unidos no es una democracia sino un sistema híbrido en el que el poder Ejecutivo está en manos de una oligarquía, mientras que el pueblo limita la arbitrariedad de esa oligarquía a través de los contrapoderes Legislativo y Judicial.
En efecto, el pueblo elige a los miembros del Congreso y a algunos jueces, pero son los estados miembros de la federación los que eligen el Poder Ejecutivo, que a su vez designa a los altos magistrados. Si bien los ciudadanos están llamados a pronunciarse sobre la elección del presidente, el voto de la ciudadanía no es más que una consulta, como hubo de recordarlo la Corte Suprema a raíz de la elección presidencial de 2000, al pronunciarse sobre el caso Gore contra Bush. La Constitución estadunidense no reconoce la soberanía del pueblo, ya que el poder se comparte entre el pueblo y los estados que componen la federación, es decir los notables locales.
Es importante observar aquí que la Constitución de Rusia sí tiene un carácter democrático –por lo menos en el papel–, ya que estipula: “El depositario de la soberanía y única fuente del poder en la Federación Rusa es su pueblo multinacional” (título I, capítulo 1, artículo 3). Con base en ese contexto intelectual, los estadunidenses apoyan a su gobierno en su afirmación de que quiere “exportar la democracia” cuando su propio país no es una democracia, ni siquiera a la luz de su propia Constitución. Resulta difícil entender cómo podrían exportar lo que no tienen ni quieren tener en su propio país.
Durante los 30 últimos años, la NED ha sido portadora de esa contradicción, que se ha concretado en la desestabilización de numerosos Estados. Miles de crédulos militantes de ONG han violado la soberanía de los pueblos con la beatífica sonrisa de quien tiene la conciencia tranquila.
Una fundación pluralista e independiente
En su célebre discurso del 8 de junio de 1982 ante el Parlamento británico, el presidente Reagan denunció a la Unión Soviética como el “imperio del mal” y propuso prestar ayuda a los disidentes, en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y en otras partes. “Se trata de ayudar a crear la infraestructura necesaria para la democracia: libertad de prensa, sindicatos, partidos políticos, universidades. Los pueblos serán así libres de escoger el camino que les convenga para desarrollar su cultura y resolver sus diferencias por medios pacíficos”, declaró.
Basándose en ese consenso de lucha contra la tiranía, una comisión bipartidista de reflexión aconsejó a Washington la creación de la Fundación Nacional para la Democracia, que sería instituida por el Congreso estadunidense en noviembre de 1983 y de inmediato recibiría financiamiento.
La NED subvenciona cuatro estructuras autónomas que se encargan de redistribuir en el exterior el dinero del que disponen entre asociaciones, sindicatos obreros y patronales, así como partidos de derecha y de izquierda. Esas cuatro estructuras autónomas son el Instituto de Sindicatos Libres, hoy rebautizado como Centro Americano para la Solidaridad de los Trabajadores (ACILS, por sus siglas en inglés), cuya gestión está en manos del sindicato obrero AFL-CIO; el Centro para la Empresa Privada Internacional (CIPE, por sus siglas en inglés), cuya gestión está en manos de la Cámara de Comercio de Estados Unidos; el Instituto Republicano Internacional (IRI, por sus siglas en inglés), cuya gestión está en manos del Partido Republicano; el Instituto Nacional Democrático (NDI, por sus siglas en inglés), cuya gestión está en manos del Partido Demócrata.
Bajo esa presentación, la NED y sus cuatro tentáculos parecen estar basados en la sociedad civil y parecen reflejar además la diversidad social y el pluralismo político de esa misma sociedad civil. Financiados por el pueblo estadunidense, a través del Congreso, parecería que actúan a favor de un ideal universal, que son completamente independientes de la administración presidencial y que su accionar no puede servir de fachada a operaciones secretas al servicio de inconfesables intereses nacionales. La realidad es muy diferente.
Un montaje de la CIA, el MI6 y el ASIS
El discurso de Ronald Reagan en Londres se produce después de los escándalos que rodearon las revelaciones de los manejos sucios de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, pos sus siglas en inglés), revelaciones provenientes de varias comisiones investigadoras parlamentarias.
El Congreso prohibió entonces a la CIA la organización de nuevos golpes de Estado como medio de conquistar mercados. En la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional busca entonces otras vías que le permitan sortear dicha prohibición.
