En la historiografía militar encontramos una gran variedad de tipos de guerras, desde formas o modelos sencillos hasta los más complejos que en actualidad requieren un dominio científico y tecnológico muy avanzado, que en algunos casos no son del dominio en la industria o los servicios civiles. De tal manera, podemos perfectamente hablar de una taxonomía de la guerra en las sociedades humanas, en la historia política mundial y entre los ejércitos profesionales. Están conceptualizadas y desarrolladas teóricamente y hasta modeladas en manuales prácticos muchas de ellas: desde la guerra simbólica, la guerra psicológica, la guerra nuclear y termonuclear y, últimamente, la guerra sónica o con armas sónicas.
No es nuestro objetivo temático ir hacia un análisis taxonómico (de clasificación con principios y metodología ex ante para ello), sino abordar dentro de este universo contextual la guerra asimétrica desarrollada en México y otros países (centrándonos en México) librada binacionalmente (Estados Unidos y México) contra el crimen transnacional organizado (como lo denominaron los especialistas en la reunión de Palermo, Italia, en el año 2000 convocada por la Organización de las Naciones Unidas).
En la publicación Military review de enero-febrero de 2002, bajo el impacto aún de los “ataques a la Torres Gemelas”, Alberto Bolívar consideraba dicha acción como parte de una aplicación puntual de los principios de la guerra asimétrica, que los teóricos, planificadores y generales venían sometiendo a estudio desde 1989. En realidad, la guerra asimétrica es probablemente uno de los tipos de guerra más antiguos que han existido, pero que se ha mantenido vigente por siglos dadas sus propiedades, características y atributos que le son inherentes. Regularmente un conflicto asimétrico puede devenir en una guerra asimétrica, pero no es una norma, ni una relación de causalidad, sino una eventualidad dependiendo de cómo evolucione el conflicto asimétrico.
Quizá la metáfora histórica más puntual es la del pasaje bíblico que narra la lucha entre “David y Goliat”, pero en realidad los ejemplos son muy numerosos, incluso, contemporáneos: todas las guerras revolucionarias en el tercer mundo (como se les conocieron por muchos años) en Vietnam, Afganistán, Chechenia y la propia “Guerra Santa” del islamismo radical, las guerras de los nacionalismos también radicales en Euzkadi e Irlanda del Norte, contra las potencias occidentales o, en el caso de Chechenia, con una potencia euroasiática.
Las diferencias en el “poder nacional” entre Estados y ejércitos es descomunal en el sistema global de hoy a favor de un puñado de ellos que no llegan a 10, con todos los demás, pero al interior de este grupo inmensamente mayoritario hay también abismales diferencias, que en la mayoría de los casos tienen que ver con el nivel general de desarrollo, pero no siempre porque hay ciertas potencias militares con un modesto nivel de desarrollo, al estar involucrados sus Estados y ejércitos en conflictos regionales o fronterizos. Es decir, tienen una “necesidad militar” y proceden en consecuencia. Si un país del grupo de los inmensamente mayoritarios tuviera una confrontación militar o ataque militar desde una de las grandes potencias militares occidentales o asiáticas, estaríamos ante una guerra disimétrica, a pesar de que se tratara de dos ejércitos profesionales confrontados.
Conocer la guerra, construir la seguridad dicen los colegas peruanos en el libro de ese título –editado por Ana María Tamayo–: “nos proponemos colaborar en la consolidación de un modelo de conducción civil democrática de la defensa en el país”. Éste es el camino, pero no se logra por decreto, sino que es una construcción histórica de la sociedad civil en un esfuerzo sostenido de mediano y largo plazo.
Entonces, la primera característica de la guerra asimétrica es la disparidad de “poder nacional” o de las fuerzas de combate, recursos de todo tipo, tecnología militar disponible, número de combatientes posibles, etcétera, entre dos contendientes que usan la violencia armada para dirimir su conflicto, casi siempre asimétrico también. Hoy están planteados y en desarrollo infinidad de conflictos de este tipo prácticamente en todos los continentes. ¿En dónde está entonces el cambio en cuanto a importancia de esta modalidad de guerra? Según Robin Geiss, por las diferencias tan marcadas entre posibles actores militares, la guerra asimétrica es la guerra de nuestros tiempos, es el distintivo estructural de la guerra moderna y ello impacta también los contenidos del derecho internacional público y privado y el humanitario. Esto es así porque en la guerra asimétrica uno de los bandos contendientes carece de la posibilidad real de lograr el triunfo por la vía de las armas, pero una desventaja militar puede convertirse en una ventaja política estratégica. El ejército del Sha de Irán, el más poderoso de la región después del israelí, capituló ante un levantamiento popular de 8 millones de personas que salieron a las calles a pedir su renuncia. Las insurrecciones populares nunca son en realidad victorias militares, sino triunfos políticos apoyados en determinadas acciones militares: la mexicana, la cubana, la nicaragüense, la salvadoreña, la iraní, la argelina, la vietnamita y muchas otras.
