Segunda parte. El estudio de las toponimias indígenas es fundamental para conservar la memoria histórica, construir nuestra identidad y fortalecer el apego a nuestra ciudad.
En la Cuenca de México existe un desarrollo social y urbano desde hace miles de años. Durante siglos, la lengua predominante fue el náhuatl. Gran parte de los nombres de los sitios donde vivimos, nos movemos, trabajamos o visitamos son de origen náhuatl, pero la mayoría de las personas desconoce su significado. Eso equivale a no saber dónde estás parado.
Muchas alcaldías tienen nombre náhuatl: Azcapotzalco significa “en el hormiguero”; Coyoacán, “lugar de coyotes”. Grandes avenidas como Cuauhtémoc significan “águila que desciende” –no que cae, sino que desciende para atacar–. Hay avenidas como Vallejo, que es prehispánica, sin embargo, perdió su nombre original: Tenayuca. Se le llamó Vallejo por un hacendado, Antonio Vallejo, dueño de toda la tierra de esa zona de la ciudad.
El estudio de las toponimias indígenas es esencial para conservar la memoria histórica, construir nuestra identidad y fortalecer el apego a nuestra ciudad. Darlas a conocer en mosaicos de talavera es reactivar esa memoria ancestral.
Resulta de gran interés estudiarlas y compartirlas con los habitantes de esos espacios. También es clave estudiar el origen y el significado de los nombres propios, para que la gente aprecie y ame los sitios donde vive y luche por su mejoramiento.
Aprender náhuatl es muy importante. En la Cuenca de México, muchísimos nombres tienen su origen en esa lengua. Desde la infancia, los escuchamos sin comprenderlos. Asimismo, muchísimas palabras de uso diario son nahuatlismos.
Al ir conociendo el náhuatl, nos vamos reconociendo a nosotros mismos. Aprender náhuatl y conocer los significados de los glifos es apasionante. Por ejemplo, TLAN proviene de tlantli, que significa “diente”. Los dientes son muchos y siempre están en conjunto; en cada glifo se dibuja un par de dientes. El glifo es una palabra dibujada. Y TLAN implica abundancia: Zapotitlán, donde abundan los zapotes; Mazatlán, donde abundan los venados; Tomatlán, donde abundan los tomates, etcétera.
Se agradece el gusto de entender el significado de nuestro entorno. Todo el tiempo nos movemos en la metrópoli: de Tlalnepantla a Azcapotzalco, viajamos a Texcoco, tomamos el metro de Tacuba al metro Popotla, transitamos por la avenida Cuauhtémoc rumbo a Coyoacán a tomar chocolate con los cuates, apapachamos a la pareja, le ponemos aguacate al taco, salimos a comer elotes o esquites con chile.
Las palabras chocolate, cuate, apapacho, aguacate, taco, elote son de origen náhuatl. Inconscientemente, estamos entrañablemente cerca de nuestro origen náhuatl. Forma parte familiar y entrañable de nuestro ser. Pronunciamos cientos de palabras en náhuatl y nahuatlismos cada día.
Entender el significado de esas palabras es comprendernos a nosotros mismos: dónde estamos, por qué tantas cosas. Es un gusto descubrir el mundo en el que nos movemos y entenderlo como un nuevo mundo: profundo, antiguo, inquietante. Hasta la palabra wey tiene origen náhuatl.
Las escuelas, en todos los niveles y en la aplastante mayoría de los textos que utilizan, siguen repitiendo la historia oficial con la visión dominante: la de los colonialistas hispanos. El náhuatl en la Cuenca de México y todas y cada una de las lenguas originarias deben ser materia obligatoria.
Cada lengua es un tesoro que hemos de preservar. Nos corresponde rescatar las lenguas originarias. Es muy bueno aprender inglés, francés o chino, pero en primer lugar debemos conocer nuestras propias lenguas. Provenimos de una gran civilización, y mucha gente lo ignora por completo, creyendo que nuestros antepasados fueron “salvajes y sanguinarios”.