La comisión bipartidista de reflexión se constituyó antes del discurso de Ronald Reagan, aunque el mandato oficial de la Casa Blanca sólo le fue entregado posteriormente. Ello indica que aquella comisión no respondía a la pomposa ambición presidencial, sino que era anterior. El discurso no es, por lo tanto, otra cosa que la justificación retórica de decisiones ya tomadas de antemano en líneas generales y destinadas a su puesta en escena por parte de la comisión bipartidista.
El presidente de la comisión bipartidista de reflexión era el representante especial de Estados Unidos para el Comercio, lo cual indica que el objetivo de dicha comisión no era precisamente promover la democracia, sino, según la terminología consagrada, la promoción de la “democracia de mercado”.
Este extraño término corresponde al modelo estadunidense: una oligarquía económica y financiera impone sus decisiones políticas a través de los mercados y del Estado federal, mientras que los parlamentarios y jueces electos por el pueblo protegen a los individuos de la arbitrariedad de la administración.
De los cuatro organismos periféricos de la NED, tres fueron conformados para la ocasión. El cuarto, el organismo sindical (ACILS), ya existía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque había cambiado de nombre en 1978, cuando se descubrió que dependía de la CIA. Esto permite deducir que el CIPE, el IRI y el NDI no nacieron por generación espontánea, sino que también fueron creados bajo los auspicios de la CIA.
Además, a pesar de ser la NED una asociación creada conforme al derecho estadunidense, no es un instrumento de uso exclusivo de la CIA, sino un dispositivo común con los servicios británico (fue por eso que Reagan la anunció precisamente en Londres) y australiano. Esa característica fundamental nunca se menciona a pesar de estar enteramente confirmada por los mensajes de felicitación de los primeros ministros Tony Blair y John Howard, en ocasión del vigésimo aniversario de la supuesta ONG.
La NED y sus tentáculos son órganos del pacto militar anglosajón que vincula a Londres, Washington y Camberra, pacto en el que se incluye igualmente la red de intercepción electrónica Echelon. Además de la CIA, el MI6 británico y el ASIS australiano (Australian Secret Intelligence Service) también pueden solicitar los servicios de ese dispositivo.
Para esconder esa realidad, la NED ha propiciado la creación, por parte de varios aliados, de organizaciones análogas que trabajan con ella. En 1988, Canadá se dotó de un centro llamado Derechos y Democracia, que se concentró sobre todo en Haití y, posteriormente, en Afganistán. En 1991, el Reino Unido instituyó la Westminster Foundation for Democracy (WFD).
El funcionamiento de ese organismo público está diseñado según el modelo de la NED: su administración está en manos de los partidos políticos (consta de ocho delegados: tres del Partido Conservador, tres del Partido Laborista, uno del Partido Liberal y el octavo para los demás partidos representados en el Parlamento británico). La WFD fue muy activa en Europa del Este.
Finalmente, en 2001 la Unión Europea se dotó del European Instrument for Democracy and Human Rights, que despierta menos sospechas que sus homólogos. Ese órgano depende de EuroAid, dirigida por un alto funcionario tan poderoso como desconocido, el holandés Jacobus Richelle.
La directiva presidencial 77
Cuando votaron para la fundación de la NED, el 22 de noviembre 1983, los miembros del Congreso de Estados Unidos ignoraban que aquella organización ya existía secretamente, en virtud de una directiva presidencial fechada el 14 de enero.
Aquel documento, que no fue desclasificado hasta 20 años más tarde, organiza la “diplomacia pública”, expresión políticamente correcta para designar la propaganda. Instituye además en la Casa Blanca varios grupos de trabajo dentro del Consejo de Seguridad Nacional, uno de ellos encargado de pilotear la NED.
El consejo de administración de la NED no es por lo tanto otra cosa que una correa de transmisión del Consejo de Seguridad Nacional. En aras de salvar las apariencias, se decidió que, de manera general, los agentes o exagentes de la CIA no podían figurar en el consejo de administración.
A pesar de lo anterior, las cosas no pueden estar más claras. La mayoría de los altos funcionarios que han desempeñado un papel central en el Consejo de Seguridad Nacional han sido administradores de la NED: Henry Kissinger, Franck Carlucci, Zbigniew Brzezinski y Paul Wolfowitz, personalidades que la historia no recordará precisamente como idealistas de la democracia, sino como estrategas cínicos de la violencia.
