Para víctimas y agresores de stealthing es muy difícil aceptar el abuso sexual: pese a sus secuelas físicas y psicológicas, las primeras lo normalizan al creer que el hombre puede decidir unilateralmente retirarse el condón sin su consentimiento; los segundos no quieren ser comparados con violadores y depredadores sexuales. Aunque aún invisibilizada, es una agresión sexual
Segunda de cuatro partes
“Mientras me vestía mis ojos se llenaron de lágrimas, no quería parecer débil frente a él; no cuando parecía que yo era la que estaba haciendo algo mal… No cuando, en tono de reclamo, me seguía diciendo: ‘Sólo me quite el condón, no es para tanto’… ‘Es una tontería que te enojes’. Pero para mí sí era para tanto: tomó una decisión sobre mi cuerpo que no le concernía, y esa decisión que debió ser sólo mía.”
Ángela, de 22 años de edad, se muestra nerviosa: se acomoda por tercera vez en su asiento, no deja de tocarse el cabello. La comisura de sus labios permanece ligeramente elevada mientras relata un momento crucial en su vida sexual.
—¿Sabes qué es el stealthing o alguna vez has oído hablar sobre este término?
—La verdad es que no lo había escuchado hasta hoy. Ahora sé a qué se refiere, pero no sabía que existía un término específico para eso.
Stealthing –“en sigilo” o “secretamente”, según la traducción al español de dicho término– es una abuso sexual que consiste en que el hombre se quita el condón durante el acto sexual sin el consentimiento de su pareja, a pesar de que se acordó utilizar protección. El concepto se visibilizó por la investigación de Alexandra Brodsky, realizada en 2017 y publicada en el Columbia Journal of Gender and Law.
Aunque el término es reciente, la práctica es antigua. Ángela, por ejemplo, la sufrió en 2013, cuando tenía 17 años de edad.
“Fue con un novio que tenía en la prepa. Llevábamos un tiempo saliendo y teniendo relaciones. Ese día él me invitó a su casa y todo estaba normal. Estábamos haciéndolo en su cuarto cuando de repente se separó de mí. Yo no sabía qué estaba haciendo porque también me estaba besando. La verdad no le di importancia porque pensé que quería aguantar más. Me di cuenta hasta que acabamos y sentí que no tenía condón.
“Lo empuje para que se separara de mí. Primero pensé que el condón se había roto pero cuando le pregunté dijo: ‘No se rompió, yo me lo quité. A poco no sentiste más rico’. La verdad sentí muy feo, porque no me dijo nada, ni me preguntó si yo quería. Después de lo que me dijo me empecé a vestir. Estaba muy enojada y sentía ganas de llorar. Él no dejaba de preguntarme si me había enojado por esa ‘tontería’; que era una ‘fresa’. Eso me hizo enojar más, y me hizo sentir que estaba exagerando.”
Ángela recuerda con exactitud la crisis que enfrentó después de lo que su pareja hiciera esa “tontería”. “Cuando llegué a mi casa, fue como si todo lo que había pasado por fin cayera sobre mí: mis manos comenzaron a temblar y ya no pude contener las lágrimas. Sentí como si él me hubiera quitado algo, como si hubiera abusado de la confianza que le tanía para quitarme algo. No sé cómo decirlo, como que al no tomar mi opinión en cuenta me hizo sentir que ésta no valía nada.”
—¿Por qué crees que lo hizo?
—Pues supongo que por su placer; tal vez para comprobar esa “teoría” de que se siente mejor sin condón, pues nosotros siempre lo habíamos hecho con el condón.
En un artículo publicado el 3 de noviembre de 2017 en The New York Times, Heather Murphy señala que es el narcicismo el que lleva a la persona a cometer un acto sexual en contra de la voluntad de la otra. También sugiere que estos actos se propician por el deseo de saber cómo se siente tener el control de la situación.
—¿Esto volvió a suceder?
—No, como al mes terminamos. Después de esa vez yo ya no me sentía cómoda teniendo relaciones con él. Creo que tuvimos intimidad dos o tres veces más, pero fueron muy incómodas. Yo no me sentía a gusto, sentía que lo iba a hacer de nuevo. No tenía confianza y decidí dejarlo.
—¿Hubo alguna consecuencia física o psicológica?
—Física, no. Y, aunque no fui a terapia, sí sentí que mi confianza disminuyó, no en cuanto a mi aspecto, sino a qué había hecho mal yo para que él se creyera con el derecho a faltarme el respeto de esa forma, porque así lo sentí, como si no me respetara lo suficiente.
“También me costó trabajo volver a confiarle a alguien mi cuerpo. Con mi novio actual ya no tanto, pero la relación que tuve después del ‘tipo ese’ me costó mucho: el chavo se portó bien y no me presionó, pero sí me costó confiar otra vez.”
—¿Consideras que fue un abuso sexual?
