Estados Unidos, Israel y Europa sofocan revoluciones en Oriente Medio. Las revueltas libertarias que sacudieron la región en los últimos meses parecen esfumarse ante la acción de Estados Unidos y Europa, que se montan sobre los movimientos sociales y les imponen dirección y objetivos. Un clan de Arabia Saudita, los Sudairi, es el eje de la ola contrarrevolucionaria
Thierry Meyssan / Red Voltaire
En unos meses, tres gobiernos pro occidentales han sido derrocados en el mundo árabe: en Líbano, el parlamento expulsó del poder al gobierno de Saad Hariri y los movimientos populares derrocaron a Zine el Abbidine Ben Ali en Túnez y, en Egipto, a Hosni Mubarak, posteriormente arrestado.
Estos cambios de régimen se acompañan de manifestaciones contra la dominación estadunidense y el sionismo. Favorecen, políticamente, al eje de la resistencia conformado, en el plano estatal, por Irán y Siria, y en el plano infraestatal, por los movimientos Hezbolá y Hamas.
Para imponer la contrarrevolución en la región, Washington y Tel Aviv han recurrido a su mejor apoyo: el clan de los Sudairi, que representa mejor que cualquier otra fuerza el despotismo al servicio del imperialismo.
Los Sudairi
Aunque es posible que el lector nunca haya oído hablar de ellos, los Sudairi son desde hace varias décadas la organización política más rica del mundo. Los Sudairi son siete de los 53 hijos del rey Ibn Saud –el fundador de Arabia Saudita–. Son específicamente los siete hijos de la princesa Sudairi. Su cabecilla fue el conocido rey Fahd, cuyo reinado se extendió de 1982 a 2005. Desde la muerte de Fahd, sólo quedan seis Sudairi.
El mayor es el príncipe Sultan, ministro de Defensa desde 1962, de 85 años. El más joven, con 71 años, es el príncipe Ahmed, ministro adjunto del Interior desde 1975. Desde la década de 1960, es el clan de los Sudairi el que ha venido organizando, estructurando, financiando los regímenes títeres pro occidentales del “Oriente Medio ampliado”.
Arabia Saudita es una entidad jurídica que los británicos crearon para debilitar el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. A pesar haber sido el inventor del concepto de “nación árabe”, Lawrence de Arabia nunca logró convertir el nuevo país en una nación, y menos aún, en un Estado. Arabia Saudita era, y sigue siendo, una propiedad privada de la familia Saud. Como se demostró a través de la investigación judicial británica que tuvo lugar durante el escándalo del acuerdo Al Yamamah en pleno siglo XX, no existen hoy en día cuentas bancarias ni presupuesto del reino. Son las cuentas de la familia real las que se utilizan para administrar lo que sigue siendo la posesión privada de los Saud.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido ya no contaba con los medios necesarios para mantener su imperialismo, así que el territorio de Arabia Saudita pasó a depender de Estados Unidos. El presidente Franklin D Roosevelt concluyó entonces un acuerdo con el rey Ibn Saud: la familia Saud se comprometía a garantizar el aprovisionamiento de petróleo a Estados Unidos a cambio de la ayuda militar necesaria para que los Saud pudieran mantenerse en el poder. Esa alianza se conoce como el Acuerdo del Quincy por haberse firmado a bordo del navío del mismo nombre. Se trata de un acuerdo, no de un tratado, porque no fue firmado entre dos Estados, sino entre un Estado y una familia.
El rey fundador, Ibn Saud, tuvo 32 esposas y 53 hijos, lo cual rápidamente dio lugar a graves rivalidades entre los potenciales candidatos a la sucesión. Ya tardíamente se decidió, por lo tanto, que la corona no pasara de padre a hijo, sino de medio hermano a medio hermano.
Cinco hijos de Ibn Saud han ocupado el trono hasta el momento. El actual rey, Abdalá I, de 87 años, es un hombre más bien de mente abierta, aunque totalmente desconectado de las realidades contemporáneas. Consciente de que el actual sistema dinástico conduce a la catástrofe, el rey Abdalá quiere reformar las reglas de sucesión. El soberano sería designado entonces por el Consejo del Reino, es decir por una serie de representantes de las diversas ramas de la familia real, lo cual pudiera poner el poder en manos de una generación más joven.
Pero a los Sudairi no les conviene esta sabia iniciativa. Como resultado de varias renuncias al trono, ya sea por razones de salud de los renunciantes o por sibaritismo, los tres próximos aspirantes son miembros de ese clan: el ya mencionado príncipe Sultan, de 85 años; el príncipe Nayef, de 78 años; y el príncipe Salman, gobernador de Riad, de 75 años. Si llegara a aplicarse, la nueva regla dinástica perjudicaría a estos personajes.
Lo anterior explica por qué los Sudairi, que nunca han sentido demasiado cariño por su medio hermano, el rey Abdalá, actualmente lo odian. También explica por qué han decidido utilizar todas sus fuerzas en la actual batalla.
El regreso de Bandar Bush
A fines de la década de 1970, el futuro rey Fadh dirigía el clan de los Sudairi. Y se fijó en las raras cualidades de uno de los hijos de su hermano Sultan: el príncipe Bandar. Lo envió a negociar contratos de armamento en Washington y le gustó la manera como Bandar logró comprar el consentimiento del entonces presidente James Carter.
Al llegar al trono, en 1982, el rey Fadh convirtió al príncipe Bandar en su hombre de confianza. Lo nombró agregado militar y, posteriormente, embajador en Washington, puesto que Bandar ocupó hasta el fin del reinado de Fahd y el momento en que se produjo su brutal expulsión por parte del rey Abdalá, en 2005.
Hijo del príncipe Sultan y de una esclava libia, el príncipe Bandar es una personalidad brillante y carente de escrúpulos que ha sabido imponerse en el seno de la familia real, a pesar del “deshonor” del origen de su madre. Bandar es actualmente el brazo ejecutor de los gerontócratas del clan Sudairi. Durante su larga estancia en Washington, el príncipe Bandar se hizo amigo de la familia Bush, en particular de George Bush padre, a tal punto que ambos llegaron a ser inseparables. George Bush padre llegó incluso a presentar al príncipe Bandar como el hijo que le hubiese gustado tener. En Washington, llegaron a llamarlo señor Bandar Bush. Lo que despierta el agrado de George Bush padre –exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y, posteriormente, presidente de Estados Unidos– es la inclinación del príncipe Bandar por la acción clandestina.
El señor Bandar Bush se integró a la alta sociedad estadunidense. Es al mismo tiempo administrador vitalicio del Aspen Institute y miembro del Bohemian Grove. El público británico descubrió su existencia a través del escándalo Al Yamamah: el contrato armamentista más grande de la historia, y también el mayor caso de corrupción.
Durante unos 20 años (desde 1985 hasta 2006), British Aerospace, rápidamente rebautizada como BAE Systems, vendió armamento por 80 mil millones de dólares a Arabia Saudita mientras que depositaba discretamente parte de esa fortuna en las cuentas bancarias de políticos sauditas y, probablemente, de políticos británicos. Dos mil millones de dólares engrosaron así la fortuna del príncipe Bandar.
El asunto es que su alteza tiene muchos gastos. El príncipe Bandar dio empleo a muchos de los combatientes árabes reclutados en la época de la Guerra Fría por los servicios secretos de Arabia Saudita y Pakistán para luchar contra el Ejército Rojo en Afganistán, a pedido de la CIA y del MI6. Por supuesto, la figura más conocida en ese medio no era otro que el millonario anticomunista convertido en gurú yihadista: Osama bin Laden.
Es imposible decir con exactitud de cuántos hombres dispone el príncipe Bandar. A lo largo de los años, su mano se perfila en numerosos conflictos y actos de terrorismo a través de todo el mundo musulmán, desde Marruecos hasta el Xinkiang chino. A modo de ejemplo, basta con citar el pequeño ejército que había implantado en un campamento de refugiados palestinos en el Líbano, en Nahr el Bared, bajo el nombre de Fatah al Islam.
La misión de aquellos hombres consistía en sublevar a los refugiados palestinos, mayoritariamente sunnitas, proclamar un emirato independiente y combatir al Hezbolá chiíta. Pero aquello salió mal porque los salarios de los mercenarios no se pagaron a tiempo. Así que, en 2007, los hombres del príncipe Bandar se atrincheraron en el campamento palestino; 30 mil refugiados tuvieron que huir de allí y el ejército libanés tuvo que librar una batalla durante dos meses para retomar el campamento. Aquella operación costó la vida a 50 mercenarios, de 32 civiles palestinos y 68 soldados libaneses.
A principios de 2010, el príncipe Bandar fomentó un golpe de Estado para derrocar al rey Abdalá y poner en el trono a su propio padre, el príncipe Sultan. El complot se descubrió y Bandar cayó en desgracia, aunque sin perder por ello sus títulos oficiales. Pero a fines de 2010, los problemas de salud del rey y las operaciones quirúrgicas a las que tuvo que someterse permitieron a los Sudairi recuperar su influencia e imponer el regreso de Bandar con el respaldo de la administración de Obama.
Fue después de una visita al rey, cuando éste se encontraba hospitalizado en Washington, y habiendo llegado erróneamente a la conclusión de que el monarca estaba agonizando, que el primer ministro libanés Saad Hariri se alió a los Sudairi. Nacido en Riad, Saad Hariri es saudita pero tiene también la ciudadanía libanesa. Heredó la fortuna de su padre, que se había enriquecido gracias a los Saud. Tiene, por lo tanto, una deuda con el rey Abdalá y se convirtió en primer ministro libanés debido a la presión del monarca, aunque el Departamento de Estado abrigaba dudas en cuanto a su capacidad para ocupar el cargo.
Durante su periodo de obediencia al rey Abdalá, Saad Hariri se esforzó por reconciliarse con el presidente sirio Bachar el Assad. Retiró las acusaciones en contra de este último que lo vinculaban al asesinato de su padre, el exprimer ministro libanés Rafik Hariri, y se disculpó por haberse dejado manipular para crear una tensión artificial entre el Líbano y Siria. Pero al aliarse a los Sudairi, Saad Hariri dio un giro político de 180 grados. De la noche a la mañana, renegó de la política de conciliación del rey Abdalá hacia Siria y el Hezbolá y emprendió una ofensiva contra el régimen de Bachar el Assad para obtener el desarme del Hezbolá y un compromiso con Israel.
Pero el rey Abdalá salió de su estado semicomatoso y no demoró en pedirle cuentas. Sin el indispensable apoyo del monarca saudita, Saad Hariri y su gobierno fueron expulsados del poder por el parlamento libanés, que decidió poner en el cargo de primer ministro a Najib Mikati, otro millonario con doble nacionalidad, pero menos aventurero. Como castigo para Saad Hariri, el rey Abdalá abrió una investigación fiscal sobre la principal empresa de la familia Hariri en Arabia Saudita y detuvo a varios de sus colaboradores por fraude.
Las legiones de los Sudairi
Los Sudairi han decido desencadenar la contrarrevolución en todos los sentidos. En Egipto, país donde financiaban a los Mubarak con una mano y a los Hermanos Musulmanes con la otra, impusieron ahora una alianza entre los Hermanos Musulmanes y los militares pro estadunidenses.
Ya reunidos, los miembros de esta nueva coalición egipcia no han hecho otra cosa que repartirse los cargos, excluyendo del poder a los líderes de la revolución de la plaza Tahrir. La coalición se niega a convocar una asamblea constituyente y no ha hecho más que agregar algunas enmiendas a la Constitución ya existente.
En primer lugar, la nueva coalición ha proclamado el Islam como religión oficial del Estado egipcio, en detrimento de la minoría cristiana copta –a la que pertenece el 10 por ciento de la población– que, oprimida por Hosni Mubarak, se había movilizado contra su régimen. El doctor Mahmud Izzat, el segundo dirigente más importante de los Hermanos Musulmanes, llamó además a la rápida instauración de la charia y al restablecimiento de los castigos islámicos.
Al joven Wael Ghoneim, quien había desempeñado un papel de primer plano en el derrocamiento de Mubarak, se le prohibió subir a la tribuna en la manifestación de la victoria del 18 de febrero, en la que participaron casi 2 millones de personas. Por el contrario, al predicador estrella de los Hermanos Musulmanes, Yussef al Qardawi, de regreso en Egipto después de 30 años de exilio en Qatar, se le permitió arengar a la multitud todo lo que quiso. Este personaje, al que Gamal Abdel Nasser había retirado la nacionalidad egipcia, se ha erigido como símbolo de la nueva era: la de la charia y la coexistencia pacífica con el régimen sionista de Tel Aviv.
El premio nobel de la paz Mohamed el Baradei –al que los Hermanos Musulmanes habían escogido durante la revolución como vocero para ofrecer una imagen de apertura– fue agredido físicamente por los mismos Hermanos Musulmanes durante el referéndum constitucional y ha sido apartado de la escena política.
Los Hermanos Musulmanes han anunciado su propia entrada en la escena política con la creación de un nuevo partido, llamado Libertad y Justicia, que cuenta con el apoyo de la National Endowment for Democracy y que imita la imagen del AKP turco. También están aplicando la misma estrategia en Túnez, con el Partido del Renacimiento.
En ese contexto, se han cometido actos de violencia contra las minorías religiosas, como la quema de dos iglesias coptas. Lejos de castigar a los agresores, el primer ministro les ha ofrecido garantías al destituir al gobernador que él mismo acababa de nombrar en la provincia de Qenna, el respetado general Imad Michael… simplemente por ser cristiano copto en vez de musulmán sunnita.
En Libia, los Sudairi enviaron hombres armados a Cirenaica antes de que franceses y británicos dieran la señal para el comienzo de la revuelta contra el poder de Tripolitania. Fueron ellos quienes distribuyeron armas y las banderas de las listas roja, negra y verde con la estrella y la media luna, símbolo de la monarquía sanusita, protectora histórica de los Hermanos Musulmanes. El objetivo de los Sudairi en Libia era acabar con el agitador Gadafi y poner al príncipe Mohamed en el trono de lo que fue en otros tiempos el Reino Unido de Libia.