Para reforzar ese esfuerzo, es necesario estudiar la verdadera historia tal como sucedió, no tal como la contaron los militares que efectuaron la invasión del Anáhuac, quienes ni sabían ni querían conocer la realidad de nuestra cultura. Además, todo lo que se escribió durante la colonia estaba sujeto a la censura de la Inquisición y de la Corona.
Tenemos los elementos para entender lo que ocurrió hace 500 años. Es necesario revalorar nuestra historia y las civilizaciones del Anáhuac. A su vez, es imprescindible que todas las escuelas estudien la historia local y regional desde sus orígenes, y que tengan la mirada primero en nuestra tierra y también en el conocimiento universal.
Originalmente y por siglos, cada lugar tenía un nombre propio que le daba identidad. En el Anáhuac, el nombre reflejaba las características del lugar. Por ejemplo, por la orografía de la cuenca, en Mixcoac había grandes trombas cuando llovía, por eso su apelativo Mixtli (nubes) Coatl (serpiente): lugar de las nubes en forma de serpiente.
Muchos sitios conservan su nombre náhuatl; otros los distorsionaron los españoles. Por ejemplo, Huichilopochtli lo llamaron Churubusco. Asimismo, les añadieron un nombre cristiano: Santiago Tlatelolco, San Juan Tlihuaca, Santa Martha Acatitla, entre más.
En algunos permanecen ambos nombres; en otros, predomina el náhuatl, como en San Bartolomé Naucalpan o San Esteban Popotla, que perdió el nombre cristiano. En otros más, desapareció el nombre náhuatl, como en San Ángel, que se llamaba Tenanitla (“en el muro de piedra” en náhuatl).
Y, en general, los nombres se españolizaron: Coyohuacan (lugar de coyotes) hoy se llama Coyoacán; Tlacopan se convirtió en Tacuba, y así. Resulta satisfactorio, en cada lugar, recordar su nombre y su glifo, e inmortalizarlos en mosaicos.
Otros nombres, de plano, fueron impuestos por los invasores españoles, como Puente de Alvarado, que recuerda a aquel siniestro personaje que realizó crueles matanzas, como la de la Fiesta de Tóxcatl, donde masacró a miles de danzantes en la Plaza Mayor. A dicha avenida, en 2021, se le cambió el nombre a México-Tenochtitlán, como parte de las conmemoraciones de los 500 años de la rendición de la ciudad ante los invasores europeos.
No era un imperio, sino una confederación de México, Texcoco y Tacuba. Los tlahtoanis Izcoatl, Nezahualcóyotl y Totoquihuatzin encabezaban la Triple Alianza. En efecto, en el Anáhuac, la hegemonía era formada por las alianzas de los pueblos. En ese momento dominaba la confederación de México, Texcoco y Tacuba.
Esta Triple Alianza sustituyó a la de Azcapotzalco, Texcoco y Culhuacán. Entre los mayas, existió la de Uxmal, Chichén Itzá y Mayapán. En Puebla, la de Huexotzingo, Tlaxcala y Cholula. Entre los purépechas, la alianza de Pátzcuaro, Tzintzuntzan e Ihuatzio.
De igual manera, se dio la triple alianza entre Tula, Otompan y Culhuacán, que gobernó el mal llamado “imperio tolteca”. Luego, tras la caída de Tula, primero se aliaron Culhuacán, Tenayuca y Xaltocan, y posteriormente Azcapotzalco, Coatlichan y Xaltocan. La confederación de pueblos era, pues, la forma de lograr unión y hegemonía frente a los otros.
Tlahtoani, que en náhuatl significa “el que habla”, tomaba las decisiones del consejo, que era el supremo gobierno. Tras largas deliberaciones, en las que buscaban el consenso, hablaban uno a uno en sentido contrario a las manecillas del reloj. Una vez llegado a un acuerdo, el tlahtoani lo retomaba y hacía efectiva esa decisión.
