Baca, Choix, Sinaloa. Mientras hojeo La Jornada en la sección de Cultura buscando un tema de interés, con aliento a café, me atrapan unas frases sueltas pero lapidarias y un olor a tierra mojada. La travesía es corta pero muy trágica, al grado de llegar a confundir el detonar de los cohetes con el de las armas, una reacción para los de este lugar.
En la zona Norte de Sinaloa se respiraba un ambiente de alguna forma poco violento. Los municipios de Choix, El Fuerte y la ciudad de Los Mochis con rutas de comercio definidas y un hermanamiento tácito. Las noticias corrían además de voz en voz por El Debate, un diario impreso con bastante presencia y circulación en esos municipios.
El diario empezó a llegar a mi pueblo a través de los operadores del camión de la ruta Baca-Los Mochis, aunque de vez en cuando los tienderos, al ir a Choix, lo compraban. Pero la ruta se puede decir que es reciente, entonces empezó a llegar y no precisamente para la venta sino que ellos lo compraban, lo leían y lo compartían al día siguiente con unos pobladores.
Lo que ocurría en las comunidades o cabeceras municipales pronto se conocía con todo y referencia de las familias involucradas en hechos violentos. Es muy común que la gente se conozca o por lo menos tenga ciertas referencias de las familias que habitan en las diversas comunidades.
A esos de las ocho de la mañana en temporadas de frío salía Ramón Torres y Mónico Arce con unas sillas mecedoras para tomar un poco de sol y aprovechar para leer El Debate. Mónico que era el que sabía leer con mayor fluidez. Leía las notas periodísticas en voz alta para Ramón.
?¡Eeeh, Mónico, lee más fuerte! -exclamaba Ramón, cuando le interesaba la nota, en especial como que buscaba memorizar los apellidos de los muertos de esos días. Curiosamente había una afición por la sección policiaca que se fortalecía día a día. Esta sección cubre todos los asesinatos, robos, asaltos y en general toda la nota roja de El Debate.
Así pasaban los días y años. No pasaron muchos así. A los 2 o 3 años pasaba por la calle y me entretuve a escuchar un rato las notas que estaban leyendo. Escuché decir a Mónico, resuelto mientras daba una hojeada al diario a manera de preámbulo para empezar a leer en voz alta: “¡’uta, Ramón, ahora sí hubo una matasahui de la chingada…”. No terminó ahí. Se soltó a leer sin detenerse, hasta que Ramón con voz sonora y pausada le marcó el alto: “¡Eeh, Mónico, ya párale, son un chingo de muertos!”.
Esto parece una metáfora de la realidad que se estaba gestando, sin mayor timidez, en hechos aislados pero por lo constante no podían tomarse con esta consideración. Siempre me intrigó por qué a todas las personas lo primero que leían, si no es que lo único, era la sección policiaca.
Muertos y más muertos todos los días. Mi ingenuidad rondaba hasta entonces que las personas malas eran los que acostumbraban a robar vacas mejor conocidos como pelavacas, que se reconfortaban en los corridos. En eso andaba cuando presencié un pleito entre dos tipos con antecedentes violentos en Estados Unidos, aunque en sus comunidades se comportaban de forma no agresiva. Los dos andaban armados. Con la fusca en la cintura se desafiaron. Estábamos varios. Lo más curioso fue que se retaron. Uno de ellos se adelantó: “¡Vamos a darnos la madre como los meros gallos!”. Me sorprendió que las pistolas cada quien las depositara a resguardo de los presentes.
La gente de la sierra todavía vivía en aparente paz. Sin embargo, ya se dejaba entrever una paz armada con unidad de mando. Las trocas del año, las armas y el dinero para los vicios estaban circulando desaforadamente. Pronto se reventó la reata.
Las consecuencias han sido trágicas en los últimos 10 años, y lamentables que continúe sin una contención real. El gobierno del estado se resuelve a decir que son enfrentamientos entre grupos de las drogas, generalizando los casos y construyendo un discurso que las personas son asesinadas porque tienen antecedentes dentro de los grupos delictivos, y en muchos de los casos ni investigaciones ministeriales se hacen, reinando la total impunidad. Convirtiéndose en la práctica en un permiso oficial para matar.
Ahora en el Fuerte se ha organizado un grupo de mujeres conocidas como Las Buscadoras de El Fuerte, que en los últimos 3 años, cada miércoles y domingo, salen a rastrear bajo las inclemencias del calor sinaloense. Los buscan a todos, ya no sólo a sus hijos: “Los buscaremos hasta encontrarlos”, dicen sus camisetas… En un contexto en el que ya nadie cree en las instituciones del Estado, su eslogan es: “No queremos justicia, queremos verdad”.
En año nuevo se acostumbra a tirar cohetes en la iglesia para despedir el año viejo y dar la bienvenida al año nuevo, pero ahora también acostumbran que los que tienen armas los reciban con ráfagas de balas que se prolonga por minutos que hacen retumbar los cerros, como un campo de guerra.
Luis Espinoza Sauceda*
*Licenciado en Administración de Empresas por la Universidad de Occidente, Unidad El Fuerte; escritor e investigador de la historia mexicana regional (Sinaloa); cursante del diplomado de escritura creativa en la Escuela Mexicana de Escritores
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 548 / del 17 al 23 de Julio de 2017