Francisco Córdova Lutrillo tiene 57 años y es un apasionado de la vida y de su trabajo. Desde pequeño supo lo que de grande sería su gran amor: las máquinas de ferrocarril. Cada mañana, en punto de las 9, los pies de Francisco Córdova lo guían a su trabajo en la empresa Ferrocarril Mexicano, Ferromex.
Moisés Gómez /Monterrey, Nuevo León
Agua, comida y sombrilla son su equipaje. Bajo la lluvia y el frío de esa mañana de otoño, Paco —como le dicen sus compañeros— checa las órdenesdel día, introduce su equipaje en la camioneta que lo transporta al patio de operaciones, saluda a sus colegas y antes de salir todos atienden un video con las medidas de seguridad.
“Era mi pasión desde niño. Yo acompañaba a mi padre a su trabajo en ferrocarriles nacionales, ahora ferromex, y al ver las máquinas me enamoré de ellas y supe que quería ser maquinista”, comenta Francisco.
Para este oriundo de Ciudad Victoria, Tamaulipas, el haber llegado a ser maquinista de vía le costó cinco años.
“Yo comencé a los 16 años como ayudante de proveedor, al tiempo ascendí a fogonero de patio, después a fogonero de camino o ayudante de maquinista y al fin, después de 5 años de buscar mi sueño llegué a ser lo que soy hoy, maquinista de vía”, dice Francisco sentado en los controles de mando.
Al abordaje
Las locomotoras 3140 y 4600 esperan ya a su tripulación compuesta por Francisco, maquinista; Martín, conductor, y dos garroteros: Nelson David Ramírez y Juan Carlos Barrón.
“Yo opero las locomotoras, el conductor es el que se encarga de las operaciones del viaje, como permiso de vías, comunicación con los garroteros, etc. Los garroteros se encargan de hacer los cambios de vías y montar los vagones a las locomotoras”, explica.
Después de subir el equipaje, Paco, con casi 40 años de servicio, revisa minuciosamente las máquinas para que todo esté en perfecto orden.
Unos minutos más tarde firma la orden de salida y ahora sí, todo está listo para rodar.
La máquina comienza su trayecto, los rieles sonríen al paso de las locomotoras de Paco y sus colegas. Aún llueve y el frío cala fuera, pero en el interior de la 4600 el clima es delicioso. Nada parecido a las máquinas delsiglo pasado.
“El cambio que hemos visto ha sido muy grande”, comenta.
“Yo comencé cuando llegaba a su fin las máquinas de vapor, todavía me tocó maniobrarlas. Después llegaron las de diesel, austeras, hasta hoy que ya vienen equipadas con toda la tecnología”, agrega.
Paco, con sus manos siempre apoyadas en los instrumentos de control y sus sentidos alertas, hace memoria de cómo llegó a ser partícipe de los cambios en Ferromex.
“Me tocó la suerte de la evolución, desde que era ferrocarriles nacionales hasta convertirse en Ferromex, pero lo más increíble es que aún siga participando en esta empresa, realizando lo que más amo”, dice.
A las 11 de la mañana, y tras detener las locomotoras por movimientos en las vías de la empresa Kansas City, “La Manzana”, como le llaman a Martín, el conductor, saca su tanquecito de gas y calienta el almuerzo de la tripulación. Unos deliciosos tacos de huevo en sus diferentes modalidades, son devorados al instante por los presentes.
Entre camaraderías, chistes y anécdotas, la vida de Paco, así como de sus compañeros, se concentra en el interior de la locomotora. Es en ese reducido espacio donde se desarrolla su existencia.
“Ferromex no descansa. Aquí las fechas importantes como los cumpleaños, Navidad, etc. las pasas arriba del tren viajando”, dice con nostalgia, mientras evoca una vez más su memoria.
“Siempre que paso por pueblos donde se ven las familias disfrutando unidas, me entra la nostalgia de saber que aunque se gana muy buen dinero aquí, lasoledad es tu eterna compañera”, recuerda.
Con los colegas comparte la mayor parte del tiempo y lo ayudan a mitigar la ausencia de su esposa y sus 3 hijos que se encuentran a cientos de kilómetros de distancia, en la capital tamaulipeca.
