A 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan y 500 años del asesinato del tlahtoani Cuauhtémoc, es momento de reflexionar sobre la gran civilización del Anáhuac, y sobre quien convocó a la unión de los pueblos para defenderla hasta la muerte del invasor extranjero.
Nuestra cultura originaria tenía rasgos que hay que conocer para entender al mexicano actual. Recordamos a Cuauhtémoc como un esforzado guerrero, disciplinado y audaz. Y, al mismo tiempo, como una cuestión dual, disfrutaba el descanso, mientras complementaba el esfuerzo y la tranquilidad.
Vivió una cultura llena de celebraciones, porque la gente no vivía para trabajar, sino que trabajaba para vivir, celebrar y convivir: el hecho de cosechar maíz dos veces al año, gracias a las chinampas y a la hibridación de las plantas, les daba tiempo libre. Así tuvieron oportunidad de analizar y entender la naturaleza, la fauna, la flora y los astros; además de desarrollar grandes conocimientos.
Cuauhtémoc gustaba mucho de las fiestas dedicadas a Quetzalcóatl, a Tláloc, a Tezcatlipoca y, especialmente, a Huitzilopochtli. Ésta era la celebración del solsticio de invierno, evento que ha sido una tradición milenaria en el Anáhuac, en la cual festejaban la natividad del sol. Así celebraban su “Navidad”, palabra que viene del latín nativitas, que significa “nacimiento”. Cuauhtémoc disfrutaba mucho el Panquetzaliztli, pues era una fiesta grande, la cual duraba los 20 días del mes.
El tlahtoani no dejaba de observar cuán larga era la noche en esa temporada. El solsticio de invierno marca la época, en la cual el sol llega a su punto más lejano de la tierra; la noche se vuelve más larga y hace frío.
A partir de ese día, comienza un nuevo ciclo. El astro se acerca cada vez más hasta llegar al solsticio de verano, a diferencia de lo que ocurre en el Cono Sur, donde celebran el We Tripantu (año nuevo mapuche).
La palabra solsticio proviene del latín solstitium: “sol” y “stit”, derivada del verbo sistere (pretérito perfecto stiti, “detener”), que se puede leer como “sol quieto”, porque parece detener su marcha.
En los meses, había un día de celebración, ahí se origina la costumbre muy mexicana de celebrar muchas fiestas a lo largo del año, al grado de que dicen que los mexicanos somos bien “fiesteros”. Es parte de nuestra cultura.
Desde niño, Cuauhtémoc supo que, en su mitología, Huitzilopochtli vencía a su hermana mayor, la Luna, representada por Coyolxauhqui, y a sus 400 hermanos, Centzonhuitznahua, las estrellas sureñas. Aunque algunos estudiosos creen que la fiesta también representa el nacimiento de la civilización del Anáhuac.
El sol surgía en medio de rituales y danzas, en los cuales Cuauhtémoc participaba. Durante esas fechas, en las que se organizaban otros actos ceremoniales, los pueblos originarios adornaban con banderas o pantli de papel amate los árboles frutales y plantas comestibles de la temporada. El día de la fiesta se curaban y se les ofrendaba meoctli (pulque) y tlaxcalli (tortillas), como muestra de agradecimiento por lo cosechado durante el año.
La ceremonia que realizaban incluía la elaboración de una figura de maíz tostado amasada con miel de maguey, las cuales eran preparadas por las muchachas casaderas vestidas con sus mejores plumas y guirnaldas. Una vez terminaban, sacaban esas efigies al patio del templo, donde eran recibidas por los jóvenes.

En su momento, Cuauhtémoc realizó este mismo ritual. Las esculturas eran presentadas al pueblo de Tenochtitlan y subidas al Hueyi Teocalli o pirámide del Templo Mayor. Cada año, en el primer día del Panquetzaliztli, se realizaba este culto en honor a la representación de Huitzilopochtli, el Sol, para solemnizar su nacimiento el 21 de diciembre.
La ceremonia comenzaba con una carrera encabezada por un corredor veloz, quien cargaba una figura de Huitzilopochtli hecha de amaranto con una pantli (bandera) color azul en la cabeza. Iniciaba en la Hueyi Teocalli y llegaba hasta Tacubaya, Coyohacan (Coyoacán) y Huitzilopochco (Churubusco).
Detrás del portador de esta imagen, corría una multitud que se había preparado con ayuno. Durante el solsticio de invierno, el sol ya había recorrido la bóveda celeste y había llegado a un punto muerto, el 20 de diciembre.
El Niño Sol se iba al Mictlán (Lugar de los Muertos), donde se transmutaba en un colibrí para regresar al origen. Esta pequeña ave, que en náhuatl se dice huitzilin, daba vida a Huitzilopochtli.
Posiblemente, el tradicional puente “Guadalupe Reyes”, que se vive en el México actual, tiene que ver con esa tradición de celebrar por 20 días el Panquetzaliztli.
Cuauhtémoc disfrutaba varias semanas de fiesta, en las que hacían piñatas. Éstas eran ollas adornadas con papeles de colores y les daban diversas formas. Eran llamadas pipinatl, a las cuales se les colocaba frutas en un antecedente de lo que hoy son las piñatas.
