Sao Paulo, Brasil. Crece el número de suicidios de jóvenes causados por el linchamiento virtual. El odio permea las redes digitales. Avanza la cultura de la cancelación y la defensa de la honra de las víctimas se hace imposible. Las fake news provocan diversos trastornos, estrés postraumático y depresión profunda. Y los asesinos virtuales se esconden tras el anonimato de las plataformas digitales.
De ahí la importancia de que la escuela promueva la educación para el uso de las redes sociales y el internet en general. En caso contrario, niños y jóvenes corren el riesgo de tornarse vulnerables a la mayor fábrica de odio global inventada por el ser humano. La misma es engrosada con miles de millones de dólares cada mes. Detrás están las cuentas bancarias de los propietarios, las big tech, cuyo objetivo es uno: ¡Money, money, money!
Conocen el secreto para mantener a millones de personas conectadas, hasta el punto de sufrir de la enfermedad de moda, la nomofobia: dependencia al internet. Hoy, más de 5 mil millones de personas están conectadas a las redes.
Haga una encuesta en su entorno y verá que las personas recuerdan mejor las ofensas sufridas que los elogios recibidos. Por tanto, cuanto más odio destilan las redes, más personas se conectan. He ahí la receta del éxito de las plataformas.
La más sencilla noción de psicología nos permite saber que nuestra identidad se deriva de nuestras relaciones sociales. Hoy en día, no sólo de nuestras relaciones presenciales, como la familia y las amistades, sino también de las conexiones virtuales.
La diferencia es que las segundas tienen el inconmensurable poder de amplificar una acusación injusta, mientras que el acusado muchas veces ni siquiera cuenta con la oportunidad de defenderse, porque es cancelado, o sea, eliminado de los canales.
¿Cómo defenderse de un comentario malintencionado que en menos de una hora se multiplica por mil? Ante esa siniestra coyuntura, sólo veo dos antídotos: la educación de niños y jóvenes en el uso de las redes digitales y el mundo virtual, y el establecimiento por el gobierno de una rígida regulación para ponerle freno a la “fakecracia”. De esa manera, impedir que la cultura del odio prevalezca sobre el respeto y la solidaridad.
Investigaciones realizadas en Brasil arrojan que los niños y jóvenes enviciados con internet presentan una considerable pérdida de la capacidad de memorización, redacción e interpretación de textos, y expresión oral. Y muestran cada vez menos interés por la literatura. Saben digitar, pero no saben reflexionar.
Además de tratar de capturar y mantener al internauta conectado el mayor tiempo posible y motivarlo a compartir los contenidos seleccionados por el algoritmo en función de una infinidad de factores, como sucede en las redes digitales, pueden ser un factor de inducción de la discriminación y desigualdad. Es lo que ocurre cuando el algoritmo de una empresa de selección de candidatos a empleo excluye a las personas de determinado género o etnia.
Ese ”hueco negro” del ciberespacio debe ser mapeado para no asfixiar nuestra ciudadanía y vernos reducidos a meros consumistas.
Frei Betto/Prensa Latina*
*Escritor brasileño y fraile dominico, conocido teólogo de la liberación. Educador popular y autor de varios libros