“Mi esposa ha sabido aguantar mi ausencia y muchas cosas más. Yo la admiro por eso y por alentar en mis hijos el amor y la admiración hacia mí”.
Como padre, Francisco siempre ha procurado brindarles el sustento y estudios a sus hijos para que sean personas honorables.
“Todos mis hijos estudiaron, el más pequeño está por terminar su carrera de licenciado en informática”, comenta.
Para el maquinista, después de los trenes y su familia, está el deporte, trata de mantenerse en forma porque su trabajo se lo exige.
“Aquí no se permite gente obesa y sin condición física. Es necesario practicar algún deporte que te permita estar en forma” dice.
Y prueba de ello ha sido su carrera deportista, siendo guantes de oro en la rama amateur de box en Monterrey y gran practicante del rey de los deportes.
“Yo he practicado el béisbol siempre. Mis hijos fueron a ligas pequeñas y hoy, uno de ellos, Iván, juega profesionalmente para los Dorados de Chihuahua”, comenta el orgulloso padre.
Mientras el día transcurre, el maquinista lleva sus locomotoras al patio donde se ensamblarán los vagones y los garroteros se encargan de guiarlo.
Una vez alineados los 100 vagones, las locomotoras están nuevamente listas para arrastrarlos a su destino.
Alegrías y sinsabores
A Paco, el ser maquinista le ha dado muchas satisfacciones en la vida.
“Me ha dejado muchas satisfacciones, pero una que conservo con mucho cariño fue haber salvado la vida de un joven”, dice mientras una sonrisa se marca en su rostro y cuenta la historia.
“Sucedió cuando los trenes aún eran mixtos. Íbamos llenos y nos dieron la orden de ya no pararnos en los pueblos. Sin embargo, al llegar a uno, me di cuenta que un conocido tenía en sus brazos a su hijo que yacía inerte. Al instante detuve el tren, sin importar el haber contradicho la orden, lo subí e inmediatamente emprendimos el viaje a la ciudad. Días después, que volví a pasar por aquel lugar, el señor me agradeció por haber salvado la vida de su hijo”.
Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas. También ha tenido que enfrentarse a los riesgos y sinsabores de su profesión.
“Los riesgos son constantes. Me ha pasado de todo: sin embargo, ninguno se compara al que me pasó siendo ayudante de maquinista. Ese lo traigo en mi conciencia”, comenta mientras la sonrisa se esfuma de su rostro y un semblante triste aparece.
“Una ocasión llegamos a un pueblo muy pequeño y a lo lejos vimos algo que se movía. Le comenté al maquinista que parecía un niño: sin embargo, me contradijo diciendo que era algún venado. Resultó que efectivamente era un pequeño. Inmediatamente appliqué el freno de emergencia, pero era demasiado tarde.
El pequeño, que corría agitando las manos saludandonos, había tropezado y caído entre las vías. La locomotora le pasó por encima”, dice mientras su cuerpo aun vibra de aquel suceso.
Recta final
Después de 7 horas de jornada, el hambre vuelve a hacer mella en la tripulación. Una vez más, “La Manzana” saca su tanque de gas y calienta la comida.
Un delicioso buffet que fue devorado por los operadores e invitados a bordo de la locomotora, que nunca deja de trabajar.
El día comienza a extinguirse. Ha cesado la lluvia, pero el frío continua. La jornada casi llega a su fin.
Las marcas de una vida de trabajo arduo se ven reflejadas en el rostro de este hombre de 57 años. En él solo existe gratitud. Espera con deseo su retiro y así terminar una vida de trabajo en la cual las eternas compañeras fueron las vías y sus locomotoras.
“Pienso retirarme a los 60 años. Creo que he cumplido mi ciclo. Ahora quiero dedicarme a mi esposa, a mis nietos, que ya comienzan a llegar, y a las ligas pequeñas que le dieron mucho a mis hijos”, dice mientras manipula el tren.
“Estoy agradecido con mi empresa, Ferromex, con mi familia y, sobretodo, con Dios que me permitió cumplir mi sueño de ser maquinista”, sonríe mientras ve el día extinguirse y una jornada más de trabajo concluye.