Se cumplieron 202 años de la muerte de Miguel Hidalgo. Luego de ser fusilado el 30 de julio de 1811, el gobierno virreinal desató una campaña para desprestigiar a este héroe. Misma que continúa hasta la actualidad. Una de las calumnias que se inventó y se sigue repitiendo por los historiadores oficiales es el supuesto arrepentimiento de Hidalgo ¡Falso! Y puede ser fácilmente desmentido a cabalidad como lo ha hecho José Herrera Peña en su texto La retractación… ¿de Hidalgo?
El objetivo era claro. Para destruir el movimiento insurgente, el poder colonial tenía que liquidar a Miguel Hidalgo no sólo física, sino también, moralmente. Su ejemplo era poderoso. El llamado que hizo de luchar sin cuartel por la independencia era muy peligroso para el dominio extranjero en nuestras tierras.
Hidalgo nunca se retractó de sus ideas. Afrontó el juicio militar y el eclesiástico con gran dignidad y entereza. Sin embargo, era necesario para el poder colonial presentar un documento, en el cual supuestamente llamó a los insurgentes a rendirse, mientras se “arrepentía” de sus “errores”.
El 11 de julio de 1811, el brigadier del ejército realista y encargado de la intendencia y el gobierno dio a conocer un documento “escrito” por Hidalgo el 28 de mayo y ratificado el 7 de junio. Sólo se presentó una copia simple, nunca se conoció el original. Ni siquiera estaba certificado. Además, no se presentó en Chihuahua, donde el cura había estado preso, sino en Guadalajara.
Tal como lo podemos constatar, el supuesto escrito de Hidalgo es ajeno a su sentir y a sus pensamientos. Además, tiene distintos estilos de redacción, lo cual confirma que fue escrito por una comisión de frailes o militares. El documento dice en algunos de sus párrafos:
“Quien dará agua a mi cabeza y fuentes de lágrimas a mis ojos; quien pudiera verter por todos los poros de mi cuerpo la sangre que circula por sus venas; no sólo para llorar día y noche los que han fallecido de mi pueblo, sino para bendecir las interminables misericordias del Señor. Oh, América ¡Querida patria mía! Ay, americanos, mis compatriotas; europeos, mis progenitores y, sobre todo, insurgentes, mis secuaces, compadeceos de mí. Veo la destrucción que he ocasionado, la ruina de los caudales que se han perdido, la infinidad de viudas y huérfanos que he dejado, la sangre que se ha vertido y lo que no puedo dejar de decir, sin desfallecer, la multitud de almas que, por seguirme, estarán en los abismos… Honrad al rey, porque su poder es dimanado del de Dios. Sabed que el que resiste sus potestades legítimas resiste las órdenes del Señor. Dejad, pues las armas; echaos a los pies del trono. No temáis las prisiones ni la muerte: temed, sí al que tiene poder, después que quita la vida al cuerpo, de arrojar el alma a los infiernos”.
Como dice el historiador José Herrera Peña, el texto es ridículo y no fue escrito por Hidalgo (Herrera; 2003,87). Ésto es evidente. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el juicio militar se efectuó los días 7, 8 y 9 de mayo en una sala del Real Hospital de Chihuahua.
Tras la suspensión momentánea, continuó y concluyó el 17 de junio. “La supuesta retractación no pudo haberse producido el 18 de mayo porque, en esos momentos, la instrucción estaba provisionalmente cerrada y suspendidas las actuaciones públicas” (Herrera, 2003:92). El 7 de junio –día de la “ratificación” ante dos testigos– la causa aún no se reabría.
Es claro que Hidalgo no escribió ese documento: la forma y el fondo no corresponden con sus ideas. Asimismo, nunca se dio a conocer el original y sólo se manejaron copias. En esa época estaba prohibido que los presos contasen con tinta, pluma y papel. Si los solicitaban, tenían que contar con el aval del fiscal y con el dictamen del juez.
Luego de usar los “avíos para escribir” quedaba constancia de los pliegos que devolvía. Éstos se integraban al expediente para ser ratificados por el reo. Más tarde, el contenido era certificado ante el tribunal e integrado al expediente. Hidalgo no contó con lo necesario para escribir. No lo solicitó, ni lo obtuvo. No lo ratificó, ni fue certificado, ni se guardó en el expediente.
