Proyecto Juicio Final: los amos de Estados Unidos

Proyecto Juicio Final: los amos de Estados Unidos

El Estado profundo, la estructura secreta que controla el poder político y económico en Estados Unidos, sacrifica las apariencias democráticas y muestra al sistema estadunidense como es: autoritario y violento. A lo largo de la historia, algunas veces se ha quitado la careta para golpear sin rubor. El mundo estaría entrando a una nueva etapa de este tipo

 
Peter Dale Scott/Red Voltaire/Primera parte
 
Cuatro hechos han sido sumamente importantes; sin embargo, también han sido mal analizados: el asesinato de John F Kennedy, los escándalos del Watergate y del Irangate (también conocido en Latinoamérica como Irán-Contras), y el 11 de septiembre de 2001. Se trata de hechos o eventos “profundos”, como parte integrante de un proceso político aún más profundo que los vincula entre sí, de un proceso que ha favorecido la construcción de un poder represivo en Estados Unidos, en detrimento de la democracia.
 
He mencionado, durante los últimos años, la existencia de una fuerza oscura detrás de esos hechos, fuerza que, a falta de encontrar algo mejor, le he dado el nombre o calificativo de “Estado profundo”, estructura que se mueve simultáneamente dentro y fuera del Estado público. Hoy trataré por vez primera de identificar una parte de dicha fuerza, que ha venido funcionando al margen del Estado público desde hace al menos cinco décadas. Su nombre que no es de mi invención es Proyecto Juicio Final (Doomsday Project).
 
Así designa el Departamento de Defensa los planes de contingencia tendentes a “garantizar el funcionamiento de la Casa Blanca y del Pentágono durante y después de una guerra nuclear o cualquier otra crisis de gran envergadura”.
 
Aunque simple, este trabajo tiene un importante objetivo: demostrar que el Proyecto Juicio Final de la década de 1980, así como los anteriores planes de crisis que condujeron a la estructuración de dicho proyecto, desempeñaron entre bastidores un papel determinante en los eventos profundos que pretendo analizar.
 
Esta planificación fue un factor primordial tras los tres preocupantes fenómenos que hoy amenazan la democracia en Estados Unidos. El primero fue la transformación de nuestra economía en una plutonomía: una economía con objetivos plutocráticos, caracterizada por una creciente división de Estados Unidos en dos clases –los opulentos y los desfavorecidos, los que pertenecen al “1 por ciento” y los integrantes del “99 por ciento”–. El segundo fenómeno es la creciente militarización de Estados Unidos, y sobre todo su tendencia a librar o desatar guerras en regiones lejanas, lo cual se ha hecho cada vez más corriente y previsible. Es evidente que las operaciones de esta maquinaria de guerra han estado al servicio de los intereses del 1 por ciento que ocupa la cúspide de la pirámide.
 
El tercer fenómeno, que constituye el tema central de este ensayo, es la considerable influencia de los eventos estructurales profundos sobre la historia del país, influencia cada vez más nefasta: acontecimientos misteriosos (como el asesinato del expresidente Kennedy, el caso de los “plomeros” del Watergate y los atentados del 11 de septiembre de 2001, que afectan brutalmente la estructura social) tienen un tremendo impacto en la sociedad de Estados Unidos. Por otro lado, constantemente implican la ejecución de actos criminales o violentos. Y son generados, para terminar, por una fuerza oscura y desconocida.
 
La actual descomposición del país en términos de disparidades de ingresos y de desigualdad en materia de riqueza, o de su militarización y su creciente tendencia belicista, ha sido objeto de muchos análisis. Mi enfoque en este ensayo tiene un carácter inédito: consiste en señalar que las disparidades en materia de ingresos –la “plutonomía”–, al igual que las tendencias guerreristas de Estados Unidos han sido considerablemente favorecidas por los “eventos profundos”.
 