El presupuesto de la NED no puede ser interpretado de manera aislada, ya que esa institución recibe además instrucciones del Consejo de Seguridad Nacional para la realización de acciones que se inscriben en el marco de grandes operaciones en las que participan varias agencias.
Existen fondos, provenientes esencialmente de la Agencia Estadunidense de Ayuda Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), que transitan por la NED sin aparecer en su presupuesto, simplemente para darles un carácter “no gubernamental”. Además, la NED recibe indirectamente el dinero de la CIA, previamente blanqueado por intermediarios privados, como la Smith Richardson Foundation, la John M Olin Foundation o la Lynde and Harry Bradley Foundation.
Para evaluar la envergadura de ese programa, habría que añadir al presupuesto de la NED los subpresupuestos correspondientes del Departamento de Estado, de la USAID, de la CIA y del Departamento de Defensa, lo cual resulta hoy en día imposible.
Ciertos elementos conocidos permiten, sin embargo, hacerse una idea de su importancia. En los últimos cinco años, Estados Unidos gastó más de 1 mil millones de dólares en asociaciones y partidos únicamente en Líbano, pequeño Estado de 4 millones de habitantes. Globalmente, la mitad de esa suma la distribuyeron públicamente el Departamento de Estado, la USAID y la NED. La otra mitad fue entregada secretamente por la CIA y el Departamento de Defensa.
Este ejemplo permite deducir que el presupuesto general que Estados Unidos dedica a la corrupción institucional se cuenta en decenas de miles de millones al año. En todo caso, el programa equivalente de la Unión Europea, que tiene un carácter enteramente público y sirve de apoyo a las acciones estadunidenses, es de 7 mil millones de euros al año.
En definitiva, la estructura jurídica de la NED y el volumen de su presupuesto oficial no son más que apariencia. En esencia, la NED no es un organismo independiente a cargo de acciones legales que anteriormente realizaba la CIA, sino una vitrina que el Consejo de Seguridad Nacional utiliza para garantizar los aspectos legales de operaciones ilegales.
La estrategia trotskista
Durante su etapa de instauración (en 1984), la NED tuvo como presidente a Allen Weinstein. John Richardson ocupó después ese puesto durante cuatro años (desde 1984 hasta 1988) y fue finalmente reemplazado por Carl Gershman (desde 1998).
Los tres tienen tres cosas en común: son judíos, fueron miembros del partido trotskista Social Democrats y trabajaron en la Freedom House. Todo eso tiene su lógica. El odio al estalinismo llevó a algunos trotskistas a unirse a la CIA para luchar contra los soviéticos. Y llevaron a la CIA la teoría de la toma del poder a escala mundial, transponiéndola a las “revoluciones de colores” y la “democratización”. Simplemente desplazaron la doctrina trotskista aplicándola al combate cultural, analizado por Antonio Gramsci: el poder se ejerce en las mentes más que por la fuerza. Para gobernar a las masas, una elite tiene que inculcarles, primero, una ideología que las programe para que acepten el poder que las domina.
El ACILS
Conocido con el nombre de Solidarity Center, el ACILS, rama sindical de la NED, es de lejos su principal canal. Distribuye más de la mitad de las donaciones de la NED, sustituyó organismos anteriores que habían trabajado durante toda la Guerra Fría en la estructuración de sindicatos no comunistas a través del mundo, desde Vietnam hasta Angola, pasando por Francia y Chile.
La utilización de sindicalistas para encubrir ese programa de la CIA entraña de por sí una excepcional perversión. Lejos de la divisa marxista “proletarios de todos los países, ¡uníos!”, el ACILS asocia los sindicatos obreros estadunidenses con el imperialismo que reprime a los trabajadores de los demás países.
Esa filial estuvo bajo la dirección de un personaje singular, Irving Brown, desde 1948 hasta el fallecimiento de este último en 1989.
Algunos autores aseguran que Brown era hijo de un ruso blanco cercano a Alexander Kerensky. Lo que sí está comprobado es que Brown fue agente del OSS, el servicio de inteligencia estadunidense, durante la Segunda Guerra Mundial, y que participó en la creación de la CIA y del Gladio, la red secreta de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, pero se negó a asumir la dirección porque prefería concentrarse en su especialidad: los sindicatos.
Tuvo su base en Roma y posteriormente en París, no en Washington, lo que le proporcionó especial influencia en la vida pública de Italia y Francia. Al final de su vida, Brown se jactaba de haber dirigido siempre el sindicato francés Force Ouvriere, de haber manipulado los hilos del sindicato estudiantil francés UNI (en cuyo seno militaron Nicolas Sarkozy y sus ministros Francois Fillon, Xavier Darcos, Hervé Morin y Michele Alliot-Marie, así como el presidente de la Asamblea Nacional Bernard Accoyer y el presidente de la mayoría parlamentaria Jean-Francois Copé) y de haber formado personalmente, en el sector de izquierda, a los miembros de un grupúsculo trotskista, como Jean-Christophe Cambadelis y el futuro primer ministro francés Lionel Jospin.
A fines de la década de 1990, los miembros de la confederación AFL-CIO pidieron cuentas sobre las verdaderas actividades del ACILS, cuya naturaleza criminal en numerosos países ya había sido ampliamente documentada. Cualquiera creería que las cosas cambiaron después de aquel escándalo. Pero no fue así. En 2002 y 2004, el ACILS participó activamente en el fallido golpe de Estado perpetrado en Venezuela contra el presidente Hugo Chávez y en el exitoso derrocamiento del presidente Jean-Bertrand Aristide en Haití.
El ACILS se encuentra actualmente bajo la dirección de John Sweeney, expresidente de la confederación AFL-CIO, otro personaje proveniente del partido trotskista Social Democrats.
El CIPE
El CIPE se concentra en la difusión de la ideología capitalista liberal y la lucha contra la corrupción.
El primer éxito del CIPE fue la transformación, en 1987, del European Management Forum –un club de grandes patronos europeos– en el World Economic Forum –el club de la clase dirigente trasnacional–. El gran encuentro anual de la aristocracia económica y política global en la estación de esquí suiza de Davos contribuyó a forjar un sentido de pertenencia clasista, más allá de las identidades nacionales de los participantes.
El CIPE es muy cuidadoso en cuanto a no tener ningún vínculo de tipo estructural con el Foro de Davos, razón por la cual resulta imposible –al menos por el momento– probar que el World Economic Forum esté siendo manejado por la CIA. Les costaría, sin embargo, mucho trabajo a los dirigentes de Davos explicar por qué ciertos líderes políticos han escogido su Fórum Económico como escenario de acontecimientos de la más alta importancia si no se tratara de operaciones planificadas por el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Por ejemplo, en 1988, fue en Davos, no en la Organización de las Naciones Unidas, donde Grecia y Turquía hicieron las paces. En 1989, fue en Davos donde las dos Coreas, por un lado, y las dos Alemanias, por el otro, realizaron su primera cumbre a nivel ministerial, en el caso de las primeras, y su primera cumbre sobre la reunificación alemana. En 1992, fue también en Davos donde Frederik de Klerk y Nelson Mandela presentaron juntos –por primera vez fuera de Sudáfrica– su proyecto común para aquel país. Más increíble aún, fue en Davos, en 1994, después del Acuerdo de Oslo, que Shimon Peres y Yaser Arafat negociaron y firmaron su aplicación en Gaza y Jericó.
El vínculo entre el Foro Económico de Davos y Washington pasa evidentemente por Susan K Reardon, exdirectora de la asociación profesional de empleados del Departamento de Estado convertida en directora de la Fundación de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, órgano encargado de la administración del CIPE.
El otro éxito del Centro para la Empresa Privada Internacional es Transparency International. Esta ONG fue creada oficialmente por un oficial de la inteligencia militar estadunidense, Michael J Hershman, quien es por demás administrador del CIPE y, hoy en día, uno de los responsables del reclutamiento de informantes para la Oficina Federal de Investigación, así como presidente-director general de la agencia privada de inteligencia Fairfax Group.
Transparency International es, ante todo, una fachada para las actividades de la CIA en materia de inteligencia económica. Es también un instrumento de comunicación utilizado para obligar a otros Estados a modificar sus legislaciones de forma favorable a la apertura de sus propios mercados.
Para esconder el origen de Transparency International, el CIPE recurrió a las habilidades del exdirector de prensa del Banco Mundial, el neoconservador Frank Vogl. Este último instauró un comité de personalidades que contribuyó a crear la imagen de que se trataba de una asociación proveniente de la sociedad civil. Este comité de fachada está bajo la dirección de Peter Eigen, exdirector del Banco Mundial en el Este de África. En 2004 y 2009, la esposa de Eigen fue candidata a la presidencia de Alemania por el Sozialdemokratische Partei Deutschlands.
La actividad de Transparency International favorece los intereses de Estados Unidos y no es en lo absoluto confiable. En 2008, esta seudo ONG denunciaba la corrupción de PDVSA, la empresa estatal del petróleo de Venezuela. Basándose en información falsificada, Transparency International situaba a PDVSA en la última posición de la clasificación mundial de empresas estatales.
El objetivo era evidente: sabotear la reputación de una empresa que sirve de base económica a la política antiimperialista del presidente venezolano Hugo Chávez. Al ser sorprendida en flagrante delito de intoxicación, Transparency International se negó a contestar las preguntas de la prensa latinoamericana y a modificar su propio informe. Lo cual no tiene en definitiva nada de sorprendente si recordamos que el corresponsal del CIPE en Venezuela, Pedro Carmona, fue precisamente el personaje que Estados Unidos puso en el poder –donde no logró mantenerse– durante el fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez.
En cierta forma, al dirigir la atención de los medios de difusión hacia la corrupción económica, Transparency International enmascara la actividad de la NED, que se dedica a la corrupción política de las elites dirigentes en beneficio de los anglosajones.
El IRI y el NDI
El IRI tiene la misión de corromper a los partidos de derecha; el NDI se ocupa de los partidos de izquierda. El primero tiene como presidente a John McCain y el segundo, a Madeleine Albright. Estos dos personajes no deben, por lo tanto, ser considerados políticos normales o como un líder de oposición y una sabia retirada, sino como activos responsables de programas del Consejo de Seguridad Nacional.
Tanto el IRI como el NDI han renunciado a tratar de controlar la Internacional Liberal y la Internacional Socialista como vía para ejercer su control sobre los principales partidos políticos del mundo. En vez de ello, han preferido crear organizaciones rivales: la Unión Democrática Internacional y la Alianza de los Demócratas. La primera tiene como presidente al australiano John Howard, con el ruso Leonid Gozman, de Justa Causa, como vicepresidente. La segunda se encuentra bajo la dirección del italiano Gianni Vernetti, quien tiene como copresidente al francés Francois Bayrou.
El IRI y el NDI se apoyan también en las fundaciones políticas vinculadas a los grandes partidos europeos (seis en Alemania, dos en Francia, una en Holanda y otra en Suecia). Por otro lado, algunas operaciones se realizan a través de misteriosas empresas privadas, como Democracy International, Inc, que organizó las más recientes elecciones “arregladas” en Afganistán.
Todo esto deja un gusto amargo. Estados Unidos ha logrado corromper la mayoría de los grandes partidos políticos y sindicatos de todo el mundo.
La “democracia” que Estados Unidos promueve consiste, en definitiva, en discutir cuestiones locales en cada país –incluso simples temas sociales, como los derechos de las mujeres o de los homosexuales– mientras se alinean con Washington en todas las cuestiones internacionales.
Las campañas electorales se han convertido en espectáculos en los que la NED escoge a los actores mediante la entrega –a unos sí y a otros no– de los recursos financieros que necesitan. La noción misma de alternancia ha perdido su verdadero sentido, ya que la NED promueve alternativamente uno u otro bando con tal de que ambos mantengan la misma política exterior y de defensa. Tanto en la Unión Europea como en otras partes se escuchan hoy lamentos sobre la crisis de la democracia. Y los responsables de esa crisis son, evidentemente, la NED y Estados Unidos. ¿Cómo puede calificarse, en todo caso, un régimen como el de Estados Unidos, cuyo principal líder de oposición, John McCain, es en realidad empleado del Consejo de Seguridad Nacional? Ciertamente no como democracia.
Balance de un sistema
Con el tiempo, la USAID, la NED, sus institutos satélites y sus fundaciones intermedias han dado lugar a la aparición de una burocracia tan extensa como avariciosa. La votación sobre el presupuesto de la NED da lugar, año tras año, a ásperos debates sobre la ineficacia de ese sistema tentacular y los rumores de malversación de fondos en beneficio de personalidades políticas estadunidenses encargadas de administrar dichos fondos.
Con ánimo de mejorar la gestión, se han realizado numerosos estudios para medir el impacto de esos flujos financieros. Expertos han comparado las sumas destinadas a cada país con la calificación democrática de esos mismos países que otorga la Freedom House. Y han calculado después cuántos dólares por habitante había que gastar para que la calificación de un país subiera un punto.