Los supuestos testigos no estaban comisionados. Tampoco tenían autorización para actuar. No levantaron acta, ni constancia de ratificación. Actuaron como fantasmas y nada quedó en el expediente. Además, eran personas ajenas al proceso que vivían muy lejos.
Podrían dar fé Francisco Fernández Valentín –juez eclesiástico de la causa–, José Mateo Sánchez Álvarez, fray José Tárraga, Jean Francisco García y fray José María Rojas, quienes firmaron la sentencia de degradación sacerdotal (Herrera, 2003:94). En cambio, José Ignacio Iturribarria era canónigo de Durango y estaba a 40 leguas de Chihuahua –lugar donde el sacerdote estaba preso–, cuando supuestamente fue testigo de la ratificación. De hecho, no aparecen para nada los clérigos, quienes estaban comisionados para juzgar a Hidalgo y tenían autorización para acceder a él.
El 27 de junio, al hacer sus declaraciones oficiales frente al juez comisionado, Ángel Avella, Hidalgo argumentó que las ejecuciones que él ordenó habían sido no sólo legales, sino también, legítimas. Asimismo, indicó que no había ordenado los excesos, sino que fueron producto del “antojo y los caprichos de la canalla”.
El 29 de julio, luego de que se le notificó que había sido condenado a muerte, el juez eclesiástico le preguntó “porque razón se rebeló contra el rey y la patria”. A ésto, Hidalgo contestó que “ya había dado sus razones al juez militar y que no contestaba más”.
Así ratificó sus declaraciones judiciales que contradicen por completo la carta de retractación, la cual fue inventada por los españoles. Entre otros ideales, defendió su derecho a rebelarse: “Ese es un derecho que tiene todo ciudadano cuando cree que la patria está en riesgo de perderse”.
Esa fue la declaración que reconoció y firmó. Esa fue la auténtica postura de Miguel Hidalgo. Misma que se mantuvo incólume a lo largo de su vida que había iniciado el 8 de mayo de 1753. Hace 270 años, este ser extraordinario vio la luz por primera vez en Pénjamo.
Siempre se ligó a los pueblos originarios, incluso hablaba nahuatl, purepecha y nahñu u otomí. Durante décadas desarrolló proyectos productivos, pues buscaba la soberanía económica y la sustentabilidad. En las comunidades desarrolló ramos agrícolas e industriales, talleres textiles, alfarería, curtiduría de pieles, criaderos de abejas, ladrilleras y fábricas de loza. También cultivó viñas, moras y lino. Asimismo, fomentó el arte y la cultura.
En sus tertulias, impulsó la idea de la Independencia. Trabajó durante décadas para tal propósito. Cuando se lanzó a la lucha, pueblos enteros lo siguieron. Su acción estuvo preparada y con el movimiento insurgente, devolvía la tierra –que los españoles habían arrebatado– a los pueblos indígenas. De igual manera, fue el primero en abolir la esclavitud en América. Incluso se adelantó a Estados Unidos por 55 años, cuya lucha por la emancipación se había suscitado en 1776.
Sus detractores no han dejado de atacar la memoria de Hidalgo por el ejemplo que nos deja y por sus aspiraciones que todavía no se cumplen, pero amenazan a los poderosos.
También, se le ha calumniado por muchos de sus actos. Por ejemplo ¿Por qué no tomó la capital cuando la tuvo enfrente? Las razones están a la vista: tras la victoria en el Monte de las Cruces, no tomó la Ciudad de México porque aún no daba a conocer su programa de lucha por la Independencia y contra los monopolios. Hasta ese momento, los insurgentes eran vistos como una turba de malvivientes saqueadores. No se conocían sus ideales.
Todavía no abolía la esclavitud ni derogaba los tributos y las alcabalas. El 6 de diciembre de 1810 en Guadalajara, tuvo la oportunidad de dar a conocer el ideario de la rebelión, cuando finalmente contó con una imprenta. El 20 de diciembre, comenzó a publicar El despertador americano.
En la cruenta batalla del Monte de las Cruces, se disgregó la mitad de su ejército y se quedó sin municiones. En la capital, el virrey estaba preparado para resistir, mientras que Calleja ya había salido de San Luis Potosí para combatirlo por la espalda.
