Roma, Italia. El anuncio de que Donald Trump “echa a la basura el histórico tratado nuclear con Moscú” –es decir el Tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por su sigla en inglés)– ha sido algo inesperado. Pero ya es oficial.
Y para entender el alcance de ese acto hay que recordar el contexto histórico que dio lugar al Tratado INF: fue firmado en Washington, el 8 de diciembre de 1987, por los presidentes de Estados Unidos y de la entonces Unión Soviética, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbatchov, quienes se habían puesto de acuerdo al respecto el año anterior, durante la cumbre bilateral que habían celebrado en Reikiavik.
En el Tratado INF, Estados Unidos se comprometía a desmantelar sus “euromisiles” –los misiles balísticos Pershing 2– desplegados en el Reino Unido, la RFA (República Federal de Alemania), Italia, Bélgica y los Países Bajos. Y la Unión Soviética se comprometía a eliminar sus misiles balísticos SS-20, desplegados en su propio territorio.
El Tratado INF no sólo limitaba el despliegue de una categoría específica de misiles nucleares, sino que además imponía la eliminación de todos los misiles de esa categoría. Hasta 1991, se eliminaron en total 2 mil 692 de esos artefactos.
El límite de ese Tratado residía en que eliminaba los misiles nucleares de alcance corto e intermedio lanzados desde rampas terrestres, pero no los misiles que podían dispararse desde el mar o el aire. A pesar de esa limitación, constituía un primer paso en el camino hacia un verdadero desarme nuclear.
La firma de aquel Tratado se debió principalmente a la “ofensiva del desarme” iniciada por la URSS de Mijaíl Gorbatchov: el 15 de enero de 1986, la Unión Soviética había propuesto no sólo la eliminación de los misiles soviéticos y estadunidenses de alcance intermedio sino también el establecimiento de un programa en tres fases que debía conducir a la prohibición total de las armas nucleares para 2000. Este último proyecto no pasó de ser eso –un simple proyecto–, porque Washington aprovechó la crisis y el desmembramiento de la superpotencia rival para incrementar la superioridad estratégica (incluso en el plano nuclear). Así, Estados Unidos quedaba como única superpotencia en la escena mundial.
No es casual que Washington decida cuestionar el Tratado INF precisamente cuando Estados Unidos ve disminuir su ventaja estratégica sobre Rusia, China y otras potencias. En 2014, la administración de Barack Obama acusaba a Rusia, sin aportar alguna evidencia, de haber puesto a prueba un misil crucero que entraba en la categoría prohibida por ese Tratado, y anunciaba que “Estados Unidos está considerando el despliegue en Europa de misiles terrestres”, es decir, salir del Tratado INF [1].
La administración de Trump confirmó aquel plan: durante el año fiscal 2018, el Congreso estadunidense autorizó el financiamiento de un programa para la investigación y desarrollo de un misil crucero lanzado desde una plataforma terrestre móvil capaz de desplazarse por carretera.
Los miembros europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte apoyan ese plan estadunidense. El último Consejo del Atlántico Norte a nivel de ministros de Defensa –donde Italia estuvo representada por la ministra Elisabetta Trenta (del Movimiento 5 Estrellas)– proclamó que “el Tratado INF está en peligro debido a las acciones de Rusia”, acusada de desplegar “un sistema de misiles desestabilizador, que constituye un serio peligro para nuestra seguridad”.
Moscú niega que ese sistema de misiles viole el Tratado INF y, a su vez, señala que Washington ha instalado en Polonia y en Rumania rampas de lanzamiento de misiles interceptores (los del “escudo antimisiles”) que también pueden lanzar misiles cruceros con cargas nucleares.
Según informaciones filtradas desde Washington, Estados Unidos está preparando el despliegue de misiles nucleares terrestres de alcance intermedio, no sólo en Europa y contra Rusia sino también en la región del Pacífico y en Asia, contra China.
Manlio Dinucci/Il Manifesto/Red Voltaire
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