Alejandro Carrillo Marcos le preguntó al general Lázaro Cárdenas por qué no fue Múgica el candidato presidencial del PRM en 1940:
“Mi general, ¿por qué razón nuestro partido se inclinó por el general Ávila Camacho, cuando otro de los contendientes a la presidencia de la República era el general Francisco J Múgica, quien se encontraba más cerca a la tarea por usted instrumentada? Bien sé que a ambos les une una entrañable amistad, fruto de largos años de vicisitudes compartidas […].”
Su respuesta, que considero sin exageración alguna, histórica, fue profunda. Principió por señalar algunos de los prolegómenos de la Segunda Guerra.
Alemania se anexó a Checoslovaquia y signó un tratado de no agresión con la Unión Soviética. Italia invadió a Albania. Y ya para septiembre del 1939, Alemania invadiría Polonia y se posesionaba de la región de Danzi. Gran Bretaña y Francia declaran la guerra, siendo el 6 de septiembre el primer bombardeo alemán contra tierra inglesa.
El cambio de poder en nuestro país no podía olvidar nuestra comprometida situación geopolítica. Ya consolidado el eje Berlín-Roma, el ingreso de Japón a la contienda era inevitable y su participación no sería en Europa, sino después de atacar importantes posesiones asiáticas, iría contra el continente americano. Pero no a Seattle, ni a San Francisco o a Los Ángeles, sino ingresaría por el bajo vientre, que es precisamente México. Así lo entendió el Partido de la Revolución Mexicana.
Por ello, cuando surgieron las candidaturas de elementos de tan avanzada ideología como los ilustres generales Francisco J Múgica y Gildardo Magaña, nuestro organismo político consideró riesgoso que se mantuviera el ritmo de reformas por nosotros emprendido.
En tiempos de crisis internacional, los gobernantes revolucionarios del país, sobre todo cuando no se trata de una gran potencia mundial, deben prever todo tipo de contingencias. No pueden verificarse transformaciones estructurales sin tomar en cuenta ni reparar en el entorno internacional existente.
Nosotros mismos –añadió Lázaro Cárdenas– llevamos a cabo algunos actos que se inspiraron en estas consideraciones. Tal fue el caso de la disolución del Consejo Nacional de la Educación Superior y la Investigación Científica, que tan ferozmente atacaban los elementos retardatarios de nuestra patria.
Ese organismo al que llamaban El Armatoste, del cual usted formó parte, como recordará había creado y puesto a funcionar, además de las siete escuelas para hijos de trabajadores en diversas partes del país, la escuela preparatoria de Coyoacán. Misma que despertó el encono de los adversarios del programa de la revolución, plasmado en la Constitución de 1917.
Ciertos sectores de la población en forma constante provocaban conflictos y choques en esa institución educativa. Un México estremecido durante nuestra gestión por diversas transformaciones sociales constituiría para nuestros vecinos –según ellos– un grave peligro.
Los estadunidenses no se quedarían a la expectativa. Por ello, resultaba conveniente un gobierno ‘más tranquilo’. Así lo entendió el Partido cuando seleccionó como su candidato al general Manuel Ávila Camacho, ciudadano patriota, pero moderado en su ideología.
Era obligado poner, por encima de afectos y consideraciones personales, la seguridad de la República. La inviolabilidad de nuestro territorio nacional así lo exigía. Ya hoy podemos afirmar que los acontecimientos que se sucedieron nos dieron la razón” (Carrillo Marcor, 1989: 151).