Por ello, el actor militar o paramilitar en desventaja siempre rehúye el cumplimiento de las normas internacionales sobre los conflictos bélicos, o el cumplimiento del orden jurídico nacional, porque es un combatiente asimétrico y, aunque no lo pareciera, ello comporta algunas ventajas importantes ante un ejército profesional obligado a observar y respetar normas jurídicas, constitucionales e internacionales. Un conflicto de este tipo puede incluso desbordar las fronteras nacionales y naturales del mismo y convertirse en un conflicto entre dos Estados y sus ejércitos profesionales, como estuvo a punto de ocurrir entre Ecuador y Colombia, a instancias del conflicto asimétrico abierto entre las FARC y el gobierno y ejército colombianos. Se detuvo a tiempo.
En las guerras asimétricas se confrontan a menudo actores no estatales con entidades estatales en un desequilibrio manifiesto de capacidades militares. En el caso de las organizaciones trasnacionales del crimen organizado, éstas últimas, en el desarrollo de su actividad criminal, generan dos procesos de compensación a su desventaja militar: un proceso de penetración y captura institucional del Estado (las “mafias de Estado” a las que se refiere Jurgüen Roth), y otro de conformación de una base social popular de apoyo y cobertura, a través de los beneficiarios de sus obras públicas, ayuda económica y reclutamiento social (halcones). Incluimos en las relaciones externas sus mecanismos de blanqueo de capital. Por ello, especialistas afirman que “la historia de las mafias es la historia de sus relaciones sociales” (Isaia Sales), externas a la organización, o bien que cuando el Estado no cumple con sus obligaciones sociales, “las mafias son invencibles”.
La estructura militar y/o paramilitar de las organizaciones criminales ha crecido y se ha sofisticado mucho, pero jamás competirán con una estructura militar profesional como la del Estado. No obstante, los gobiernos y sus estrategas se equivocan al poner tanto énfasis en esta capacidad armada, cualquiera que sea, porque lo fundamental en la estructura amalgamada que presentan las organizaciones del crimen trasnacional –en cuanto a su estrategia social– es la estructura de sus relaciones externas que condensa los dos grandes mecanismos de compensación de sus debilidades comparativas con el actor estatal: la penetración institucional y la base de apoyo social. La otra, dijimos, muy poderosa es la estructura de sus activos financieros, inmobiliarios y patrimoniales.
Uno de los errores más garrafales del paradigma y la estrategia derivada del ataque frontal a las organizaciones criminales fue precisamente sobredimensionar los golpes a la subestructura paramilitar y de sus liderazgos, a su comando central. La defensa que se puso en práctica desde estas organizaciones fue la reconversión de sus estructuras organizativas, operativas y de mando. Más de 20 años se invirtieron fabulosos recursos en una concepción equivocada, ante la esterilidad intelectual de los gobiernos y sus ideólogos frente a la imposición de la “guerra contra las drogas” y el desastre social causado.
Las tácticas y estrategias del actor militar más débil pueden ser hasta repudiables y denigrantes: toma de rehenes, ataque a civiles, “escudos humanos”, incendios en áreas pobladas, toma de instalaciones oficiales o privadas, y ataque a vías de comunicación y otro tipo de acciones para propiciar “bajas colaterales” numerosas (niños, mujeres, etcétera) que eleven para el actor militar más fuerte el costo social y político de la acción o de la guerra asimétrica misma. No olvidar el dispositivo de guerra planteado por el Cártel de Sinaloa ante la aprehensión del hijo del Chapo Guzmán, Ovidio (sobre lo que, por cierto, no han sido aclarados muchos aspectos de la defectuosa acción de captura en sí misma). Sus estrategas sí que saben operar desde una concepción de guerra asimétrica y de combatiente asimétrico. El repliegue ordenado al Ejército Mexicano fue política y militarmente impecable.
Sin embargo, el actor militar más poderoso también ha reconvertido sus estrategias y tácticas como tal: el uso de aliados paramilitares de todo tipo, pequeños ejércitos de mercenarios guiados o dirigidos por militares profesionales y equipos de oficiales de inteligencia de distintas nacionalidades aliadas que suministran información táctica sustantiva para la planeación militar, nuevas armas ligeras avanzadas tecnológicamente para operaciones militares de mediana escala, de tal manera que ello reduzca muy considerablemente el costo político y militar de los Estados, gobiernos y ejércitos nacionales cuando se involucran en una guerra asimétrica fuera de su territorio soberano. El objetivo es “ok” “cero muertos”.
Diversos actores consideran al terrorismo parte de los conflictos asimétricos; personalmente considero que no debe ser así, porque el terrorismo político tiene atributos que van más allá y que no son sólo asimilables a la asimetría militar, armada, en general. El terrorismo no se plantea como principio estratégico la lucha armada colectiva; el actor no estatal asimétrico sí, en determinadas circunstancias, sobre todo en las insurrecciones populares, aunque limitadas a sus capacidades técnicas y respaldadas con acciones políticas masivas. Los contendientes no simétricos son “estructuras no estables” y muy diversas, como lo es el crimen trasnacional, es un adversario con gran movilidad y cobertura entre la población y entre las altas autoridades del gobierno y del Estado, muy flexible y ágil para reconvertirse ante un cambio súbito y drástico del entorno del conflicto o la guerra.
