Connecticut, Estados Unidos. Cuando el empresario suizo Henri Dunant presenció el sangriento desenlace de la batalla de Solferino en 1859, quedó impresionado por el sufrimiento de los heridos.
Sus observaciones –relatadas en su Memoria de Solferino de 1862– llevaron a la fundación de la Cruz Roja Internacional. A partir de entonces, la Convención de Ginebra de 1864 marcó el comienzo de un proceso legal internacional. El mismo rige no sólo los deberes hacia los heridos, sino también la protección de los civiles en la conducción de la guerra.
Cuando el público veía episodios “grabados” de la “masacre de civiles israelíes” –repetidos hasta la náusea por los medios corporativos– del 7 de octubre, todos éramos Henri Dunant. Estábamos consternado por las “bárbaras atrocidades” cometidas por los militantes de Hamás.
El Derecho Internacional Humanitario –codificado en los cuatro Convenios de Ginebra de 1949– protege a los civiles en tiempos de guerra. Trata como crímenes de guerra el asesinato de ciudadanos, la tortura, la violación y la toma de rehenes. Los militantes individuales y los dirigentes de Hamás deberían ser procesados por crímenes tan bestiales, pensó gran parte de la humanidad, impactada por la información parcializada que recibían.
En los más de 2 meses posteriores a la declaración de guerra de Israel a Hamás, también estamos consternados por la matanza de civiles palestinos. La muerte y la destrucción que se desarrollan ante nosotros en las pantallas de televisión y en los medios impresos son más impactantes que las escenas de la batalla en Solferino.
La guerra de represalia se ha convertido en una guerra contra los palestinos en Gaza. Sin contar los cadáveres que yacen bajo los escombros, el número de muertos supera ya los 20 mil; en su mayoría, mujeres y niños.
Si bien las leyes de la guerra permiten a los combatientes atacar a soldados enemigos que se encuentren cerca de civiles, dichos ataques deben limitarse en su alcance, con el objetivo de minimizar el riesgo de “daños colaterales”.
A pesar de las protestas de las FDI en sentido contrario, sus bombardeos indiscriminados contra residencias, mezquitas, iglesias, escuelas y hospitales; sus evacuaciones forzosas de residentes, y su asedio para cortar el agua, los alimentos y otras necesidades vitales constituyen no sólo crímenes de guerra y limpieza étnica, sino también genocidio. ¿Cómo podrían ser de otro modo tales acciones dada la densidad de población?
Tal como se define en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948, genocidio significa actos específicos cometidos con la intención de destruir “un grupo étnico, racial o religioso nacional”. Incluyen “matar a miembros del grupo” e “infligir deliberadamente al grupo condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial”.
El artículo IV establece que “las personas que cometan genocidio serán castigadas, ya sean gobernantes constitucionalmente responsables, funcionarios públicos o particulares”. El primer ministro Netanyahu, su gabinete de guerra y los soldados y comandantes individuales de las FDI deben rendir cuentas por este crimen.
Al proporcionar armas ofensivas a Israel y a su firme negativa –expresada por el veto ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas– a unirse a otros países para pedir un alto el fuego, el presidente Joe Biden ha convertido a Estados Unidos en cómplice –quizás protagonista– del genocidio de Israel. También se ha convertido en un posible sujeto de procesamiento por su “incitación directa y pública a cometer genocidio”.
Refiriéndose a un cargo de crimen de guerra de Estados Unidos contra Rusia por la tortura de un estadunidense en Ucrania, el director de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus sigla en inglés), Christopher Wray, dijo: “Estamos resueltos a responsabilizar a los criminales de guerra sin importar dónde se encuentren o cuánto tiempo lleve”.
¿Se aplicarán las declaraciones de Wray a la guerra de Israel contra Gaza? No es probable, pero las naciones del mundo están indignadas por el veto exclusivo de Estados Unidos a una resolución del Consejo de Seguridad del 8 de diciembre.
El 22 de diciembre, Estados Unidos se abstuvo en la votación de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en apoyo de una pausa indefinida en los combates para permitir el flujo de ayuda humanitaria a Gaza.
La votación se produjo después de una serie de retrasos. En éstos, Washington –el incondicional aliado de Israel– negoció un lenguaje “suave” contra Israel, bajo amenaza que si era muy fuerte el texto se sentiría obligado a vetarlo. ¿Alguno de los estados miembros de la ONU presentará cargos contra el secretario de Estado, Antony Blinken, por ayudar e instigar el genocidio israelí?
Israel recibe 3 mil 800 millones de dólares al año por armamento estadunidense –a menudo probado en guerras contra los habitantes de Gaza–. Sin embargo, Biden busca proporcionar 14 mil 600 millones de dólares adicionales en armas que probablemente se utilizarían para matar a más palestinos en la Franja. Ahora, el Departamento de Estado ha aprobado una venta de munición para tanques por valor de 106 millones de dólares.