Vivían regidos por la dualidad que observaron en la naturaleza: noche-día, frío-caliente, arriba-abajo, adentro-afuera, dulce-salado, mujer-hombre, muerte-vida. Y sus instituciones eran duales.
El Consejo elegía a su vocero o tlahtoani, y también a su par: el administrador o cihuacoatl, para encargarse del gobierno interior. Esta dualidad era la máxima responsable de aplicar las decisiones. El cihuacoatl que eligió el consejo en tiempos de Moctezuma Xocoyotzin fue Tlilpotonkatzi (que significa “polvo negro”).
Las autoridades eran duales. En el ejército había dos supremos jefes militares: el tlacateccatl, encargado de los soldados, y el tlacochcalcatl, encargado de las armas. La guerra tenía sus reglas. Sostenían tres entrevistas, una cada mes, antes de atacar.
El más fuerte le daba al más débil armas, abasto y regalos, para que no se dijese que lo venció en un plano desigual. La batalla era al mes de romper pláticas. Ambos contendientes sabían el lugar y la hora. No buscaban matar, sino hacer prisionero. Si alguien se rendía, ya no lo atacaban. El que perdía rendía tributo al vencedor, para sostener la gran red jurídica, comercial, científica y militar.
No era un imperio. Formaban federaciones y confederaciones en las que cada quien conservaba su autonomía. Dentro de la Triple Alianza, estaba la confederación de México, Texcoco y Tacuba. Entre los tres se dividían las tareas y trabajaban con equidad.
La responsabilidad de Tenochtitlán era en materia mercantil, diplomática, política y militar –por ello su tlahtoani dirigía las campañas en todos los territorios, aun en los que dependían directamente de Texcoco y Tacuba–.
En lo referente a obras de arte y comercio de tlacohtli (trabajadores que alquilaban su trabajo de forma temporal), la responsabilidad recaía en Tlacopan (Tacuba). Las facultades que correspondían a Texcoco eran regir en materia legislativa y obras públicas –de ahí las leyes comunes llamadas de Nezahualcóyotl–.
Ello explica también que dirigiera la construcción del acueducto, las calzadas, las obras hidráulicas, jardines y los grandes diques, como el famoso albarradón de Nezahualcóyotl. Él también fue poeta y filósofo; dejó profundos y bellos mensajes, como éste que refleja su humanismo dice:
Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces,
amo el color del jade y el enervante perfume de las flores,
pero amo más a mi hermano, el hombre.
Además de diseñar un sistema de riego muy ingenioso y avanzado para la época, Nezahualcóyotl dirigió la construcción de baños termales y otras obras, por lo que es conocido como arquitecto e ingeniero. Pocos saben, sin embargo, que edificó jardines, zoológicos, jardines botánicos, acueductos, palacios y templos. Además, fue un legislador férreo.
Su mandato se distinguió por su prudencia y justicia. Promulgó leyes civiles y penales. Fundó varios colegios para el estudio de la astronomía, la lengua, la medicina, la pintura y la historia. Organizó la reconstrucción de la ciudad, dividiéndola en calpullis que poseían su propia industria, con lo que logró mejorar la economía de sus habitantes. Sus ideas y gobierno fueron de un notable humanismo.
El tlahtoani de Texcoco diseñó un ingenioso acueducto para regar sus jardines centrales en Tetzcotzinco, lugar también conocido como “los jardines de Nezahualcóyotl”, donde aún quedan vestigios arqueológicos; los baños y acueductos continúan en pie. Allí tomaba sus espléndidos baños mientras contemplaba su querida tierra.
Hizo construir un acueducto recubierto de obsidiana que traía agua del monte Tláloc y llegaba caliente a los baños. Con su diseño, llevaba agua desde la Sierra Nevada, rodeaba el cerro de Ochocinco y llegaba hasta los jardines de flores exóticas y a las tinas. Para ello, se inundó un enorme cañón entre dos cerros.

