Aunque no siempre somos conscientes de ello, entre todos hemos venido construyendo este país.
David Cilia Olmos*
Cada vez que nos sorprendemos frente a lo que pasa a nuestro alrededor y buscamos explicaciones o hacemos críticas o condenas lapidarias, el papel que asumimos es el de afectados, damnificados, víctimas, pero no reconocemos que cada cual ha aportado, en su vida cotidiana, las acciones u omisiones que ha podido o ha querido y que la resultante es el país que tenemos.
En esta construcción, los medios masivos de comunicación han tenido un papel determinante, no sólo por lo que transmiten, sino también por lo que han dejado de transmitir.
Durante décadas, el periodismo en nuestro país, con escasas excepciones, fue la apología del poder. Las denuncias que pasaban por el filtro de la autocensura o de la censura de la Secretaría de Gobernación tenían siempre que ver con el más bajo de los funcionarios o con el funcionario medio caído en desgracia frente a los hombres del poder.
Ahora, estamos regresando a ese esquema; pero siempre ha existido otro tipo de periodismo. ¿Qué sabríamos de las luchas campesinas y obreras de las décadas de 1950 y 1960 en México sin la revista Política? ¿Qué sabríamos de la represión al movimiento estudiantil de 1968, al movimiento armado y a numerosas causas sociales sin la revista Por Qué? ¿Cómo nos explicaríamos la década de 1980 sin Proceso o la etapa original del periódico Uno Más Uno? ¿A quién habría mandado sus comunicados el subcomandante Marcos la madrugada del 1 de enero de 1994 si no existiera Proceso, La Jornada y El Financiero de la década de 1990?
Muchos de los periodistas que hicieron del periodismo no un modus vivendi, no una chamba más, no un medio de trepar en la escala social, sino el instrumento imprescindible que ha contribuido a que en este país no estemos peor en cuanto a corrupción, represión, etcétera, se mantienen ahora en el anonimato; otros más prefirieron, luego de una larga lucha, sumarse a la cotidianidad de las cosas; otros combatieron hasta el final por un tipo de periodismo que se atreve, en un país en el que atreverse puede ser muy peligroso o puede ser causa del despido.
Todos ellos hicieron un periodismo diferente, lograron impactar la historia, se enfrentaron al poder de las televisoras y, aunque parezca muy pretencioso, ganaron.
En el duelo entre Telesistema Mexicano (hoy Televisa), la televisión gubernamental, todas las estaciones de radio y el 99 por ciento de la prensa oficial, en contra la comunicación de boca en boca, las pintas de chapopote en las paredes, los periódicos murales, los volantes y la revista Por Qué, ganaron estos últimos. Los unos apostaban a que no se supiera la masacre del 2 de octubre ni sus antecedentes, procesos ni consecuencias; los otros apostaron a lo contrario. Los resultados están a la vista. A más de 40 años, la gente que vivió esa época sabe muy bien lo que pasó y lo ha podido constatar con la apertura de los archivos gubernamentales que ahora los medios comerciales y oficiales han difundido.
Pero siempre este tipo de periodismo incómodo ha sido detestado por la gente del poder y también por los que han hecho del periodismo una empresa más, una rama más de la producción capitalista.
Demasiado comprometido dicen unos, demasiado parcial dicen los otros, lo cierto es que les gustaría un periodismo “neutral” que diera la misma voz al 1 por ciento de los que detentan el poder que al 99 por ciento que lo sufren, siempre y cuando estos últimos tuvieran algo que decir. Estarían muy a gusto con una división de los espacios informativos en los que unos explican o justifican las masacres, robos y agresiones contra la sociedad, y los otros ponen su cuerpo lacerado para una foto o una imagen de primera plana.
Mientras exista injusticia, habrá periodismo. No me refiero al periodismo-chamba, al periodismo-negocio, sino simple y sencillamente al periodismo.
Parafraseando al viejo Marx, yo creo que cada época social tiene los periodistas que necesita; y si no los tiene, los fabrica, los construye, se dota de ellos. En toda época social, frente al “periodismo” que hace apología del poder y es “neutral” frente a la injusticia, siempre están generándose desde la sociedad nuevos medios de comunicación y nuevos comunicadores más comprometidos con la verdad.
No estoy planteando la sustitución de los unos por los otros, pero tampoco que aceptemos que este periodismo, siempre novedoso que surge desde las entrañas de la ciudadanía, del ser ciudadano, del recuperar la voz de la sociedad, tenga que ser menospreciado, satanizado y, menos aún, perseguido penalmente.
Hoy, la revista Contralínea ha sido condenada por una jueza que no tiene ni idea de lo que significa libertad de expresión o interés público. Deberá, para beneplácito de los que tienen el poder y el dinero, hacerse cargo de pagar una suma que pone en riesgo económicamente su propia existencia.
Contralínea seguirá compartiendo la suerte de los que hacen periodismo de verdad, es decir: periodismo. ¿Y todos los demás qué haremos?
*Consultor en desarrollo rural y comunitario; candidato a maestro en desarrollo rural por la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco