Nuestro enfoque es sociopolítico e histórico, no de crítica religiosa. Hablamos aquí de dos hombres de Estado, aunque en el caso de Karol Wojtyla no podemos separar al hombre de Estado de la más alta jerarquía eclesiástica. Pero en nuestro enfoque se privilegia la primera condición sobre la segunda para fines tanto analíticos como conclusivos, sabiendo que aún bajo ambas premisas emergen con fuerza las determinantes ideológicas y políticas de su actuación. Ello unifica a Karol Wojtyla y a Juan Pablo II con el jefe de Estado y el líder religioso.
El Acuerdo Fundante: Paulo VI-Michele Sindona
La estrategia concertada entre Paulo VI y Michele Sindona (especialista consejero financiero) estuvo encaminada a evadir la posible aplicación de gravámenes fiscales al inmenso patrimonio del Vaticano por parte del Estado italiano, que aparentemente había decidido una reforma fiscal con tales alcances ante sus apremios financieros (la década de 1970 fue de crisis recurrentes y desajustes financieros mayúsculos). La estrategia consistía esencialmente en remitir activos financieros al exterior mediante nuevas organizaciones financieras, transferencias e inversiones masivas, presentada e instrumentada por el propio Sindona y aprobada por el entonces jefe de Estado; además, otorgando amplias facultades al primero, para lo cual se actuó con los brazos instrumentales que le permitían concretarla, tales como el Instituto para las Obras Religiosas (IOR, conocido comúnmente como el banco del Vaticano) y el Banco Ambrosiano (en éste se poseía una participación accionaria mayoritaria), más otras instituciones bancarias que actuaban en torno a estas dos, dado que la eventual acción del fisco italiano hipotéticamente fue considerada una fractura histórica que violentaba los Tratados de Letrán y el Concordato de 1929 entre el Estado fascista italiano de entonces y la Iglesia Católica que, en conjunto, otorgaban un estatus excepcional en todos los órdenes al Estado Vaticano e, incluso, le compensaban por grandes territorios perdidos con anterioridad a causa de conflictos militares ajenos.
Parte central de dicho contexto eran los severos cuestionamientos al funcionamiento lícito de ambas instituciones financieras y las consecuentes denuncias fundadas de infiltración de la mafia siciliana e ítalo-estadunidense en los bancos mencionados. E, igualmente, por la inusitada injerencia de la Logia Masónica P2 del fundador y gran maestre Licio Gelli, a través del propio Sindona, de Roberto Calvi y del cardenal Marcinkus. Todo ello convergió en la coyuntura –que tenía sus propios elementos dinámicos y condicionantes– de la sucesión papal en la jefatura del Estado vaticano, en el trono de San Pedro, ante la muerte de Paulo VI el 6 de agosto de 1978.
Albino Luciani, arzobispo de Venecia desde 1969, austero en su forma de vida y sin ser el favorito, es declarado papa y jefe de la ciudad-Estado vaticano el 28 de agosto de 1978, en la cuarta ronda de votaciones. Toma el nombre de sus predecesores (Juan XXIII y Paulo VI), haciendo uno solo y asumiendo para su pontificado el nombre de Juan Pablo I. En el Consejo Cardenalicio, el cardenal Jean Villot, ministro de Asuntos Exteriores de Paulo VI (segundo cargo en importancia) estaba enterado de los problemas y denuncias sobre las instituciones bancario-financieras comandadas por el Vaticano, en particular, las agravantes que pesaban sobre el IOR de haber sido penetrado por la mafia siciliana, al igual que sobre la Curia Romana de quien dependía administrativamente el IOR. Por tanto, la primera demanda externa al Estado que enfrentaron fue una Carta abierta del periódico italiano Il Mondo, especializado en asuntos económicos, en la cual se pidió al recién nombrado papa la inmediata limpieza en el banco del Vaticano y en el Banco Ambrosiano. Tuvo fuerte impacto al ser pública.
