Desigualdad y pobreza para siglos

Desigualdad y pobreza para siglos

Esther  Duflo ha ganado el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales por “sus aportaciones a la lucha contra la pobreza”. Según la revista The New Yorker, Duflo es una economista “de centro-izquierda que cree en la redistribución”. Duflo es, por tanto, persona políticamente “moderada”, según ese semanario. ¿Admite moderaciones la lucha contra la pobreza? No, si consideramos lo que escribió hace unos años José Vidal Beneyto, cuando la minoría rica empezaba a recuperarse aceleradamente tras la confusión del inicio de la crisis y la convertía en factor de mayor enriquecimiento. Dijo Vidal que “cada 3 segundos muere un niño por sufrir pobreza y cada día se multiplica vertiginosamente la fortuna de los más ricos. Hambre, enfermedades, explotación, analfabetismo, mortalidad infantil… se eliminarían si acabara este orden social cuyo principal objetivo es aumentar la riqueza de los ricos”.

Es la clave para explicar la pobreza y, por tanto, la lucha contra la pobreza. Por eso, aunque buscar soluciones parciales de la pobreza está bien, no se puede olvidar que hay pobreza y ésta crece por un sistema injusto que no quiere ni permite la redistribución equitativa de la riqueza.

La pobreza no es sólo cuestión de ingresos, por supuesto, porque pobreza es también falta de educación, ausencia de sanidad, no poder acceder al agua potable ni a estructuras de saneamiento… Y luchar contra todo eso y conseguir logros parciales es luchar contra la pobreza. Pero para acabar de verdad con ella, y no sólo cosechar algunos resultados, es erróneo no ir contra las causas profundas.

Duflo y otros “moderados” no van a la raíz del problema, porque vencer la pobreza no es cuestión técnica, voluntarista ni metodológica como plantean. Nelson Mandela nos recordó que “la pobreza no es un fenómeno natural; la causan seres humanos”. Y no es posible acabar con ella sin tener en cuenta esa verdad incontrovertible. Acabar con la pobreza, como dice Mandela, “es un acto de justicia. Es proteger el derecho humano fundamental a la dignidad y a una vida decente”. Y, si de justicia y de derechos hablamos, se necesita una acción política y decisiones políticas. No voluntarismos técnicos.

No hay que obviar, por ejemplo, que las políticas que han convenido a Estados Unidos, Europa y otros países desarrollados, para asegurarse el dominio económico y beneficios crecientes, han significado una descolonización tramposa y dependiente, que no ha supuesto reducir la pobreza. Más la imposición de planes de ajuste a medio mundo por medio de las instituciones internacionales que controlan, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio… Planes de ajuste que han generado y generan pobreza.

No se puede pretender acabar con la pobreza sin tener presente que una minoritaria décima parte de la población es propietaria del 83 por ciento de la riqueza, mientras media población mundial sólo posee entre toda ella un 2 por ciento de la riqueza de todo el planeta. Datos de Crédit Suisse, nada sospechoso de comunismos.

Por todo, acabar con la pobreza exige una acción política transformadora. Si de verdad se quiere acabar con ella, hay que avanzar para cambiar el actual modelo socio-económico. Modelo basado en la posesión de casi toda la riqueza por una minoría, el crecimiento exponencial como motor de la economía y la obtención también exponencial de beneficios, pero no la satisfacción de derechos y necesidades.

Se puede acabar con la pobreza actuando contra las causas reales, pero si la lucha contra la pobreza es solo “técnica”, será parcial y hay pobreza para siglos. Hay pobreza porque una minoría acumula riqueza desmesuradamente en detrimento del resto de población. Y porque este sistema socio-económico genera desigualdad, necesita la desigualdad. Y la desigualdad siempre, siempre, siempre genera pobreza. Por eso hay que darle la vuelta a este sistema.

¿Utopía? Según el diccionario de la lengua española, utopía es el proyecto “que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. En realidad, utopía es el territorio al que no hemos llegado y por eso aparece como no posible. Pero puede ser. Sólo hay que repasar la historia para comprobar que los cambios conseguidos siempre parecen imposibles hasta que se logran. Como dijo Mandela.

Proponerse acabar con la pobreza es una exigencia ética de elemental dignidad y, aunque valgan iniciativas sectoriales y logros parciales, no se acabará con la pobreza hasta no acabar con este sistema, en el que la riqueza se acumula en muy pocas manos.

 

Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias

*Periodista y escritor

[Sección: Opinión]

 

 

 

Contralínea 438 / del 01 al 07 de Junio 2015