La atroz guerra sucia de los monopolios

La atroz guerra sucia de los monopolios

La política y el crimen son lo mismo

Michael Corleone, El Padrino

¿Por qué habría de pensar en pagar más que eso?

Michael Corleone, El Padrino II

En otras circunstancias, el enfrentamiento entre los concesionarios de las telecomunicaciones, que obscenamente han desnudado sus miserias ante la población, pudo reducirse a una vulgar controversia de fácil solución.

Sólo hubiera bastado con que el árbitro institucional actuara rápidamente, amparado en el derecho, para tranquilizar a las iracundas y desvergonzadas zorras de las 25 empresas de servicios de telefonía fija, móvil y de televisión por cable que pretenden asaltar los gallineros de la telefonía, regenteados por los igualmente procaces dueños de Telmex-Telcel y Telefónica, que, a su vez, también quieren asolar los corrales televisivos de aquéllos.

Histriónicamente, Calderón pudo parafrasear las palabras dichas por il capo di tutti capi, Vito Corleone, a Bonasera: “…Vienes a mí a decir: ‘don Corleone, pido justicia’, y pides sin ningún respeto, no como un amigo, ni siquiera me llamas padrino”.

Pues bien, “le[s] haré una oferta que no podrá[n] rechazar”, como dijo Corleone a Johnny Fontane, según su frase más celebrada.

La aplicación rigurosa e imparcial del imperio de las leyes hubiera solucionado a tiempo los entuertos sin necesidad de que se removieran en demasía las turbias aguas. Una simple investigación, apegada a derecho, hubiera demostrado si realmente Telmex aplica prácticas monopólicas, si les cobra o no tarifas de interconexión excesivamente altas como alegan aquéllos y que supuestamente afectan la calidad de los servicios telefónicos que prestan. En correspondencia, en un acto de justicia, el árbitro también debió averiguar las denuncias de Telmex, que, por su parte, acusa al duopolio televisivo –Televisa y Televisión Azteca y sus filiales de cable– de abuso mediático, de emplear las mismas prácticas monopólicas absolutas que pretenden impedirle su acceso al latifundio televisivo a cualquier costo, de presuntos actos de corrupción incurridos por la empresa Bestel, filial de Televisa, en perjuicio del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado y del propio Telmex.

Dijo Corleone: “No digas que eres inocente, Carlo, porque es un insulto a mi inteligencia, y eso no me divierte”. Por sí mismos, los denuestos y las denuncias legalmente interpuestas justifican las investigaciones oficiales. Como han señalado diversos especialistas y los propios involucrados, todos han abusado de las prácticas monopólicas y de los presuntos actos de corrupción. Se han burlado de las leyes y de las autoridades. Han anulado la competencia en las telecomunicaciones, lo que impide su “modernización”. Han mentido, abusado y afectado los intereses de los usuarios que carecen de las instituciones que les permitan defender sus derechos. Pero, sobre todo, porque las telecomunicaciones son propiedad de la nación, son servicios públicos concesionados y sujetos a revisión. El cúmulo de anomalías cometidas sustentaría los castigos legales y la anulación de los permisos.

Alejandro Magno: “Es lo mismo cortarlo que desatarlo”. El árbitro podría aprovechar la oportunidad para cortar el nudo gordiano con un solo e higiénico tajo de la espada de la ley antimonopólica, cual si fuera un Alejandro Magno posmoderno; reestructurar la industria e imponer la libre competencia, de cuyas virtudes se dice ferviente admirador y promotor. Incluso, hasta podría emular a Cristina Fernández, la presidenta argentina, que con la Ley de Servicios de Comunicación antepuso el interés público y el poder del Estado a la razón privada para iniciar el desmantelamiento de los monopolios, la base del poder económico y político de los grupos de presión oligárquicos, autoritarios y golpistas, y avanzar en el proceso de democratización y universalización de las telecomunicaciones, su apertura a la pluralidad, la diversidad, la calidad de los contenidos, la regulación de la publicidad y la promoción de la cultura y la libertad de expresión. Dicha ley divide el espacio radioeléctrico, los canales abiertos de televisión y de radio, de paga vía internet y nuevas tecnologías: un tercio para los medios estatales, otro para el sector privado y uno más para las organizaciones sin fines de lucro; fija límites a la concentración monopólica y oligopólica al restringir las licencias concedidas: una empresa no podrá ocupar más del 35 por ciento del mercado, un licenciatario de televisión por cable no podrá controlar una señal de televisión abierta o viceversa; impide que las empresas telefónicas brinden servicios de televisión por cable y limita la participación de capital extranjero a un máximo del 30 por ciento del capital accionario. El árbitro tiene ante sí un ejemplo y la oportunidad para imponer la ley. Si emplea la energía que utiliza para destruir los monopolios públicos, como Luz y Fuerza del Centro, la Comisión Federal de Electricidad, Petróleos Mexicanos, seguro que tendrá éxito.