Programa reformista y muerte de Albino Luciani
Pero a los 33 días de su pontificado, Albino Luciani, entonces papa Juan Pablo I, amaneció muerto en su habitación (el 29 de septiembre de 1978, 4 meses después del asesinato de Aldo Moro, primer ministro del gobierno italiano). Según el comunicado oficial del Vaticano, murió de un infarto agudo al miocardio, pero no se permitió que le practicaran la autopsia inmediatamente, corriendo luego la versión de que sí fue efectuada, de que tuvo lugar días después –según la prensa italiana, ello fue comentado públicamente por el cardenal Eduardo Francisco Pironio, de origen argentino, miembro del Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana; incluso, era el secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano, Celam, quien había sido confesor de Paulo VI, trasladado a Roma desde su país por amenazas de muerte luego del golpe de Estado militar de 1976, finalmente, a su muerte, fue beatificado–, mediante la cual se diagnosticó que murió por la ingestión de una dosis muy fuerte de medicamento con efecto vaso-dilatador, el cual había prescrito su médico personal, el doctor Da Ros.
Uno de los compromisos cercanos por atender, se refería a la llegada de una Comisión del Congreso de Estados Unidos que le daría continuidad a conversaciones previas con Albino Luciani, ahora en el Vaticano, sobre el tema del control de la natalidad, prevista para llegar el 23 de octubre y ser recibida en audiencia privada con el papa el 24 del mismo mes. El investigador inglés David Yallop –conocido por llevar a cabo investigaciones que se hicieron famosas en Inglaterra– afirma en su libro En el nombre de Dios que todo parecía indicar, como hipótesis sólida, que Albino Luciani preparaba un eventual cambio o matiz importante en la tradicional postura de la Iglesia al respecto (en otras fuentes se afirma que había sido impactado e influido por el Concilio Vaticano II, que liberaliza algunos criterios tradicionales de la Iglesia y formulaba lo que para muchos era una doctrina social). Pero, además, estaba muy preocupado por la infiltración de la Logia Masónica P2, liderada por Licio Gelli y aliada a la Cosa Nostra, incrustados ambos en las finanzas vaticanas; por tanto, Albino Luciani preparaba una limpia a fondo –según Yallop y otros autores y analistas–, que incluía el cese de Paul Casimir Marcinkus y al propio cardenal Villot, su secretario de Estado. Veamos qué dice el autor del libro citado:
“Era una situación altamente dramática. Las renuncias, los ceses y los traslados que había decidido Luciani constituían uno de los nuevos cauces que llevarían a la Iglesia por nuevos caminos […]. Había un factor común que vinculaba a todos los hombres que figuraban en la lista. Villot no desconocía esta circunstancia, y lo que es más importante: también el papa estaba informado. De hecho se trataba de uno de los motivos que lo habían impulsado a actuar, con la intención de despojar a estos hombres de poder real y desplazarlos hacia posiciones relativamente inofensivas. Eran los francmasones […]. No era la masonería convencional […]. La alarma de Luciani venía provocada por una logia masónica ilegal que había traspasado las propias fronteras de Italia con su desmesurada ambición de riquezas y poder […]. Albino Luciani consideraba la P2 un verdadero anatema.”
Y sobre el tema del control natal: “de sus propias conversaciones con Luciani, Villot había llegado a clarísimas conclusiones acerca de la postura del nuevo papa sobre el tema […]. Muchas personas coincidirían sin duda con el punto de vista de Villot, que pensaba que las ideas de Luciani constituían una traición a Pablo VI. Pero muchas más aplaudirían el cambio de postura de la Iglesia”. (1)
Una discrepancia fundamental de Albino Luciani con Marcinkus (arzobispo y director por más de 1 década del IOR) se derivó de la forma en que éste manejaba la institución (el IOR) y por las alianzas establecidas: Roberto Calvi era presidente del Banco Ambrosiano, contacto directo de Licio Gelli, líder de la Logia Masónica P2, y lo llamaban el Banquero de Dios, y a Sindona lo apodaban en la prensa el Banquero de la Mafia, representante secreto directo de la mafia siciliana. La discrepancia hizo crisis con la venta de la Banca Católica del Véneto, que apoyaba a gente humilde con créditos de bajo interés financiero. La vendió Marcinkus al Banco Ambrosiano, lo que ampliaba el poder y el control financiero del propio Marcinkus –aunque más, en realidad, a la trípode mafiosa Marcinkus-Calvi-Sindona– sobre las finanzas del Vaticano, lo cual provocó una protesta de Luciani por no haber sido tomado en consideración para ello el obispado de la región (cuyo titular era justamente Albino Luciani), institución en la cual se apoyaba de manera importante para su labor pastoral. Por tanto, el asunto no era menor. Se encontraron después.
