El veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU impidió, en el último minuto, el comienzo de la guerra que Estados Unidos, Francia y Reino Unido habían planificado contra Siria para noviembre próximo. De cualquier manera, el clima propicio para el conflicto armado, que implicará la expulsión de los cristianos de Oriente, ya se crea a través de una propaganda masiva que busca colocar a los maronitas como aliados de dictadores. La religiosa Agnes-Mariam de la Croix lamenta que los cristianos orientales sean utilizados por Occidente como “pretexto cultural” en sus guerras
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. El mandatario francés, Nicolás Sarkozy, fue quien se encargó de comunicarle al patriarca maronita, Béchara Pedro al-Rai, que los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte buscarán expulsar a los cristianos de Oriente. El tormentoso encuentro se celebró en el Palacio del Elíseo el 5 de septiembre pasado. En ese contexto, se desarrolla en Europa toda una campaña de prensa que tiende a acusar a los cristianos orientales de complicidad con los dictadores. La madre Agnes-Mariam de la Croix, hegúmena (abad) del monasterio de San Jacobo el Mutilado, en Qara (Siria), responde a esta propaganda de guerra.
Thierry Meyssan: El sínodo especial para Oriente Medio expresó el carácter árabe de los cristianos de esa región del mundo, lo cual introduce una ruptura en relación con el siglo XX en que el cristianismo, a pesar de haber nacido en dicha región, era visto como la religión del colonizador. Este viraje ideológico llevó a la Santa Sede y a las Iglesias de Oriente a respaldar la causa palestina y las fuerzas de la resistencia antisionista, incluyendo a Siria. En Líbano, el general Michel Aoun y su alianza con el Hezbollah ya se habían anticipado a ese paso. ¿Los cristianos de Oriente se han convertido en enemigos de los occidentales?
Madre Agnes-Mariam de la Croix: Sí, el sínodo expresó con fuerza el carácter árabe de los cristianos de Oriente, por inmersión y simbiosis con su entorno histórico y cultural. No debemos olvidar que éstos fueron los pioneros del Renacimiento árabe, conocido como Nahda, ante la colonización otomana. Fueron ellos, junto a importantes personalidades musulmanas, quienes hicieron renacer la lengua árabe y la extendieron por el mundo a través de las traducciones elaboradas por grandes intelectuales, sobre todo en Alepo, Damasco y Monte Líbano. Las primeras imprentas del mundo árabe aparecieron gracias a cristianos como Abdallah Zakher. Sin embargo, a raíz de los movimientos panárabes de principios del siglo XX y de ciertas tensiones anteriores a las independencias, varias facciones cristianas fueron llevadas a separarse ideológicamente de sus hermanos árabes de otras confesiones. Esto se vio con especial fuerza durante la Guerra del Líbano, cuando algunos cristianos libaneses renegaban fuertemente de su pertenencia al mundo árabe para argumentar sobre supuestas raíces fenicias, cananeas u de otro tipo. La derrota cristiana en esta guerra trajo de nuevo los corazones hacia una justa medida en materia de historia y de identidad. Los cristianos se reconocieron a sí mismos como gente llamada a cumplir una misión en la tierra de sus ancestros, desde Mesopotamia hasta el Mediterráneo, pasando por las riberas del Nilo, para dejar el testimonio de su esperanza ante sus hermanos musulmanes, a los que recibieron como liberadores ante el colonizador bizantino en época de las guerras islámicas. Hay que recordar la obra del difunto padre Corbon, autor de un libro que tuvo una gran influencia entre los pastores de las Iglesias cristianas en el sentido de la adopción de la causa árabe y de su identificación como árabes. Ese libro, con cuyo título estoy en desacuerdo, es La Iglesia de los árabes. El Vaticano siempre se posicionó a favor de la causa palestina, y no por alineamiento político sino por una cuestión de justicia. Hoy en día todos los cristianos de Oriente, incluso los exmilitantes antiárabes, admiten esa posición. Sin embargo, la injustificada injerencia de Occidente –encabezada por Estados Unidos y Francia– en los asuntos regionales, injerencia profunda y amargamente sufrida durante la Guerra del Líbano y que no se ha borrado aún de la realidad que hoy se vive en Irak, hace que los cristianos, encabezados por sus prelados, sean extremadamente precavidos.