El Consejo de Cooperación del Golfo fue el primero en pedir una intervención armada contra el gobierno de Trípoli. Y, en el seno del Consejo, fue la delegación de Arabia Saudita la que dirigió las maniobras diplomáticas para lograr que la Liga Árabe aprobara el ataque de los ejércitos occidentales contra Libia.
Por su parte, el coronel Gadafi había declarado en varios discursos que no había ninguna revolución en Cirenaica, sino que su país estaba enfrentando una operación de desestabilización de Al Qaeda, palabras que provocaron sonrisas –equivocadamente– y que fueron confirmadas por el comandante del US AfriCom en persona. Basta con recordar la inquietud del general Carter F Ham, quien dirigió las primeras operaciones militares estadunidenses antes de la entrega de esa responsabilidad a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El general Carter F Ham se sorprendió, en efecto, de tener que designar sus blancos terrestres basándose en informaciones proporcionadas por espías conocidos por haber combatido contra las fuerzas aliadas en Afganistán, conocidos como hombres de Bin Laden.
En cuanto a Baréin, se trata de un territorio que desde 1971 se presenta como un reino independiente. Pero en realidad sigue siendo territorio gobernado por los británicos. En su momento, los británicos designaron al príncipe Khalifa como primer ministro y lo mantuvieron en ese puesto durante 40 años, desde la independencia ficticia hasta hoy, continuidad que no es nada desagradable para los Sudairi.
El rey Hamad de Baréin entregó a Estados Unidos una concesión que permitió la instalación del cuartel general naval del Central Command y de la V Flota estadunidense en el puerto de Juffair. En ese contexto, el reclamo popular por una monarquía constitucional significaría el acceso a una verdadera independencia, el fin del tutelaje británico y la retirada de las tropas estadunidenses. Todo ello afectaría a Arabia Saudita y pondría en peligro las bases mismas del sistema.
Así que los Sudairi convencieron al rey de Baréin de que había que ahogar en sangre las esperanzas populares.
El 13 de marzo de 2011, el secretario estadunidense de Defensa Robert Gates llegó a Manama para coordinar las operaciones, que comenzaron al día siguiente con la entrada de tropas especiales sauditas. Conocidas como las Águilas de Nayef, están bajo el mando directo del príncipe Nayef.
En unos días fueron destruidos todos los símbolos del movimiento de protesta, incluyendo el monumento de la Plaza de la Perla. Cientos de personas fueron asesinadas o están desaparecidas. La tortura, casi abandonada desde hace una decena de años, se generalizó nuevamente en Baréin. Los médicos y enfermeras que socorrieron a los manifestantes heridos han sido arrestados en sus hospitales, encarcelados e incomunicados, para ser finalmente enviados a los tribunales militares.
Lo más importante de esta terrible represión es, sin embargo, la voluntad de presentar como un conflicto sectario lo que en realidad es la clásica lucha de clases entre un pueblo entero y un grupo de privilegiados vendido al imperialismo extranjero. Como la mayoría de la población de Baréin es chiíta, mientras que la familia reinante es sunnita, el chiísmo –vehículo del ideal revolucionario del ayatola Komeiny– ha sido designado como blanco. En un mes, las Águilas de Nayef han arrasado 25 mezquitas chiítas y dañado otras 253.
Un tribunal de excepción juzgará próximamente a 21 de los principales líderes de las protestas populares, que corren el riesgo de ser condenados a muerte. Más aún que contra los chiítas, la monarquía se ensaña actualmente con Ibrahim Cherif, presidente del partido Waed (izquierda laica), al que acusa de no respetar el orden confesional a pesar de ser sunnita.
A falta de poder desestabilizar Irán, los Sudairi están concentrando sus ataques contra Siria.
La desestabilización de Siria
A principios de febrero de 2011, en momentos en que no había en Siria ningún tipo de manifestación, apareció en Facebook una página titulada The Syrian Revolution 2011. En dicha página se convocaba a un “día de la cólera” que debía tener lugar el viernes 4. Aunque Al Jazeera se hizo eco de la convocatoria, ésta no encontró seguidores en ninguna parte. El canal de televisión qatarí deploró tal ausencia de reacción y denigró a Siria, calificando ese país de “reino del silencio” (sic).
La denominación misma The Syrian Revolution 2011, en inglés, ya es algo que da que pensar por ser característica de las frases publicitarias. Además, ¿qué verdadero revolucionario pensaría que si no logra concretar su ideal en 2011 no le queda más que regresar a su casa y taparse la cabeza?