Adicionalmente, en otro libro titulado Venecia en el corazón, cuyo autor es Camilo Basoto (periodista y amigo de Luciani), se transcriben palabras de Albino Luciani al llegar como papa a la Santa Sede: comentarios hechos a colaboradores cercanos, incluso al secretario de Estado, cardenal Villot, que develan la concepción filosófica y religiosa a aplicar –y la conciencia de sus limitaciones– sobre la temporalidad de su papado.
“[…] Sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas. Quiero ser el padre, el amigo, el hermano que va como peregrino y misionero a ver a todos […]. Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros […]. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica: hemos hecho nuestras las reglas del mundo.” (2)
En consecuencia, el choque violento entre esta concepción pastoral y el curso de la Iglesia en esos tiempos era inmediato e inevitable, pero no se podía dar de una manera pública y evidenciada. Tenía que resolverse soterradamente, guardando todas las apariencias posibles y pagando el costo más bajo a que hubiera lugar. No podía ser de otra manera. Entonces, como hipótesis, diríamos que la apariencia físicamente débil de Luciani era una veta explotable, una opción aparencial a usarse. Pero algo también destacable es que Albino Luciani hizo predicciones sobre la brevedad de su ministerio, sobre su eventual sucesor, en suma, acerca de que de la colisión prevista con una estructura de poder corrupta preexistente a la que decidió combatir podía llevarlo a no salir bien librado de ello, como veremos adelante.
Fue hasta septiembre de 1993 cuando el amigo de Luciani y doctor de confianza Da Ros declaró que el papa estaba perfectamente bien de salud al momento de su muerte, y que no le prescribió jamás el medicamento que se atribuyó como ingerido por Luciani en una sobredosis; Da Ros adicionalmente fue excluido de todo lo relacionado con el manejo del cadáver, la autopsia posterior, etcétera, lo cual avivó en muchos la idea de la conspiración. De la farmacia del Vaticano se corroboró que nunca salió ningún medicamento esa tarde o noche solicitado por Albino Luciani. Escuchemos este relato poco extenso pero relevante que confronta justamente hechos e hipótesis sobre su muerte:
“[…] El teólogo Gianni Gennari, que fue profesor del seminario diocesano de Roma, donde estudiaban algunos seminaristas de Vittorio Véneto, hizo la siguiente declaración en torno a la muerte de Juan Pablo I: ‘No es cierto que no se le hubiera hecho la autopsia. Precisamente por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado por teléfono por su exmédico personal de Venecia. La noche de la muerte, entre el 28 y el 29 de septiembre de 1978, el papa estaba muy agitado tras la dura discusión mantenida aquella tarde con el secretario de Estado, el cardenal francés Villot, sobre los cambios radicales que iba a introducir en la Curia para rodearse de personas de su confianza. El papa, a las 10 y media de la noche, hizo abrir la farmacia vaticana, le dieron su medicina y se encerró en su habitación’.”
Luego comenta el doctor Cabrera: “los vasodilatadores producen hipotensión. ¿Cómo se le pudo dar un vasodilatador a un hipotenso como Luciani?”. Por su parte, Giovanni Rama, el especialista que prescribió a Luciani el Efortil, el Cortiplex y otros medicamentos para paliar los efectos de la tensión baja, afirma: “Es inconcebible pensar en una sobredosis accidental. Luciani era un hombre muy consciente, muy escrupuloso. Además era muy sensible con los fármacos. Sólo precisaba pequeñas dosis. De hecho, la dosis de Efortil que tomaba era la mínima. Normalmente la dosis consiste en 60 gotas al día, pero a Luciani le bastaba con 20 o 30 gotas. Los dos éramos muy prudentes con la prescripción y administración de medicamentos”. El doctor Rama dice que no tuvo ningún contacto con el Vaticano después de la muerte de Albino Luciani. Y subraya: “Me sorprendió mucho que no me pidieran que fuera a examinar el cuerpo sin vida del papa”. Por lo que se refiere a la farmacia vaticana, su director, el hermano Fabián, de la Orden de San Juan de Dios, le muestra a Cornwell el libro de medicina papal y le dice: “es curioso. Va directamente de Pablo VI a Juan Pablo II. Evidentemente, él no tenía ninguna cosa de aquí. Es extraño”. Es decir, “no consta que de la farmacia vaticana se llevara medicina alguna para Juan Pablo I” (3). Le llaman los abogados “duda razonable”.