—Mmmm… No… Es que, cuando se dice abuso sexual me imagino algo grave como una violación: que él me hubiera obligado, y pues yo estaba de acuerdo en tener relaciones con él, así que no, no siento que fuera abuso sexual pero sí siento que fue un abuso de confianza.
—Esta práctica sí es considerada como una agresión.
—Supongo que está bien. Yo me sentí muy mal cuando pasó, y si no se lo hubiera dicho a mi hermana a lo mejor me hubiera afectado más, así que supongo que, si a alguien le hace bien llevar estos casos ante la ley, es justo que se pueda llegar a un arreglo satisfactorio para esas chicas que se sienten mal.
En entrevista, la sexóloga Liliana Herrera explica que es muy difícil para algunas mujeres comprender que han sido víctimas de abuso sexual por el propio contexto en el que viven.
“La sexualidad está relacionada a lo privado, por lo tanto, las mujeres creen que, como pasó en la intimidad, con una pareja estable, es una práctica común; creen que sus parejas tienen la libertad de explorar su sexualidad tanto como les plazca, pues son una pareja, y qué mejor que sea con mi pareja actual. Entonces no se visibiliza que esto es un acto de violencia que atenta contra tu dignidad.”
—¿Después de esa experiencia dejaste de usar condón? –se le pregunta a Ángela.
—No, la verdad sí me da miedo. Algunas veces no lo he utilizado, pero es por mutuo acuerdo con mi pareja, porque sé que está sano y no me va a pegar nada “raro” [una enfermedad].
—¿Crees que esta práctica se da de manera frecuente en las parejas?
—Pues creo que sí; o sea, ya hasta tiene una terminología, y creo que a pesar de que esto ya pasaba, se callaba por el machismo que se vive en el país. Actualmente creo que se da con más frecuencia que antes y que por eso ha salido a la luz.
Para la sexóloga Liliana Herrera, el primer reto en el área sexual es descubrir qué es adecuado, constructivo, deseado y oportuno para las parejas. De lo contrario se puede crear una desconfianza tan grande que puede provocar que los actos sexuales dejen de ser satisfactorios.
“Al no considerar a tu pareja al realizar una nueva práctica sexual, incluso una posición del Kama Sutra, ella puede sentirse violentada; eso no siempre pasa y depende de la susceptibilidad de cada persona. Hay casos en los que una práctica no consentida termina con la confianza de una persona.”
La pérdida de confianza, la vergüenza, los problemas de autoestima y el miedo a vivir otro abuso similar al sufrido son algunas de las consecuencias que contrae una agresión sexual. Ángela reconoce en sí misma la pérdida de confianza hacia el otro y el miedo a que se repita la experiencia.
En su libro Sexi sabio: como mantener el interes sexual en la pareja estable, Antonio Bolinches sugiere seguir algunos puntos que evitarán incomodidad entre las parejas: 1) haz todo lo que quieras, 2) no hagas nada que no quieras, 3) siempre desde el deseo previo, 4) y de acuerdo con la propia escala de valores sexuales. Para el autor, “confiar que el adulto con el que nos relacionamos también lo hace permitirá ejercer una sexualidad libre y satisfactoria”.
Desde los zapatos del otro
En los casos de stealthing siempre hay dos involucrados: la víctima y el agresor. Y, en ocasiones, aceptar que esta práctica es un abuso sexual tampoco es fácil para quien lo ha cometido. Pero en otros casos, el abusador raya en el cinismo.
Al momento de retirarse el condón, Santiago sólo pensó en sus deseos. Por eso ignoró la condición que su pareja sexual puso para sostener la relación: el uso del preservativo.
—¿Fue algo que se te ocurrió en el momento o ya lo habías planeado?
—Un poco de ambas: tenía tiempo queriendo probar tener sexo sin condón, pero no me había animado. Esa vez la chava estaba cooperando bastante bien [sic], así que pensé que ese era mi momento; supongo que si la chava hubiera actuado diferente desde que nos presentaron no lo hubiera hecho.
Santiago no parece tener inhibiciones al narrar su decisión. “Hasta hace poco no sabía que a esto se le llamaba stealthing, así que planearlo como tal –que pensara: ‘ay, voy a hacerle el stealthing a una morra’– pues no, nunca me lo planteé.”
A pesar de su actitud desvergonzada busca justificaciones. “Ella sabía desde el principio que no era nada serio: nos acabábamos de conocer, ni siquiera recuerdo quién nos presentó, sólo sé que en un minuto estábamos bailando y al siguiente ya estábamos besándonos y restregándonos como animales. Todo fue fácil con ella. Cuando le pregunté si quería ir a otro lugar no titubeó. Imaginé que no le daría mucha importancia [a que se retirara el condón] así como yo.”
Al responsabilizar a la mujer, a la que apenas conocía, Santiago parece descargarse de su propia culpa.
—¿Ella se dio cuenta?
—Uff… Sí, aunque hubiera deseado que no.