Israel posee una vasta industria militar, pero a causa de la guerra tiene unos 760 mil trabajadores menos en total. Por lo tanto, la producción de municiones sería una tremenda carga adicional en sus menguadas filas laborales. ¿Aceptarán los votantes estadunidenses que tales transferencias hagan más seguro a su aliado? ¿O empezarán a dudar de la sabiduría de los “expertos” de su país en inteligencia?
El 3 de diciembre, The Intercept publicó un artículo de noticias. En éste, cita “un nuevo informe explosivo” del periódico israelí Israel Hayom, donde describe una propuesta de Netanyahu para “reducir” la población palestina en Gaza “al mínimo”. Esto al reubicarlos en otros países árabes y/o abrir rutas marítimas para permitir una fuga masiva a países europeos y africanos.
Israel Today ha informado de un plan impulsado por miembros del Congreso. Éste condicionaría la ayuda estadunidense a los países árabes a su voluntad de aceptar refugiados palestinos. Dadas las condiciones inhóspitas de la devastada Franja de Gaza, esos planes no parecen tan descabellados e inmorales como deberían ser. Estamos hablando de una nueva edición de la Nakba de 1948.
Si Henri Dunant estuviera vivo hoy, contemplando una Gaza devastada y ensangrentada, lamentaría el fracaso de la ley para proteger a los civiles. Sólo la rendición de cuentas, la identificación y el castigo de los culpables pueden redimir tal fracaso y restaurar el respeto mundial por el derecho internacional. Lo que sabemos no va a pasar.
¿Quién es el títere y quien el titiritero?
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sigue comprometido a utilizar una fuerza militar abrumadora e indiscriminada para aniquilar o forzar a la comunidad palestina en Gaza a huir a Egipto –luego seguiría una acción semejante en Cisjordania para forzarlos a tratar de huir a Jordania–. Durante las últimas 2 décadas, Netanyahu ha participado en la humillación total del pueblo palestino.
Al mismo tiempo, está humillando y avergonzando a la única nación que proporciona a Israel cobertura política, militar y diplomática: Estados Unidos. El hecho de que Netanyahu esté bombardeando Gaza con armamento suministrado por Estados Unidos convierte a este país en cómplice de la limpieza étnica israelí, en particular la matanza y mutilación de niños.
La administración Biden ha criticado las llamadas bombas “destructoras de búnkeres”. Éstas pesan 2 mil libras y son capaces de penetrar refugios de hormigón donde se esconden los palestinos; Estados Unidos suministra estas armas. Una de estas bombas fue lanzada sobre el campo de refugiados de Jabalia y mató a 100 personas.
La administración Biden ha criticado el uso de “bombas tontas” o no guiadas Mk84; Estados Unidos ha proporcionado 5 mil de éstas desde el comienzo de la guerra. Son comparativamente baratas: 16 mil dólares cada una –de cualquier manera esto implica 80 millones de dólares de estas armas enviadas a la entidad sionista–. Se transportan por aire en aviones de carga militares C-17 desde Estados Unidos a Israel.
El presidente, Joe Biden; el secretario de Estado, Antony Blinken; el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, y el secretario de Defensa, Lloyd Austin han pedido a Israel que evite víctimas civiles, pero no han demostrado ningún interés en hacer cumplir sus súplicas. Biden ha criticado el bombardeo “indiscriminado” de Gaza, sin embargo, pidió al Congreso que elimine restricciones clave a la capacidad de Israel para obtener acceso a los arsenales de armas estadunidenses.
Biden le dijo a Netanyahu que la guerra no terminaría hasta que se alcanzara una solución de dos Estados. Pero Netanyahu nunca ha aceptado esta idea. Ha sido grabado atribuyéndose el mérito de “detener los acuerdos de Oslo”.
La semana pasada, Blinken invocó una “autoridad de emergencia” rara vez utilizada para entregar 14 mil proyectiles de artillería de tanque a Israel sin respetar el período estándar de 15 días para la revisión del Congreso. Estas entregas entran en conflicto con las políticas del presidente Biden sobre protección de civiles y derechos humanos.
El secretario de Estado Blinken ha ignorado su propia Guía de Respuesta a incidentes con daños civiles. La misma fue diseñada para investigar informes de daños civiles cometidos por gobiernos que utilizan armamento estadunidense.
El secretario de Defensa Austin advirtió a Israel que corre el riesgo de una “derrota estratégica” si no presta atención a las advertencias sobre el creciente número de muertes de civiles. Mientras tanto, su Pentágono está acelerando las exportaciones de armas mediante el despliegue del llamado Equipo Tigre para facilitar las transferencias de armamento. La transferencia de armas a Ucrania es un proceso abierto; la transferencia a Israel es relativamente encubierta. Asimismo, Austin ha dejado constancia de que Estados Unidos hará “todo lo que podamos” para apoyar a Israel.
Además de desestimar el consejo de los líderes estadunidenses, Netanyahu y su “gabinete de guerra” bloquearon los esfuerzos del jefe del Mossad, David Barnea, de regresar a Qatar con el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés), William Burns, para reiniciar las negociaciones sobre un nuevo acuerdo de rehenes.