El cardenal de origen argentino y apellido Pironio, mediante un informe de su autoría (14 de mayo de 1989, año en que renunció Marcinkus al IOR y se marchó a Estados Unidos de donde era oriundo) dirigido al autor antes citado, Camilo Bassoto, estableció (este último lo consigna en su libro), que “Juan Pablo I tenía un programa de cambios y había tomado decisiones importantes, incluso arriesgadas”, agregando: “todo eso se ha intentado ocultar”. Pero además, Germano Pattaro (sacerdote y teólogo veneciano, también amigo de Luciani, traído a Roma por él como su consejero), le comentó al mismo Bassoto: “A pocos días de su pontificado, Juan Pablo I sabía quién iba a ser su sucesor, y además, pronto; lo llamaba ‘el Extranjero’” (4).
Es decir, Albino Luciani estaba consciente y lúcido acerca de que varios factores le indicaban que no solamente el relevante tema de las reformas pensadas y no comenzadas a ejecutar podían llevar su papado a la brevedad que le caracterizó, sino la amalgama de intereses que se entretejían sigilosamente, pero perceptiblemente para él, en torno a Karol Wojtyla, dado el conjunto de elementos geopolíticos y geoestratégicos proyectados al respecto, que inducían su tiempo histórico a la cortedad.
Entonces, en lo que no puede haber duda, sino que hay gran consenso, es en que Juan Pablo I pretendía ahondar en las reformas a la Iglesia iniciadas por Juan XXIII, y dentro de ellas estaba presente el saneamiento y clarificación de las cuentas del Vaticano, de sus instituciones financieras, lo que incluía acelerar la quiebra del Banco Ambrosiano como una de sus prioridades, lo que evidentemente quebraba una parte sustancial de la estructura de poder creada por la trípode de personajes mafiosos antes mencionada.
La otra parte de la confrontación interna incluía reformar la Curia Romana pero, además, la excomunión de más de 100 sacerdotes y funcionarios masones con apoyo en el listado dado a conocer en 1976 por la revista Borghese, que ofreció detalladamente los nombres de 130 clérigos ligados a logias masónicas y a otras sociedades secretas, en su mayoría a la Logia Masónica P2; y ante ello, el castigo lo establecía el Código Canónico en sus artículos 2335 y 2336, previendo justamente la excomunión, sin duda, un factor potencial de choque de enormes repercusiones, lo que motivó una acalorada discusión con el cardenal Villot la noche de su muerte, como ha quedado establecido por testimonios directos (5).
Comenta el obispo John Magee, su secretario personal (y amigo de Paul Marcinkus), que “estaba constantemente hablando de la muerte, siempre recordándonos que su pontificado iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a suceder el Extranjero”. El propio Magee cuenta que, poco antes de morir, el papa le dijo: “Yo me marcharé y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina en frente de mí ocupará mi lugar” (6). Se trataba justo del cardenal de Cracovia.
Elección de Karol Wojtyla: el despliegue político-ideológico
Durante el Cónclave Cardenalicio para elegir al nuevo papa, la responsabilidad de dicho cargo recae en Karol Wojtyla, cardenal de Cracovia en Polonia, quien se corona como Juan Pablo II (el 16 de octubre de 1978, después de ocho rondas de votaciones y escrutinios), siendo el primer pontífice no italiano desde Adriano VI, en 1522. Su llegada la acompaña el poderoso Opus Dei (considerado una derecha católica fundamentalista) conocido también como “la Obra” (nunca tan encumbrado en el Vaticano como en ese momento). Además, ante la eventualidad de elegir papa al cardenal cracoviano, el cardenal polaco de la capital de Polonia, Varsovia, Stefan Wyszynski, le comentó al arzobispo de Viena, Franz König, que el suceso “sería un triunfo sobre los comunistas”. Y otro cardenal, también de origen polaco, Bowumil Lewandovski, miembro igualmente de la Curia Romana, durante el Cónclave citado, le dijo al mismo arzobispo: “en Polonia hace tiempo que rezamos para que antes de 2000 termine la dictadura comunista” (7).