Luego de la invasión española, también trajeron algunas de Italia (provenientes de China, algo similar). Sin embargo, es claro que la piñata tiene en México raíces originarias. Cuauhtémoc pudo disfrutar las fiestas de diciembre y romper piñatas, que es una costumbre muy antigua en nuestras tierras, pues no es una tradición importada de Europa, como muchos sostienen.
Huitzchilopochtli resurgía como un huitzilin o colibrí, el ave que era símbolo de la voluntad porque es un pajarito que vuela a su gusto, representaba la voluntad. No era el dios de la guerra, como lo calificaron los españoles, aunque es claro que antes de una batalla, los guerreros sí que tenían que hacer acopio de gran voluntad.
De hecho, aquí no existían ni dioses ni demonios, sino la personificación de un importante poder de la naturaleza. Por ejemplo, Ehécatl es el viento mismo; Tláloc, la lluvia (tlalli-tierra, octli-licor); y su dualidad o pareja es Chalchiuhtlicue, quien representa las corrientes de agua, ríos y mares.
Tenían una concepción espiritual muy diferente a la euroasiática. Para los habitantes del Anáhuac, la máxima energía era representada por Omecihuatl y Ometecutli, señora y señor que vivían en el Omeyocan, lugar de la dualidad y principio de la generación de todo.
Luego de su nacimiento, Huitzilopochtli (el colibrí a la izquierda), ese niño de solsticio de invierno comienza su retorno en el horizonte, luego de tres días –alrededor del 21 de diciembre–, en los cuales parece permanecer “suspendido”.
El solsticio de invierno era para Cuauhtémoc una noche de fiesta, una velada feliz, la cual reunía a la gente en celebraciones familiares y con los seres cercanos.
Esos días hace falta calor, dulces, consumir alimentos, bebidas calientes y golosinas, fruto de todo un año de esfuerzo. Celebrar es una necesidad humana; un fenómeno universal que experimentan las personas.
En casi todas las culturas del mundo, se ha marcado el solsticio de invierno como un día de renovación o de cambio. El cristianismo celebra las posadas y el nacimiento de Jesús; los romanos festejaban al Sol Invictus; los griegos, a Hermes; en India y China, a Buda; en Egipto, a Horus; los persas, a Zoroastro; en Babilonia, a Tammuz, y en la India, a Krishna. Por otro lado, en Grecia recordaban a Heracles, ya que todos habrían nacido alrededor del solsticio de invierno.
Este fenómeno natural aparenta que, a lo largo del año, el sol no sale ni se pone desde el mismo lugar. Da la impresión de que recorre la bóveda celeste, hasta alcanzar su punto más alto por ahí del 21 de marzo. Es por estos días, cuando parece que se detiene por completo y que no recorre más el cielo, que a este fenómeno celeste se le llama solsticio.
De ahí que los habitantes del Anáhuac se dieron cuenta de que, por unos días, el sol no se mueve. Por ello, festejaban el “nacimiento” del siguiente ciclo. Esta celebración era parecida a la Navidad actual, pero festejaban el nacimiento de Huitzilopochtli.
Para Cuauhtémoc, estas fiestas decembrinas eran una gran oportunidad de convivir. Se permitían gozar la compañía de los seres queridos, relajarse un poco y retomar fuerzas para el año venidero. El ser humano debe esforzarse en el trabajo, que le da sentido a su vida, y también tener periodos de descanso.
Como indicamos, nuestra cultura “fiestera” se deriva de ese gran invento nuestro: el maíz, surgido de cruzar el tripsacum con el teozintle, el cual permitía tener varias cosechas al año con periodos de descanso, a diferencia de las culturas asiáticas, las cuales trabajaban los 365 días para cosechar el arroz, o la europea que tardaban meses en obtener el trigo.
El maíz nos permitió tener estos periodos de descanso y convivencia que son mejores para la sociedad humana, porque hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, como sucede en el actual sistema capitalista, que prevalece por la labor incesante de los trabajadores y del pueblo en general.
En una sociedad evolucionada la gente deberá contar con largos espacios para el arte, la cultura, el ocio, la creatividad y la vida armónica, como lo vivió Cuauhtémoc en su niñez y juventud.
En sus días más difíciles, en medio del hambre, la guerra, el tormento, la cárcel… Cuauhtémoc cerraba los ojos y se daba fuerzas y ánimo, recordaba aquellos días felices, en los cuales prevalecía la armonía, el amor y la paz en su pueblo querido.
Fue asesinado el 28 de febrero de 1525, hace 500 años. Defendió a esa civilización, que lo forjó como un héroe hasta el final. Al imponer su cultura europea, el invasor comenzó a tergiversar, calumniar y desconocer la sabia cultura del Anáhuac.
A 500 años, nosotros la seguimos defendiendo. IN KECHKIXKAUH MANIZ IN ZEMANAHUAK AIX IXPOLIUIZ IN ITENYO IN ITAUKA IN MEXIHKO TENOCHTITLAN… “Mientras exista el mundo, jamás acabará la fama y la gloria de Mexihko Tenochtitlan”.
Pablo Moctezuma Barragán*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social
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