Conflictos en el Mediterráneo pueden acabar

Conflictos en el Mediterráneo pueden acabar

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María José Atiénzar Caamaño/Centro de Colaboraciones Solidarias

Construir un espacio mediterráneo de paz, seguridad y prosperidad compartida, buscando erradicar la injusticia y la desigualdad –principales responsables de la violencia y de los conflictos armados– es un reto necesario.

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Millones de hombres, mujeres y niños se ven afectados por situaciones de conflicto en diversos países del Mediterráneo. Guerras civiles o étnicas, invasiones, descolonizaciones inacabadas y terrorismo, que asolan las orillas Sur y Este del Mediterráneo. Hay refugiados, desplazados, heridos o discapacitados, combatientes desmovilizados. Grandes regiones con escasez de alimentos y de agua potable, falta de acceso a la educación infantil y a los servicios de salud… Numerosas familias empobrecidas y desestructuradas.

La pobreza y el analfabetismo afectan en un 70 por ciento a las mujeres del mundo, pero la mujer euro-árabe sufre una situación especialmente difícil. Además de vivir en un entorno de discriminación y de no participar en los procesos de toma de decisiones, es ella quien asume la labor de reconstrucción, tanto de familias como de núcleos civiles tras los conflictos. Por eso, en el citado encuentro se destacó la necesidad de impulsar la igualdad de género, los procesos de paz y la integración de la mujer euro-árabe en el mundo empresarial.

Es una realidad que cuando progresa la mujer –con la educación, el reconocimiento de sus derechos y el acceso a un empleo– progresa también su familia y la sociedad en la que vive. Pero la plena integración de la mujer en la vida socioeconómica de muchos países aún no se alcanza. Todavía resulta difícil el conciliar la vida familiar con la laboral y en gran parte del mundo árabe se añaden problemas de origen cultural y religioso. La igualdad jurídica entre hombres y mujeres (que en España no se logró hasta 1975) es un paso previo a cualquier integración laboral que se pretenda.

Además de las diferentes políticas de desarrollo rural integrado que se aplican en los países mediterráneos, las organizaciones no gubernamentales realizan en la región proyectos donde la mujer es protagonista. Muchos comparten experiencias numerosas –fundaciones y organizaciones– de apoyo a las microempresas, dan asesoramiento financiero, favorecen la comercialización de artesanías, etcétera. Es cierto que hay un número creciente de mujeres ingenieros, médicos, periodistas, empresarias y ministras, pero queda mucho que hacer desde el campo educativo y se precisa aún mayor voluntad política.

El microcrédito resulta una fórmula idónea para reconstruir el tejido empresarial de países desestabilizados por conflictos bélicos. Se trata de una herramienta que puede convertirse en uno de los motores de crecimiento y ayudar a las mujeres, protagonistas mayoritarias del microcrédito en el mundo, a alcanzar mayores niveles de desarrollo personal, familiar y social, como destaca Agustín de Asís Orta, coordinador del libro El microcrédito en los países mediterráneos, que recoge la experiencia de siete países en este tipo de financiamiento.

En América Latina el microcrédito lleva varias décadas dando buenos resultados, pero en los países del Magreb y Medio Oriente es de una implantación reciente. En este caso, hay demasiado intervencionismo estatal sobre el sistema financiero, legislaciones restrictivas y tasas máximas de interés que dificultan el proceso.

Resulta un desafío el trabajar en el desarrollo rural, cuando tras las guerras, la urgencia de la reconstrucción tiene prioridad. La tarea de las organizaciones es imprescindible pues son más ágiles y rápidas al intervenir. Cuando hay dificultades, son las organizaciones civiles quienes acuden, pues los bancos sólo llegan cuando el país se vuelve rentable.

En las dos orillas hay diferentes realidades y distintos ritmos de desarrollo. El papel de la mujer y los microcréditos para erradicar la pobreza son esenciales, y del diálogo y la convivencia nace el futuro de todos. Con ello se ayudará a crear puestos de trabajo en origen, a mantener la agricultura, y en general un modelo de vida adecuado a esos pueblos con sus señas de identidad y que ya no soportan la dominación de países colonizadores, ni sus sucedáneos, las multiempresas, sin raíces pero con tentáculos en todo el mundo. Mucho menos la política de los grandes poderes económicos trasnacionales que ventilan su codicia de materias primas en esos países de África y de Latinoamérica impidiendo un auténtico desarrollo para todos esos pueblos, hoy con muchos habitantes expatriados y víctimas de personas sin entrañas que los embaucan y arruinan con promesas de expatriación y encuentran muerte en ese Mediterráneo o en campos de refugiados.

 

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