La ultraderecha en Querétaro

La ultraderecha en Querétaro

En su libro El Yunque. La ultraderecha en Querétaro (México, 2008; prólogo de Álvaro Delgado) el periodista Lauro Jiménez Jiménez, originario de Santa Rosa Jáuregui, de esa entidad, y destacado colaborador en medios de la prensa estatal, analiza la influencia de ese sector en el ámbito político, empresarial, estudiantil, religioso y militar de la zona que ha sido semillero de cuadros y proyectos conservadores.

Franquistas, sinarquistas y panistas

Vástago de una familia de hacendados de origen vasco, dueña de extensas propiedades en Querétaro (Jurica) y Guanajuato (Hacienda Mayorazgo), José Antonio Urquiza Septién, fallecido en 1938, fue uno de los personajes emblemáticos de la ultraderecha local. Combatió en la Guerra Civil Española en el bando franquista y a su regreso fue impulsor de grupos como la Unión Nacional Sinarquista (UNS), que buscaba implantar en el país un gobierno basado en las normas de la jerarquía católica.

A la fecha, en su página de internet (www.sinarquismo.org.mx) leemos que ese grupo, que sigue manteniendo vínculos con organizaciones franquistas en España, busca “por medio de la acción cívica (…) el establecimiento de un orden social en nuestro país basado en la doctrina social de la Iglesia Católica”.

Otro de los precursores del poder ultraderechista regional fue Gonzalo Campos Loyola, también proveniente de una familia de hacendados, emparentada con los Urquiza (página 39). Ejerció influencia sobre Salvador Abascal, patriarca de la familia a la que pertenecen militantes derechistas, como su hijo, el extinto Carlos Abascal Carranza, quien fuera titular de la Secretaría del Trabajo y de la Secretaría de Gobernación en el sexenio de Vicente Fox.

Luego del sinarquismo, que nunca cuajó como fuerza nacional, el siguiente eslabón en la cadena de las organizaciones derechistas católicas en México fue el Partido Acción Nacional (PAN), fundado en 1939, y cuyas tendencias confesionales y plutocráticas se manifiestan en la actualidad desde el poder.

Como bien señala Lauro Jiménez, “la doctrina política (del PAN) era casi idéntica a la de la UNS. Defensora de la Iglesia, la educación religiosa y católica, el rescate de la tradición hispanista de México, el nacionalismo patriotero y el anticomunismo…” (página 52).

Ya en la época panista, Diego Fernández llegaría a escalar posiciones en la política nacional. Cevallos proviene de una familia conservadora de Querétaro, y fue uno de los personajes consentidos de Carlos Salinas de Gortari durante su sexenio (1988-1994).

El padre de Cevallos fue el hacendado Francisco José Fernández de Cevallos Martínez (1908-1982), propietario del rancho San Javier, en San Juan del Río, Querétaro.

El avance electoral del PAN promovido por Salinas le permitiría ocupar el gobierno de Querétaro en 1997, con Ignacio Loyola Vera, y en el siguiente periodo (2003 a 2009) con Francisco Garrido Patrón.

Desde la década de 1970, como apunta Lauro Jiménez, citando fuentes locales y documentos históricos de la Dirección Federal de Seguridad, comenzaron a trascender en la entidad las actividades de la Organización Nacional del Yunque, a través de personajes como los panistas Alfredo Botello Montes y Arturo Nava Bolaños.

Botello Montes fue secretario general de Gobierno con Garrido Patrón; posteriormente, el también yunquista César Nava lo incorporó al Comité Ejecutivo Nacional del PAN; César Nava es sobrino de Arturo Nava Bolaños, quien ha sido legislador por el PAN y presidente estatal de ese partido, y cuyo hermano, Eduardo Nava Bolaños, ha sido senador por el mismo partido.

Dos décadas después, en 1990, tanto en medios locales como nacionales, se hacía notar la creciente influencia que en el estado tenían grupos conservadores como el Opus Dei y los Caballeros de Colón (página 90).

Lauro Jiménez cita declaraciones del exsacerdote y exsecretario general de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), Mariano Amaya, en El Nuevo Amanecer, de Querétaro, quien afirmó: “Aquí ha estado y está el Opus Dei; altos distinguidos funcionarios son Opus Dei, que es una organización internacional activa y poderosa” (página 92).

Otro grupo que ha estado presente en Querétaro es la Unión Nacional de Padres de Familia, que a fines de la década de  1960 se opuso a la gestión de Hugo Gutiérrez Vega como rector de la UAQ, al acusarlo de apoyar una tendencia “marxista leninista” (página 98).

Actos de intolerancia

En el capítulo V, “Los rastros del MURO en Querétaro”, Lauro Jiménez hace un recuento de las actividades que en el medio estudiantil llevaban a cabo organizaciones de extrema derecha, conformadas por miembros de grupos como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), el Yunque, etcétera.

“Auténticamente se convirtieron en los policías de los principales centros de estudio en la capital, pues cuidaban que no se formaran ‘grupos comunistas’, al tiempo que se dedicaban a reclutar militantes para sus organizaciones” (página 114).

Además, actuaban como “jueces de la moral” (página 114). En 1969, los yunquistas se opusieron a que maestros y profesores pudieran ver películas pornográficas, por lo cual se dedicaron a denunciar públicamente esas exhibiciones.

También en 1969 lanzaron bombas de amoniaco y gas lacrimógeno para sabotear la puesta en escena de la obra teatral Hair (página 115).

Entre los autores del atentado se contó a José Víctor Ortiz Montes, posteriormente sacerdote de los Cruzados de Cristo Rey y secretario particular del cardenal Norberto Rivera (página 115).