Desear que ella no se diera cuenta, como lo manifiesta Santiago, es precisamente el componente de sigilo que entraña este abuso sexual.
Al darse cuenta, la joven inquirió a Santiago: “Primero pensó que se había roto el condón. Cuando sintió que me venía en ella, empezó a gritar: ‘el condón, el condón se rompió’; y cuando le dije que no, que me lo había quitado, se puso toda loca: intentó pegarme; pero fui más rápido: me quite de encima, comencé a vestirme y a gritarle que no hiciera tanto escándalo, que si realmente le importara no se hubiera ofrecido tan fácil. Además, no fue como si la hubiera violado, aunque gritaba como si eso hubiera pasado”.
La sexóloga Liliana Herrera explica que “es difícil visibilizar la violencia porque en la cultura machista de la sociedad mexicana se cree que el hombre, quien es el que usa el condón, tiene derecho a muchas cosas, como a esparcir su semilla. Los mismos hombres ven a la otra persona como un objeto, porque un objeto no tiene voz, no tiene opinión y por lo tanto no se puede llegar a un consenso.”
Al cosificar a la mujer, los hombres rompen con facilidad el consenso al que supuestamente habían llegado respecto del uso del condón, desconociendo arbitrariamente que en esa decisión deben participar los dos. Además de causar estragos psicológicos, retirarse el preservativo pone en riesgo a la mujer de contraer enfermedades y presentar embarzos no deseados.
Así que Santiago podría ser padre sin saberlo, porque después de ese día no volvió a ver a la chica.
“Después de que se vistió y me gritó que era un patán y un hijo de quién sabe quién, no la volví a ver. Tampoco hemos coincidido en otra fiesta. No me dio su número, y aunque lo hubiera ofrecido no se lo habría aceptado: se puso tan loca por lo del condón, que no me imagino cómo se hubiera puesto cuando le pidiera que se echara unos cantos gregorianos.”
—¿Has repetido esta práctica o la volverías a hacer?
—Después de cómo se puso la chava a pesar de haber aflojado tan fácil no me gustaría saber qué haría una chava bien. No lo he intentado de nuevo, y con mi chava acordamos que ella tome pastillas, así que no hay necesidad.
—¿Qué fue lo que te impulsó a quitarte el condón?
—Más que otra cosa fue el placer: siempre andan diciendo que es mejor sin condón, que se siente más rico y que los hombres disfrutan más; hasta ese momento siempre lo había usado y tal como se dieron las cosas pensé que era el mejor momento, es decir, no había sentimiento de por medio, sólo pensaba en mi placer.
A pesar de su desfachatez, Santiago se niega a aceptar que cometió un abuso sexual.
—¿Crees que esta práctica es una agresión sexual?
—¡No! Ella nunca dijo que parara ni me dijo que no quería hacerlo, no la forcé ni le falte al respeto en ningún momento, es simplemente diversión, como el sexo oral, simplemente lo haces y si la otra persona se queja, paras. Tal vez es pasarse de la raya, pero no considero que sea agresión: no hubo consecuencias, no es como si la hubiera violado.
—Actualmente esta práctica sí es considerada como un abuso sexual.
—En casos como el mío creo que es una exageración. Pero tal vez hay casos que lo ameritan, como en uno en que se usara la fuerza o en el que la chava quedara dañada de alguna manera, como un embarazo o una enfermedad. Si antes tenía dudas sobre volver a hacerlo o no, ahora estoy seguro que no lo voy a hacer de nuevo; es decir, si ha habido casos en los que se lleva a sentencia no quiero pensar que puede pasar si lo practicas con una persona frágil mentalmente.
Santiago sigue buscando justificaciones para “su” caso. “En ese momento sabía que no tenía ninguna enfermedad y cuando ella me dio el condón me dijo que usaba pastillas pero que, por el alcohol, no sabía si le afectaba. Es una práctica irresponsable, sin duda, pero sigo creyendo que no es una agresión sexual. Es estúpido hacer algo así pero no es ilegal”.
En efecto, el stealthing no está legislado en México, pero la ley establece que cualquier daño psicológico, moral, a la dignidad, a la integridad como persona o que vaya en contra de los deseos de la persona en términos sexuales puede ser llevado ante la ley para ser juzgado y sancionado.
En otros países está práctica sí está sancionada. En España, por ejemplo, el Código Penal la considera un abuso sexual: el artículo 181 del Capítulo II del Título VIII del Libro II especifica que “el que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, será castigado, como responsable de abuso sexual, con la pena de prisión de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses”.
Y en Argentina, de los 400 casos de delitos contra la integridad sexual denunciados durante 2017, tres fueron por este tema. Según estadísticas de ese país, detrás de un caso que se denuncia hay al menos siete que no.
Meztli Anai Arce/Segunda de cuatro partes
[INVESTIGACIÓN] [SOCIEDAD][SEMANA][D]