Más extraño aún es el hecho que el mismo día de su creación, esa página Facebook registró más de 80 mil amigos. La aparición en tan pocas horas de tantos seguidores virtuales sin que aparecieran después en las calles hace pensar en una manipulación llevada a cabo con el uso de programas informáticos de creación de cuentas, sobre todo si se agrega el hecho de que los sirios hacen un uso moderado de internet y que sólo desde el 1 de enero cuentan con conexiones tipo Asymmetric Digital Subscriber Line.
Los desórdenes comenzaron un mes más tarde en Derra, una pequeña localidad que se encuentra en la frontera con Jordania y a pocos kilómetros de Israel. Desconocidos pagaron a grupos de adolescentes para que pintaran consignas antigubernamentales en las paredes de la localidad. La policía local arrestó a los jóvenes y los trató como criminales, provocando así la cólera de las familias. Las personalidades locales trataron de interceder pero fueron maltratadas por el gobernador. Los jóvenes recibieron palizas.
Sus enfurecidos familiares atacaron la comisaría para liberarlos. La policía respondió con más brutalidad aún y varias personas resultaron muertas.
El presidente Bachar el Assad intervino entonces para imponer sanciones a los policías y al gobernador –uno de sus primos que él mismo había enviado a Deraa, lejos de la capital, precisamente para que sacarlo de la circulación.
Se abrió una investigación para aclarar aquel caso de abuso policial; los funcionarios responsables de la violencia fueron acusados y detenidos. Varios ministros viajaron al lugar de los hechos para presentar las excusas y condolencias del gobierno a las familias de las víctimas, que fueron públicamente aceptadas.
Todo debía entonces volver a la normalidad. Pero, inesperadamente, desde varios techos, francotiradores enmascarados comenzaron a disparar simultáneamente a la multitud, y la policía, sumiendo la ciudad en el caos. Aprovechando la confusión, individuos armados aparecieron fuera de la ciudad y atacaron un edificio público donde radican los servicios de inteligencia encargados de la observación del territorio sirio del Golan ocupado por Israel. Los servicios de seguridad abrieron fuego en defensa del edificio y de sus archivos. Hubo bajas de ambas partes.
No fue éste el único enfrentamiento de ese tipo. Las personalidades locales solicitaron entonces la protección del ejército contra los elementos que estaban atacando la ciudad. Tres mil hombres y fuerzas blindadas fueron desplegados para proteger a los habitantes. En definitiva, entre los infiltrados y el ejército sirio se produjo una batalla muy similar a la que tuvo que librar el ejército libanés en Nahr el Bared. La diferencia es que, en el caso de Siria, la prensa internacional está deformando los hechos y acusa al ejército sirio de haber atacado a la población de Deraa.
Mientras tanto, varios enfrentamientos se produjeron en Latakia. Mafias especializadas en el contrabando marítimo existen desde hace mucho tiempo en esa ciudad portuaria de Siria. Dichas mafias recibieron armas y dinero provenientes del Líbano y emprendieron actos de vandalismo en el centro de la ciudad. La policía intervino. Por orden del presidente, las fuerzas policiales sólo portaban bastones, es decir no portaban armas. Los gángsteres sacaron entonces sus armas de guerra y mataron a decenas de policías desarmados.
Lo mismo sucedió en la vecina localidad de Banias, una ciudad de menor importancia, pero mucho más estratégica, ya que en ella se encuentra la principal refinería de petróleo de Siria. En este caso, las fuerzas del orden hicieron uso de sus armas y el enfrentamiento se convirtió en una verdadera batalla.
Finalmente, en Homs, importante ciudad del centro de Siria, varios individuos se presentaron en una mezquita integrista y llamaron a los fieles a manifestarse contra “el régimen que está matando a nuestros hermanos en Latakia”.
En reacción ante los desórdenes, la población siria salió masivamente a las calles para expresar su apoyo a la República.
Gigantescas manifestaciones, como nunca se habían visto anteriormente en toda la historia de Siria, reunieron repetidamente a cientos de miles de personas en Damasco, Alepo e incluso en Latakia. Los manifestantes coreaban “¡Dios, Siria, Bachar!”.
Mientras se recrudecían los enfrentamientos en las localidades afectadas, las fuerzas del orden lograron arrestar a algunos implicados en los combates. Éstos confesaron en televisión que fueron reclutados, armados y pagados por un diputado partidario de Hariri identificado como Jamal Jarrah.
Jamal Jarrah, quien desmiente esas acusaciones, es un amigo del príncipe Bandar. Su nombre aparece vinculado a lo sucedido en el Líbano con el grupo Fatah al Islam en el campamento de Nahr el Baraed. Jamal Jarrah es primo de Ziad Jarrah, un yihadista que la Oficina Federal de Investigación señala como responsable del secuestro del vuelo UA93 que se estrelló en Pensilvania el 11 de septiembre de 2001.
