Estados Unidos se apresta ya a intervenir militarmente Venezuela. Las injerencias previas (la económica y la política) no han logrado derribar al gobierno del presidente constitucional venezolano, Nicolás Maduro Moros. Y como los golpes de Estado fraguados desde dentro no han tenido éxito, las oligarquías locales y regionales se han quitado la careta: de manera abierta intentan imponer desde el exterior un nuevo gobierno al pueblo venezolano.

Que nadie se equivoque: no está en riesgo sólo un gobierno –en este caso, se esté de acuerdo con él o no, el de Nicolás Maduro–, sino la posibilidad de que los pueblos latinoamericanos se autogobiernen. En pleno siglo XXI, las elites del Continente pretenden cancelar el derecho de una nación a decidir su propio modelo económico, político y social.

Que el golpe haya sido encabezado por dos personajes tan impresentables como Trump, presidente de Estados Unidos, y Jair Messias Bolsonaro, presidente de Brasil, debería concitar el rechazo unánime de la comunidad internacional. Los dos fanáticos e inestables jefes de Estado no soportan que en América, además de Cuba, otro país se declare “socialista”, aunque realmente Venezuela no mantenga un sistema basado en el marxismo.

¿Podemos creer que a Trump –profundamente racista, misógino y empresario depredador– le interesan los venezolanos? El autoproclamado “presidente” de Venezuela Juan Gerardo Guaidó Márquez recibió el beso del diablo apenas pronunció su juramento “ante Dios todopoderoso”. ¿Qué legitimidad podrá tener ante su propio pueblo si Trump inmediatamente lo “reconoció” y luego se atropellaban vergonzosamente los gobiernos derechistas del Continente para también avalarlo? No podrá quitarse nunca el estigma de ser un instrumento de Estados Unidos; de que sus disposiciones cuentan con el visto bueno de Washington o de que son meras órdenes de esa metrópoli.

Durante lustros la administración estadunidense ha saboteado el proyecto bolivariano. La crisis económica y social que sufren los venezolanos es en gran parte responsabilidad de este sabotaje (otra parte es atribuible a los propios errores de las autoridades venezolanas). Es decir, los estadunidenses primero hacen todo para bloquear y entorpecer el funcionamiento de la economía de Venezuela y luego, en medio de la guerra económica, se muestran “preocupados” por el deterioro de las condiciones de vida de la población.

Ahora la decisión de Trump de reconocer a Juan Guaidó como presidente interino tiene también el objetivo de quitar al gobierno de Maduro los activos que tiene Venezuela en Estados Unidos. Además, el pago por el petróleo que se le pudiera exportar no sería cobrado por la estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa).

Si el presidente estadunidense persiste en su locura, es de esperarse que el control de Citgo, la filial de Pdvsa en Estados Unidos, pase a manos del “gobierno” de Juan Guaidó. Es de destacarse que la petrolera venezolana tiene como principal cliente de petróleo crudo a los estadunidenses. Este petróleo se procesa en las refinerías de Citgo en ese país.

A lo anterior se suma que el gobierno de Trump buscará imponer más sanciones económicas.

Y aquí precisamente es donde se encuentra la causa real de la andanada contra Venezuela. Este país posee, por mucho, las reservas más grandes de petróleo de todo el mundo. Estados Unidos considera al combustible venezolano parte de sus intereses nacionales y, por tanto, de su seguridad nacional.

Venezuela no tiene los saldos de violencia de otras naciones, por mucha propaganda que se transmita por los consorcios mediáticos internacionales. ¿Qué hubiera pasado si el caso de los 43 hubiera ocurrido en ese país? ¿O la matanza de fuerzas federales contra supuestos delincuentes rendidos y desarmados en Tlatlaya? ¿O las masacres contra migrantes? Apenas unos ejemplos del México de Enrique Peña Nieto y de Felipe Calderón, quienes contaron con el cobijo irrestricto de Estados Unidos. Pero lo ejemplos abundan incluso en los países que hoy condenan al gobierno de Maduro.

Una intervención militar de Estados Unidos y la consecuente guerra civil no será fácil para nadie, incluyendo a los invasores. Y no sólo por el respaldo que podría tener Nicolás Maduro de Rusia, China y la India; sobre todo, por el amplio apoyo popular que, a pesar de todo, mantiene. Los corporativos mediáticos trasnacionales sólo mostraron a las “masas” que aplaudieron a Guaidó cuando su autoproclamación. ¿Y no vieron a las cientos de miles de la manifestación popular en favor de Nicolás Maduro? Sólo con un baño de sangre de dimensiones incalculables podrán plantarse los estadunidenses en suelo bolivariano.

Los oligarcas latinoamericanos que azuzan la guerra civil en Venezuela también le están apostando a una de las peores calamidades que puede sufrir un pueblo: la agresión militar de la superpotencia. Hoy quienes se desgañitan por la intervención debería detenerse a pensar si quieren en la región un Afganistán, un Irak o una Siria, sólo por mencionar los casos más recientes de los pueblos que han contado con la suerte de que los estadunidenses les lleven “democracia” y les muestren el “respeto a los derechos humanos”.

Zósimo Camacho

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