En la inusitada beligerancia intermonopólica e intraoligárquica que ha llegado hasta los tribunales, el árbitro, empero, se mantiene remiso. Para diversos analistas, padece el síndrome Vicente Fox: ¿Y yo por qué?

Michael Corleone: “No es personal, Sonny, sólo negocios”. Aunque la guerra es translúcida, se pueden observar algunas de las razones que explican la ruptura de la armonía oligárquica. El argumento relativo a que las altas tarifas de interconexión impiden a la banda de los 25 reducir los costos de sus servicios prestados, lo que redundaría en una mayor calidad y en pagos justos para los consumidores, por lo que le exigen su disminución o su eliminación, no es más que una descarada mentira. Cada monopolio impone la ley de la selva en el terreno de la telefonía móvil y fija, y en el de la televisión abierta y de paga, además de otros servicios que prestan y los que esperan controlar. En cada caso, gana el más fuerte e intercambian sus papeles: de depredadores a víctimas, y de víctimas a depredadores. Las únicas presas permanentes son los indefensos usuarios.

Luchessi a Vincent, hijo de Sonny: “Las finanzas son un arma y la política es el arte de saber cuándo disparar de esa arma”. Por principio, la magnitud del negocio involucrado es más que suficiente para acabar con los precarios equilibrios oligárquicos, las alianzas, los intereses y las lealtades económicas, políticas y clasistas. Alguna vez, por ejemplo, en santa hermandad, Emilio Azcárraga y Carlos Slim intercambiaron asientos en el Consejo de Administración de sus monopolios. Hasta se dice que en 1999 este último le facilitó una tabla de salvación financiera a aquél (alrededor de 1 mil 350 millones de dólares) para que saneara su monopolio y afianzara su poder. Así que Carlos Slim podría repetirle las palabras de don Corleone a Emilio Azcárraga: “Bonasera, Bonasera, ¿qué he hecho para que me trates con tan poco respeto?”.

Michael Corleone: “Dinero y amistad… agua y aceite”… “Y me dije, ‘éste es el negocio que elegimos’”. Los negocios son los negocios y pueden desatar feroces luchas entre i capi dei capi, tal y como sucede entre Emilio Azcárraga (Televisa), Ricardo Salinas (TV Azteca), dueños del duopolio televisivo, Carlos Slim (Telmex), que monopoliza la telefonía, y demás socios de menor catadura que se disputan a muerte el mercado mexicano de las telecomunicaciones, estimado en 22 mil millones de dólares, monto nada despreciable. Por cierto, no deja de ser llamativo que la traviesa revista Forbes agrupe a esos personajes junto con Joaquín Guzmán, el Chapo, el líder de los estupefacientes, como parte del selecto grupo de los hombres más ricos de México y del mundo.

Michael a Vincent: “Nunca odies a tus enemigos; afecta tu razón”. Genéticamente, el capitalismo es depredador, tiende a la formación de monopolios y oligopolios que establecen acuerdos temporales para controlar los mercados y acabar con los competidores y el “libre cambio”. Pero las alianzas se rompen cuando algunos de ellos se sienten lo suficientemente poderosos para devorar a sus “socios”. Por ello, los árbitros tratan de imponerles el dogal de las regulaciones, porque se dice que todos somos iguales ante la ley, aunque unos son más iguales que otros. También debe reconocerse que el poder económico se entrevera con el poder político y forman los bloques dominantes. El Estado intervencionista y autoritario priista contribuyó a crear la vieja oligarquía desaparecida. Unos y otros intercambiaron favores que redundaron en beneficios económicos y políticos, a menudo turbios.