También es primo de los hermanos Ali y Youssouf Jarrah, arrestados por el ejército libanés en noviembre de 2008 por espionaje a favor de Israel.
Jamal Jarrah desmiente a quienes lo acusan de pertenecer en secreto a los Hermanos Musulmanes. En 1982, éstos trataron de tomar el poder en Siria, pero fracasaron y fueron objeto de una terrible represión en masa. Ese doloroso suceso parecía olvidado desde la amnistía proclamada por el presidente Bachar el Assad. Pero no es así: esa rama de la organización islamista está recibiendo ahora el financiamiento de los Sudairi, que anteriormente rechazaban a los mismos Hermanos Musulmanes. El papel de esta comunidad en los enfrentamientos de Banias es ahora públicamente reconocido.
Jamal Jarrah también parece haber utilizado militantes libaneses de Hizb ut Tahrir, una organización islamista que tiene su base en Londres, que actúa esencialmente en Asia Central y que dice ser una organización no violenta; está acusada de haber organizado numerosos atentados en el valle de Fergana, Uzbekistán. Fue precisamente para combatir esa organización que China inició su acercamiento con Rusia en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái.
A pesar de varios debates en la Cámara de los Comunes, los responsables de Hizb ut Tahrir, en Londres, nunca han tenido problemas con las autoridades británicas y ocupan todos altos cargos en varias trasnacionales angloestadunidenses.
El Hizb ut Tahrir abrió una sección en Líbano el año pasado. Allí organizó un congreso al que invitó una serie de personalidades extranjeras, entre las que se encontraba un intelectual ruso de renombre internacional. En el transcurso de los debates, los organizadores exhortaron a la instauración de un Estado islámico y precisaron que, a su entender, los chiítas y los drusos libaneses –e incluso ciertos sunnitas– no son verdaderos musulmanes. Estupefacto ante declaraciones tan extremistas, el invitado ruso rápidamente concedió varias entrevistas a la televisión para distanciarse de aquellos fanáticos.
En un primer momento, las fuerzas sirias de seguridad parecieron desconcertadas ante los acontecimientos. Entrenados en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, los oficiales superiores recurrieron a la fuerza sin preocuparse demasiado por las consecuencias que aquello podía tener para la población. Pero la situación ha ido invirtiéndose poco a poco. El presidente Bachar el Assad retomó el control, cambió el gobierno, abrogó el estado de urgencia y disolvió la Corte de Seguridad del Estado.
También concedió la ciudadanía siria a los miles de kurdos históricamente privados de ella desde la realización de un censo que había sido cuestionado.
El presidente tomó además una serie de medidas a favor de diferentes sectores de la población, como la abrogación de las multas por retrasos de pagos a las empresas públicas, como la electricidad, etcétera. Bachar el Assad satisfizo así las principales demandas populares que servían de alimento a la oposición. Durante el “día de desafío”, el viernes 6 de mayo, la suma de manifestantes no llegó a 50 mil personas en todo el país, a pesar de que Siria cuenta 22 millones de habitantes.
Lo más importante es que el nuevo ministro del Interior, Mohamed al Sha’ar, llamó a todo el que se hubiera dejado arrastrar a participar en los desórdenes a presentarse espontáneamente a la policía para obtener una amnistía total a cambio de información. Más de 1 mil 100 personas respondieron a su llamado. En pocos días, las autoridades desmantelaron las principales redes y ocuparon numerosos escondites de armas. Al cabo de cinco semanas de violencia, casi todas las ciudades afectadas regresan lentamente a la calma.
Entre los cabecillas identificados y arrestados, se encuentran varios oficiales israelíes o libaneses, así como un político libanés vinculado a Saad Hariri. Este intento de desestabilización tendrá, por lo tanto, consecuencias.
Un abierto complot
Lo que originalmente fue un complot para derrocar a las autoridades sirias se convirtió en un chantaje público que recurría a la desestabilización como medio de presión. Al comprobar que la revuelta no prosperaba, los diarios árabes antisirios comenzaron a hablar abiertamente, y sin el menor pudor, de las propuestas que se estaban manejando.
Relataron así los viajes de los negociadores que presentaron las exigencias de los Sudairi a las autoridades de Damasco. Según esos periódicos, la violencia terminará sólo cuando Bachar el Assad obedezca dos órdenes: romper con Irán y suspender el apoyo sirio a la resistencia en Palestina, Líbano e Irak.
La propaganda internacional
Los Sudairi quieren una intervención militar occidental que acabe con la resistencia siria, como la actual agresión contra Libia. Para ello, han movilizado cierto número de especialistas en propaganda.
