Algunas bases del modelo económico chino

Algunas bases del modelo económico chino

En 2016 el PIB de China superó al de Estados Unidos en términos de los precios comparables internacionalmente
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Desde la llegada de Donald Trump a su segundo mandato a la Presidencia de los Estados Unidos, se ha emprendido una nueva estrategia imperialista por recuperar puntos estratégicos del mapa que, en el siglo XX, colocó al país del norte como la gran e incuestionable potencia económica mundial. Pero grande es la sorpresa que en los últimos tres meses se han llevado los estadunidenses, al descubrir que los chinos les han cambiado el mapa, y hoy se encuentran navegando por rutas que francamente desconocen.

Desde la economía política ofrecemos algunas coordenadas para que nuestros lectores se acerquen a conocer un poco de la base económica china que está derribando la hegemonía estadounidense. Y que, como dijo el presidente chino Xi Jinping en su informe en el marco del XIX Congreso Nacional del PCCh en octubre de 2017, “ofrece una nueva opción para otros países y naciones que quieran acelerar su desarrollo preservando su independencia”.

Comenzamos señalando que la magnitud de los logros económicos y sociales de China son los mayores de la humanidad. Pues, en comparación con los registros históricos, este país ha comprimido en una sola generación los cerca de 200 años de cambios económicos revolucionarios experimentados por otras potencias, como son Estados Unidos, Reino Unido y Alemania; quienes en sus respectivos procesos de industrialización mejoraron los niveles de vida del 8.3 por ciento de la población mundial, en comparación con el país asiático que cuando comienza su proceso congregaba al 22.3 por ciento del total de la población en el mundo.

Este proceso comienza con la era revolucionaria de Mao Zedong (1949-1977), y la conformación de una China soberana, a pesar de los intereses imperialistas de Estados Unidos, Reino Unido y Japón, quienes, al verse expulsados de ese territorio, impulsaron un bloqueo económico. No obstante, el dragón asiático bajo la dirección de Deng Xiaoping (1978-2008) mostró una eficacia económica con la que la teoría está en deuda, pues mientras el mundo occidental desde la década de 1970 entraba en un estancamiento económico con tasas de crecimiento promedio del orden del 3 por ciento, China logró multiplicar por 30 su producto interno bruto (PIB).

Para dimensionar la aceleración alcanzada por este país, John Ross (2021) nos ofrece los siguientes parámetros: en 1950, un año después de la creación de la República Popular China, la economía estadounidense era seis u ocho veces mayor que la china. A partir de 1978, la distancia entre ambas economías comenzó a acortarse rápidamente hasta que, en 2016 el PIB de China superó al de Estados Unidos en términos de los precios comparables internacionalmente (PPA). Con tasas de crecimiento nominales promedio anual del orden del 12.5 por ciento, que, ajustadas a la inflación rondan el 9.8 por ciento.

Profundizando en estos datos, el mayor aumento absoluto del PIB en un solo año registrado fuera de China fue el de Estados Unidos en 1999, cuando creció 567 mil millones de dólares su producción. Cifra que China superó en 2010, con una producción de 1.126 billones de dólares; es decir, más del doble que el logrado por Estados Unidos.

En materia social, de acuerdo con Enfu Cheng (2024), en 1978 la renta per cápita en China era solo 1/3 de la de África subsahariana, y más de 800 millones de personas en el país vivían con menos de 1.25 dólares al día, en lo que era un país predominantemente agrario. Para 2018, ya convertido en la primera potencia industrial del planeta y el principal exportador mundial de productos manufacturados, la renta per cápita de China ascendió hasta a niveles de ingreso medio mundial. Logrando así eliminar la pobreza absoluta dentro de sus fronteras. Y dado el significativo aumento en el nivel de salario, de acuerdo con informes del PCCh, se espera que, en menos de 10 años, China sea un país de ingreso alto entre su población.

Esta política resulta congruente con el objetivo planteado por el país asiático, quien no mide sus logros en materia de bienestar social a partir del PIB, sino a partir de un criterio más completo para juzgar el impacto global de las condiciones sociales y medioambientales de un país: la esperanza de vida promedio. Ya que este indicador resume y equilibra el efecto combinado de todas las tendencias económicas, sociales, medioambientales, sanitarias, y educativas.

Los resultados son los siguientes: en 1949, año de la creación de la República Popular China con Mao Zedong a la cabeza, la esperanza de vida de los chinos era de 35 años. Al finalizar este mandato, la esperanza aumentó a 67 años. Es decir que, en un periodo cronológico de 29 años la esperanza de vida aumentó 32. De acuerdo con datos publicados en este 2025 por la Comisión Nacional de Sanidad, la esperanza de vida promedio en China es de 79 años, con ciudades como Shanghai que reporta una esperanza de vida superior a los 84 años, 3 años más que los estimados en Nueva York.

En suma, mientras Estados Unidos opta por impulsar un modelo económico proteccionista con respecto al resto del mundo, pero al interior de su territorio aplica el liberalismo económico de lo más salvaje, los chinos, con su propuesta de socialismo de mercado presentan al mundo una interesante innovación teórica de la economía política.  Algo que aún no se alcanza a comprender desde el paradigma ortodoxo occidental, por su limitado marco de análisis –que lo mide todo por el rasero de un sistema capitalista concebido como una realidad universal e insuperable–, cayendo muchas veces en el absurdo de delimitar el modelo económico chino como capitalista de Estado, keynesiano o socialdemócrata, sin entender que estas trilladas categorías ideológicas a lo más que alcanzan es a definir una visión liberal del mundo, que no aplica a China.

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