Captar la imagen de futuro, en el presente, requiere de un método científico sólido. Es decir, un procedimiento riguroso que permita adquirir conocimiento para explicar una situación o proyectar una transformación. De esto han adolecido los economistas tecnócratas que, basados en una teoría marginalista, se dotaron de una importante formalización matemática, pero poco a poco fueron perdiendo sus habilidades científicas, al independizarse del objeto de estudio de la ciencia económica: la reproducción de la vida social.
El error consistió en la adopción de la formalización estadística como criterio superlativo de cientificidad, y no como un instrumento auxiliar utilizado para solucionar las tareas técnicas de la investigación científica. Esto causó un gran daño a la disciplina económica, al desvincularla de su naturaleza original de economía política. De ahí la esencia conservadora de los tecnócratas, a quienes se les identifica por las resistencias que manifiestan ante cualquier posible cambio en el sistema económico, del que se vieron favorecidos.
Un ejemplo de esta falencia lo vivimos con las reacciones que provocó la reducción en el pronóstico de crecimiento del PIB mexicano para 2025, realizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Pronunciamiento que evidentemente tiene un componente político: la desacreditación de la posibilidad real de que el Estado mexicano defina sus objetivos, estrategias y planes de acción para el trazado de rutas efectivas de desarrollo económico. Muchas fueron las voces que, cargadas de falsos criterios de autoridad, avalaron estas cifras y se pronunciaron a favor de la legitimación del sentido común de dominación que caracteriza a esa institución financiera imperialista.
Sin embargo, basta con revisar un poco de la historia y la metodología utilizada para la estimación del PIB, para identificar el sesgo ideológico de quienes lo toman como un indicador confiable para medir el desarrollo de una nación. A este respecto, Diane Coyle (2017) documenta el origen de este indicador como una necesidad surgida en contexto bélicos, ante la demanda de financiamiento por parte de las fuerzas armadas de los Estados en conflicto. En el mismo sentido, Alfredo Serrano (2022) –en un texto publicado con un título por demás sugerente “Economía como ideología disfrazada de ciencia”– nos recuerda dos hechos que no podemos soslayar: 1) que la primera publicación en la que se plantea como sinónimos crecimiento y desarrollo tuvo como autor a Walt Withman Rostow, nada que ver con el fabuloso poeta autor de Hojas de Hierba, pues al que se refiere fue un militar estadunidense muy influyente en la construcción de indicadores marginalista. 2) Que el concepto de desarrollo surge en la década de 1920, pero fue hasta mediados de la década de 1940 cuando Harry Truman lo popularizó con sus famosas “agencias de desarrollo”, como la USAID.
Respecto a la metodología, la estimación del producto que se genera en un país demanda el manejo riguroso –que no es lo mismo que rígido– de categorías teóricas y estadísticas que se desarrollen en estrecha relación con el desenvolvimiento de la sociedad. Ya que en el mundo real no existe una “cosa” llamada PIB que espera a que las y los economistas la midan. Por lo que, si no existe un marco conceptual sólido, la estimación no representará más que un inútil esfuerzo por unir retazos estadísticos.
En este sentido, si partimos de entender a la ciencia económica como la actividad integral que estudia la diversidad de las relaciones de producción en sus diferentes escalas –la local, la nacional y la global–, una tarea primordial de las y los economistas científicos consiste en saldar la deuda con las y los millones de trabajadores que contribuyen a la generación de valor en el país, pero que, bajo el aval de una teoría económica ortodoxa –que reduce todo cambio y toda diversidad cualitativa a entidades cuantitativas iguales y constantes–, son excluidos de las mediciones tradicionales.
Un primer y necesario paso para atender esta inconsistencia en el levantamiento de datos consiste en la elaboración de un marco filosófico sobre el que se apoyen los elementos teóricos y metodológicos de estudio de todos los sujetos económicos. Esto nos lleva a retomar una discusión olvidada pero fundamental: la diferencia entre valor y precio. Sólo así se podrá develar la mentira de que cualquier actividad que es intercambiada por un precio en el mercado aporta valor al PIB. Y de forma simultánea a resignificar el valor que se genera en procesos de reproducción que operan bajo formas que no priorizan el mercado.
De esta manera se podrá remediar la invisibilización en los registros estadísticos del trabajo de millones de mexicanas y mexicanos que realizan labores productivas bajo lógicas distintas a las planteadas por el liberalismo económico, y se podrán incluir formas de organización del trabajo en las que la producción no se conciba como un proceso separado de la reproducción social. Tal y como se plantea las reformas en el artículo 25 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (Diario Oficial de la Federación, 2021), dirigidas a establecer mecanismos que facilitan la organización y expansión de la actividad económica del sector social –ejidos, cooperativas, comunidades y empresas que pertenezcan mayoritaria o exclusivamente a los trabajadores–.
Tarea que evidentemente requiere de una actualización epistemológica y política, dirigida a desmistificar a los personajes que en su afán por creer que lo que vivieron es lo único que existe, terminan justificando narrativas por demás obsoletas. Por ejemplo, la priorización de lo que llaman crecimiento económico, sin importar que éste vaya por encima de la soberanía popular y la democracia. Postura congruente con la impuesta por los regímenes autoritarios, de donde emergió la figura del tecnócrata. De ahí el despliegue ideológico de querer hacer ver a la administración pública como ineficiente, y los múltiples elogios a las bondades del mercado, bajo la creencia (jamás comprobada) de que el mercado era la mejor forma de administrar de manera justa y eficiente los bienes de una sociedad.
Referencias
Coyle, Diane. 2017. El Producto Interno Bruto. Una historia breve pero entrañable. México: FCE.
Serrano, 2022. Deficiencias de los indicadores económicos dominantes. En Economía como ideología disfrazada de ciencia. México: IDEAL
Carolina Hernández Calvario*
*Licenciada y doctora en economía por la Facultad de Economía de la UNAM; maestra en estudios latinoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Profesora investigadora de la UAM-Iztapalapa. Su campo de especialización es en economía política.
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