Es necesario comprender que las disparidades en materia de ingresos en la economía estadunidense no son fruto de una acción de las fuerzas empresariales independiente de la intervención política. Por el contrario, esas desigualdades fueron en gran parte engendradas por un proceso político continuo y deliberado que data de la década de 1960 y 1970, periodo durante el cual los individuos más ricos del país temían perder el control de éste.
 
En aquella época, en su memorándum de 1971, el futuro juez de la Corte Suprema Lewis Powell advirtió que la supervivencia del sistema de libre empresa dependía de “la planificación y la aplicación cuidadosas a largo plazo” de respuestas ampliamente financiadas contra las amenazas que representaba la izquierda. Dicha advertencia engendró una violenta ofensiva de la derecha, coordinada por varios círculos de reflexión y generosamente financiada por un pequeño grupo de fundaciones familiares.
 
Hay que tener presente que todo aquello respondía al surgimiento de graves motines en Newark, Detroit y otras ciudades, y que la izquierda lanzaba por entonces un creciente número de llamados a la revolución (tanto en Europa como en Estados Unidos). He de concentrarme aquí en la respuesta de la derecha y en el papel de los eventos profundos en la facilitación de dicha respuesta.
 
La verdadera importancia del Manifiesto Powell residía no tanto en el documento en sí como en el hecho de que se redactó a pedido de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, uno de los grupos de presión más influyentes y más discretos. Por otra parte, aquel memorándum era sólo un síntoma entre tantos de que una guerra de clases estaba tomando forma en la década de 1970, un proceso más amplio que venía desarrollándose tanto dentro del gobierno como fuera de éste (y que incluía lo que el publicista considerado el fundador del neoconservadurismo, Irving Kristol, calificó de “contrarrevolución intelectual” y que llevó directamente a la autoproclamada “revolución Reagan”).
 
Resulta evidente que aquel proceso más amplio se desarrolló durante prácticamente cinco décadas, mientras que la derecha inyectaba miles de millones de dólares en el sistema político de Estados Unidos. Lo que quiero demostrar aquí es que los eventos profundos también fueron parte integrante de estos esfuerzos de la derecha, desde el asesinato de Kennedy hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001.
 
El resultado del 11 de septiembre fue la aplicación del plan para la “Continuidad del Gobierno” que fueron calificados en las audiencias de Oliver North sobre el escándalo Irangate, en 1987, como planes preparatorios para “la suspensión de la Constitución de Estados Unidos”. El plan para la Continuidad del Gobierno, elaborado con base en planificaciones anteriores, fue meticulosamente desarrollado desde 1982, en el marco del Proyecto Juicio Final (Doomsday Project), por un equipo secreto nombrado por el expresidente Ronald Reagan. Dicho equipo se componía de personalidades públicas y también privadas, entre las que se encontraban el exsecretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y el vicepresidente de Estados Unidos, Richard Dick Bruce Cheney.
 
Trataré de probar que, bajo esa perspectiva, el 11 de septiembre de 2001 no fue otra cosa que el resultado de una secuencia de eventos profundos que se remonta al asesinato de Kennedy, o incluso a una época anterior, y que los inicios del Proyecto Juicio Final están presentes en cada uno de éstos.
 
Para ser exacto, sobre estos eventos profundos trataré de demostrar: 1) que en el seno de la Agencia de Inteligencia Central (CIA, por su sigla en inglés) y de otras agencias estadunidenses similares hubo comportamientos malintencionados que contribuyeron al asesinato de Kennedy y a los atentados del 11 de septiembre; 2) que las consecuencias de cada evento profundo incluyeron un recrudecimiento del poder represivo autoritario a favor de esas agencias, en detrimento del poder democrático persuasivo; 3) que existen coincidencias sintomáticas en la presencia de ciertos individuos entre los autores de estos diferentes eventos profundos; 4) que se observa en cada uno de esos eventos la implicación de elementos vinculados al tráfico internacional de drogas –lo cual sugiere que la actual plutonomía es también, en cierta medida, una narconomía; y 5) que tras cada uno de esos eventos se puede observar la presencia del Proyecto Juicio Final (cuyo papel se hace cada vez más importante con el paso de los años), es decir, de la estructura alternativa de planificación de urgencia que dispone de sus propias redes de comunicación y opera como una red de la sombra al margen de los canales gubernamentales normales.
 
