Con el proyecto Seguridad energética, hídrica y alimentaria para pueblos originarios en regiones costeras semiáridas del norte de México, se está impulsando el uso de paneles solares para el autoabastecimiento
San Miguel Topilejo. El primer contacto de la indígena comcáac Verónica Molina con la energía solar ocurrió en 2016, cuando viajó a India para capacitarse sobre instalaciones fotovoltaicas comunitarias.
Esa experiencia le permitió participar en la colocación de los primeros sistemas solares y huertas familiares en su comunidad, Desemboque del Seri, en el norte de México.
Más tarde, fue invitada a participar en el proyecto Seguridad energética, hídrica y alimentaria para pueblos originarios en regiones costeras semiáridas del norte de México. El mismo fue patrocinado por el gubernamental Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología (Conahcyt).
“Sembramos verduras, porque no hay otras semillas para usar. Son para autoconsumo. Con los paneles, pagamos menos energía y con los huertos ahorramos dinero en la compra de verduras”, dijo la activista solar desde Desemboque del Seri, a unos 1 mil 900 kilómetros de Ciudad de México, a IPS.
Además de producir su propia electricidad, las familias participantes cosechan variadas hortalizas en Desemboque y en el colindante Punta Chueca, territorios comcáac habitados por unas 1 mil 200 personas en la costa de Sonora. Es uno de los 69 pueblos originarios de México, que también tiene como actividad la pesca.
Mientras los paneles cubren entre 25 por ciento y 75 por ciento del consumo de una vivienda, cada una de las más de 40 huertas familiares aporta entre 100 y 200 kilogramos de hortalizas por cada una de las dos temporadas anuales de cosecha.
La región padece la pauperización en forma de marginación, pobreza y enfermedades. En contraposición, recibe una irradiación diaria de 5.9 kWh/m2 y una precipitación pluvial anual de 200 mililitros, lo que dificulta esa agricultura de temporada.
La iniciativa consiste en un sistema híbrido que conjuga la generación fotovoltaica y la producción alimentaria, situada debajo de los paneles para aprovechar el sol, la sombra y el rocío que captan durante las noches. Estas modalidades están en boga en países como Alemania, Brasil y Estados Unidos.
Esta ecotecnia aún es precoz en México, al grado de ignorar cuántos sistemas funcionan en el país. En ese sentido, la Red Agrovoltaica Mexicana prepara un censo para conocer su estado.
De hecho, el Plan Estratégico de Cambio Climático para el Sector Agroalimentario considera entre sus objetivos el uso de paneles solares para la generación eléctrica.
Mitigación
“Nos dimos cuenta de que tenían problemas de salud, economía, alimentos, territorio. Buscamos soluciones integrales, acorde con el presupuesto. Tienen el mar o el desierto, es un lugar extremadamente árido”, explicó Rodolfo Peón a IPS desde Hermosillo, la capital de Sonora.
“Vimos que la agricultura era una alternativa para mejorar su dieta y tener energía eléctrica”, añadió el investigador del Departamento de Ingeniería Industrial de la pública Universidad de Sonora, en referencia al emprendimiento en territorio comcáac. Así entró en escena el esquema agrovoltaico.
Financiado por los Programas Nacionales Estratégicos de Conahcyt, con unos 450 mil dólares, el proyecto aborda los componentes de energía, agua, alimentación, salud, biodiversidad y defensa del territorio.
Desde 2018, el gobierno ha impulsado la capacidad interna de la producción de alimentos para la población de unos 130 millones de habitantes. Actualmente, el país ocupa el 11 lugar mundial en producción de alimentos.
Durante los siete primeros meses de 2024, exportó más agroalimentos que en el mismo periodo del año anterior, aunque también compró más, dentro de una balanza agrícola con superávit.
México es vulnerable a los efectos de la crisis climática, como la sequía, la subida de la temperatura y la proliferación de plagas. Como resultado, los productores de maíz, frijol, trigo, café y otros productos tradicionales sufren los impactos, por fenómenos como la aguda escasez hídrica de este año. De igual manera, padecerán aún más los impactos negativos a largo plazo, con consecuencias sobre calidad de vida, ingreso y el entorno rural.
La segunda economía latinoamericana cuenta con alrededor de 6 millones de unidades de producción rural, de las cuales el 75 por ciento mide menos de cinco hectáreas, y sólo el 6 por ciento tiene más de 20, que sustentan a unos 20 millones de personas.
La generación eléctrica depende en 79 por ciento de combustibles fósiles, seguida de eólica (7 por ciento), fotovoltaica (4.5 por ciento), hidroeléctrica (4.4 por ciento) y nucleoeléctrica (3.7 por ciento).
El país tiene potencial agrovoltaico, pues tiene 20 millones de hectáreas de tierras sembradas, y más de 10 mil megavatios fotovoltaicos, de los cuales 70 por ciento corresponde a instalaciones extensivas.
Experimentos híbridos
A cuatro metros de altura, seis lanchas de paneles fotovoltaicos captan la energía solar que, al pasar por un convertidor, se transformará en electricidad. Cobijadas por ellas, 24 camas hospedan siembras de calabaza, lechuga y tomate, que gozan de su sombra protectora y del agua de lluvia y del rocío nocturno que atrapan.
Sucede en la Parcela Agrovoltaica Sostenible y Educacional (PASE), situada en un rincón del Centro de Enseñanza Práctica e Investigación en Producción y Salud Animal de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la pública Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El centro se ubica en San Miguel Topilejo, una localidad del municipio de Tlalpan, en el sur de Ciudad de México.
En la instalación visitada por IPS, al otro lado de un camino de tierra,el ganado bovino estabulado muge y devora forraje. De igual manera, el sistema fotovoltaico espera que el cielo encapotado se abra un poco.
A un costado de la parcela, hay otras seis camas a cielo abierto para comparar los resultados con las protegidas por los paneles.
Durante un recorrido anterior por la instalación, Aarón Sánchez, académico del Instituto de Energías Renovables de la UNAM y coordinador de la parcela, explicó que estudian cómo se desarrollan los cultivos debajo de una cubierta fotovoltaica que genera electricidad.
Así, analizan su desempeño cuando en la parte baja hay un proceso de transpiración de las siembras mismas, y los módulos funcionan a temperatura menor y mayor eficiencia.
Inaugurada en 2023, la PASE busca el incremento de la calidad y cantidad de productos agrícolas; la generación de energías verdes; la reducción del consumo de agua, y la socialización de nuevas tecnologías entre los agricultores.
La parcela, que posee un sistema de captación de lluvia con un tanque de 145 metros cúbicos para alimentar a la instalación de riego por goteo y sensores de temperatura y humedad, involucra también a la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación del gobierno de Ciudad de México. De igual manera, participa un consorcio internacional.
De vuelta en Sonora, la indígena Molina y el académico Peón pidieron mayor respaldo para expandir los sistemas.
“Se puede pedir más apoyo, porque en la comunidad a algunas familias no les ha tocado el huerto con agrovoltaico. Ojalá se pueda seguir con el proyecto”, solicitó la experta fotovoltaica comunitaria.
Para Peón, los resultados son prometedores, pero queda mucho por hacer. “Esperamos que haya un programa federal que apoye a pueblos originarios. Tiene que haber un cambio en las reglas del juego para que la gente genere su propia energía en volúmenes mayores”. A su juicio, “debe haber sinergia entre el sector energético y agrícola, así podremos ver proyectos a gran escala”.
Emilio Godoy/Inter Press Service (IPS)*
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