Una vez electo papa Karol Wojtyla, el periódico estadunidense Reading Eagle, en su edición del martes 17 de octubre de 1978, destacó “la reacción entusiasta en Estados Unidos” por dicha elección en los siguientes términos:
“Muchos estadunidenses, incluyendo aquellos cuyas vidas ha tocado, respondieron a la elección del papa Juan Pablo II con entusiasmo, alabando su compasión y su coraje personal como líder católico en un país comunista. Como cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla –el nuevo pontífice– ha viajado extensamente por Estados Unidos en su calidad de pastor y amigo de los polaco-estadunidenses, cuyo patrimonio cultural comparten […]. Ahora podemos esperar de Dios alegría para los polacos. Todo el mundo tiene una oportunidad de terciopelo negro con el papa. El presidente [James] Carter declaró que la elección había sido ‘muy emocionante’ y una muy buena elección. El nuevo papa es un amigo personal [sic] de Zbigniew Brzezinski” (8).
Son muy evidentes los énfasis que ofrecen las notas periodísticas de ese diario. Recapitulemos: a) el nuevo papa es un líder católico en un país comunista; b) ha viajado extensamente por Estados Unidos como cardenal y tiene muchos amigos polaco-estadunidenses; c) se abren diversas oportunidades con su papado; d) el presidente Carter se mostró satisfecho por la votación que lo eligió; y d) es amigo del consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Carter, polaco también, Zbigniew Brzezinski. Todo en un entorno de Guerra Fría, que determinaba los factores de orden geopolítico y geoestratégico antes mencionados. Los elementos sustanciales y el contexto estaban dados para la gran alianza ultraconservadora; a Carter le faltó tiempo para procesarla. Llegaría entonces Ronald Reagan y una de las primeras medidas que tomó fue mantener a Brzezinski en calidad de contacto privilegiado con Juan Pablo II al principio de su gobierno.
Porque en realidad, los primeros contactos entre Karol Wojtyla y la Casa Blanca, indirectamente, se dieron durante el gobierno de Jimmy Carter, cuya pieza central de su política exterior había sido la defensa de los derechos humanos, con lo cual había atacado políticamente y de manera intensa a la aún existente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y al “campo socialista”. Además:
“Wojtyla había sido promocionado a esas esferas a lo largo de la década de 1970 […] en Estados Unidos. Con la ayuda de una profesora universitaria bien conectada, Wojtyla fue introducido en los círculos próximos al poder a través del cardenal de Filadelfia, Krol, y del político Brzezinski (ambos, de ascendencia polaca).” (9)
Lo anterior indica que esas dos relaciones de poder en Estados Unidos le daban a Karol Wojtyla una posición muy importante dentro de su propia investidura eclesiástica, especialmente la de Zbigniew Brzezinski, integrante del Consejo de Seguridad Nacional en el gobierno de Carter, estratega geopolítico, directivo de la Comisión Trilateral (el organismo de muy alto nivel de coordinación de las políticas occidentales entre Estados Unidos, Europa y Japón durante las crisis económicas de la década de 1970, especialista “sovietólogo” y en temas de Europa del Este, en donde alentaba la disidencia anticomunista; adicionalmente, estratega de la oposición a la ocupación soviética en Afganistán, con Osama bin Laden a la cabeza) a partir de 1977, y una de cuyas posturas políticas al respecto era la tesis de debilitar a la Unión Soviética fortaleciendo la ofensiva ideológica y política en su área de influencia. En Polonia el catolicismo era clave, y un papa polaco ayudaría grandemente a Estados Unidos en ese objetivo. Polonia era además, en esos momentos, la más inestable de las repúblicas del Pacto de Varsovia (la alianza militar del “campo socialista”). Lo anterior es la piedra angular de todos los desarrollos ulteriores y de lo que llegó a ser una gran coalición de muy poderosos intereses reaccionarios, cuya orientación sustancial era el anticomunismo. Y en todo ello, aunque no se crea o no parezca, encajaban perfectamente las mafias siciliana e ítalo-estadunidesnse.