Esta fue la explicación que dio entonces el general Lázaro Cárdenas del Río. Por otro lado, debemos considerar que hasta la década de 1940, Ávila Camacho había seguido la línea que le marcaba, pues estuvo desde joven colaborando con él, tal como dice el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas cuando explica su visión de la sucesión presidencial:
“Ávila Camacho, si bien no había desempeñado cargos en la administración en los que pudiera mostrar inclinaciones políticas distintas a las de Cárdenas, cargos en los que pocas o ninguna oportunidad o necesidad tuvo de declarar públicamente, sirviendo a las órdenes de éste y como secretario de la Defensa Nacional en los años anteriores a las decisiones electorales, se había comportado siempre con apego a la línea política del presidente y con firmeza en los principios de lealtad militar, o sea, que si bien moderado y no exuberante como era Múgica. […]”
Debe decirse también que ni con Múgica ni con Ávila Camacho encontraba Cárdenas contradicciones mayores.
Frente a la sucesión, la mayor preocupación de Cárdenas era preservar y consolidar la expropiación petrolera. Más importante que la tierra en manos de los campesinos y la destrucción del latifundio, o que la unificación y fortalecimiento de los trabajadores, encontrándose en paz el ejército, era, sin lugar a dudas, en el ánimo y convicción de Cárdenas, cuidar la expropiación.
No eran entonces las coincidencias o la dimensión de las contradicciones los únicos factores que el presidente tenía que tomar en cuenta con relación a su sucesión. Había muchos otros factores políticos internos y externos, y no podían descartarse las características de las personalidades.
El radicalismo que se consideraba daría Múgica a las políticas de gobierno, si bien podía estimarse necesario para profundizar el régimen de la Revolución en todos sus aspectos, en momentos en que podía casi asegurarse que la guerra no quedaría limitada a Europa y Asia, sino que podía llegar a involucrar también a Estados Unidos, y en función del interés de éste, de sentir cualquier riesgo en su frontera sur, podía buscar intervenciones de mayor amplitud, profundidad y trascendencia en la vida de nuestro país. “No será este el caso con Ávila Camacho” (Cárdenas, 2016: 517).
Francisco Javier Múgica –quien en las décadas de 1920 y 1930 fue compañero de las luchas decisivas de la vida de Cárdenas– tuvo gran influencia en su forma de pensar y en los objetivos que el entonces presidente trazó. Sin embargo, en la forma de actuar fueron muy diferentes, pues el idealismo, los arrebatos, las precipitaciones y la intolerancia de Múgica –tanto en las luchas cotidianas como en las grandes decisiones– no le permitieron cosechar más y mejores frutos en su justa lucha.
Cárdenas tenía el ideal, pero caminaba sobre paso seguro y con mucho realismo, mientras que Múgica era más arrebatado y temperamental. En su trato personal era intolerante. Por ejemplo, ante cualquier persona que fumase en su presencia era capaz de quitarle el cigarro de la boca y pisotearlo. Tenía muchos detalles que mostraban que era muy arrebatado. En una ocasión, corrió de su oficina a un grupo de sindicalistas que iban a apoyar su candidatura. Esto, por haber sacado cigarrillos en su presencia.
Las contribuciones de Múgica a la Revolución y a sus avances fueron muy grandes, siempre tendrá el cariño y reconocimiento del pueblo de México. Fue un luchador de toda la vida. En 1906 a los 21 años, se inició en la política de oposición al régimen porfirista mediante la fundación de periódicos y como corresponsal de El Diario del Hogar y Regeneración.
Participó en 1913 como jefe del Estado Mayor de Lucio Blanco en el primer reparto agrario, en la Hacienda de Los Borregos. Además, luchó contra Huerta. Y al sostentar el cargo de diputado por Michoacán, integró con Heriberto Jara y Luis G Monzón el grupo radical que dio el tono popular y progresista a la nueva Constitución en sus artículos 3 sobre educación; 27 sobre la tenencia de la tierra y la propiedad nacional del subsuelo; 123 sobre los derechos de los trabajadores, y 130 sobre la secularización de los bienes del clero.
Con muchas vicisitudes, desde 1920 hasta 1923 ocupó la gubernatura de Michoacán. Gobernó apoyándose en el movimiento de masas, aun con las armas en la mano. Inició el reparto agrario, expidió una ley del trabajo, permitió la libertad de prensa y manifestación, y se enemistó con el clero michoacano. Lo que le valió la persecución de Álvaro Obregón.