 

Los “errores” burocráticos

 
El asesinato de Kennedy y los atentados fueron facilitados por la forma como la CIA y la Oficina Federal de Investigación (FBI, por su sigla en inglés) manipularon sus propios expedientes sobre los presuntos autores de cada uno de esos hechos (Lee Harvey Oswald, en lo que llamaré el Caso JFK, y los presuntos piratas aéreos Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, en los atentados del 11 de septiembre de 2001). La decisión tomada el 9 de octubre de 1963, por Marvin Gheesling, un agente del FBI, de borrar a Oswald –el asesino de Kennedy– de la lista de vigilancia del FBI es parte de esa facilitación. Esa decisión se aplicó después del arresto de Oswald en Nueva Orleáns, en agosto de 1963, y de su posterior viaje a México en septiembre. Es evidente que ambos hechos deberían haber convertido a Oswald en candidato a una vigilancia reforzada.
 
Ese comportamiento malintencionado constituye un paradigma si lo asociamos con las acciones de otras agencias, en particular con las de la CIA, en el caso JFK y en el 11 de septiembre. En efecto, el comportamiento de Gheesling va claramente en el sentido de un ocultamiento culposo de información por parte de la CIA, durante octubre (de 1963) –información que ocultó al FBI y según la cual Oswald se había reunido en México con Valery Kostikov, un presunto agente del Comité para la Seguridad del Estado (KGB, por su sigla en ruso). Ese ocultamiento contribuyó también a garantizar que Oswald no estuviera bajo vigilancia.
 
En efecto, el exdirector del FBI Clarence Kelley se quejó en sus memorias de que la retención de información por parte de la CIA fue la principal razón que explicaba por qué Oswald no estaba bajo vigilancia el 22 de noviembre de 1963. La provocación de la Inteligencia Militar en 1963 fue más alarmante aún. En efecto, no contenta con retener información sobre Lee Harvey Oswald, una de sus unidades fabricó incluso datos falsos de inteligencia que parecían destinados a provocar una respuesta (militar) contra Cuba.
 
Yo califico ese tipo de provocaciones como cuentos primarios. En este caso se trata de intentos de describir a Oswald como un conspirador comunista (todo lo contrario de los posteriores cuentos secundarios, igualmente falsos, que lo describen como un rebelde solitario). Un cable del mando del IV Ejército, con sede en Texas, puede ser considerado un revelador ejemplo de cuento primario. Recoge una información proporcionada por un policía de Dallas que era también miembro de una unidad de reserva de la Inteligencia Militar:
 
“El primer asistente Don Stringfellow, (de la) Sección de Inteligencia, Departamento de Policía de Dallas, notificó al 112 Grupo INTC (de inteligencia asignado) a este cuartel general que las informaciones obtenidas de Oswald revelaron su defección hacia Cuba en 1959, y su condición de integrante del Partido Comunista, del que posee un carnet”.
 
El 22 de noviembre de 1963, día del asesinato de Kennedy, aquel cable fue enviado directamente al Mando de Ataques Militares, en Fort MacDill, Florida, la base preparada para desatar un posible ataque de represalia contra Cuba.
 
Aquella comunicación no era tan sólo una aberración aislada. Contaba con el respaldo de otros falsos cuentos primarios provenientes de Dallas sobre el fusil que supuestamente había utilizado Oswald, cónyuge de Lee Harvey. Aquellas historias falsas se basaban en particular en una serie de traducciones erróneas del testimonio de Marina Oswald. El objetivo de aquellas falsificaciones era sugerir que el fusil de Oswald en Dallas era un arma que había conseguido en Rusia.
 