El ejército insurgente hubiese quedado entre dos fuegos. Y, aunque Hidalgo promovía un levantamiento nacional con gran claridad, no hubo una rebelión popular en la capital como sí sucedió en el Bajío. Ésto, a pesar de que había enviados suyos en el territorio para organizar la rebelión general. Es falso el cuento de que Hidalgo y los insurgentes tenían la capital en sus manos y se retiraron sin motivo.
Cuando fue hecho prisionero no se arrepintió. Cómo ya vimos, durante tres meses le insistieron que se retractara sin lograrlo. Fue hasta octubre de 1812, un año después de su muerte, cuando presentaron la carta supuestamente firmada el 18 de mayo de 1811. En ese entonces, por cierto, su proceso estaba cerrado.
El escrito es muy ajeno a él en forma y fondo como ya vimos. E insistamos que nunca se enseñó la original ni copia certificada. Por lo tanto, la conclusión es sencilla: es falso. Tampoco olvidemos que en julio, Hidalgo ratificó su justificación para rebelarse antes de morir. Años después, también calumniaron a Morelos con otro supuesto arrepentimiento.
Hasta sus últimos instantes, Hidalgo mostró su grandeza humana. Apenas salió de su celda, pidió regresar por unos dulces para repartir entre los soldados que lo iban a ejecutar. Los perdonó y les pidió que le dieran en el corazón. Sin embargo, cuando dieron la orden de fuego no lo hirieron de muerte. Es claro que aquellos hombres no querían matarlo. Después de tres descargas fallidas, el teniente Pedro Armendáriz tuvo que acercarse a darle un tiro en la cabeza.
Vivió sus horas finales con gran serenidad y armonía. Se dedicó a componer dos poemas a sus carceleros Melchor Guaspe y el cabo Ortega. Escritos en la pared con carbón, dicen:
Melchor, tu buen corazón
ha reunido con pericia,
lo que pide la justicia
y exige la compasión.
Das consuelo al desvalido,
en cuanto te es permitido
partes el postre con él.
Y agradecido Miguel
te da las gracias rendido.
Ortega, tu crianza fina,
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable,
aun con gente peregrina.
Tiene protección divina,
la piedad que has ejercido
con un pobre desvalido
que mañana va a morir
y no puede retribuir
ningún favor recibido.
Este hecho conmovedor, en sus últimos instantes de vida, muestra el grande e indoblegable espíritu de Hidalgo.
Las campañas contra Hidalgo, Morelos, Juárez, Villa, Zapata y Moctezuma Xocoyotzin han sido constantes para destruir la autoestima y la alta moral de nuestros pueblos. Necesitan proclamar que no hay héroes mexicanos para imponernos el sometimiento a Washington. Nos quieren obligar a ser una parte subordinada de la “región estadunidense”.
Si Miguel Hidalgo luchó contra el colonialismo, a nosotros nos toca combatir el neocolonialismo. Debemos lograr la plena soberanía en todos los aspectos, tal como la concibió: La soberanía económica que comprende la alimentaria, energética, industrial, financiera y militar. La soberanía nacional más ahora que nos quieren integrar/anexar a la región estadunidense. Y la soberanía popular, en la cual se garantice la voluntad del pueblo gracias a una renovación democrática.
Y así conseguir una elección, en la que no se financie a los partidos, sino a un proceso electoral sin campañas de derroche –bardas, espectaculares o anuncios–. Un proceso electoral, en el cual impere la discusión del proyecto que México necesita, en el que primero y ante todo se determine el programa y plan de acciones antes que escoger candidatos, en el que los electores manden a los representantes cumplir con sus compromisos de campaña y, en caso contrario, puedan ser retirados de sus cargos fácilmente.
Hidalgo no ha muerto. Está en nuestra lucha por la verdadera independencia de México. Hoy, como entonces, tenemos que continuar la pelea hasta lograr la plena soberanía. Esa es la tarea a alcanzar.
Hidalgo. Tres Ensayos de José Fabián Ruíz, Fernando López Alanís, José Herrera Peña. Frente de Afirmación Hispanista, AC, Frente Cultural Morelos, AC, Morelia, Michoacán. 2003
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social