El impulso que, desde el primer momento, dio a las diversas manifestaciones de la cultura el gobierno liderado por Vladímir Ilich Lenin, fue uno de los acontecimientos fundamentales de la Revolución triunfante en 1917. Los artistas plásticos, los ensayistas, los poetas, los narradores, los cineastas, los compositores musicales, los intérpretes y los baletistas, recibieron el apoyo efectivo y entusiasta; y ellos, a su vez, aportaron lo mejor de sus quehaceres creadores al tiempo histórico que vivían.
En ese mundo de constante dinamismo intelectual, en que las vanguardias y audacias experimentales hacían y deshacían formas, sonidos, trazos y palabras, los artistas rusos asimilaron de manera admirable las influencias de los credos estéticos reinantes: el surrealismo, el futurismo italiano, el constructivismo y el cubismo.
“Por primera vez en la historia –escribía Vladimir Maiakovski, el poeta-símbolo de la Revolución Bolchevique–, la vida monótona se pintará de colores”. Y todos a una acabaron con el arte frío y artificioso de la aristocracia zarista. Así, llovieron poemas de inusitada osadía verbal en autores como el propio Maiakovski, Serguei Esenin, Alexander Block, Marina Tsvetáeva, Velemir Jlébnikov, Anna Ajmátova, Nikolai Tíjonov y Andréi Biely, entre otros.
En la primera línea estaba el novelista Máximo Gorki, quien había entrado por la puerta grande a la narrativa rusa del siglo XX, con obras de profunda sensibilidad humana como La madre, Los bajos fondos, Días de infancia y Los vagabundos. Luego vendrían los pioneros de la novela soviética: Alexei Tolstoi, Nikolai Ostrovski, Konstantin Fedin, Boris Pasternak, Alexander Fadeev y Mijaíl Sholojov.
Los pintores derribaron el realismo academicista de tintes anacrónicos y se lanzaron a la búsqueda de novedosas formas pictóricas como Marc Chagall, Vasili Kandinsky, Boris Kustodiev, Kazimir Malevitch, Leonid Pasternak y Vladimir Tatlin. Este último, amigo de Picasso, afirmaba: “La obra debe participar en la vida y en la construcción del mundo”.
En la música, participaron activamente Serguei Prokofiev (El teniente Kije, Pedro y el lobo, La cenicienta, Romeo y Julieta) y Dmitri Shostakovich (Sinfonía Leningrado, Jazz suite y el famoso Vals Número 2), considerados entre los grandes compositores musicales de todos los tiempos.
Isadora Duncan, la icónica bailarina estadunidense, admiradora de Marx y de Lenin, y amante del poeta Esenin, apoyó de manera ferviente el triunfo de los bolcheviques en 1917. En su autobiografía escribió:
“El día en que se anunció la Revolución Rusa, todos los amantes de la libertad experimentamos un júbilo de esperanza. Aquella noche bailé La Marsellesa con el verdadero espíritu revolucionario que la inspiró. Luego interpreté la Marcha eslava, en la cual figura el Himno al zar, y reflejé la humillación de los siervos bajo los chasquidos del látigo. Esta antítesis, esta disonancia entre mis gestos y la música, provocaron una verdadera tormenta en el público. Es raro que en toda mi carrera artística me hayan atraído, más que ningún otro, los movimientos de desesperación y de rebeldía. Con mi túnica roja he bailado constantemente la revolución y he llamado a las armas a los oprimidos. La noche aquella de la revolución rusa bailé con júbilo feroz. Mi corazón estallaba dentro de mi pecho al sentir la liberación de todos aquellos que habían muerto por la causa de la Humanidad.”
En el cine, el genial director Serguei Einsenstein renovó la técnica del género en grandes películas épicas como La madre, La huelga, El acorazado Potemkin, ¡Soviet, avante!, y Octubre, esta última un homenaje emocionado y rotundo a la Gran Revolución Socialista.
Asimismo, durante las primeras décadas de la Revolución, florecieron las más hermosas, marciales y delicadas canciones de temática popular, óperas y ballets en los que se plasmaban los cambios sociales y del comportamiento humano que se estaban llevando a cabo en la Unión Soviética.
Siempre precedidas por La Internacional, el himno universal de los trabajadores, cuyas notas marciales fueron interpretadas por primera vez en 1888, con música de Pierre Degeyter y letra de Eugéne Pottier, las primeras melodías de la naciente patria de los soviets fueron: La marsellesa de los trabajadores (parodia de La marsellesa, en la que se instaba a despedazar al régimen zarista), Baikal, lago de Siberia, ¡Camaradas, marchemos altivos!, Por el poder de los soviéticos, El héroe Chapayev vagó por los Urales, La locomotora y La bandera roja.
En el impulso y estímulo constante de las artes en la naciente Revolución, es innegable el liderazgo de Lenin, pues fue el mayor propulsor de las diversas expresiones culturales como suprema forma de desarrollar el saludable aire nuevo que acababa de entrar en la vieja Rusia feudal.
Pero nadie mejor que los poetas para expresarlo:
“El cielo es como una campana. / Como el tiempo mis palabras. / Como mi madre la patria. / ¡Y yo me siento bolchevique!” (Esenin).
“Camaradas, / dad un arte nuevo, / un arte / ¡que saque a la república del fango”! (Maiakovski).
José Luis Díaz-Granados*/Prensa Latina
*Escritor y articulista colombiano
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