Estos últimos informes falsificados sobre Marina Oswald, aparentemente no relacionados con los anteriores, pueden sin embargo llevarnos de regreso a la 488 Unidad de Reserva de la Inteligencia Militar, a la que pertenecía Don Stringfellow. Ilya Mamantov, el intérprete que proporcionó inicialmente la falsa traducción de los testimonios de Marina Oswald, fue escogido por Jack Crichton, un magnate del petróleo de Dallas, y por George Lumpkin, el director adjunto de la policía de la misma ciudad. Ambos eran (respectivamente) el jefe y el primer adjunto de la 488 Unidad de Reserva de la Inteligencia Militar. Dentro del círculo de petroleros de Dallas, Crichton era también un simpatizante de la extrema derecha: administrador de la Fundación HL Hunt, fue además miembro del Comité Americano de Ayuda a los Combatientes de la Libertad de Katanga (American Friends of the Katanga Freedom Fighters), organización de oposición a las políticas de Kennedy con respecto al Congo.
 
Es importante tener en mente que ciertos integrantes de la Junta de Jefes de Estado Mayor (JCS, por su sigla en inglés) estaban extremadamente irritados porque la crisis de los misiles de 1962 no había desembocado en una invasión contra Cuba. Por otro lado, en mayo de 1963, y bajo la dirección de su nuevo jefe, el general Maxwell Taylor, la JCS seguía convencida de que “una intervención militar de Estados Unidos en Cuba sería necesaria. Habían pasado seis meses desde el momento en que Kennedy ofreciera garantías explícitas a Jruschov para la solución de la crisis de los misiles, en octubre de 1962, asegurándole que Estados Unidos no invadiría Cuba (garantías que sin embargo dependían de importantes condiciones).
 
Aquellas garantías presidenciales no impidieron que el J-5 de la Junta de Jefes de Estado Mayor (el J-5 es la Dirección de Planificación y Políticas) elaborara una lista de “provocaciones fabricadas para justificar una intervención militar” (uno de los ejemplos de “provocaciones fabricadas” incluía “utilizar aviones del tipo MiG pilotados por aviadores estadunidenses para […] atacar barcos mercantes o el ejército de Estados Unidos”.
 
Las mentiras sobre Oswald que emanaban de Dallas fueron lanzadas inmediatamente después del asesinato de Kennedy, por lo tanto no bastan para probar que haya sido un complot que implicara engaño y provocación. Sí son reveladoras, en cambio, del sentimiento anticastrista que prevalecía en la 488 unidad de reserva de la Inteligencia Militar en Dallas, y nos confirman que aquel estado de ánimo era llamativamente similar al que existía en el J-5 en mayo de 1963, es decir, se trataba del estado de ánimo que produjo una lista de “provocaciones fabricadas” para justificar un ataque contra Cuba. De acuerdo con Crichton, “la 488 unidad de reserva contaba con un centenar de hombres, de los cuales unos 40 o 50 provenía del Departamento de Policía de Dallas”.
 
Estos comportamientos malintencionados en el seno de las burocracias de la CIA, del FBI y del Ejército –las tres agencias con las que Kennedy había tenido serios desacuerdos durante su trunca presidencia – difícilmente pueden explicarse invocando la simple casualidad. En la segunda enterega demostraré la existencia de un vínculo entre el petrolero de Dallas, Jack Crichton, y la planificación de crisis de 1963, que se convirtió en el Proyecto Juicio Final.
 
El mismo tipo de comportamiento malintencionado se produce en el seno de la burocracia alrededor del 11 de septiembre de 2001.
 