El Estado neoliberal destruyó a esa oligarquía y creó otra más poderosa. El control oligárquico de las telecomunicaciones, por parte de Emilio Azcárraga, Salinas Pliego y Carlos Slim, se consolida con la desregulación interna, la apertura externa, la jibarización del Estado, las oscuras reprivatizaciones, las concesiones, los privilegios fiscales, la protección, la tolerancia ante la presunción de corrupción. Gracias a esos favores, Telmex domina el 95 por ciento de las líneas telefónicas terrestres, y su empresa, Telcel, el 80 por ciento de la telefonía celular; Televisa, el 56 por ciento de las estaciones del país, y TV Azteca, el 38 por ciento, según el documento de la embajada estadunidense en México dado a conocer por Wikileaks (La Jornada, 17 de marzo de 2011). Es el resultado del “Consenso” de Washington que, por desgracia, no le entregó ese sector económico a la voracidad estadunidense. A cambio, la oligarquía pagó sus favores, primero a los priistas neoliberales y luego a la derecha panista clerical. Han financiado ilegalmente sus campañas, han sido sus aliados de conveniencia ante la izquierda a la que han linchado sádicamente. En esa bastarda relación, se sustenta la alternancia Partido Revolucionario Institucional (PRI)-Partido Acción Nacional (PAN) en el gobierno.

Contra lo que se supone, el árbitro no se mantiene pasivo. El autismo deliberado es una discreta postura política de “dejar hacer” lo que quiere el príncipe. Fox legitimó el asalto y el despojo de Salinas Pliego a CNI Canal 40. Desde 2007, Calderón ya complotaba contra Carlos Slim y, quizá, contra Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas (la tercera televisora), según la embajada citada y Wikileaks. Al final se decidió actuar contra Carlos Slim. La guerra de Emilio Azcárraga y Salinas Pliego es tolerada y fomentada por Calderón y sus peones actuales de Comunicaciones y Transportes, las comisiones Federal de Telecomunicaciones y Federal de Competencia, Dionisio Pérez-Jácome, Mony de Swaan y Eduardo Pérez Motta, respectivamente. Antes lo hizo por medio de Rafael del Villar, Luis Téllez Kuenzler o Juan Molinar. Quizá esa postura esté determinada por los diferendos políticos. Salinas Pliego y Emilio Azcárraga le guardan una cierta lealtad política, aunque juegan a las manos con los priistas. En cambio, Slim se ha distanciado de Calderón; no le ha ahorrado sus críticas y, con mayor perspectiva, negocia con la derecha panista y los remedos de la izquierda.

Senador Gery a Corleone: “Haré negocios con ustedes, pero la verdad es que detesto su asqueroso disfraz, la forma deshonesta en que se conducen usted y toda su bastarda familia”. Corleone: “Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía”. Como ha observado la embajada estadunidense, la oligarquía ha alcanzado tal poder que influye “sobre el sistema judicial, el Poder Legislativo, los organismos reguladores para impedir la competencia y los encargados de tomar decisiones en el gobierno”. Implícitamente se añade al jefe del Ejecutivo.

Los panistas y los priistas, como Manlio Fabio o Enrique Peña, saben que en su disputa por la Presidencia, entre ellos y en contra de Andrés Manuel López Obrador y las mayorías, necesitan del apoyo y la bendición de la activa oligarquía, que también desea afianzar su poder económico y político. Ello explica el uso faccioso de las concesiones, la impugnada licitación 21, la ley de medios derribada por la Corte, la fibra óptica y otros despojos de la nación que el PRI y el PAN han regalado a dichos oligarcas. En su ambición presidencial, esos partidos están dispuestos a todo. Las contrarreformas laboral y fiscal y otras traiciones que preparan en contra de la población y la nación tienen ese fin. La oligarquía, por su parte, pretende aprovechar la situación para reforzar su vasallaje del Congreso y el Ejecutivo.

Decía Michael Corleone a Tom Hagen, en El Padrino II: “Verás, toda nuestra gente es de empresa. Su lealtad se basa en eso. Una cosa aprendí de mi padre: ‘Trata de pensar como la gente a tu alrededor y bajo esa base todo es posible’”.

*Economista

Fuente: Contralínea 227 / 3 de abril de 2011