Cómo es posible que no se alcen millones de personas con responsabilidad en los asuntos de la sociedad y del Estado en rebelión contra la injusticia social. Tienen información de instituciones como la Organización de las Naciones Unidas; el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; Amnistía Internacional; la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura; el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia; la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura; Acción contra el Hambre, y tantas organizaciones de la sociedad civil que han tomado partido por la justicia social, por la libertad y por los derechos humanos y sociales que conocemos y hemos aceptado. Cómo es posible.
No podemos permanecer en silencio mientras los responsables de la crisis financiera y de los desastres que afligen a más de 2 mil millones de personas permanecen activos e impunes. No es posible callar sin hacerse responsable. Como señalaba Martin Luther King, tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las acciones de la gente perversa, sino de los pasmosos silencios de la gente buena.
Con Albert Camus, nuestros nietos se avergonzarán de nosotros porque, habiendo podido tanto, nos atrevimos a tan poco. En la sociedad de la información ya no es posible refugiarse en la ignorancia. Somos culpables de omisión y aún de servidumbre muda por no alzarnos contra la ignominia, la prepotencia, la codicia, el abuso de unos seres por otros y el escándalo atroz de que menos del 18 por ciento de la humanidad controla y disfruta del 82 por ciento de los bienes del planeta. Culpables de que cerca de 2 mil millones de seres padezcan hambre, ignorancia, enfermedad y exclusión por bánksters financieros y “mercaderes del hambre” sin escrúpulos, dirigentes corruptos y de colaboradores necesarios para que persista esta tragedia. Ya nunca podremos decir que “no sabíamos” lo que sucedía, como tantos alemanes que prefirieron “ignorar” los crímenes de los nazis.
¿Acaso no sabemos que existe una metástasis que se extiende y corrompe a miles de millones de personas, a mares y a ríos, a la atmósfera, a los campos y a las tierras, que es la explosión demográfica, la bomba de destrucción masiva más deletérea?
Lo vemos en televisión, en el cine, en nuestro entorno, y callamos. Conocemos las cifras, en billones de dólares, del dinero del crimen organizado que lavan nuestros bancos. Conocemos las denuncias inútiles y las promesas incumplidas para erradicar los paraísos fiscales. Acaso no sabemos a quiénes pertenecen esas ingentes cantidades de dinero que no cotizan a Hacienda ni son reguladas ni controladas por poder político alguno.
Es que hay alguna persona formada y responsable que desconozca lo que se gasta en la industria del armamento; que necesita y organiza guerras, alzamientos, invasiones y falsas liberaciones de países que poseen pero no administran los recursos minerales, vegetales y físicos codiciados por esos poderes siniestros. Acaso la inestabilidad en tantos países de Oriente Medio, de Asia y otros del empobrecido Sur obedecen a otra causa que a sus reservas de litio, coltan, oro, uranio, hidrocarburos, cobalto, cobre, manganeso, bauxita, maderas, tierras y agua.
Quién fue responsable de la criminal invasión de Irak contra un supuesto terrorismo, inexistentes armas de destrucción masiva y contra un falso fundamentalismo islámico que sólo se desarrolló como reacción a una guerra de reparto de las tareas de “reconstrucción civil” antes de bombardearlas.
Lo mismo está sucediendo en Palestina, Ucrania, pueblos kurdos de Irak, Irán, Siria y Turquía con inimaginables consecuencias para Pakistán e India. ¿Acaso es difícil seguir a la mano que mece la cuna de las revueltas islámicas en “respuesta” a una absurda operación de ofensa a la figura del profeta Mahoma? ¿A quién benefician esas revueltas? No a Estados democráticos, libres, justos, laicos y con un orden social bien arraigado. ¿Quién ha ahogado las fallidas primaveras árabes?
Favorecen a corto plazo a oligarquías y fanatismos de toda laya que prefieren que cunda el pánico, la muerte y el dolor antes que revisar los fundamentos de sus poderes reales y dinásticos, anacrónicos, injustos e inhumanos.
Asistimos a los costos ingentes de una Organización del Tratado del Atlántico Norte que perdió su razón de ser cuando fue disuelta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Al quedarse sin enemigo y sin objeto social, se reunieron en Washington para convertirla en el sheriff con patente de corso en todo el planeta al servicio de esos intereses nefastos.
Centros de poder que se sirven de políticos y de Estados a quienes han convertido en ejecutores de sus órdenes para garantizar sus intereses. Qué otra cosa ha sido la creación de la deuda externa que dejó exangües a decenas de Estados y a miles de millones de seres. Todo bajo la supervisión del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que ahora pretenden dictar y controlar las economías de los Estados para “reconstruir” su modelo de desarrollo económico, social y político.
Con Paulo Freire afirmamos que, en el conflicto entre el poderoso y el desposeído, el no intervenir no significa ser neutral, sino ponerse del lado del poderoso.
José Carlos García Fajardo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid; director del Centro de Colaboraciones Solidarias
Contralínea 411 / del 09 al 15 Noviembre de 2014