Obama: el sabor de la derrota

Obama: el sabor de la derrota

La álgida disputa entre demócratas y republicanos, incluidos los hooligans del Tea Party, creó un arreglo en materia de endeudamiento y de ajuste fiscal del Estado con un regusto nauseabundo para Barack Obama.

Es evidente que toda discusión institucional de los asuntos públicos es, por definición, complicada. Involucra la percepción de lo que es y debe ser la Nación, la ideología, las ambiciones y los intereses inmediatos, individuales y de facciones, así como los compromisos clasistas de los agentes participantes. Exige la medición de las fuerzas de los adversarios, la negociación abierta y secreta, concesiones, pactos, campañas mediáticas para dar a conocer el éxito, y denunciar los costos, los alcances y las limitaciones de los documentos firmados, o develar los acuerdos clandestinos.

En este caso, el desenlace le deja a Obama y a sus partidarios el sabor amargo del acatamiento y la derrota demoledora. Arroja la trágica imagen de un mandatario indeciso, de liderazgo endeble, acorralado y postrado ante la derecha republicana y sus ensoberbecidas hordas absolutistas, herederas del Ku Klux Klan, y otras faunas de la misma ralea, que él mismo, los electores y las caprichosas circunstancias históricas han labrado.

El economista Paul Krugman, hasta hace poco simpatizante del gobierno de Obama, publicó en The New York Times, un artículo titulado “The President Surrenders” (el presidente se rinde); el acuerdo es “una abyecta rendición por parte del presidente, […] Una catástrofe en múltiples niveles, un desastre, no sólo para el presidente Obama y su partido. Dañará la ya deprimida economía del país. Lo peor que se puede hacer en estas circunstancias es recortar los gastos del gobierno, dado que ello deprimirá la economía aún más. Los demócratas no serán los únicos perdedores. Lo que los republicanos lograron cuestiona todo nuestro sistema de gobierno. Después de todo, ¿cómo puede funcionar la democracia estadunidense, si cualquiera sea el partido que esté dispuesto a ser implacable para amenazar la seguridad económica de la Nación, logra dictar la política? Y la respuesta es, tal vez no pueda”.

El juicio es lapidario pero sensato, porque el acuerdo in extremis apesta con un tufo fiscal antisocial que normalmente caracteriza a la derecha y a los neoliberales. Obama preserva los supuestos económicos y políticos fundamentales de la revolución de los ricos contra los pobres, que se emplea en Europa. El Triángulo de las Bermudas del ajuste es este:

1. Nada cambia del endeudamiento público como importante mecanismo de financiamiento estatal. La deuda aumentará de 14.3 billones de dólares a 16.7 billones, 2.4 billones más hacia 2013. El total superará el valor del Producto Interno Bruto estadunidense.

2. Se mantiene la regresividad tributaria. Se salvaguarda el regalo tributario por 1.8 billones de dólares otorgados por George W Bush, con la reducción de gravámenes concedida a las corporaciones, y las clases más ricas, la cual supera la magnitud del déficit fiscal arrojado hasta marzo pasado, 1.4 billones de dólares. Esa medida es la continuidad de las reducciones aplicadas desde Ronald Reagan, el padre de la contrarrevolución neoconservadora, conocida como “ofertismo fiscal bastado”, que suponía estimularía el ahorro, la inversión, el crecimiento y el empleo, metas que nunca se alcanzaron, y sólo aceleraron la inequitativa distribución del ingreso, la especulación financiera, y la debilidad tributaria del Estado (lo mismo sucede en México que adoptó el mismo esquema), y que combina con el menor gasto social y el keynesianismo de guerra, para alimentar el cártel industrial-militar, cuyo peligro fue denunciado por el expresidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida el 17 de enero de 1961. Éste, experto en inventar peligros y enemigos para obtener más dinero público y ofrendar la sangre de los soldados y de la población a sus intereses y del gran capital.

En abril pasado, The Washington Post-ABC News, indicó que el 91 por ciento de los demócratas y el 54 por ciento de los republicanos apoyan el alza de impuestos a los más ricos, y un 78 por ciento rechaza recortar los planes de salud. ¿A quién representan los  delegados del Congreso?