Lo anterior no es, por supuesto, otra cosa que un intento de autojustificación. La idea de otorgar calificaciones en materia de democracia nada tiene de científica. De forma totalitaria, se parte del principio que sólo existe una forma de instituciones democráticas. Y, de manera infantil, se establece una disparatada lista de criterios a los que se atribuyen coeficientes imaginarios para convertir la complejidad social en una cifra única.
El resultado es que la gran mayoría de esos estudios muestran el fracaso: aunque la cantidad de democracias aumente en el mundo, no parece existir relación alguna entre los progresos o retrocesos democráticos y las sumas que gasta el Consejo de Seguridad Nacional.
Esto confirma, por el contrario, que los objetivos reales nada tienen que ver con los objetivos oficialmente anunciados. Los responsables de la USAID citan, sin embargo, un estudio de la universidad Vanderbilt que afirma que sólo las operaciones de la NED cofinanciadas por la USAID han sido eficaces, ya que esta última tiene una administración rigurosa de su presupuesto. Por supuesto, este singular estudio fue financiado por la USAID.
En todo caso, en 2003, en ocasión de su vigésimo aniversario, la NED hizo un balance político de su acción. Según esa evaluación, la NED financiaba en aquel momento más de 6 mil organizaciones políticas y sociales en todo el mundo, cifra que ha ido en aumento desde entonces. La NED reconocía haber creado enteramente el sindicato Solidarnorsc en Polonia, la Carta de los 77 en Checoslovaquia y Otpor en Serbia. Se felicitaba por haber creado también enteramente la radio B92 y el diario Oslobodjenje en la antigua Yugoslavia, así como gran cantidad de medios de difusión independientes en el Irak “liberado”.
Cambiar de fachada
Luego de haber registrado un éxito mundial, la retórica de la democratización ya no convence a nadie. El expresidente George W Bush la desgastó al abusar de su uso. Nadie puede afirmar seriamente que las subvenciones que distribuye la NED harán desaparecer el terrorismo internacional. Como tampoco es posible afirmar ahora que las tropas estadunidenses derrocaron a Saddam Husein para ofrecer la democracia a los iraquíes.
Además, los ciudadanos que en el mundo entero militan a favor de la democracia son ahora más desconfiados. Han entendido que la ayuda que ofrecen la NED y sus sucursales sirve en realidad para manipularlos a ellos y a sus países. Se niegan, por lo tanto, cada vez más a menudo a aceptar las donaciones “desinteresadas” que éstas les proponen. Así que los responsables estadunidenses de los diferentes canales de corrupción estudian cómo cambiar nuevamente de fachada.
Después de los sucios manejos de la CIA y la transparencia de la NED, apuntan ahora hacia la creación de una nueva estructura que vendría a reemplazar un conjunto ya desacreditado.
Esa estructura ya no estaría en manos de los sindicatos, del patronato y de los dos grandes partidos políticos estadunidenses, sino de multinacionales concebidas según el modelo de la Asia Foundation.
En la década de 1980, la prensa reveló que la Asia Foundation era una fachada de la CIA para la lucha contra el comunismo en Asia. Hubo entonces una reforma de la fundación y su administración fue puesta en manos de varias trasnacionales (Boeing, Chevron, Coca-Cola, Levis Strauss, etcétera). Aquel cambio de apariencia bastó para proporcionar un aspecto no gubernamental y respetable a una estructura que nunca dejó de estar al servicio de la CIA.
Después de la disolución de la URSS, se creó también la Eurasia Foundation, cuya misión consistiría en extender la acción secreta a los nuevos Estados asiáticos.
Otra discutida cuestión es la de saber si las donaciones para la “promoción de la democracia” deben adoptar únicamente la forma de contratos para la realización de determinados proyectos o la de subvenciones sin obligación de resultados. La primera fórmula ofrece mejor cobertura jurídica, pero la segunda es mucho más eficaz como estrategia de corrupción.
Ante tal panorama, la exigencia de Vladimir Putin y de Vladislav Surkov en cuanto a reglamentar el financiamiento de las ONG que operan en Rusia es enteramente legítima, por muy exagerada y extremadamente meticulosa que sea la burocracia que hayan establecido para ello.
El dispositivo de la NED, instaurado bajo la autoridad del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, no sólo está lejos de favorecer los esfuerzos democráticos en el mundo, sino que además los envenena.