Fue secretario de Economía y de Comunicaciones durante el gobierno cardenista e influyó mucho en la expropiación petrolera. Asimismo, fue quien escribió el Manifiesto de Expropiación.
En su libro Francisco J Múgica. El presidente que no tuvimos, Anna Ribera Carbó narra que, en marzo de 1961, Lázaro Cárdenas –que había sido objeto de constantes ataques, en especial, la crítica de que no entregaría el gobierno a un elemento radical– dijo que no lo hizo porque fue el resultado de la lucha electoral en ese entonces y de la situación internacional.
Lázaro Cárdenas creyó que los elementos revolucionarios actuarían. La clase obrera organizada, los obreros, los maestros, los empleados del gobierno reconocían y defenderían sus derechos. El ejército, jefes, oficiales, soldados tenían cariño por el régimen porque los trataban como compañeros y educaban a los hijos. Pensó que las personas defenderían los logros revolucionarios.
Sin embargo, México se movió a la derecha. No bastó organizar el movimiento obrero, campesino, el ejército y el movimiento de izquierda. El error estuvo en el tipo de organización implementada: la política de “seguir” a quien representaba a la autoridad. En su momento, no se movilizó de manera unificada y efectiva para evitar el retroceso.
Por lo pronto Múgica había sido desplazado por esas y otras razones. En 1940, la derecha sacó al general Francisco J Múgica de la contienda. ¿Por qué no confiar en Ávila Camacho?, decían los poderosos. Él había prometido “atractivos suficientes” al capital extranjero, cooperación y reciprocidad con Estados Unidos.
Así se entiende el apoyo abierto del embajador de Estados Unidos en México, Josephus Daniels, a la candidatura de Ávila Camacho, quien se convirtió en el abanderado de la “Unidad Nacional”, la cual había postulado el Partido Acción Nacional.
Cuando el 12 de noviembre se anuncia la presencia del vicepresidente Henry A Wallace en la toma de posesión de Ávila Camacho, Almazán se dio por vencido y sólo regresó a México a “renunciar a la primera magistratura”.
El frustrado candidato a la presidencia explicó su derrota debido a la “traición de Estados Unidos”. Sus desilusionados y resentidos partidarios propalaron que “se vendió por 5 millones” que efectivamente recibió, como él mismo menciona en sus memorias.
Sin embargo, su fracaso se explica porque las fuerzas de la clase dominante –que lo habían apoyado– lo abandonaron después de haber negociado con el gobierno. Él nunca promovió la acción popular.
Pero, mientras él vivió el resto de sus días cómodamente, las víctimas fueron los trabajadores almazanistas ferrocarrileros y de Pemex. Fueron “reajustados” por su participación almazanista. Por su parte, los campesinos, quienes se lanzaron a la revuelta, fueron encarcelados, heridos o muertos en distintas partes del país.
Gómez Morín pensó y sostuvo que Juan Andrew Almazán ganó las elecciones. “La votación de 1940, del 7 de julio, fue aplastantemente adversa al cardenismo. […] Yo estoy seguro de que él [Almazán] fue electo por el pueblo” (Wilkie y Monzón, 1978: 61). Ésta es una gran falsedad. Debió haber obtenido una mayor cantidad de votos, pero estuvo lejos de ganar.
Pero si Gómez Morín afirmaba que Almazán había ganado… ¿Por qué no lo apoyó?, ¿por qué se alió a Ávila Camacho?
De hecho, pasadas las elecciones del 7 de julio, le dieron la espalda al candidato que según ellos había triunfado. Gómez Morín dijo: “pasado el 7 de julio sin que se hiciera nada, que era cuando se tenía en la mano la posibilidad de haberlo hecho, nosotros creíamos que estaba perdido ese movimiento. Y así lo dijimos públicamente” (Wilkie y Monzón, 1978: 62).