3. La “disciplina” fiscal para las mayorías. Ésta descansa en el recorte del gasto, casi 1 billón en una década, disfrazado bajo el término de “ahorro” en “gastos domésticos no imprescindibles”. De éstos, 350 mil millones corresponden al presupuesto base de defensa, lo que implica el primer golpe a las arcas del Pentágono desde la década de 1990, pero de manera delicadamente atenuada para no incomodar al cártel militar-industrial.

El peso del ajuste recae en los renglones civiles, entre ellos los sociales como el programa de salud para jubilados, repudiado por la derecha y los mercaderes de la muerte (hospitales privados y farmacéuticas, por ejemplo), pese a que es pagado por los propios trabajadores con sus impuestos.

Obama mintió cuando señaló que si no se llegaba a un acuerdo no podrían pagarse sus cheques. No dijo que ellos se deben a las aportaciones de los asalariados y que son desviadas hacia el gasto federal ante la precariedad de la recaudación estatal. Adicionalmente, el Congreso debe recomendar otro ajuste por 1.5 billones de dólares a más tardar en noviembre. Así, el gasto estatal se ubicará en su nivel más bajo desde la presidencia de Dwight D Eisenhower (1953-1961).

La economía vudú. La ecuación aritmética aprobada está desbalanceada. Hacia 2013 se mantendrá el actual nivel de endeudamiento y el déficit fiscal será similar (1.4 billones de dólares). Lo único evidente es la poda en el dinero destinado al bienestar social.

Krugman señala que “recortar los gastos del gobierno deprimirá la economía aún más. No presten atención a quienes invocan a las hadas, clamando que una dura acción en el presupuesto fortalecerá a las empresas y a los consumidores, impulsándolos a gastar más. No funciona de esa manera. Está demostrado”. No sólo se afecta el bienestar, también la inversión y el consumo público y privado, así como al empleo. Obama inició su mandato con una tasa de desempleo abierto de 5 por ciento. Desde abril pasado empezó a aumentar, y en junio se ubicó en 9.2 por ciento. En total, los arrojados a la calle pasaron de 7 millones 653 mil personas a 14 millones 87 mil. Aproximadamente 43.6 millones de personas, uno de cada siete habitantes vive en la pobreza, frente a los 39.8 millones de 2008. La cifra de estadunidenses que carecen de cobertura médica aumentó de 15.4 por ciento a 16.7 por ciento (50.7 millones de personas), debido principalmente a la pérdida del seguro médico provisto por los empleadores durante la recesión. Lo que se llama “riqueza” media de las familias estadunidenses cayó 16 por ciento, de 134 mil 992 en 2005 a 113 mil149 dólares; las hispanas en 66 por ciento, de 54 mil a 18 mil 359 dólares; y las afroamericanas en 53 por ciento, de 12 mil 124 a 5 mil 677 dólares.

La sopa de letras. A partir del tercer trimestre de 2010 la economía se desaceleró. En ese periodo creció 3.5 por ciento y en el primero de 2011 1.6 por ciento. No sería extraño que en estos momentos la economía ya esté paralizada y se hunda en la recesión hacia el tercer trimestre. La debilidad va durar todo 2011 y posiblemente 2012. Quizá más tiempo.

Si durante la crisis de 2008 se discutía si la recesión tendría la forma de una V, es decir, si sería breve, o de una U, prolongada, y finalmente fue una deflación (recesión con desinflación y alto desempleo), que duró 18 meses. Con la reciente desaceleración se avizora que el desastre productivo tendrá la forma de una W, dos ciclos descendentes sucesivos que concluirán en una gran recesión, con más desempleo y pobreza, y con menores recursos públicos para auxiliarlos. Gracias al Congreso y la debilidad de Obama.

Lo anterior se llama genocidio económico. Se sepultó la promesa de un país diferente. El costo de la crisis se trasladó hacia abajo. Todavía más. Lo peor de todo es que en ese ciclo descendente, oficialmente infringido, afecta aún más los ingresos que apenas cubren 64 de cada 100 dólares gastados públicamente, y la derecha y sus hordas del Tea Party nuevamente se rasgarán las vestiduras para exigir más recortes. Obama y los demócratas se a convertido en sus rehenes.