En 2000 y 2001, antes del 11 de septiembre, la CIA volvió a abstenerse de comunicar al FBI la existencia de importantísimas pruebas (informaciones que, de haber sido compartidas, habrían llevado al FBI a vigilar a Khaled al-Mihdhar y a Nawaz al-Hazmi, dos de los presuntos piratas aéreos). Debido a esta importante retención de información un agente del FBI predijo con toda exactitud, en agosto de 2001, que “un día habrá gente que pierda la vida”. Después del 11 de septiembre, otro agente del FBI declaró, refiriéndose a la
Agencia: “Ellos [la CIA] no querían que la Oficina se metiera en sus asuntos, es por eso que no dijeron nada al FBI. […] es por eso que se produjo el 11 de septiembre. […] Ellos tienen las manos manchadas de sangre. Son responsables de la muerte de 3 mil personas”. En este caso, la retención de información crucial antes del 11 de septiembre –información que la Agencia estaba obligada a transmitir al FBI en virtud de sus propias reglas– era comparable a las disimulaciones de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por su sigla en inglés).
 
Sin esas retenciones de pruebas, ni el asesinato de Kennedy ni el 11 de septiembre hubiesen podido concretarse como lo hicieron. Como yo señalo en mi libro American war machine, tal parece como si en un momento dado “Oswald, y más tarde Al-Mihdhar, hubiesen sido preseleccionados como sujetos designados para una operación. El objetivo inicial no sería obligatoriamente cometer un crimen contra Estados Unidos. Por el contrario, probablemente se actuó para preparar a Oswald en relación con una operación contra Cuba y a al-Mihdhar para una operación contra Al-Qaeda (como yo mismo sospecho). Pero a medida que los mitos (los que era posible explorar) comenzaban a acumularse alrededor de esos dos personajes, se hacía posible que individuos mal intencionados lograran subvertir la operación autorizada convirtiéndola en un sangriento plan cuya existencia misma se escondería después. Ya en ese punto, Oswald (y por analogía al-Mihdhar) dejaba de ser un simple sujeto designado para convertirse también en un culpable designado”.
 
Kevin Fenton llega a la misma conclusión sobre el 11 de septiembre en su libro, muy completo, Disconnecting the dots (sembrando la confusión). Es decir, que “a partir del verano de 2001, el objetivo de la retención de información era permitir el desarrollo de los ataques”.
 
Fenton identificó también al principal responsable de ese comportamiento administrativo malintencionado: el oficial de la CIA, Richard Blee, director de la Unidad Bin Laden de la CIA. Cuando William Clinton todavía era presidente, Blee había sido integrante de una facción de la CIA que militaba activamente por una implicación más belicista de ésta en Afganistán, de conjunto con la Alianza del Norte afgana. Esos proyectos se concretaron inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, y Blee fue ascendido al rango de jefe de Estación de la CIA en Kabul, Afganistán.
 

Cómo se desató la guerra contra Vietnam

 

Ahorraré a los lectores del presente artículo los detalles de esta retención de información, ya ampliamente explicada en mi libro American war machine. El incidente del golfo de Tonkín es, sin embargo, comparable al asesinato de Kennedy y al 11 de septiembre ya que la manipulación de pruebas contribuyó a poner a Estados Unidos en el camino de la guerra (muy rápidamente en ese caso).
 
Hoy en día, historiadores como Fredrik Logevall están de acuerdo con la evaluación del subsecretario de Estado, George Ball, de acuerdo con la cual la misión de los navíos de guerra estadunidenses en el golfo de Tonkín –que acabó dando lugar a los incidentes– “tenía un carácter esencialmente provocador”. La planificación de aquella misión provocadora venía del J-5 de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el mismo equipo que había estimado en 1963, en el caso de Cuba, que “la fabricación de una serie de provocaciones tendentes a justificar una intervención militar era realizable”.
 
La disimulación de la verdad por parte de la NSA y de la CIA, el 4 de agosto de 1964, se produjo en un contexto marcado por una voluntad confesa (pero controvertida), en los más altos niveles del Estado, de atacar Vietnam del Norte. En este aspecto, el incidente del golfo de Tonkín es notoriamente similar a la disimulación de la verdad –por parte de la CIA y de la NSA– que condujo directamente al 11 de septiembre, en momentos en que también existía una voluntad gubernamental de desatar la guerra (a pesar de que también en ese caso se trataba de una voluntad controvertida).