Ahora bien, otro elemento fundamental del contexto histórico que rodea lo que parece ser el apuntalamiento de la candidatura de Karol Wojtyla (no tanto una imposición teledirigida, eso parece inverosímil y exagerado afirmarlo así), es de divergencias profundas en la Iglesia, en razón del Concilio Vaticano II y el avance de la Teología de la Liberación en América Latina, que había motivado alineamientos de grupos eclesiásticos en torno a ciertas figuras, especialmente cardenales de personalidad influyente, en cuyo contexto cobró fuerza la actividad del “[…] ala anticomunista de la Iglesia Católica, una secta seudosecreta y muy poderosa de origen español: el Opus Dei [la Obra de Dios]. El Opus Dei fue creado por el sacerdote español José María Escrivá de Balaguer en 1928. Escrivá y su ‘obra’ tuvieron un papel relevante en el apoyo del régimen semifascista del dictador Francisco Franco”. (10)
Y Polonia tenía dos cardenales de acendrada postura anticomunista y antisoviética: el propio Karol Józef Wojtyla y Stefan Wyszynski, quienes por supuesto intensificaban sus actividades en este contexto de división religiosa, impulsando posiciones y criterios antagónicos a los que sostenían los teóricos eclesiásticos partidarios de la Teología de la Liberación.
También existía una aguda confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la ocupación de Afganistán (previa operación de desestabilización puesta en marcha por Estados Unidos hacia el gobierno prosoviético del Partido Democrático y Popular de Afganistán, conocida como Operación Ciclón, que significó el envío masivo de armas y mucha ayuda económica a sus opositores fundamentalistas religiosos, hasta lograr un recambio en el liderazgo de la Revolución Afgana, lo que provocó la intervención militar soviética a petición del Consejo Revolucionario) y, especialmente, como parte de dicho contexto, la agitación en Europa del Este, particularmente en Polonia, por la aparición de movimientos sindicales de ideología católica que rechazaban ardientemente la doctrina comunista del régimen en vigor (aunque existieron igualmente anteriores disidencias de importancia que se habían producido al interior del Partido Obrero Unificado de Polonia, que gobernaba como partido único desde unos años después del término de la Segunda Guerra Mundial, teniendo como base la expulsión del Ejército Nazi de Polonia por parte del Ejército Rojo soviético), pero sobre todo, la disidencia obrera católica se planteaba también la organización sindical obrera independiente, autónoma, para desarrollar sus reivindicaciones gremiales y profesionales; pero esencialmente (y aquí está el tema clave) para confrontar a dichas organizaciones contra el régimen de ideología comunista prosoviético, es decir, sobre la posibilidad de disputar el poder.
Sin embargo, el colaboracionismo entre el papado y los gobiernos estadunidenses frente al comunismo europeo venían de décadas antes:
“La OSS [Oficina de Servicios Estratégicos], agencia precedente de la CIA, trabó una fuerte relación con Pío XII. La OSS hizo todo lo posible y lo imposible para que el Partido Demócrata Cristiano llegase al poder en Italia. A cambio, la OSS recibió cumplida información sobre las actividades clandestinas de los comunistas italianos, información recogida a través de sacerdotes jesuitas por todo el país. Paulo VI continuó manteniendo excelentes relaciones con la CIA, incluso hizo entrega a la agencia de los archivos en que se describían las actividades de todos los párrocos italianos. Con esta información, el servicio secreto estadunidense inició una campaña de descrédito contra los párrocos proclives al comunismo, a la vez que recompensaba a aquellos que seguían la línea que interesaba a la CIA. Con Juan XXIII las relaciones fueron distantes y en algunas ocasiones encontradas.” (11)
En esta ocasión, sin embargo, se procesaba una alianza política de carácter estratégica y una cruzada ideológico-religiosa a escala internacional, especialmente dirigida a Europa, Eurasia y América Latina; la cual, para las primeras dos áreas geográficas mencionadas, rompería los Acuerdos de Yalta y de Potsdam (febrero, julio y agosto de 1945, respectivamente) y la política de distensión desarrollada entre los bloques adversarios conforme al Acta de Helsinki (firmada luego de una serie de rondas negociadoras llamadas Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, abierta el 3 de julio de 1973 en Helsinki, Finlandia, y continuada en Ginebra, Suiza, del 18 de septiembre de 1973 al 21 de julio de 1975, clausurada en Helsinki el 1 de agosto de 1975). Así, la proyección estratégica de la coalición en ciernes alteraba el orden de la posguerra.