Inútilmente, el mandatario, lejos de la sonrisa que lo caracterizaba, quiso despejar las penumbras que lo rodean, la percepción de la pérdida de la gobernabilidad, el deslizamiento de su gobierno hacia la derecha, la traición a sus simpatizantes, al rendir su declaración pública que siguió a la entrega de la plaza: “Este no es el plan que quería en principio, pero es el que hemos alcanzado […] Que es sólo el primer paso en un plan más amplio para reducir el déficit, que es importante para la salud a largo plazo de nuestra economía […] Era necesario evitar el riesgo de que el país cayera en una cesación de pagos, con el consecuente colapso de los mercados y el descrédito mundial de la Nación que insiste en el que los más ricos paguen más impuestos; que no podemos perjudicar a algunos para beneficiar a otros y que no podemos equilibrar el presupuesto a costa de la misma gente que ha sufrido lo peor de esta recesión (…) todo el mundo va a tener que arrimar el hombro, es lo justo”.

Jay Cagney, vocero de la Casa Blanca, agregó: no es un “acuerdo perfecto”, pero “es un compromiso balanceado, reflejo de un gobierno dividido, [de] consenso”. En 2008 Krugman lo calificó como “un gobierno disfuncional”, con un “Congreso [que] tiene un quórum de chiflados. Nadie se fía un pelo de la Casa Blanca”, (habitada entonces por George W Bush hijo), puntualizó: “nos hemos convertido en una República bananera con armas nucleares”.

Nancy Pelosi, jefa de los demócratas de la Cámara baja, es sincera: “Lo único bueno de esta ley es que ya la dejamos atrás”. Pero la debilidad económica y el deterioro social están todavía presentes.

Obama en su intento por reelegirse tendrá que marchar cuesta arriba. En su campaña anterior se benefició del naufragio de Bush. El republicano John McCain cargó con el costo. Obama heredó las secuelas y agregó las suyas. Los pobres resultados de su gobierno, el incumplimiento y abandono de sus promesas, la permanencia de la crisis y su derrota electoral en noviembre de 2010, han paralizado su gobierno y empañado su imagen.

Sólo la división entre Sarah Palin, Newt Gingrich y Rick Santorum, posibles candidatos republicanos, socialmente desagradables y amigos del delincuente Rupert Murdoch, dueño del semanario sensacionalista News of The World, (que tuvo que cerrar por el escándalo de las escuchas telefónicas ilegales), además de los no menos turbios The Wall Street Journal, New York Post o Fox News, entre otros muchos medios, podría pavimentar su tortuoso paso hacia un segundo gobierno.

El supuesto intento por evitar el descrédito internacional sólo es retórica. Estados Unidos patea el tablero cada vez que quiere. Cuando lo quiso, Nixon acabó con la paridad dólar-oro, devaluó la moneda y hundió el orden mundial de Bretton Woods (personaje de la película Wall Street 2: Money Never Sleeps, como el hombre central en las finanzas, en Nueva York. Aclamado por los círculos empresariales y convertido en multimillonario, pero que al final resulta víctima de UN elaborado plan de uno de sus más antiguos enemigos, Gordon Gekko). El tesorero de Nixon, John Connolly agregó: “el dólar es nuestro, el problema es de ustedes”. Reagan asentó al imperio en la deuda de papeles respaldados en la nada y pagados con dólares insolventes. Como Gordon Gekko dijo en la película Wall Street: “I create nothing. I own” (yo no produzco nada, yo soy dueño).

Los grandes compradores se atascan con los papeles ilusorios emanados por el tesoro estadunidense. Hacen festines y orgías especulativas. Al asegurar el pago de sus deudas, Estados Unidos calmó temporalmente su desasosiego. Al no existir otros papeles y monedas de reservas se mantendrá ese orden. El problema es de quienes no tienen nada.

*Periodista

Fuente: Revista Contralínea 246 / 14 de agosto de 2011