No se trata de convertirnos en enemigos de los occidentales sino de darnos cuenta de una vez y por todas de que la supervivencia de los cristianos en Oriente no puede estar bajo el mando de ningún tipo de protectorado o de Sublime Puerta. Nuestro futuro depende del convencido matrimonio de los cristianos con sus hermanos que conviven con ellos en Oriente y en quienes reconocen a hermanos de sangre, más allá de divergencias confesionales, por demás menos grandes de lo que parecen.
Los cristianos siempre han servido de pretexto cultural a Occidente. Cuando los otomanos, el hombre enfermo de Europa, no tenían otro remedio que recibir a los diversos cónsules occidentales que venían a Alepo con sus misionarios –franceses, italianos, venecianos, genoveses, holandeses, austriacos, ingleses, etcétera–, los cristianos eran la interfaz que permitía que éstos se adaptaran al misterioso Oriente. En definitiva, los cristianos no son enemigos de nadie. Recibieron a los occidentales tan bien como los musulmanes. En todo caso, después de tantos desengaños, hoy se reservan el derecho a criticar lo incorrecto, la estrechez de análisis o las actitudes intempestivas de unos y otros en Occidente, de quienes promueven sus propios intereses en detrimento de la presencia multisecular de los cristianos y de otros componentes étnico-culturales del tejido sociodemográfico oriental. O se aceptan los principios democráticos y se tienen en cuenta nuestros puntos de vista o se admite que nos encontramos nuevamente ante un sistema imperialista que exige que nos callemos y que quiere obligarnos a obedecer.
Thierry Meyssan: Se observa en la prensa católica occidental una ofensiva con todas las de la ley en contra del nuevo patriarca maronita y de sus declaraciones hostiles a una intervención internacional tendiente a cambiar el régimen en Siria. Sus detractores lo acusan de colaboración con la “dictadura de los Assad”. ¿Es cierto que la minoría cristiana de Oriente le tiene miedo a la democracia?
Madre Agnes-Mariam de la Croix: Me decepciona la prensa católica que sigue ciegamente la tendencia que dictan los dueños del mundo y que no hace más que repetir como un papagayo lo mismo que los grandes medios repiten constantemente. Es una lástima que, en estos días difíciles, nos obliguen a dar explicaciones, en primer lugar, ante quienes comparten nuestra misma creencia y se hallan inmersos en la mentira, la tergiversación y la desinformación, con la salvedad de algunas excepciones a cuya valentía quiero rendir homenaje. Los occidentales se han acostumbrado a ser los jueces, los pensadores, los que ordenan y, digamos, los tutores de los cristianos de Oriente. Eso se debe al exceso de complacencia de algunos de nosotros hacia una cultura alternativa que han adoptado. Además, una cosa es ser francófono y otra muy distinta es permitirle a los franceses –o a otros occidentales– erigirse como pedagogos y tutores de los cristianos de Oriente.
El patriarca maronita dijo lo que pensaba, de acuerdo con sus colegas, los demás patriarcas de Oriente. No lo hizo por complicidad con una dictadura, sino en armonía con su propio concepto de la justicia, del derecho y del interés de las comunidades cristianas. Está claro que las declaraciones de éste contradicen de manera muy autorizada las maniobras de la comunidad internacional que tienden a instaurar a cualquier precio un régimen alternativo títere en Siria, al igual que en Libia. El hecho de que ahora se interesen tanto por los asuntos sirios –¿y por qué no lo hicieron durante la Guerra del Líbano, cuando nos masacraban ante la indiferencia general?–, al extremo de dedicarles la primera plana en los medios del nuevo totalitarismo, debería llamar la atención de toda persona libre y dotada de espíritu crítico. Decir que los cristianos de Oriente y sus pastores son reacios a acompañar las revoluciones árabes por temor a la democracia es una calumnia. Los cristianos han sido en todas partes pioneros de la libertad de expresión, la igualdad entre ciudadanos y de la dignidad del pueblo. Es una falsedad decir que, culturalmente, ignoramos la democracia, que nuestras familias son autoritarias y que, en general, no hay democracia en la Iglesia. Es una lectura estrecha, superficial.