Tal como confesó Morín a los esposos Wilkie en la famosa entrevista que le hicieron en 1965, Manuel Ávila Camacho trató de acercarse a los panistas. Habló con ellos para pedirles colaboración.
Invitó a Manuel R Samperio –miembro distinguido del PAN– para que aceptara la Procuraduría General de la República, y al licenciado Roberto Cossío y Cossío para que aceptara una secretaría o un puesto en la Suprema Corte.
Con Morín, se entrevistó varias veces. Le pidió proyectos y opiniones sobre asuntos económicos. El líder del PAN colaboró con él cada vez que lo requirió Ávila Camacho (Wilkie y Monzón, 1978: 63).
Al respecto, Jorge Prieto Laurens narra que él había apoyado a Almazán y se negó a ingresar al Partido Acción Nacional. Les dijo: “No, con ustedes no puedo ir. Porque ustedes son un partido independiente, tibio, y para ser de oposición, hay que ser de veras de oposición, ir al extremo necesario, pero no a medias tintas. A mitad con el gobierno y mitad en contra, eso no puede ser” (Prieto, 1987: 496).
Como él era amigo y compañero de Manuel Gómez Morín desde la Escuela de Jurisprudencia, indicó: “No, yo te entiendo muy bien, Jorge, tú no aceptas esta política nuestra, porque no te das cuenta que es necesario conciliar. […] Sí, le digo [le contesta Prieto] un partido de oposición conciliador, pues no es un partido de oposición, mejor ingreso al PRM. Eso es lo debido y lo correcto. Ahí desarrollen su actitud conciliadora” (Prieto, 1987: 497).
Sin embargo, ante Lázaro Cárdenas del Río, los dirigentes del PAN no tuvieron la actitud conciliadora que observaron con los sucesivos gobiernos. Por el contrario, una vez que salió de la presidencia continuaron los ataques. En el segundo número de La Nación, se publica una entrevista con Cárdenas que él les concedió, a pesar de ser sus acérrimos enemigos.
Ahí hablan de cómo Cárdenas recibe al reportero de la revista en su casa, a la cual se refieren como una residencia que es un “Oasis Rojo”. Se burlan de Cárdenas, quien padecía paludismo: “La sangre roja del paciente fue analizada para determinar que padecía paludismo”. Refieren que usaba una “bata roja”, que en 12 días bajó 15 kilos y que el expresidente “se encuentra decaído, con la barba crecida, los hombros deprimidos, tal como cualquier industrial que se hubiese cansado de la lucha social” (La Nación, 1941).
Éste era el bajo nivel con que trataban en La Nación a quien los recibió en su casa, a pesar de estar enfermo y de que eran miembros y publicaban en un periódico de un partido que era enemigo suyo, lo que muestra su tolerancia, la cual no es correspondida.
Llegando Ávila Camacho al poder, dejó fuera a Múgica e inició el retroceso en México. Nació el primer embrión del PRIAN que tendría un desarrollo “intrauterino” con la alianza de Gómez Morín, fundador del PAN, con Ávila Camacho, hasta que nació para dominar el poder de cúpula: el poder de la oligarquía al servicio de Washington en la era de Salinas de Gortari y el inicio del neoliberalismo.
Bibliografía
-Cárdenas Cuauhtémoc. (2016). Cárdenas por Cárdenas. Pengüin Random House Grupo Editorial
– Carrillo Marcor, Alejandro. (1989). Apuntes y testimonios. El Nacional
-Ribera Carbó, Anna. (2019). Francisco J. Múgica. El presidente que no tuvimos. FCE
-Wilkie W. James y Monzón Edna. (1978). Manuel Gómez Morín. México visto en el Siglo XX. Entrevistas. JUS
Pablo Moctezuma Barragán/Tercera parte*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social