Según los medios de comunicación israelíes, el gabinete de guerra decidió que Israel no propondría un esquema para un acuerdo ni iniciaría conversaciones porque la guerra dificultaría que los líderes de Hamás en Qatar se pusieran en contacto con sus homólogos en Gaza.
Biden no es ajeno a los esfuerzos de Netanyahu por manipular a Estados Unidos. El primer ministro israelí se ha opuesto al llamado proceso de paz y se atribuyó el mérito de haber destruido el proceso de Oslo en ese sentido. Ha avergonzado a las administraciones estadunidenses más recientes al anunciar nuevos asentamientos en Cisjordania. Ello, cuando los líderes estadunidenses –incluidos el entonces vicepresidente Biden y los secretarios de Estado, Hillary Clinton y John Kerry– estaban en Israel en visitas oficiales.
El punto más bajo de la astucia de Netanyahu se produjo en 2015, cuando aceptó una invitación para dirigirse a una sesión conjunta del Congreso en un esfuerzo por avergonzar al presidente Barack Obama y bloquear la firma del acuerdo nuclear con Irán.
Netanyahu y su gabinete de guerra están haciendo que los principales líderes estadunidenses –incluidos Biden y Blinken– parezcan débiles mientras defienden la moderación de la campaña militar contra Hamás –realmente contra el pueblo palestino–. Mientras Netanyahu y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, enfatizan que los bombardeos continuarán durante meses.
Como resultado, la violencia continúa tanto en Gaza como en Cisjordania. Durante el año pasado han sido asesinados más palestinos en Cisjordania que en cualquier año desde la Segunda Intifada de principios de la década de 2000.
No habrá una respuesta al salvajismo de Hamás e Israel, y mucho menos a las políticas israelíes de apartheid y ocupación, mientras Estados Unidos ignore la crisis humanitaria que empeora cada día. Por razones que desconozco, Estados Unidos parece ser el títere de Israel y no al revés, como nuestro sentido común indicaría.
Algunas cosas que B. Netanyahu no debiera ignorar
Cuando los imperialistas dicen que no tienen amigos permanentes, sólo intereses permanentes, Israel debería entenderlo, a pesar de lo que parece ser un sólido apoyo estadunidense a la destrucción y el genocidio en Gaza.
Al igual que los camaleones, los métodos, estrategias y títeres utilizados por los imperialistas para controlar cambian. Netanyahu sólo necesita mirar a la Historia reciente para convencerse de que corre el riesgo de ser abandonado por sus supuestos amigos occidentales.
Específicamente, la experiencia de Muamar, el Gadafi, con el voluble imperialismo fue breve, cercana, personal y mortal. En 1965, Mobutu Sese Seko –un títere de la CIA– asumió el control del Congo tras el asesinato de Patricio Lumumba, pero con la caída de la Unión Soviética, Occidente le dio la espalda.
Las amistades temporales del imperialismo no se han limitado a África. El romance de la CIA con Manuel Noriega de Panamá llegó a un final hostil cuando ya no era útil. Lo mismo ocurrió con Ferdinand Marcos en Filipinas y otros en el mundo, cuyo valor para el imperio expiró.
Israel ha sido durante mucho tiempo un activo importante del imperialismo occidental. Sin embargo, es posible que Estados Unidos también le diga al gobierno sionista que sus días de luna de miel han terminado.
No es que al imperialismo no le guste la violencia; al contrario, se nutre de ella. Pero la violencia, los conflictos civiles y las guerras crean una tremenda inestabilidad, sobre todo en un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos como lo es 2024.
El punto de inflexión en Palestina se acerca. Durante años, el imperio ha considerado a Israel como una “fuerza estabilizadora” en una región rica en petróleo y estratégica.
Las tensiones y conflictos entre el gobierno israelí y los palestinos han sido el costo de hacer negocios. Mas el terrorismo sionista en Gaza ya no es ni de lejos “una operación contenida y controlada”, sino un abierto genocidio.
No sólo ha captado la atención del mundo y ha aumentado el nivel de apoyo a los palestinos, sino también ha garantizado que la resistencia al sionismo por parte de los propios palestinos y de los países vecinos aumentará a niveles sin precedentes. Hará que sea poco práctico –si no, imposible– a los imperialistas occidentales contar con Israel como control eficaz de las fuerzas hostiles en la región.
El abandono del gobierno sionista por parte del imperio no será repentino ni dramático, como no lo fuera con la Sudáfrica del apartheid. En Estados Unidos, organizaciones como Voces Judías por la Paz y Si no ahora han planteado llamados insistentes y militantes a favor de justicia para los palestinos.
Es probable que este movimiento continúe creciendo. Cuando su base de apoyo sea amplia, el sionismo se encontrará tambaleándose y esperando que Estados Unidos le arroje un salvavidas. Sin embargo, en ese fatídico día es posible que el tío Sam ya tenga nuevos amigos e Israel no aparezca por ningún lado. Así le paga el diablo a quien le sirve.
José R Oro/Prensa Latina*
*Ingeniero cubano residente en Estados Unidos