¿Por qué no se habla del amor que reina en nuestras familias? Esa armonía hace que no necesitemos una mayoría para dirigir, ya que el consenso es la realidad cotidiana que une a los diversos componentes de esta estructura. En cuanto a la Iglesia, es la comunión lo que caracteriza la relación entre sus componentes. Tratar a la familia y a la Iglesia con la perspectiva de una democracia es politizar esas realidades, que son infinitamente más profundas que los intereses de la polis.
A mí me asombra que sacerdotes que convocan a seminarios de plegaria y de ayuno estén en realidad centrados en una visión unilateral y politiquera sobre la familia, la Iglesia, la sociedad, al extremo de convertirse en consultores gratuitos que, como antes lo hacían los colonizadores, dictan sus opiniones como altos oráculos a la pobre muchedumbre del pueblo sirio considerado como menor, inculto, ciego e impotente. Los occidentales están tan imbuidos de sí mismos que no conciben otros esquemas cívicos que no sean los suyos, a pesar de que su propio mundo está enfrentando una crisis social, económica y moral insoluble. En las sociedades tradicionales fieles al sistema ancestral heredado de los tiempos bíblicos existen otros medios, otros parámetros capaces de regir exitosamente la vida cotidiana de la sociedad. Al decir esto estoy pensando en el sistema patriarcal, en el de alianzas entre familias, tribus, ciudades, regiones y Estados, en un sistema federativo basado en las libertades y los intereses particulares de la familia, la tribu, vinculados a la tierra de los ancestros.
Desgraciadamente, Occidente ha erradicado el concepto de pertenencia a la tierra, a la familia, a la etnia y, en definitiva, ha suprimido el concepto mismo de identidad ontológica. Su modelo no se basa en el reconocimiento del individuo sino en intereses periféricos. En nombre de lo económicamente útil se sacrifican –en beneficio de las multinacionales– los principios de la patria, la familia, la identidad personal. No nos damos cuenta de que estamos siendo arrastrados por un totalitarismo mucho más desenfrenado y maléfico que el de esos pequeños regímenes autoritarios que están tratando de derrocar. Éstos han tenido el mérito de haber sabido aprovechar el tejido social, identitario, familiar, tribal y clánico de nuestro misterioso Oriente. Yo estoy conciente de que la felicidad de nuestra vida resulta, al ser vista desde lejos, totalmente incomprensible para Occidente.
Thierry Meyssan: El Consejo Nacional Sirio de Transición (CNS), que se constituyó en Turquía, está dominado por la Hermandad Musulmana, cofradía que Damasco ha reprimido duramente y por mucho tiempo. Las ciudades en las que [la Hermandad Musulmana] está históricamente presente son ahora centro de la discusión. Los integrantes de ésta son ante todo partidarios de una aplicación moderna de la Sharia. ¿No coincide esa preocupación con la de numerosos movimientos cristianos a favor de una restauración moral?
Madre Agnes-Mariam de la Croix: Yo deploro que los supuestos opositores no le hayan tomado la palabra al presidente Bashar Al Assad para discutir con él la serie de reformas que está aplicando. En vez de ello, esa oposición cerró las puertas a toda negociación, no sólo con sus declaraciones sino con la fuerza de las armas, a través de los atentados y de otros hechos violentos. El CNS no se presenta como una emanación natural de una aspiración real del pueblo sirio a sus legítimos derechos, sino como el parto forzado de una colaboración oculta con intereses extranjeros en Siria. La alianza entre la Hermandad Musulmana y Occidente resulta escandalosa para los cristianos y los musulmanes que no quieren que la religión influya en sus vidas en el plano cívico.
