En muchas sociedades, a pesar de un amplio consenso sobre los objetivos a perseguir, incluso sobre los medios a emplear, puede resultar que estos objetivos, y sobre todo los medios, no estén disponibles, sean ineficaces y estén sujetos a retrasos e incluso resistencia en el proceso de llevarlos a cabo. En este punto, quizá más que en el momento de formular medidas políticas, aparecen las discrepancias entre expectativas y satisfacciones. Y surge el descontento.
Juan J Linz, La quiebra de las democracias
Enrique Peña Nieto tiene por héroe y admira e imita al sonorense Álvaro Obregón, sobre cuya biografía política-presidencial versó su trabajo-tesis para que la universidad del Opus Dei (Panamericana), le otorgara la licenciatura en derecho. Lo sedujo la audacia del nacido en Huatabampo, desde donde dicen que “vio la Presidencia de la República”; igual que Peña la vio desde el Atlacomulco (que acaba de visitar para honrar la memoria del carranclán Isidro Fabela, creador del cártel atlacomulquense que ha parido desde Hank y sus juniors, hasta los Del Mazo, César Camacho, Chuayffet, Montiel, etcétera). Admira el arrojo del Manco de Celaya; y en él se inspira para la síntesis que nos acaba de recetar en su artículo “Reformas en acción” (El Financiero, 13 de agosto), donde dice que desde 2010 sostuvo las ideas para “construir el Pacto por México e iniciar el ciclo reformador que acabamos de concluir”. Y donde se cura en salud: “El camino no será fácil ni los resultados llegarán de inmediato”.
Está por discutirse en la Suprema Corte, constituida en tribunal constitucional, si los cambios a los Artículos 27 y 28 de la Constitución –reformas para el peñismo, contrarreformas para la oposición aferrada a la consulta popular en 2015– no equivalen a una rebelión que interrumpa la observancia de la Constitución al cambiar de raíz los principios que sanciona. Y que sólo debería cambiar un Congreso constituyente. “Ser o no ser, ésta es la cuestión”. Obregonista, el inquilino de Los Pinos y asiduo huésped de Palacio Nacional, que usa como símbolo-escudo para apaciguar los reclamos patrióticos, Peña recordó los Tratados de Teoloyucan que enarboló Obregón para derrocar al efímero “gobierno contrario” a la constitucionalidad de Victoriano Huerta.
Tras visitar Colombia, Peña confirmó su convicción de que el periodo presidencial debería recortarse a 4 años, como lo fue desde Carranza, hasta que con Lázaro Cárdenas se estableció el de 6 años. Pero si la reforma que se dibuja en el proyecto peñista y que iba a ser la culminación del Pacto por México logra incluso reformar al Artículo 83 constitucional, para permitir la reelección presidencial, no sería para Peña de inmediato, sino para después de que escoja a su Manuel González: ¿Videgaray, Osorio Chong, Luis Miranda, Chuayffet –quien incluso con Zedillo quiso ser candidato presidencial– o alguien más de su camarilla, como Rosario Robles, que se puso la Banda Presidencial que le prestó Salinas?
La sombra del caudillo (¡oh, Martín Luis Guzmán!, quien probó las mieles villistas y las hieles obregonistas) motiva a Peña para dar rienda suelta a su audacia “modernizadora” que concluya la reforma político-electoral, cuya cereza del pastel –si ha de “iniciar la ruta hacia un nuevo México”– sería la reelección presidencial, y al sexenio cortarle de tajo 2 años y que sean cuatrienios con reelección, para poder completar una obra como la actual, que no logra salir en 6 años.
Reelección y 4 años son “herramientas y capacidades necesarias para construir una historia de éxito”. Peña ya vio la reelección, tentación que tuvieron Alemán, Echeverría y Salinas. Pero no tuvieron el atrevimiento. Pero ahora, resucitado el Partido Revolucionario Institucional tras el fracaso de Acción Nacional, logra conjuntar los apoyos de éste, del chuchismo perredista y del Verde Ecologista de México-Televisa-Tv Azteca, que es el refuerzo mediático para consolidar su imagen con arreglo a uno de los 19 principios propagandísticos: que debe ser “percibida por medio de la propaganda-publicidad, suscitar el interés de la audiencia y debe ser transmitida a través de un medio de comunicación o dos que llamen poderosamente la atención de la opinión pública” (Leonard W Doob, Goebbels y sus principios propagandísticos).
La hipótesis de esta nota es que el peñismo-obregonista quiere el quiebre de la democracia mexicana aunque transite sobre la crisis social, política y económica que han generado sus cambios estructurales, lo que implica el riesgo de la quiebra, si es que la moneda de la reelección presidencial y el periodo de 4 años son la gota que derrame el vaso. Moneda que guarda Peña para lanzarla al aire y, como en aquella anécdota donde para encontrar su brazo, Obregón hizo que lanzaran un doblón de oro al aire para que su brazo mutilado saltara como ave de rapiña para atraparla.
Juan J Linz dice en su memorable ensayo La quiebra de las democracias que, deslumbrados por sus éxitos aparentes se genera cierta “incapacidad causada a menudo por la incompatibilidad de ciertos medios con otros objetivos que los líderes no son capaces o no están dispuestos a abandonar. En algunos casos los líderes pueden, incluso, no ser conscientes de la imposibilidad de perseguir simultáneamente fines o valores incompatibles […]. Las crisis más serias son aquellas en que no es posible mantener el orden público dentro de un marco democrático […] cuando el uso de las fuerzas de represión contra uno u otro grupo se hace imposible usar sin poner en peligro las coaliciones que sostienen al régimen, y cuando se percibe a la oposición desleal como capaz de movilizar a grandes sectores de la población o a sectores estratégicamente situados, a menos que el problema sea resuelto. Además, como Tocqueville advertía sobre los peligros de la opresión por la dictadura de la mayoría en una democracia”.
Álvaro Cepeda Neri*
*Periodista
Contralínea 404 / del 21 al 27 de Septiembre 2014