El tema de la guerra no es ni puede ser algo ajeno a la clase trabajadora. La solidaridad de clase debe existir en tiempos de paz y reforzarse en tiempos como los que ahora se viven pues, aunque los conflictos bélicos en los últimos dos siglos han sido generalmente expresión de competencias intercapitalistas, el dolor y los muertos los hemos puesto nosotros. De ahí que en estas líneas se busca aportar a la comprensión de la lógica impulsora de un sistema imperialista que tiene como modo de producción al capitalismo, y como estrategia de acumulación la violencia y la guerra.
En términos generales, el patrón de acumulación militarizado se puede comprender a partir de tres ejes que actúan de forma simultánea:
- A través de la guerras impulsadas desde mediados del siglo XIX, para dar lugar a la conformación de los Estados nación –como hoy los conocemos–, hasta el actual genocidio que se vive en Gaza, cuya lógica de maximización de ganancias no sólo se expresa en la expansión de la producción y comercialización de armas, sino también en el reemplazo de tropas estatales por ejércitos mercenarios, que de forma eufemística se presentan como “empresas privadas de seguridad”.
- Presencia militar en países que son leídos por una visión imperialista, como estratégicos. Recordemos que esta política es impulsada desde el fin de la Gran Guerra (1914-1918 y 1939-1945), cuando en el año de 1947 se creó de forma oficial la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés), concebida para desempeñar las funciones de policía secreta internacional, bajo la narrativa de conformación del “Siglo Americano” impulsada por el entonces presidente de Estados Unidos, Harry Truman. A decir del historiador George Morris (1967), los objetivos preferidos de la CIA en sus operaciones son los gobiernos inestables, y su forma operativa es el sabotaje, la corrupción y acciones organizadas de masas para propósitos específicos.
- Los bloqueos económicos que desmienten la existencia de una famosa “mano invisible”, dejándonos ver que en la realidad lo que se presenta son “manos muy visibles y armadas” dirigidas a manipular y distorsionar economías y afectar pueblos enteros. Esto ha sido documentado por economistas cubanos y venezolanos, quienes dan cuenta del despliegue de las siguientes armas: i) el desabasto programado de bienes esenciales y el boicot en el suministro de bienes de primera necesidad, ii) procesos de inflación inducida, iii) embargos comerciales encubiertos y, iv) bloqueo financiero internacional (Cursio, 2017).
Dicho lo cual, las guerras y todos los tipos de violencia que las acompañan no pueden ser leídos sólo como instrumentos de política; sino también como instrumentos de generación de ganancias de empresas altamente rentables para el modelo económico imperialista. De esto dan cuenta los informes elaborados por el Stockholm International Peace Research Institute, en los que se documenta que los ingresos por venta de armas y servicios militares de las 100 mayores empresas del sector son mayores a los que se necesitaría para erradicar el hambre en el mundo.
De ahí la necesidad de advertir que en la actualidad resulta obsoleto, y por ende incorrecto, plantear que la tensión es entre los países, pues ni siquiera se tiene una clara intención de proteger determinados intereses nacionales, como se presentó en el siglo pasado. Hoy, los intereses en pugna son los del capital trasnacional que está dentro de determinados Estados-nación. Dicho en otras palabras, dada la trasnacionalización de la clase capitalista, ya no es posible hablar de competencias bélicas entre países o Estados-nación, sino una lucha (literal a muerte) entre proyectos económicos impulsados por megacapitalistas, que han logrado anteponer sus intereses individuales a los sociales, representados por los Estados. De lo contrario no se pueden explicar los cerca de 800 mil millones de dólares reportados en el presupuesto militar de Estados Unidos, y los 350 mil millones aprobados para el mismo fin por la Unión Europea.
Todo esto con el aval del sector más conservador de Estados Unidos, que desde el inicio del milenio ha impulsado estrategias denominadas “guerras preventivas”, basadas en una “doctrina de autodefensa anticipatoria” (Saxe Fernandez, 2006), que son las responsables de generar y mantener conflictos bélicos en el mundo, en aras de privilegiar la ganancia por encima de la vida.
Cierro diciendo que estamos ante el fin de una época porque las ideas de la clase dominante, por fortuna, ya no son las dominantes en este momento de la historia. Por ello, es tiempo de que las y los trabajadores del mundo nos pronunciemos por el No a la guerra y a la dominación mediática, y entendamos que en este momento de crisis de hegemonía no les podemos permitir a las élites forjar un discurso que les dote de una falsa legitimidad, por más control que tengan sobre sobre el aparato ideológico. De ahí la urgente necesidad de estudiar la ciencia económica como base de un posicionamiento político, que tenga por propósito hacer visible la dinámica imperialista por parte de los poderes económicos que están por encima de los estados nación, y que pretenden estar por encima de la vida misma.
Carolina Hernández Calvario*
*Académica de la UAM Iztapalapa. Estudió la licenciatura y el doctorado en economía por la Facultad de Economía de la UNAM, y sus estudios de maestría en estudios latinoamericanos los realizó en la Facultad de Filosofía y Letras. Su campo de especialización es en economía política.
Referencias
Cursio, Pasqualina. 2017. La mano visible del mercado. Guerra económica en Venezuela. Quinta edición (en digital): Editorial Nosotros Mismos. www.albatcp.org/wp-content/uploads/2022/11/La%20Mano%20Visible%20del%20Mercado.pdf
Morris, George. 1967. La CIA y el movimiento obrero. México: Editorial Grijalbo.
Saxe-Fernández, John. 2006.Terror e imperio. La hegemonía política y económica de Estados Unidos. México: Debate.
Te puede interesar: ¿Qué aprendimos de la elección judicial?