Para sorpresa general, la cadena de televisión satelital Al Jazeera ha cambiado bruscamente su línea editorial. Es un secreto a voces que Al Jazeera fue creada por voluntad de los hermanos David y Jean Frydman, dos millonarios franceses que fueron consejeros de Yitzakh Rabin y de Ehud Barak. Los hermanos Frydman querían crear un medio de prensa que permitiera un debate entre israelíes y árabes, prohibido por la ley en cada uno de los países implicados.
Para conformar el canal, recurrieron al emir de Qatar, que al principio sirvió de cobertura. El equipo de redacción fue reclutado entre los miembros del servicio árabe de la BBC, de manera que la mayoría de los periodistas que lo iniciaron son agentes del MI6 británico.
Pero el emir de Qatar tomó el control político del canal, que se convirtió en el brazo ejecutor de su gobierno. Durante años, Al Jazeera desempeñó efectivamente un papel como elemento de moderación, favoreciendo el diálogo y la comprensión en la región. Pero también ha ayudado a banalizar el apartheid impuesto por el régimen israelí, como si la violencia que practica el ejército del Estado hebreo no fuera otra cosa que deplorables excesos de un régimen finalmente aceptable, cuando en realidad constituyen la esencia misma del sistema.
Al Jazeera, cuya cobertura de las revoluciones en Túnez y Egipto puede calificarse de excepcional, cambió bruscamente de línea editorial en el caso de Libia para convertirse en vocero de los Sudairi. Este giro de 180 grados merece una explicación. El ataque contra Libia es originalmente resultado de un plan francobritánico concebido en noviembre de 2010, es decir antes de la “primavera árabe”, plan al que se integró Estados Unidos. París y Londres tenían intenciones de ajustarle las cuentas a Trípoli y de defender sus propios intereses coloniales.
En efecto, en 2005-2006, la National Oil Corporation ?la compañía nacional del petróleo de Libia? había lanzado tres licitaciones internacionales para la exploración y la explotación de las reservas libias, las más importantes de África. El coronel Gadafi impuso entonces sus reglas del juego. Las compañías occidentales firmaron varios acuerdos, ciertamente ventajosos, pero no lo suficiente en opinión de los occidentales. Eran incluso los contratos menos favorables a las trasnacionales en todo el mundo. A lo anterior se agregaban diferentes contenciosos vinculados a la anulación de jugosos contratos en materia de equipamiento y de armamento.
Desde los primeros días del supuesto levantamiento de Bengasi, París y Londres instauraron un consejo nacional de transición, que Francia reconoció oficialmente como legítimo representante del pueblo libio. Este consejo creó una nueva compañía petrolera, la LOC, reconocida por la comunidad internacional durante la Cumbre de Londres como entidad con pleno derecho a explotar los hidrocarburos libios. En medio de ese robo a mano armada se decidió que el petróleo libio robado por la LOC se comercializara a través de… Qatar, y que el grupo de contacto de los Estados miembros de la coalición actuante contra Libia se reuniera en lo adelante en Doha.
Inmediatamente, Yusef al Qardawi, el consultor religioso de Al Jazeera, comenzó a exhortar diariamente a derrocar al presidente libio Bachar el Assad. Al Qardawi preside la Unión Internacional de Ulemas y el Consejo Europeo para la Investigación y la Fatwa; es el inspirador de los Hermanos Musulmanes. El Islam que predica es una mezcla de “democracia de mercado” al estilo estadunidense y de oscurantismo al estilo saudita, y admite el principio de la elección de los dirigentes, con la condición de que estos últimos se comprometan a aplicar la charia en su interpretación estrecha.
A Yusef al Qardawi se unió el ulema saudita Saleh el Haidane, quien ha exhortado a “matar a un tercio de los sirios para que vivan los otros dos tercios” (sic). ¿Matar a un tercio de la población siria? Eso significa asesinar a los cristianos, los judíos, los chiítas, los alauitas y los drusos. ¿Para que vivan dos tercios? Es decir, para instaurar un Estado sunnita antes de que éste proceda a depurar su propia comunidad.
Hasta este momento, la única rama de los Hermanos Musulmanes que parece refractaria al poder de seducción de los petrodólares de los Sudairi es la rama palestina, es decir el movimiento Hamas. Su jefe, Khaled Mechaal, confirmó, luego de un breve momento de vacilación, su intención de mantenerse exilado en Damasco, así como su respaldo al presidente El Assad. Con ayuda de este último, el jefe del Hamas actuó para contrarrestar los planes imperialistas y sionistas al negociar un acuerdo con Al Fatah, la organización de Mahmud Abbas.