El 2 de noviembre de 1971, en el teatro del Instituto Mexicano del Seguro Social hubo un ataque similar contra la obra El juego que todos jugamos, de Alejandro Jodorowsky, ocasión en que además los ultraderechistas desinflaron las llantas de un centenar de automóviles (página 118).

El 3 de junio de 1972, registra Jiménez, se denunció la golpiza que extremistas propinaron al catedrático universitario Ramiro L Vargas (página 119).

El 29 de noviembre de 1972, el Movimiento Conciencia Católica de Querétaro, organizó protestas contra la exhibición de la película La Montaña Sagrada, de Jodorowsky (página 120).

A lo largo de 1975, personajes como el mencionado Arturo Nava y grupos como la Unión de Padres de Familia lanzaron campañas contra los contenidos de los libros de texto gratuitos y contra revistas (como Eros y Órbita) que los derechistas consideraban “inmorales” (página 123).

El Yunque y el Pentatlón

Con su conocimiento acerca de la sociedad queretana, Jiménez aporta datos interesantes sobre los intentos de la ultraderecha queretana de infiltrarse en las actividades locales del Pentatlón Deportivo Militar Universitario, organización creada en 1942 bajo el gobierno de Ávila Camacho y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Por sus orígenes, el Pentatlón no fue una organización de la ultraderecha católica, sino afín al oficialismo de la época priista; pero en regiones donde hay fuertes influencias conservadoras, por ejemplo, Jalisco, Guanajuato y Querétaro, el Pentatlón también fue infiltrado por los grupos de la ultraderecha.

Según relata Lauro Jiménez, en la década de 1980 personajes como Carlos Martínez Vidal, quien era profesor de religión y ciencias sociales en la secundaria del Instituto Queretano San Javier –colegio marista– y participaba a la vez en el Pentatlón, procuraron fomentar entre los jóvenes la fusión del espíritu militar con la devoción católica.

De acuerdo con el testimonio que en 2007 proporcionó Eduardo Marquina, uno de los jóvenes que participaron en ese proyecto, “teníamos por las noches prácticas de karate (…). Una vez en Cuernavaca nos instalamos y realizamos muchos ejercicios de tipo militar” (página 226).

Alternaban su preparación paramilitar con actividades religiosas, como visitas a la Basílica de Guadalupe y reuniones nocturnas en el templo de San Antonio, Querétaro, popularmente conocido como San Antoñito, que eran en realidad iniciaciones a la organización del Yunque.

“Cuando llegábamos no se encontraba ningún sacerdote, sino que era Carlos Ramírez quien llevaba a cabo la ceremonia (…). Se nos colocaba un brazalete en el lado derecho con la Y. Cuando teníamos que saludar, golpeábamos los talones de los pies y estirábamos el brazo derecho con el puño cerrado.

“La ceremonia se realizaba dentro del templo y se ocupaba el altar mayor. Había un crucifijo, la bandera nacional, la bandera de El Yunque y algunas velas. Para nada se encendía la energía eléctrica” (página 228).

Jiménez incluye en su libro más información sobre el tema, pero los datos anteriores bastan para motivar algunas reflexiones.

Más de dos décadas después de los hechos relatados, el proyecto de unir a la religión con la milicia hoy en día forma parte del poder que ejerce la derecha en México. Es la tónica que particularmente ha seguido el gobierno de Calderón.

Ayer se usaban los templos para organizar en secreto grupos ultraderechistas; hoy es pública la presencia del clero en el Ejército, con apoyo de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), mediante iniciativas como la creación de las llamadas “capellanías militares”, donde los curas inculcan a los soldados la obediencia a los mandos, que a su vez sirven a un gobierno de dudosa legitimidad y carácter antipopular.

Por otra parte, relatos parecidos a los que incluye Jiménez, de cómo la ultraderecha impartía a los jóvenes preparación para agredir y a la vez para rezar, se encuentran en testimonios recabados en otras regiones del país.

Así, mientras en la ciudad de México el profesor Francisco Serrano Limón, hermano del dirigente de Provida, reclutaba alumnos para organizar grupos de choque, en Puebla también hay relatos similares acerca de cómo el Yunque enseñaba a los jóvenes a pelear por la mañana y a rezar por las tardes.

Panistas contra emos

Como epílogo acerca de esa historia de agresión que fomenta la derecha, cabe recordar que el 7 de marzo de 2008, decenas de jóvenes identificados como emos fueron agredidos, luego de una campaña de odio atizada por sectores afines al panismo radical de la entidad, que concibe a esos jóvenes y a otros grupos, como los homosexuales, como “desadaptados” y “pecadores”.

De acuerdo con medios locales, la responsabilidad de los gobiernos del PAN quedó al descubierto tras las declaraciones del alcalde panista de Celaya, Gerardo Hernández Gutiérrez, quien el 19 de febrero había manifestado: “Se va a reubicar a los emos” que se reunen en el jardín principal de la ciudad por las noches, porque “no nos gusta que estén en el centro; afectan la imagen; dan mal ejemplo”. La guardia municipal ya trabajaba en un operativo para retirarlos del centro histórico de la ciudad. Dicho personaje en otra ocasión señaló que los homosexuales son “pecadores que deberían arrepentirse y por eso les da Sida” (www.jornada.unam.mx/ultimas/2008/03/19/alcalde-de-celaya-anuncia).

Es decir, el panismo en el poder exacerbó las tendencias intolerantes y violentas que siempre han caracterizado a la ultraderecha en esa entidad, que en las décadas de 1960 y 1970 produjeron la secuela de agresiones que lista Jiménez, y que palidecen ante las que en los últimos años ha protagonizado la derecha con todo el poder del Estado.

*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México

Fuente: Contralínea 240 / 03 de julio de 2011