Nezahualcóyotl hizo grandes contribuciones a México-Tenochtitlán, donde dispuso la edificación del acueducto que abastecía de agua a la ciudad desde Chapultepec, para que no faltara este precioso líquido. Asimismo, ordenó sembrar ahuehuetes para formar el bosque.
Otra de sus contribuciones fue el albarradón de Nezahualcóyotl, que impedía la inundación de la ciudad y mezclaba aguas dulces y saladas. Como sabemos, las aguas del lago de Texcoco se desbordaban con frecuencia, y su dique controló esta situación. Su obra, encargada por la Triple Alianza, incluyó una gran compuerta.
En la religión, la dualidad era dos guías espirituales: uno encargado de Quetzalcóatl, tótemtlamakazque; y el otro, dedicado a Tláloc, el huitznahuatlailotlak.
De igual manera, en el poder judicial, había la dualidad de dos jueces supremos: el tzioziahuakatl y el huitznáhua tlailotlak, quienes eran muy estrictos en la lucha contra la corrupción y podían castigar con la pena de muerte. Cualquier mexica que violaba la ley era castigado, sin impunidades ni privilegios para nadie.
En el Anáhuac no había monarquía. Se organizaban en calpullis, cada uno con su especialidad. Cada calpulli tenía dos representantes. Los tlahtoanis eran electos por méritos dentro del calpulli especializado en el gobierno. Eran miembros de la familia ampliada, pero el poder no se heredaba de padre a hijo, como en las monarquías, sino por méritos dentro del calpulli.
Por ejemplo, Cuauhtémoc era sobrino de Cuitláhuac, y este medio hermano de Moctezuma Xocoyotzin, quien era sobrino de Ahuizotl, a su vez hermano de Tizoc, quien era hermano de Axayácatl, quien por su parte era nieto de Moctezuma Ilhuilcamina.
Los españoles quedaron maravillados al conocer el Hueyi Altepetl de México-Tenochtitlán. Pero los bárbaros, tras la invasión, no dejaron piedra sobre piedra de la gran ciudad. Hasta secaron los lagos y los canales.
Destruyeron todo. Como no están dejando piedra sobre piedra en Gaza, aquí hicieron lo mismo: no solo destruyeron Tenochtitlán; los majestuosos templos y palacios de Azcapotzalco quedaron destruidos, al grado de que hoy no hay rastro alguno.
Desde la total destrucción de la ciudad de México-Tenochtitlán tras la devastadora invasión española, pasaron más de tres siglos y medio para comenzar a encontrar ruinas de lo que fue una de las ciudades más impresionantemente bellas del mundo. En 1900, Leopoldo Batres rescató 56 metros cuadrados de la fachada oeste de la plataforma del Templo Mayor; además de pisos de la Plaza Oeste y el Edificio O.
Entre 1967 y 1970, se encontró un teocalli dedicado a Ehecatl y otros vestigios en la estación Pino Suárez del Metro. A partir de 1978, con el hallazgo fortuito de la escultura de Coyolxauhqui, comenzó el rescate del Templo Mayor, que culminó en 1982.
A partir de ello, se han encontrado vestigios mexicas en la zona del Templo Mayor y en áreas aledañas. En 2006, se halló el Monolito de Tlaltecuhtli; en 2015, se identificó el Huei Tzompantli, muro ritual de cráneos; en 2017, el templo de Ehécatl-Quetzalcóatl y una sección del Juego de Pelota; en 2024, en la avenida Chapultepec, se detectó un muelle y canal precuauhtémico.
De modo que, como ahora hacen los sionistas en Gaza con apoyo de Washington, la destrucción fue total, y tardaron siglos en resurgir, solo ruinas. Es hora de rescatar nuestra grandeza ancestral.(Continuará)
Pablo Moctezuma*
*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social



















