Despidos al por mayor. Subida de precios. Ahorcamiento a las hipotecas. Más impunidad. Mayor corrupción. Aumento de la delincuencia. Se multiplicarán los changarros para mal alimentar a los consumidores, y sus vendedores para tener algo y medio sobrevivir. Se venderán tramos, como los de la Avenida Chapultepec, en la capital del país. Se privatizará el servicio del agua para encarecerla y dosificarla. La emigración hacia la esclavitud estadunidense crecerá, con todo y las campañas de los republicanos contra los mexicanos. Secuestrarán niños y mujeres-adolescentes para la prostitución. Arreciará la actividad del narcotráfico. Y con él la inseguridad sangrienta con miles de homicidios, ahuyentando a quienes viven en zonas para la explotación del gas y del petróleo, mientras hacen avanzar la privatización de Petróleos Mexicanos… ¡sin trabajadores! Aumentarán los jornaleros explotados hasta la barbarie.
El desastre económico se nos viene encima como un tsunami. Y no han avisado a los mexicanos, salvo con los anuncios, escalonados, de que se reduce el crecimiento en general y la única respuesta es reducir los gastos del sector público. Y continuar comprando, hasta donde alcance, alimentos que no produce el campo nuestro por su abandono, al precio del subvaluado dólar. Esto mientras la venta de las reservas son para quienes compran la moneda estadunidense y se llevan, en fuga de capitales, su capital a bancos estadunidenses, europeos y paraísos fiscales.
Avisos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y del Banco de México, como si fueran todo menos advertencias, anunciando, con palabras más suaves, que se paraliza, en general, la actividad económica. Que estamos a un paso de la quiebra generalizada. Y los especuladores entran y salen del país con más ganancias, paralelamente a los bancos. Los gobiernos de las entidades, con la soga al cuello de sus desbocados préstamos, que son deudas impagables, también se van con la política de los recortes presupuestales. Nuevo León está en la quiebra por el mal gobierno del corrupto desgobernador, quien debe ir a la cárcel por ratero. Y están por la misma situación los restantes 30 estados, víctimas del saqueo de sus desgobernadores. Y aumenta la pobreza, pues la mitad de la población, 55 millones, está sentenciada a enfermedades y muerte por hambre. Mientras 40 millones andan en las calles vendiendo sus cuerpos y chucherías a la par de los delincuentes que roban a los pobres.
Pero los ricos, millonarios y multimillonarios nativos se han enriquecido en el contexto de la pavorosa desigualdad y, claro, la concentración de esa riqueza. Todos ellos tienen un pie fuera del país para emprender la cínica huida, cuando el tsunami económico llegue devastador. El mal gobierno federal con sus desgobernadores y presidentes municipales, en el haz del peñismo, son elites fallidas que llevaron al país al desastre que empieza a causar estragos con el bajísimo consumo. Los precios se irán por las nubes. Y echarán a la calle a más de 20 millones de los 45 millones que tienen un empleo. Es la catástrofe generalizada. Metieron a la nación en un callejón sin salida, si el neoliberalismo económico, la corrupción e impunidad siguen siendo las políticas públicas y privadas.
El peñismo y su genio de la lámpara neoliberal, Luis Videgaray, llevaron al país a ese cataclismo que obligará a cerrar fábricas, empresas, etcétera, porque el trío de las tres “C”, es decir, capitalistas, capitalismo y capital (Robert Brenner, Mercaderes y revolución, ediciones Akal), sólo medio entiende con los levantamientos populares, como la “revolución municipal de 1641-1642, que destruyó la hegemonía de los mercaderes-empresarios”; la renuncia, cortándole la cabeza al rey y la desaparición del Parlamento. En el caso de esta angustiosa crisis económica, de la que no le han avisado a la nación –que está ensimismada en sobrevivir–, lleva un aumento del ya catastrófico presente, porque habrá más desempleo, casi nada de consumo, más delincuencia para robarse unos a otros, revueltas sociales rozando levantamientos revolucionarios o guerrillas, enfermedades, y una máxima explotación obrera, con la esperanza fallida del peñismo en sus ilusiones de los cambios estructurales que han puesto a remate el gas y el petróleo.
Es esta la antesala del tsunami que se nos viene encima y frente al cual las elites privadas y públicas, mercaderes ambas, están metidas en la rapiña del libre mercado global para favorecer a los especuladores que se llevan las reservas financieras, vendiéndoles dólares para sacarlos del país. El peñismo, salvo que su cabeza cayera por la guillotina de la renuncia por traición a la patria, no tiene ninguna estrategia económica, y menos social, para detener a ese tsunami. Los Videgaray anunciarán “bajas en la expectativa de crecimiento”, pues el grupo en el poder presidencial está preparando alargar el prólogo al cataclismo y esperar a que el pueblo se rinda y nada haga contra sus dirigentes. Es la apuesta del peñismo. Pero lo único que no se puede pasar por alto es el hambre. Y ésta ya aparece en los 55 millones de pobres. El tsunami será devastador. Caótico. Y no habrá quién aguante esa calamidad en un país ya en ruinas por el neoliberalismo económico (David Harvey, Breve historia del neoliberalismo).
No avisarle al pueblo del desastre que viene es, constitucionalmente, traición a la patria. Y la imputación al responsable es la renuncia, para ver si un sacudimiento así genera un cambio político y económico que impulse el empleo con salarios con capacidad de consumo, limando el filo del capitalismo; o no hay más que apurar la transición anticapitalista que “los capitalistas y sus esbirros harán cuanto esté en su mano para evitarla… Pero la tarea nos corresponde a nosotros, porque la culpa no es de nuestras estrellas, sino nuestra, porque consentimos ser inferiores”.
Álvaro Cepeda Neri*
*Periodista
[BLOQUE: OPINIÓN] [SECCIÓN: CONTRAPODER]
Contralínea 455 / del 21 al 27 de Septiembre 2015