José Sarukhán Kermez llevaba 12 años al frente de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Se aferraba al puesto, a pesar de que no contaba, de manera lógica y fundada, con la confianza de quienes hoy dirigen la política ambiental del país.
Ensimismado, con la arrogancia de quien se cree imprescindible, intentó prolongar su estancia en la institución. Pidió incluso que lo recibiera la titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), María Luisa Albores González. Creyó que le podría imponer condiciones. Como no fuera recibido y su renuncia le fuera solicitada, tal y como correspondía luego de dos periodos como director, quiso presionar a la Semarnat y decidió atrincherarse. Nomás no presentaba su renuncia y no desalojaba la oficina.
¿Nadie le avisó que ya no gobiernan quienes lo encumbraron? ¿No pasó por su cabeza que el rector que trató de imponer primero las cuotas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) no sería del agrado de quienes hoy son gobierno? Obnubilado, creía que finalmente en la Conabio se seguirían haciendo las cosas como él ordenara. No entendía que en realidad le habían hecho un favor en dejarlo concluir su segundo periodo.
En pie de lucha, le bastó la retención del pago de una quincena para entender que él personalmente ya no podría estar al frente de la Conabio. Intentó todavía imponer a uno de los suyos para seguir influyendo en un organismo estratégico del Estado mexicano. El despropósito de presentar una terna no pedida le pareció una normal y última canonjía que podía regalarse: pidió que su sucesor fuera uno de tres subordinados e incondicionales suyos, los doctores Miguel Equihua Zamora y Daniel Piñeiro Dalmau o el ingeniero Raúl Jiménez Rosenber. En la Semarnat supieron que, precisamente, ellos no podían ser. En cambio, nombraron como secretario Ejecutivo de la Conabio (aún no coordinador general) al científico Daniel Quezada Daniel. Se trata de un doctor en Estudios Urbanos y miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.
Para Sarukhán fue el acabose y sus amigos en los medios de comunicación le organizaron una campaña. Incluso le atribuyen haber “creado” la Conabio, que le dio cobijo durante 30 años. La realidad es que los logros de la Conabio son institucionales, no de una persona o de un grupo político. Incluso, podríamos decir que mucho de lo avanzando en la catalogación y protección de los ecosistemas del territorio mexicano se hizo a pesar de ese grupo neoliberal que por muchos años controló el organismo público.
El legado real de Sarukhán es el mismo que buscó imponer en la UNAM, la privatización del patrimonio público. En el caso de los ecosistemas, conservación sin pueblos; reserva de recursos naturales evaluados monetariamente; reservas naturales bajo control de intereses privados a través de organismos no gubernamentales de financiamiento dudoso.
Enhorabuena la sustitución de un encumbrado más por sus afinidades políticas que por sus trabajos científicos. Las autoridades que controlan la UNAM le organizaron un homenaje de recepción: se reintegra “de tiempo completo” a la máxima casa de estudios del país; claro, con las altas percepciones salariales que este tipo de académicos gozan. Otro más que se va a refugiar a la UNAM, a disfrutar del presupuesto público y esperar a que se acabe el sexenio. Estaremos atentos a las reales “contribuciones” científicas que desde la academia haga José Sarukhán Kermez.
Fragmentos
Las entrañas de Tepito son retratadas en Así nació el diablo (Grijalbo, 2022). Emmanuel Gallardo no sólo acompañó la historia de vida de Mauricio Hiram Suárez Álvarez, el Mawicho, sicario del Cártel de Jalisco Nueva Generación que ejecutó a los mafiosos israelíes Alon Azulay y Benjamin Yeshurun Sutchi en la Plaza Artz de la Ciudad de México. El crimen, cometido el 24 de junio de 2019, es el pretexto para mostrar el proceso de deshumanización de un joven tlatelolca y tepiteño, padre de familia, que de dealer pasó a sicario e integrante del cuerpo de élite de uno de los más grandes cárteles del mundo. El reportaje, con tintes de novela negra, nos lleva a recorrer los callejones de Tepito, las puertas falsas a precipicios (literales) o fondas que mantienen a raya a sicarios que pisan los talones. Se trata de un testimonio que confirma el arraigo de las organizaciones criminales en el corazón de la Ciudad de México y los saldos en todo el país del empoderamiento de la delincuencia organizada que propició la “guerra” desatada por Felipe Calderón.
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