Desde marzo, Al Jazeera, la BBC, en árabe, y el canal de televisión France24, en árabe, se han convertido en órganos de propaganda masiva. A golpe de falsos testimonios y de imágenes manipuladas, han venido divulgando acontecimientos fabricados para atribuir a la República Árabe de Siria los mismos estereotipos del régimen tunecino de Ben Ali.
Los mencionados medios de prensa tratan de hacer creer que el ejército sirio es una fuerza represiva comparable a la policía tunecina y que no vacila en disparar sobre pacíficos ciudadanos que luchan por su libertad. Esos mismos medios anunciaron incluso la muerte de un joven soldado supuestamente torturado hasta la muerte por sus superiores por negarse a disparar contra sus conciudadanos. El hecho es que el ejército sirio es una fuerza conformada por reclutas, y el joven soldado, cuyos documentos fueron publicados, en realidad estaba de permiso. El propio joven lo explicó personalmente a la televisión siria y expresó su deseo de defender su país contra los mercenarios extranjeros.
Los mencionados canales de televisión vía satélite han tratado también de presentar a varias personalidades sirias como personas que lucraban con su posición, al igual que la familia de la esposa del exprimer ministro tunecino Ben Ali. Han concentrado sus críticas en Rami Makhluf, el hombre más rico del país, primo del presidente El Assad, afirmando que, como en Túnez, Makhluf exigía partes de todas las empresas extranjeras que deseaban implantarse en Siria.
La acusación resulta totalmente infundada en el contexto sirio. En realidad, Rami Makhluf gozó de la confianza del presidente El Assad para obtener la concesión de la telefonía móvil. Y, al igual que todos los empresarios del mundo que han obtenido ese tipo de concesión, se hizo millonario. La verdadera cuestión es saber si se aprovechó o no de su situación para enriquecerse a costa de los consumidores. La respuesta es negativa. ¡Syriatel propone las tarifas de telefonía móvil más baratas del mundo!
En definitiva, el premio de la mentira se lo lleva Al Jazeera. La cadena qatarí llegó a transmitir imágenes de una manifestación de 40 mil moscovitas que reclamaban el fin del apoyo ruso a Siria. En realidad, eran imágenes de la manifestación anual del 1 de mayo, en la que Al Jazeera introdujo varios actores para realizar entrevistas falsas.
La reorganización de las redes del príncipe Bandar y de la administración de Obama
El dispositivo contrarrevolucionario de los Sudairi está enfrentando un obstáculo. Hasta ahora, los mercenarios del príncipe Bandar peleaban bajo la bandera de Osama bin Laden, lo mismo en Afganistán que en Bosnia, Chechenia o en otros países.
Considerado inicialmente como un anticomunista, Bin Laden se había convertido poco a poco en un antioccidental. Su movimiento parecía confirmar la ideología del choque de civilizaciones, enunciada por Bernard Lewis y popularizada por su discípulo Samuel Huntington. Conoció su era de gloria con los atentados del 11 de septiembre y la guerra contra el terrorismo: los hombres de Bandar implantaban la violencia en cualquier lugar donde Estados Unidos deseara intervenir.
El periodo actual exige un cambio de imagen para los yihadistas. Se les invita ahora a luchar del lado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como lo hicieron en Afganistán del lado de la CIA y contra el Ejército Rojo. Es conveniente, por lo tanto, volver al discurso pro occidental de antaño y buscarle otro contenido que remplace el anticomunismo. Ésa será la misión ideológica de Yusef al Qardawi.
Para facilitar ese cambio de look, Washington acaba de anunciar la muerte oficial de Osama bin Laden. Con la desaparición de esa figura tutelar, los mercenarios del príncipe Bandar podrán movilizarse bajo una nueva bandera. Esta redistribución de los papeles se acompaña de un importante movimiento de personal en Washington.
El general David Petraeus, quien desde su puesto de comandante del CentCom se ocupaba de los tratos con los hombres de Bandar, se convierte ahora en director de la CIA. Esto presagia una retirada acelerada de las tropas de la OTAN que se encuentran en Afganistán y una mayor participación de los hombres de Bandar en las operaciones secretas de la Agencia.
Leon Panetta, el director saliente de la CIA, pasa ahora al puesto de secretario de Defensa. Según el acuerdo interno de la clase dirigente estadunidense, dicho puesto debía reservarse a un miembro de la Comisión Baker-Hamilton. El demócrata Panetta, al igual que el republicano Gates, fue miembro de dicha Comisión. En caso de nuevas guerras, Panetta se encargaría de limitar el despliegue de tropas terrestres, con excepción de las Fuerzas Especiales.
En Riad y en Washington, ya están haciendo el acta de defunción de la “primavera árabe”.
Los Sudairi pueden decir del Oriente Medio lo mismo que el Gatopardo decía de Italia: “Todo tiene que cambiar para que nada cambie y que sigamos siendo los amos”.