En los regímenes laicos, instaurados después del colonialismo y al calor del movimiento panárabe, era una ventaja para todos que existiera cierta distancia entre la religión y lo cívico. ¡Pero los occidentales, que en sus propios países rechazan con toda razón la amalgama entre cívico-religiosa, tratan sin embargo de favorecerla aquí para derrocar regímenes laicos! Es eso lo que despierta temor en la mayoría del pueblo sirio. La Sharia aplicada en su totalidad, como la Hermandad Musulmana pretende instaurarla, da lugar a regímenes teocráticos obsoletos, oscurantistas como el de Arabia Saudita. ¿Cómo se puede aceptar ese retroceso en pleno siglo XXI y qué modernidad pretende aportar la Hermandad Musulmana a la Sharia que, dada su naturaleza divina, no puede ser suavizada ni rectificada por ningún poder humano?
Yo sospecho que hay una complicidad oculta entre los intereses neocoloniales de Occidente y la coerción mental aplicada a través de la Sharia. A pesar de todo lo democráticas que dicen ser las potencias occidentales, necesitan por desgracia un sistema que las ayude a subyugar a las masas con el pretexto de la piedad y de la fidelidad a la religión. En fin, éstas temen a los cristianos que, de acuerdo con la enseñanza del Evangelio, son libres de escoger entre el bien y el mal, y que creen en su dignidad de seres razonables, responsables de sus pensamientos, palabras y acciones, lo cual no es el caso del fundamentalismo musulmán.
Thierry Meyssan: Clérigos occidentales que viven en el mundo árabe se han implicado resueltamente en la “Primavera Árabe”. Ellos dicen que los europeos no deben ser privilegiados sino que todos los pueblos tienen derecho a vivir con los estándares occidentales y los beneficios de la democracia. Sin embargo, tanto el patriarca como usted misma parecen inquietos con la revolución siria. En definitiva, ¿tienen los cristianos como comunidad una posición sobre ese tema o están políticamente divididos?
Madre Agnes-Mariam de la Croix: El compromiso de los clérigos occidentales que viven en el mundo árabe con la Primavera Árabe no va más allá del plano mental, que son revolucionarios de papel. Es más, como no tienen nada que ver con el tejido social y con la síntesis identitaria oriental, no se han tomado el trabajo de examinar la verdadera inclinación de la inmensa mayoría silenciosa, cristiana y musulmana. Esos clérigos occidentales son los primeros en verse arrastrados al error y en demostrar que desprecian los valores orientales con los que dicen estar comprometidos ya que, mediante la fuerza de una convicción inadecuada, están tratando de importar el estándar occidental como norma universal, como la única viable, del bienestar y de la dignidad. Desgraciadamente, miremos de frente ese estándar con nuestra perspectiva de orientales: ¿dónde está la importancia concedida a la familia, que se está desmoronando a tal punto que la identidad de género se ha convertido en tema de debate en la Organización de las Naciones Unidas? ¿Y qué decir de las costumbres totalmente repulsivas para un oriental? Y, ¿por qué no mencionarlo ya que gozamos de la libertad para ello? Nunca aceptaremos en Oriente la banalización del aborto ni el aislamiento de las personas de edad avanzada fuera de sus familias.
Lo cierto es que el estándar occidental sólo constituye una referencia para los orientales desarraigados de su propia identidad y que viven en un mundo virtual dejándose moldear conforme a la imagen de sus ídolos. No es que el patriarca y los cristianos le teman a la revolución, sino que la injerencia de Occidente hace pensar que se trata de una conspiración o de un movimiento manipulado más que de un suceso enteramente espontáneo.
Los cristianos pueden estar políticamente divididos, están en su derecho. Siempre han sido pluralistas y eso habla a favor de ellos. Lo cierto es, en todo caso, que debido a la libertad inherente a su formación religiosa ellos son los artífices y yo diría que una referencia para toda revolución digna de ese nombre.