Esto configuraba una pieza estratégica para los más importantes actores religiosos y políticos estatales en el contexto de la Guerra Fría: la Iglesia Católica polaca (severa y constante enemiga del régimen), el papado de Karol Wojtyla y el Opus Dei español, con muy amplia presencia e influencia en el Vaticano (el estratega de comunicación de Juan Pablo II y luego director de Comunicación del Vaticano, Joaquín Navarro Vals, era, al momento, miembro destacado de esa organización político-religiosa, y quien le impulsó a dicho cargo fue el obispo español Eduardo Martínez Somalo, luego cardenal; y a la muerte de Juan Pablo II, él asumió el gobierno provisional de la Iglesia Católica), que además era un grupo muy poderoso económicamente. Por su parte, el ultraanticomunista Ronald Reagan (quien asumió a fondo la destrucción de lo que llamó el imperio del mal como tarea prioritaria y estratégica de su gobierno, lanzando la escalada armamentista nuclear llamada Guerra de las Galaxias) encabezó un gobierno bautizado en todo el mundo como la revolución conservadora, desarrollando lo que el Consejo de Seguridad Nacional del expresidente Jimmy Carter inició con Zbigniew Brzezinski: la coalición política y cruzada religiosa-ideológica contra el “socialismo real”, ya debilitado por sus propias problemáticas. Al frente estaban dos poderosas instituciones, el Estado vaticano y el gobierno de Reagan (1981-1989) y todo el aparato del Estado estadunidense. Esta alianza formó parte de la doctrina Reagan, y él personalmente era de filiación religiosa cristiano-evangélica (fue bautizado en una organización llamada Discípulos de Cristo), confiando siempre en la eterna victoria del bien sobre el mal. (12)
Notas
(1) Prólogo a la quinta edición, Editorial Printer Colombiana, Ltda, Colombia, 1985
(2) Editorial Orígenes, Madrid, 1992, páginas 26-32
(3) “Control de Medicinas”, http://www.comayala.es
(4) López Sáez, Jesús: “La extraña muerte de Juan Pablo I”, http://www.comayala.es
(5) Ver: López Sáez, Jesús: El día de la cuenta: Juan Pablo II a examen, SL Meral Ediciones, Madrid, 2005; y Yallop, David: In God’s name, Avalon Publishing Group New York, 1997
(6) Aragonés, Salvador: “Así se eligió a Juan Pablo II”, 12 de abril, 2005, http://www.20minutos.es/noticia/14195/0/papa/eleccion/conclave/
(7) “Así llegó Wojtyla al papado”, 21 de abril, 2005, Foro Cristiano. Com, http://eldebate.com/
(8) “New Pontiff a Scholar, Sportsman and Poet”, Reading Eagle, http://news.google.com/
(9) “El Papa Juan Pablo II fue elegido a dedo en Washington, DC, y no en el Vaticano”, 4 de febrero, 1998, http://desenmascarando.multiply.com
(10) “Beluche, Olmedo: “Los dilemas de la Iglesia Católica tras la muerte de Juan Pablo II”, Argenpress, http://www.lafogata.org/papa/papa1_160505.htm
(11) Lesta, José y Pedrero, Miguel: Las claves ocultas del poder mundial, Editorial EDAF, España, junio de 2009, página 182.
(12) Ver: God and Ronald Reagan. A spititual life, de Paul Kengor, Harper Collins Publishers, 2004, http://www.harpercollins.com/books/God-Ronald-Reagan-Paul-Kengor/?isbn=9780060571429. El autor de esta biografía, en la parte introductoria, menciona que “And by the time he was a young man, Reagan was aware of an international movement that ran in direct, violent opposition to everything to stood for: the atheistic strain of communism that precipitated the Russian Revolution of 1917. Reagan’s life and political career coincided almost exactly with the rise and fall of comunism in Rusia…” (Y cuando él era joven, Reagan estaba consciente de un movimiento internacional que funcionó en la oposición directa y violenta en favor de todo lo que representaba la cepa del comunismo ateo, que precipitó la Revolución Rusa de 1917. La vida de Reagan y su carrera política coincidieron casi exactamente, con el auge y la caída del comunismo en Rusia…)
*Licenciado en economía, especializado en economía internacional; maestro en finanzas; especialista en inteligencia para la seguridad nacional; miembro de la Red México-China de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México
Fuente: Contralínea 348 / agosto 2013