El adversario más débil militarmente “no combate con apego a normas ni es leal” en su lucha, usa el “terror psicológico”, la violencia criminal y cualquier forma de coacción violenta para provocar sometimiento dentro de una base geográfica o territorio controlado, es decir, para implantar un “cierto orden social”, una obediencia a su “autoridad criminal fáctica”. En tales condiciones lanzar a un ejército profesional a combatirlo es inútil, a pesar de que sus objetivos sean el debilitamiento de la soberanía de los Estados y propiciar el vacío de autoridad: pérdida de control de territorios, vías de comunicación, instalaciones estratégicas, envilecimiento de sus instituciones públicas y debilitamiento de la legitimidad constitucional del Estado o quiebre del orden jurídico.
La falta de entendimiento de esta complejidad para que un o unos cuerpos militares (policiacos, en menor medida) combatan a su enemigo asimétrico, sin poder contener y revertir la penetración de las instituciones públicas hasta el primer círculo del poder presidencial y la ampliación y diversificación de su base de apoyo y legitimación social, ni el acrecentamiento de su riqueza financiera y patrimonial, dio al traste con la concepción y estrategia de “guerra contra las drogas”. La derrota fue binacional (para México y Estados Unidos), política (perdieron la batalla por mantener a salvo las instituciones públicas, el primer círculo de poder del gobierno nacional, y a la clase política de la fuerza corruptora del crimen trasnacional, y fue una derrota militar relativa en el contexto asimétrico de esa lucha, en tanto no fue posible por todo lo supra dicho, aniquilar al enemigo u obligarlo a la rendición, ni tampoco orillarlo a la dispersión de sus fuerzas dificultando al extremo su reagrupamiento.
Pero digamos también que no hay un ejército regular, profesional, ni siquiera el poderoso ejército israelí, que hayan ganado contemporáneamente una guerra en contra de un contendiente militar o paramilitar asimétrico, porque dicha victoria es casi imposible para el actor militar más fuerte, por las características y forma de combate que presenta su enemigo; así como para su contraparte más débil, que carece de la fuerza militar necesaria para infligir una derrota a su enemigo más fuerte. Pero el enemigo poderoso militarmente también incurre en un comportamiento “desleal”, fuera de los marcos constitucionales y de las normas de guerra al no ser un conflicto internacional; por ello, estas guerras asimétricas conllevan una grave crisis de la seguridad humana (o violación masiva de los derechos humanos), porque ambos contendientes desbordan los límites permitidos para tratar de derrotarse: el actor militar poderoso entra en el terreno asimétrico de su oponente para tratar de derrotarlo allí, pero ocasiona una enorme cantidad de costos civiles, porque es la población civil no contendiente quien lleva la peor parte (muertos, desplazados, desaparecidos, encarcelados). Guerra lamentable y tremendamente difícil de ganar, una ecuación de alto costo político-social que en México transitamos ya.
Hay una anécdota que ilustra todo lo antes comentado, que narra Henry Kissinger en su Memorias en el contexto de la firma de los Acuerdos de París (27 de enero de 1973) entre el gobierno de Hanoi (Vietnam) y Estados Unidos, aceptando este último la unificación de los dos territorios de Vietnam (Norte y Sur) sobre las pautas impuestas por el gobierno de Vietnam del Norte, en donde el general William Westmoreland le dice al general Nguyen Giap: “en realidad ustedes nunca nos derrotaron en una sola batalla”, y le responde el general vietnamita: “eso ya no importa ahora”. Ambos habían sido los mariscales principales de una guerra asimétrica de 20 años librada en la península de Indochina. En una biografía del general se dice: “bajo el mando de Westmoreland, Estados Unidos “han ganado cada batalla hasta haber perdido la guerra” (Wikimedia Commons). Otros analistas hablan de que Estados Unidos “perdió esa guerra en los medios”. Todas, son historias de las guerras asimétricas contemporáneas.
El nuevo planteamiento hecho por el actual gobierno mexicano es de la búsqueda de una victoria socio-política, moral y cultural, ideológica e institucional, en donde la representatividad y acción nacional del Estado sea reasumida por los grupos sociales de la nación mexicana en todo el territorio de la República. Un combate multifacético en todos los órdenes, para vencer a un enemigo poderoso por su fortaleza y comportamiento permanentemente asimétrico. En ello radica su fuerza. El cambio en el modelo o tipo de guerra contra la criminalidad organizada, sin masacres ni matanzas, es un planteamiento estratégicamente correcto, en el cual todos los involucrados en ambos lados están en posibilidad de salvar su vida.
Jorge Retana Yarto*
*Licenciado en economía con especialidad en inteligencia para la seguridad nacional; maestro en administración pública; candidato a doctor en gerencia pública y política social. Tiene cuatro obras completas publicadas y más de 40 ensayos y artículos periodísticos; 20 años como docente de licenciatura y posgrado; exdirector de la Escuela de Inteligencia para la Seguridad Nacional.
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